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Capítulo 6

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Fiesta a toda velocidad

Mientras me maquillo suena We Can Work it Out de The Beatles a todo volumen. Los americanos nunca van a entender la maravilla de esta banda. Pronto, me pongo un brillo labial, ya que tengo puesta mi sombra de ojos negra. Siento que si tuviera los ojos marrones, en vez de grises, me quedaría mucho mejor.

«Al que si le quedan bien los ojos celestes es a Theo».

«No, no, no, no pienses en él», me digo.

Tocan la puerta.

—Está abierto —anuncio.

Entra Félix y me da arcadas su olor a colonia.

—Hermanita, ya nos están esperando abajo. —Mira lo que tengo puesto—. Ponte un abrigo, vas a tener frío.

Busco la cazadora de cuero sintético que tengo en la valija y salgo, no sin antes mirar el desorden que dejo en mi nuevo cuarto: tengo que ordenarlo urgente.

Cuando salimos de la casa, nos está esperando un auto deportivo de color rojo. La ventanilla se baja y lo veo al volante. Es Theo. Se me corta la respiración un segundo. No sé qué me está pasando.

Tomo aire y subo atrás. Intento no mirarlo, pero no puedo evitar sentirme atraída por el aroma de un perfume delicioso. No es como el de Félix, este es intenso, amaderado, sensual, casi animal.

«Mmmm… Esto cada vez me gusta menos».

«O más».

De pronto, Theo acelera a fondo y me saca de mis pensamientos. Me mira por el espejito y me guiña un ojo. Creo que espera que le sonría de forma tonta, como deben sonreírle todas las chicas que se cruzan en su camino. Pero no, apenas le presto atención. Félix se da vuelta.

—Espero que no le tengas miedo a la velocidad, hermanita.

Solo revoleo los ojos. Está claro que nunca lo diré, pero le tengo pánico a la velocidad. Tengo náuseas. Muchas. Siento ganas de vomitar encima de Félix, pero me da lástima.

«¿Qué acabo de decir? ¿Por qué me daría lástima?», me regaño a mí misma. Él no se portó bien conmigo ni una sola vez.

Miro por la ventanilla y me doy cuenta de que Theo no va rápido porque sí: hay otro auto a nuestro lado.

Theo acelera.

Me llevo la mano a la boca.

Cierro los ojos.

Siento que damos un giro muy brusco, pero seguimos. No abro los ojos, no quiero mirar. Pienso que quizá mi vida termine aquí y que, cuando choquemos, van a encontrar mi cuerpo; nunca nadie se va a enterar de que estoy embarazada. Porque nadie lo sabe. Solo yo.

De pronto, el auto se detiene y escucho aplausos.

Abro los ojos y veo que hay mucha gente alrededor de la ventanilla de Theo. Pasan unos segundos y creo que él me mira, pero no estoy segura.

Los tres nos bajamos del auto. Una chica preciosa, con el cabello azul eléctrico y una mirada desafiante, corre hacia Theo y lo besa con desenfreno… y con lengua. Diug.

Luego de unos segundos que, para mí, no sé por qué, se hacen interminables, ella se aparta y me observa como si fuera un perro que marca su territorio. Me da vergüenza ajena. Theo se fija en mí de reojo mientras todos los felicitan.

El del otro auto se acerca. Es un chico de cabello castaño con cara de «no se metan conmigo porque te pegaré hasta que veas las estrellas». Síp. No será con él con quien hable esta noche.

De repente, unas manos me tapan los ojos:

—¿Quién soy? —dice una voz femenina traviesa.

—Mmm… —sonrío—, sé que empieza con D y es una chica muy dulce.

—¡Qué graciosa! —se ríe.

Donna me pasa un brazo por el hombro. A lo lejos, noto que está Mark; me cae bien y me parecer simpático. Pero no es Theo.

Casi amor

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