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ОглавлениеObjetos cotidianos - 28 de febrero
Zanahoria, huevo y café
“Jabes le rogó al Dios de Israel: ‘Bendíceme y ensancha mi territorio; ayúdame y líbrame del mal, para que no padezca aflicción’. Y Dios le concedió su petición” (1 Crón. 4:10, NVI).
En la Biblia, hay libros que cuentan de forma detallada las historias de algunos personajes, pero hay algunos que apenas reciben mención. Jabes es uno de ellos. Solo hay dos versículos acerca de él.
Jabes recibió un nombre que recordaba continuamente el parto doloroso de su madre. Imaginemos que cada vez que lo llamaban, sonaba algo así: “Dolor, ven aquí”, o “Tú que naciste en dolor, haz esto”. El panorama no parece muy agradable para el personaje de nuestra minihistoria. Pero lo que se nos dice de él es alentador.
La Biblia menciona que Jabes fue más ilustre que sus hermanos y que invocó al Dios de Israel. Su oración fue más bien un anhelo o suspiro expresado en voz alta. Dijo: “¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe!”
Jabes pide exactamente por eso mismo que lo acompañó toda su vida: el dolor. Le pide a la persona correcta. Pide que su mal no sea impedimento para lo que Dios puede hacer con él.
No sabemos más de él, pero con lo que sabemos es suficiente.
Y de Jabes podemos aprender una lección de actitud.
Imaginemos, como dice una ilustración popular, que hay una gran olla con agua hirviendo que representa un mar embravecido con tormentas de la vida. Imaginemos que hay una zanahoria, un huevo y unos granos de café. Los colocamos en el agua hirviendo y, después de un rato, los resultados serán muy diferentes. Ante esa misma “tormenta”, cada uno de ellos habrá reaccionado de forma distinta. La zanahoria se habrá debilitado. El huevo se habrá vuelto más duro. Pero los granos de café… los granos de café se habrán mezclado con el agua y le habrán dado un delicioso sabor. Se habrán adaptado sin por eso perder su identidad, y habrán transformado su entorno.
Jabes, en medio de su tormenta, clamó a Dios. Lee el versículo nuevamente y fíjate cómo termina su historia.
¡Animémonos a orar como él!