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Capítulo 2

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Último día feliz

Ring, ring. El timbre. Un sonido que siempre me trajo libertad. Ahora, lo único que quiero hacer es pegarme la cabeza contra la pared y levantarme en otra dimensión.

Mi mejor amiga, Bella, viene y me abraza por atrás.

—Te voy a extrañar mucho, mucho, mucho estas vacaciones.

—Bella, por favor, no me estás dejando respirar.

Ella me suelta, su mirada es triste. Sus ojos verdes, que siempre están llenos de vida, hoy me miran con una melancolía enorme. Intento consolarla, pero como no tengo los mejores dones para la comunicación, hago las cosas peores. Mi amiga es de esas chicas que uno dice: «¿cómo puede ser tan linda?». Su cabello es rubio y llega hasta la cintura. Y siempre sonríe. Bella es bella sin maquillaje, sin nada artificial. Parece de esas que tienen una playlist entera con boybands, pero no es su caso ya que es puro rock pesado lo que ella escucha.

—Vamos, Bella, no llores. —La abrazo—. Ni siquiera me fui y ya estás sensible. —Le doy unas palmadas en la espalda—. Tienes que ser un poco más fuerte. Si no, vas a ser una triste hormiga rubia todo el verano…

Se despega de mí.

—¿Triste hormiga rubia? ¿Qué significa eso?

Cuando estoy a punto de responderle, Nate se acerca y me levanta por el aire.

—¡Suéltame ya! —grito.

Si no me suelta, sin dudas voy a vomitar.

—Nop —dice él mientras me coloca en su hombro—. Vas a estar en California todo el verano así que lo mínimo que puedes hacer por mí es estar así un tiempo. Y sin patalear.

—Si me bajas, te traigo esos chocolates americanos que tanto te gustan.

Mi mejor amigo mide un metro con ochenta y cinco centímetros, es rubio y sus ojos son almendrados. La mandíbula es de esas que piensas que fue tallada a mano, definida, recta, musculosa. Además, tiene un pack de abdominales increíble que va a juego con su gran sentido de la moda. Completamente perfecto.

Juega al fútbol y tiene un grupo de chicas que lo acompaña a donde sea. Lo normal sería que, al ser tan buenos amigos, los dos nos hubiésemos enamorado de forma profunda y hubiéramos declarado nuestro amor de una manera cursi y romántica.

Pero no. Obvio que no. Nate sale con chicas que parecen Barbies humanas y yo, con mi metro sesenta y ocho, y mi cuerpo bonito, pero estándar, no soy suficiente. Tampoco ayuda que siempre esté vestida de negro.

Nate me baja de forma automática y me abraza muy fuerte. No puedo odiarlo. No me sale. Ahora, con él abrazándome y diciéndome lo mucho que me va a extrañar. No puedo. Yo estoy enamorada de Nate desde que tengo uso de la razón, pero él no de mí. Me lo dejó claro después de esa noche.

De repente, me llega un mensaje de mi mamá al celular.

Hija, te estoy esperando en la puerta. Sal pronto, por favor, si no, llegaremos tarde al avión.

—Amigos queridos… es la hora de mi partida. Deséenme suerte o morirán.

Los dos me abrazan y, en ese instante, siento que estoy a punto de llorar. Pero no lloro, soy un puto iceberg.

Camino hasta subirme al auto de mi mamá. Me cuesta mirarla. Estoy muy enojada con ella por lo que me está haciendo. Bajo la ventanilla y saludó a mis amigos. Nate está abrazando a Bella que llora. Creo que él también tiene los ojos llorosos o quizá son ideas mías.

Suspiro.

¡Dios, cuánto voy a extrañar a estos dos!

***

Mientras observo por la ventana, pienso en mí. Ahora, tengo los ojos grises; eso de que los ojos pueden cambiar de color con el tiempo es cierto. Antes eran celestes como el mar y ahora son esto que me queda; es como si las lágrimas se hubiesen llevado todo el color.

Mi papá murió hace dos años y yo sigo sin superarlo. Nunca voy a poder hacerlo. Pero mi mamá sí, ya lo hizo. Ella es abogada y viaja mucho por su trabajo. En su último congreso, conoció a un productor de Hollywood y se enamoró de él. Bastante rápido, diría yo. Por eso, pasaremos las vacaciones en Los Ángeles.

¡Yey! —Es sarcasmo—. Odio a los norteamericanos y, más aún, a sus estúpidas playas.

No solo voy a tener que pasar mi verano allí y conocer al novio de mi mamá, sino que también a su hijo.

Diversión… allá vamos.

Casi amor

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