Читать книгу Casi amor - Chiara F. Citterio - Страница 9
Capítulo 3
ОглавлениеBienvenida al infierno
Son las cinco de la mañana y con mi mamá estamos sentadas desde hace dos horas. Estamos esperando a que llegue Alexander, su novio. Lástima que él no responda a los mensajes ni a las llamadas ni a nada. Excelente manera de empezar mi relación con él.
Miro a mi madre y noto que no lo puede disimular: está nerviosa. Mi mamá es rubia, no natural, claro; ama utilizar ese dorado artificial. Puaj. Es todo lo contrario a mí, aunque ambas preferimos llevarlo corto por la mandíbula. La diferencia es que mi madre va a la peluquería más cara que hay, y yo me lo corto sola en casa. Ella siempre está bien vestida. Nunca se la ve con el maquillaje corrido o mal arreglada, es una obsesiva de todo, desde su casa hasta la de sus amigas. Siempre que está nerviosa, como ahora, se rasca las manos hasta el punto de que llega a lastimárselas. Cosa que, ejem, he heredado.
—Algo le debe de haber pasado. Él no es así. Estuvimos hablando días y días sobre este verano, sobre lo perfecto que queríamos que fuera todo…
—Mamá, ya es la cuarta vez que me lo cuentas. Tu supuesto perfecto novio se olvidó de que hoy veníamos y listo.
Mi mamá me fulmina con la mirada. Sin embargo, justo en ese momento, veo a un hombre que viene hacia nosotras y lo reconozco al instante. Nunca vi una foto de él. Pero sé que es él.
—Mil millones de disculpas por hacerlas esperar tanto. Me quedé sin batería en el celular. Y… tuve un pequeño problema con mi hijo, Félix.
—No hay problema, Alex, en serio.
«Ugh, asco». Mi mamá le da una de esas sonrisas que le solía hacer a mi padre. Me genera vergüenza y terror ver que se las dedica ahora a este hombre.
Alexander nos ayuda con las valijas y lo seguimos hasta su camioneta. Mi mamá se sienta en el asiento del copiloto y, cuando abro la puerta para ir atrás, me encuentro a dos chicos. El de pelo rojo me sonríe: es el hijo de Alexander, estoy segura, es igual a su padre. Alto, de ojos verdes y con pelo bien rojizo.
Me siento a su lado.
—Félix, Emma. Emma, Félix —nos presenta Alexander.
No me presenta al chico de pelo negro que mira por la ventanilla, sin girar para saludarme.
«Raro», pienso.
—Y él es mi amigo, Theo —dice, por fin, Félix.
Theo gira, pausado, como si no le quedase otra alternativa. Y yo me quedo, de pronto, sin aire. Le sonrío, aunque él no me devuelve la sonrisa.
«Idiota, pero qué lindo». Tiene el pelo más perfecto que vi; despeinado, pero no tanto. Sus ojos celestes son del color del cielo un día de primavera en el que hay calor, pero que aun así se puede soportar.
¡Ojalá no tenga hoyuelos, son mi fantasía de hombre perfecto!
Intento desviar la mirada, pero se me hace físicamente imposible. Es como un imán, no entiendo qué me pasa…
Alexander me hace unas preguntas tontas y redundantes a las que yo contesto de la forma más escueta posible. Cuando no me está haciendo preguntas absurdas, está mirando a su hijo por el retrovisor con una mirada desaprobadora.
Félix le susurra algo a Theo y este se ríe. Mierda. Dos hoyuelos. Nada bueno puede salir de esto.
Cuando llegamos a la casa, intento abrir la puerta del auto lo más rápido que puedo. Al mirar dónde viven, siento que no lo puedo creer. ¡Es una mansión! Alexander me contó que estamos en el barrio de Santa Mónica. Exacto, como en las películas.
Ellos también se bajan. Theo pasa por delante de mí, sin mirarme, y entra directo. Félix, en cambio, me ayuda con las valijas.
Alexander y mi mamá se bajan del auto mientras comparten una mirada embelesada.
«Ridículos».
—Félix, muéstrale la habitación a Emma, por favor —pide su padre.
Félix asiente y entramos. La casa por fuera ya se ve muy bonita, pero por dentro es espectacular.
—Perdón… pero ¿tendrías algo con chocolate? —pregunto. No me puedo contener más. Necesito comer algo dulce ya.
El pelirrojo me deja sola unos segundos y vuelve con unas galletitas.
—Gracias —digo.
Félix vuelve a caminar, yo lo sigo; me muestra el baño y luego mi habitación. Le agradezco por su ayuda y él se va. Yo me quedo atónita mientras miro mi habitación de verano. Es inmensa. Los americanos y su ego de demostrar todo su dinero en metros cuadrados.
Abro mi valija para buscar mi pijama. Quiero darme una ducha, no dormí en el avión porque me quedé leyendo. Sabía las consecuencias, pero no me importaron.
Bostezo y salgo al pasillo. Entro al baño sin tocar y me arrepiento de inmediato. Theo está desnudo y, Dios, ¡qué hermoso es! Tiene músculos que ni siquiera sabía que se pueden tener si no eres Zac Efron y, bueno, me quedo unos segundos de más hasta darme cuenta de mi error. Quiero balbucear algo que ni yo entiendo qué es.
Deseo desaparecer de la faz de la tierra. Estoy por retirarme, con la respiración agitada, y giro:
—¿Apenas llegas y quieres meterte en la ducha con mi mejor amigo?
Me enfrento a Félix.
—Mal comienzo, hermanita.
«Ni me lo digas».