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CAPÍTULO 9

LIVIA HABÍA DORMIDO MAL LA noche anterior, perturbada con pensamientos sobre Nicole y Casey Delevan, por lo que fue a trabajar temprano el viernes por la mañana. Se concentró en completar papeleo hasta las nueve de la mañana, para luego presentarse en la sala de autopsias donde se realizaría la ronda matutina. De pie frente a su armario, se colocó la bata por encima del uniforme y se cubrió el cabello con una gorra quirúrgica. Ingresó en la sala de autopsias, dejó los guantes y el barbijo sobre la mesa y se acercó a la pizarra blanca donde estaban anotados y asignados los casos del día.

Vio su nombre garabateado en marcador azul:

Doctora Cutty — Jean Marie Miller: mujer de 89 años, víctima de una caída.

A los otros becarios también les habían asignado casos, al igual que a cuatro de los médicos del plantel estable. Revisó la lista para ver si alguno había recibido un caso más interesante. Todos eran bastante poco originales, salvo el de Tim Schultz, que era una herida de arma de fuego. Livia sintió fastidio. Sin embargo, era consciente de que mal dormida y con la cabeza puesta en Nicole, hoy no era un buen día para atacar un caso difícil. Ni siquiera uno interesante. Una anciana víctima de una caída parecía adecuada para su estado mental actual.

—Qué cara de muerte traes hoy —dijo Jen Tilly, una de las otras becarias, acercándose a la pizarra.

—Gracias por el cumplido —replicó Livia.

—¿Estuviste llorando? —preguntó Jen.

—No, pero no dormí nada.

—¿Qué pasó?

Livia irguió el mentón al ver entrar al doctor Colt en la morgue.

—Es largo de explicar.

Tim Schultz entró corriendo justo después del doctor Colt y pasó junto a él en dirección a la pizarra. El doctor Colt, con las manos detrás de la espalda, se acercó también y la escudriñó como si no hubiera sido él quien había escrito todo eso una hora antes.

—Doctor Schultz, si llega tarde a las rondas matutinas, pierde su caso del día.

—Sí, doctor —respondió Tim.

—Llegó un poco justo, ¿no?

—Tuve una emergencia en el baño.

—Ajá —masculló el doctor Colt, con la cabeza echada hacia atrás y los lentes fijos en la pizarra—. Hay detalles de mis becarios que no me interesa saber, doctor Schultz. Acaba de brindarme uno de ellos.

El doctor Colt se acercó a la pizarra, tomó el borrador y limpió lo que estaba escrito junto al nombre de Tim Schultz.

—Esa herida de bala podría haber sido interesante, pero creo que se la daré al doctor Baylor. Llegó un caso de sobredosis a última hora y si no está bien del estómago, doctor Schultz, creo que será mejor que se lo asigne a usted.

Colt se puso a escribir nuevamente en la pizarra. Livia y Jen sonrieron y Tim levantó las palmas de las manos.

—Pero doctor Colt, mi estómago está perfecto.

—No por mucho tiempo. El caso de sobredosis muestra alto grado de descomposición, fue encontrado en la zona de viviendas sociales y lleva al menos una semana muerto. Los investigadores lo traerán pronto.

Tim miró a Livia y Jen, que se esforzaban por contener la risa. En silencio, movió la boca y moduló las palabras ¡No llegué tarde!

Una hora después de haber comenzado la autopsia de la anciana que le había sido asignada, Livia sintió que le estaba costando transcurrir la mañana. Había terminado el examen externo y descubierto una equimosis en el costado izquierdo de la anciana de 89 años, que iba desde la caja torácica, pasaba por el hombro y terminaba en el cráneo. Tomó nota y fotografías de posibles fracturas en el cúbito y radio del lado izquierdo. El examen interno no reveló nada fuera de lo habitual, como había imaginado, de modo que comenzó con el proceso de pesado de órganos. Hoy era la primera vez desde que era becaria —en realidad, desde los primeros días de residencia en patología— que los olores y ruidos de la morgue le provocaban fastidio.

El cadáver descompuesto asignado a Tim Schultz llegó justo mientras Livia estaba despegando el intestino inferior del recto. En cuanto los investigadores abrieron la bolsa negra, el olor la golpeó al esparcirse por la habitación.

—Por Dios, Tim —se quejó—. Enciende tu extractor.

Tim encendió la ventilación mientras los investigadores colocaban el cuerpo sobre la mesa y huían de la morgue inmediatamente después.

Tim abrió con una incisión el abdomen, lo que liberó los vahos nocivos de descomposición intestinal. El olor afectó a todos los médicos de la morgue y se oyó un suspiro colectivo.

—Tim, te lo digo en serio —insistió Livia—, aumenta la ventilación.

—Está en máximo, Cutty. ¿Desde cuándo estás tan intolerante a los olores?

Livia intentó bloquear el vaho de su mente y volvió a concentrarse en su trabajo. La anciana había sido encontrada la tarde anterior por su hijo, que pasó a visitarla como hacía todas las semanas y la halló muerta en el suelo del baño. Lo que Livia necesitaba determinar con esta parte del examen era a qué hora había muerto, y eso se calculaba según el contenido del estómago. Notó lividez en el costado izquierdo, lo que sugería que la caída la había dejado inconsciente, pues no había signos de que se hubiera movido después del incidente. Específicamente, no había rodado de espaldas, como suelen hacer los que sufren caídas. Livia confirmó la fractura de las muñecas y luego pasó al cráneo, donde sabía que encontraría el resto de la historia.

Con la sierra ósea en la mano, intentó no distraerse ante el caos desplegado sobre la mesa de Tim Schultz. Le recordaba su propio cadáver descompuesto del mes pasado; trató desesperadamente de no pensar en la sonriente Nicole de la fotografía. Ni en el brazo de Casey Delevan alrededor de los hombros de su hermana; el mismo brazo en el que ella y el doctor Colt habían descubierto lesiones causadas con una pala, cuando alguien lo había desenterrado. Trató de no pensar en las abrasiones en las muñecas y tobillos causadas por los bloques de piedra que lo habían hundido al fondo de bahía.

Con todo esto dándole vueltas en la cabeza, Livia se movía con torpeza y lentitud. Aplicó la sierra al cráneo de su paciente y realizó la craneotomía más desprolija de su corta carrera, olvidándose de diseñar el corte de manera asimétrica para que la tapa del cráneo volviera a encajar en su sitio sin deslizarse. A los familiares no les gustaba ver a sus difuntos con el cráneo deformado en el funeral; era la primera lección que aprendían los residentes de patología durante el primer año.

—Mierda —murmuró Livia cuando apagó la sierra y vio deslizarse la tapa del cráneo de su posición.

El doctor Colt, de pie ante la mesa de Tim Schultz con las manos detrás de la espalda y los lentes en la punta de la nariz, observaba atentamente el examen interno, pero levantó la mirada.

—¿Algún problema, doctora Cutty?

Livia volvió a colocar la tapa del cráneo en su sitio. Ahora tendría que suturar el cuero cabelludo y, de ser posible, colocar unas grampas en el cráneo al terminar.

—No, doctor —respondió y Colt volvió a concentrarse en la tarea de Tim.

Livia soltó la tapa del cráneo, que se deslizó a la mesa de autopsias, y desprendió la duramadre. Examinó el cerebro y tomó nota de los hallazgos que sabía estarían presentes. Hemorragia subaracnoidea con desplazamiento de la línea media del cerebro, muy típica del traumatismo craneal cuando las personas de edad avanzada se caen y no son lo suficientemente rápidas o fuertes como para frenar la caída.

Preocupada por el tiempo adicional que necesitaría para suturar el cráneo, Livia realizó el examen neurológico rápidamente: extrajo el cerebro y lo pesó. Luego, tomó las fotografías apropiadas para las rondas de la tarde. Con todo terminado, se ocupó de volver a armar el cuerpo. Dejar la cabeza presentable resultó ser un desafío que le insumió mucho tiempo. Cuando terminó —una hora y cincuenta y dos minutos más tarde— se sintió avergonzada por su trabajo. Un técnico mediocre podría haber hecho un mejor trabajo con la incisión en Y, y el cráneo era una maraña de suturas y grapas que el funerario tendría que tornar presentables. Por fortuna, el doctor Colt había estado distraído toda la mañana con el caso de sobredosis de Tim Schultz.

Una vez terminado el papeleo, Livia creó un archivo comprimido del caso en la computadora, en preparación para las rondas de la tarde. Cuando todo estuvo listo, se quedó sentada ante el escritorio, navegando por Internet, buscando cualquier cosa que pudiera encontrar sobre Casey Delevan. No cosechó demasiados resultados, ya que Delevan casi no tenía presencia online, aparte del hecho de que había sido identificado recientemente como el cadáver extraído del agua al terminar el verano.

—Está bien, está bien —estalló Tim Schultz, ingresando en la oficina para becarios—. Es la última vez que uso el baño antes de las rondas matutinas.

Livia abandonó la búsqueda al ver entrar a Tim y a Jen.

—Hacía tiempo que Colt no repartía filípicas —acotó Jen—. Creo que estaba esperando la oportunidad de dárnosla a uno de nosotros. Solo estuviste en el lugar equivocado en el momento equivocado.

—Ni me lo digas —se quejó Tim—. Fue el peor caso que vi en mi vida.

—El de peor olor, seguro que sí —dijo Livia.

—Más vale que tengas todo en orden y bien documentado para las rondas, Tim —le recomendó Jen—. Tu caso de descomposición avanzada va a ser la estrella. Y el horno no está para bollos con Colt.

Trabajaron durante la hora del almuerzo y después rotaron por patología dermatológica y patología neurológica antes de volver a encontrarse en la jaula para las rondas de la tarde. Como había vaticinado Jen, el caso de Tim recibió casi toda la atención. Tim pasó una hora completa al frente de la sala, navegando con calma entre la tormenta de preguntas. Había progresado de manera evidente desde que había ingresado como becario en julio y sin duda alguna esa mañana se había beneficiado por tener al doctor Colt junto a la mesa todo el tiempo.

Después fue el turno de Jen. Una mujer de cincuenta años, muerta por cirrosis causada por alcoholismo crónico. La presentación fue rápida y eficiente gracias a una preparación meticulosa. Cuando terminó, Livia tomó el lugar de Jen. De pronto, se sintió extraña al frente de la jaula. Si bien en el último tiempo se había esforzado para estar allí, delante del doctor Colt y sus otros profesores, hoy no era un día común. Había estado pensando en Nicole durante la autopsia, por la mañana y también por la tarde, mientras preparaba la presentación. Como una aplicación informática que corre en segundo plano y descarga la batería del teléfono, la parte analítica del lado izquierdo de su cerebro había estado concentrada todo el día en Casey Delevan y la conexión con su hermana. Pero ahora, con treinta pares de ojos sobre ella, de pie bajo el resplandor del proyector, Livia finalmente se vio obligada a enfocarse en la víctima de caída a la que había hecho la autopsia. Se sorprendió al encontrar en sus notas tan poca información sobre la cual trabajar, como si de pronto estuviera rindiendo un examen final para una clase a la que nunca había asistido.

Detalló los resultados de su examen externo, cubriendo la lividez del lado izquierdo, los magullones y la muñeca quebrada. Pasó por los hallazgos del examen interno, en su mayoría poco notables, y presentó la presunta hora de muerte basada en el contenido del estómago y la hora en que suponía había ingerido la última comida. Pasó a los hallazgos de neurología, cubriendo con cierta confusión el desplazamiento de la línea media cerebral, que presentó como causa de muerte.

—¿Qué resultados obtuvo del QuickTox? —inquirió el doctor Colt desde la oscuridad de la galería trasera de la jaula.

Ay, mierda.

El QuickTox era un informe toxicológico abreviado que identificaba rápidamente la presencia de sustancias químicas en la sangre y servía como precursor del informe completo de toxicología que tardaba varios días. Livia había enviado muestras al laboratorio, pero no había hecho un QuickTox.

—No se me ocurrió hacerlo, la verdad. Estaba casi segura de que la causa de muerte fue desplazamiento de la línea media cerebral.

El silencio que siguió a su declaración fue el momento más incómodo que había pasado en la jaula. Supo de inmediato lo que sobrevendría.

—¿Así practicamos la medicina, doctora Cutty? ¿Estando “casi seguros” sobre las cosas?

—No, doctor.

—¿Por qué no hay un QuickTox incluido en su presentación?

—Fue un descuido, doctor.

—Un descuido alarmante, doctora Cutty. ¿Podría por favor informarnos qué medicamentos estaba tomando su paciente?

—No tengo esa información aquí —masculló Livia, revolviendo sus notas.

—¿No tiene esa información? —repitió el doctor Colt y bajó la mirada a sus propias anotaciones—. La paciente estaba tomando ocho medicamentos. Uno de ellos era OxyContin, para dolores recientes de cuello y de cabeza. Entonces tenemos a una mujer de 89 años con recientes dolores de cabeza, que tiene una receta de analgésicos opioides demasiado potentes y posiblemente sufre una caída como resultado de la interacción entre drogas. ¿Pero usted no tiene esa información consigo, doctora? —El doctor Colt volvió a fijarse en sus notas—. También estaba tomando cimetidina para reducir la acidez, que no puede tomarse junto con OxyContin. La cimetidina aumenta los niveles de OxyContin en sangre, lo que puede causar mareos, baja de presión arterial y desmayos: todo muy relevante en un caso de muerte por una caída. —El doctor Colt elevó la voz y continuó—. O podríamos tener una víctima de accidente cerebrovascular que ha estado teniendo jaquecas durante la última semana y se desploma debido al mencionado ACV. Sin embargo, el examen realizado para determinar si alguno de estos mecanismos desempeñó un papel en la muerte no cubrió ninguna de estas posibilidades. De manera que le pregunto, doctora Cutty: esta mañana, sobre su mesa, ¿a quién vio? ¿A la madre de alguien? ¿A la esposa de alguien? ¿O solamente vio a una anciana que se cayó en el baño y se golpeó la cabeza? —Se enfocó otra vez en sus notas—. ¿O sobre la mesa solamente vio una hora y cincuenta y cuatro minutos de su día? Porque con lo descuidado e imprudente que fue su trabajo, me atrevería a apostar por esto último.

La jaula quedó sumida en un silencio pesado; finalizada su filípica, el doctor Colt se puso de pie y fue hasta el frente de la sala para tomar un lugar junto a Livia.

—Que el caso de la doctora Cutty sea un ejemplo para todos los becarios de este programa. Queremos que progresen durante su entrenamiento. Y con el progreso llega el respeto. Pero si descansan sobre sus laureles y esconden un mal trabajo bajo esa capa de respeto, quedarán expuestos. Si lo vuelven a hacer, perderán el respeto que han trabajado duro para ganarse en estos tres meses. Cada cuerpo humano que ingresa en este recinto es una esposa, un hermano, un hijo, un tío, una hermana. Trátenlos como tales. Para eso los contratamos y eso es lo que ustedes nos prometieron hacer.

El doctor Colt dio media vuelta y abandonó la jaula, dejando a todos los ocupantes incómodos y en silencio, ordenando sus papeles antes de adentrarse en el fin de semana.

Una hora más tarde, Livia, bañada en transpiración, castigaba duramente la bolsa de boxeo. Randy apoyó uno de sus hombros contra la bolsa para estabilizarla ante los golpes de Livia.

—Como estás de pésimo humor —vociferó por encima del ruido de los puñetazos—, no mencionaré lo mal que le estás pegando.

—Mejor así —gruñó ella, atacando la bolsa sin piedad, sin dejar de rebotar sobre los pies—. Lo de hoy es pura furia, al diablo con la técnica.

Soltó combinaciones de puñetazos y patadas durante veinte minutos, hasta que tuvo los puños y las piernas al rojo vivo.

—Suficiente, doctora. Hasta aquí llegó mi hombro.

Livia apoyó los puños sobre su cabeza, respirando agitadamente.

—Gracias, Randy. Ya terminé, de todos modos.

—¿Te sacaste de adentro todo el enojo?

Livia tomó la botella de agua.

—Todo, lo que se dice todo, no.

—¿Quieres contarme qué sucedió?

—No sé si mi cuota mensual alcanza para tanto —bromeó, llevándose la botella a la boca.

Randy le arrojó una toalla y esperó.

—¿Te arrepientes de algo en la vida, Randy?

—De demasiadas cosas como para contarlas.

—¿De qué te arrepientes más?

—Veamos… dejé la escuela en el octavo año porque pensaba que vender drogas en una esquina de Baltimore era una buena carrera a seguir. Tengo esto… —bajó el cuello de su camiseta para revelar una brillosa cicatriz gris sobre la piel negra y reluciente— porque alguien me disparó. Y me levanto todas las mañanas sabiendo que estoy vivo porque maté al tipo que me quería muerto.

Livia se quedó mirándolo, y luego asintió lentamente.

—Vale, tú ganas.

Randy rió.

—¡Imposible! El arrepentimiento no gana.

—¿No?

—No. No tiene tamaño, no puede ser mayor el mío que el tuyo. Mi padre siempre decía: “o te arrepientes o no te arrepientes”. —Señaló la bolsa de boxeo—. Y no te lo vas a quitar de encima pegándole a una bolsa de cuero.

—Puede que tengas razón.

—¿Qué es? ¿De qué te arrepientes, entonces?

Livia fijó la vista en la bolsa, luego miró a Randy.

—De no atender el teléfono.

Esa noche, Livia Cutty despertó en el dormitorio de su infancia, bajo el mismo ventilador de techo que la había refrescado durante los calurosos veranos de la niñez. Después de su ida al gimnasio, decidió irse de Raleigh. Con la fotografía de Casey Delevan en el bolso, se dirigió a casa de sus padres en Emerson Bay. Su plan original era interrogarlos sobre Nicole en los meses previos a su desaparición. Preguntarles si sabían algo sobre el sujeto con el que estaba saliendo.

Livia había planeado mostrarles la foto de Casey Delevan y decirles que su cuerpo había sido sacado de la bahía y dejado sobre su mesa de autopsias. Que probablemente había estado muerto durante más de un año y que, si coincidían los tiempos, había sido asesinado más o menos en el mismo momento en que Nicole desapareció. El plan original de Livia incluía confesar sus sospechas de que el hombre de la foto estaba de alguna manera conectado con la desaparición de Nicole. Necesitaba la ayuda de sus padres para averiguar qué había estado haciendo Nicole en los meses anteriores a su muerte, porque Livia sabía poco sobre la vida de su hermana durante ese verano. La triste verdad era que Nicole había pasado a la periferia de la vida de Livia en los años anteriores a su rapto. Su actitud rebelde la había alejado. Livia echaba la culpa de su alejamiento a la residencia y a la inminente decisión de buscar una beca de perfeccionamiento o ponerse directamente a trabajar. Alegaba que no tenía tiempo para su hermana, ni siquiera cuando ese verano Nicole le pidió irse a vivir con ella durante una semana.

—Solo necesito alejarme de Emerson Bay por un rato —dijo Nicole.

—¿Y venir aquí? Nic, aquí no hay nada para hacer —objetó Livia.

—No me molesta. Lo paso bien sin hacer nada, siempre y cuando no sea en Emerson Bay.

—Estoy doce horas por día en el hospital.

—No importa, podemos vernos cuando vuelves por la noche.

—Pero, Nicole, vuelvo a las once de la noche, a veces hasta más tarde. Me levanto temprano y otra vez lo mismo. Así son las residencias. No voy a poder prestarte atención ni salir contigo.

—No me importa, Liv. Solo quiero alejarme de todos aquí.

—Sé que es difícil el bachillerato, pero ya está, ya terminaste con eso. Irás a la universidad en el otoño y te harás nuevos amigos. Créeme: venir aquí te dará depresión.

Silencio.

—¿Nic?

—¿Qué?

—Es tu último verano antes de la universidad. Disfrútalo, vamos. Basta de dramatismo, no tiene sentido.

—¿Entonces no puedo ir?

—Dentro de tres semanas volveré a casa por el fin de semana largo. Hablaremos entonces.

Nicole desapareció de la fiesta en la playa una semana más tarde. Livia archivó esa conversación en la oscuridad más recóndita de su mente y la cubrió con una manta pesada. Subdividir en compartimentos las veces que le había fallado a su hermana era una forma de protegerse.

Sus padres la recibieron encantados cuando llegó a su casa ese viernes por la noche. Querían saber todo sobre cómo habían sido sus primeros meses como becaria. Livia respondió la batería de preguntas y se disculpó por haber estado demasiado ocupada y no haberse mantenido en contacto. Lo que no podía decirles era que el contrato como becaria forense le ofrecía horas muy manejables y era, en realidad, una de las mejores opciones de vida para graduados en Medicina. La verdad era que en ningún momento había estado demasiado ocupada como para no poder volver a casa. Pero la excusa de una vida ajetreada era una mentira fácil y sus padres nunca le cuestionaban las largas ausencias. O no se daban cuenta de que le costaba mucho entrar en la casa de su infancia por cómo le recordaba a su hermana menor, o entendían muy bien lo difícil que le resultaba y se lo perdonaban. El primer año después de perder a Nicole, todos habían experimentado los mismos sentimientos de fracaso y de ineptitud; se quedaron atrapados entre la necesidad de demostrar todo el tiempo que no se habían rendido, y la de permitirse soltar para poder retomar sus vidas.

Sea lo que fuere, ignorancia o perdón, la visita inesperada del viernes por la noche transcurrió con conversaciones sobre su nueva vida como becaria forense sin nunca mencionar la ausencia de más de un año. Livia no mencionó sus preocupaciones sobre Casey Delevan esa noche. Sus padres habían envejecido mucho durante ese año bajo el peso de la hija perdida y hubiera sido muy desconsiderado de su parte presentarles el tema sin antes haberle asignado un significado.

Antes de irse a la cama, Livia asomó la cabeza por la puerta del dormitorio de sus padres. Estaban apoyados contra el respaldo de la cama, leyendo, como siempre los recordaba desde niña. Les deseó buenas noches y al salir de la habitación, vio el libro de Megan McDonald sobre la mesa de noche de su madre.

Sin poder conciliar el sueño, se quedó mirando cómo el ventilador rojo de techo giraba y le refrescaba la piel transpirada. Sus padres no creían en los acondicionadores de aire y Livia tenía recuerdos de ella y Nicole durmiendo sobre sábanas húmedas con las ventanas abiertas y los ventiladores encendidos toda la noche. Los calurosos meses de septiembre la veían irse a la escuela con las mejillas arreboladas y mechones de pelo transpirado pegados a la frente. Ya era octubre, pero seguía haciendo calor. El dormitorio estaba tan caluroso como siempre.

Cuando el reloj de pie de la entrada en la planta baja dio las dos de la madrugada, Livia se incorporó en la cama. La habitación no había cambiado para nada desde que se había ido a la universidad hacía diez años. Había fotos de su adolescencia sobre el tocador y animales de peluche colgando de una bolsa de red en un rincón. El viejo sillón pouf donde solía hacer la tarea descansaba, desinflado, junto a la cama. El dormitorio se parecía al de un hijo muerto al que los padres no quieren olvidar. El de Nicole, contiguo al suyo, era exactamente eso y también la razón por la que Livia detestaba volver a su casa.

Sentada ante su viejo escritorio, Livia extrajo la computadora y quedó iluminada por el tenue brillo de la pantalla. Escribió Megan McDonald en el motor de búsqueda y encontró miles de resultados. Abrió artículos de 2016, cuando Megan y Nicole desaparecieron. Las historias cubrían exhaustivamente los antecedentes de Megan. El mundo conocía su brillante futuro. Los periodistas parecían regodearse en el hecho de que una chica tan característicamente estadounidense hubiera sido secuestrada. Era fascinante cómo una joven tan inteligente había engañado a su secuestrador y escapado de la siniestra cabaña que todo el país había llegado a conocer tan bien a través de fotos y giras en los programas matutinos de entrevistas, cuyos anfitriones habían llegado en bandadas al pequeño pueblo de Emerson Bay. Livia encontró un video completamente ridículo que mostraba a Dana Campbell saliendo de la cabaña con falda y tacones altos.

El país se enamoró de Megan McDonald, la chica que volvió a casa, y la convirtió en una estrella. Había sido la joya más brillante del bachillerato de Emerson Bay y después del secuestro fue la niña mimada del país. Nicole Cutty, como parte de la misma historia, fue noticia solamente al principio. La noticia de que el coche de Nicole había sido encontrado en la calle de la fiesta de la cual las dos muchachas habían desaparecido fue opacada por la reaparición de Megan. La heroica huida y la vuelta a casa de Megan eclipsaron todo lo demás. Incluso el hecho de que Nicole seguía desaparecida.

Sentada en el dormitorio de su adolescencia, Livia tomó conciencia de todo lo que había cambiado en el último año y todo lo que seguía igual. Su habitación. La preferencia de sus padres por las casas húmedas y calurosas. Y su propia sensación de culpa porque, cuando su hermana la había necesitado, ella le había dado la espalda.

Livia escribió el nombre de Casey Delevan en el motor de búsqueda, esperando tener más suerte que esa mañana. Delevan era un obrero de la construcción de veinticinco años cuya desaparición había sido informada a la policía por su casero en noviembre de 2016. Distanciado de su madre y sin que se supiera nada del padre, no tenía familiares que lo buscaran ni se enteraran de su desaparición. El artículo decía que la madre vivía en un pueblo de las afueras de Atlanta llamado Burlington. Livia miró el mapa. Estaba a unas ocho horas, primero por la autopista interestatal I-95 y luego por la I-20.

El viaje le pareció fácil de hacer y constituía un buen punto de partida.

La chica que se llevaron (versión latinoamericana)

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