Читать книгу Antología 7: ¡Perdonado! - Christian Mark - Страница 11
Оглавление¡No quiero!
Pero cuando nos disponemos, Dios coloca el sentir, mueve las fichas, saca los escombros de nuestra vida y nos pone a andar.
Por Pabla Aquino
Beatriz se creía un fracaso en materia de perdones… Y es que lo había intentado muchas veces y a pesar de las buenas intenciones y de que se lo imponía como propósito, sencillamente no lo sentía…
Demasiado equipaje del pasado sin entender, cosas que simple y llanamente eran imposibles de borrar. Demasiados errores, dolores e historias familiares que se repetían sin que ella pudiera entender o superar. Y un Dios al que sentía lejano, muy lejano, y en el que hacía tiempo había dejado de creer.
Así que, cuando a los 42 años descubrió un nódulo en su axila, dijo: “¡basta!” Colapsó y tal vez haya sido lo mejor que pudo pasarle. Su hijo era chico aún y eso le hacía sentir miedo, mucho miedo. Pensaba en si podría ser cáncer o no. Entre el descubrimiento del nódulo y la biopsia pasó exactamente un año. Durante ese tiempo transitó entre análisis, consultas con médicos y su trabajo.
Fue un largo año en el que su mayor temor estaba relacionado con su hijo menor. ¿Qué sucedería con él si a ella le pasaba algo? ¿Cómo se iban a mantener si tenía que dejar de trabajar por un tiempo?
No había ahorros ni familia en qué apoyarse; así que la almohada de esos días fue la receptora de todo su temor. Sin embargo, ella se encontraba lejos de saber que ese problema que parecía traer muerte, en realidad cambiaría su vida para siempre.
En su angustia e ignorancia comenzó a enojarse con Dios: lloraba, rezaba, se enojaba, todo el combo completo. Solía decirle cosas tan “agradables” como: “¿Cuál es tu problema? ¿No tienes a nadie más a quien complicarle la vida que no sea a mí? ¿Estoy “de turno” acaso? ¿Qué te hice?”
Como es obvio, claramente se sentía una víctima, casi una mártir de telenovela de la tarde. No obstante, en su interior sabía que había gente con problemas mucho más grandes o dolorosos; pero se había cansado y había comenzado a escuchar los susurros de un enemigo que le decía que ella no era importante para Dios.
Hoy, no se siente orgullosa de aquella época. Siempre dice que Dios fue muy paciente con ella o de lo contrario ya la hubiera fulminado con un rayo ante tales irreverencias de su parte. También reconoce que, en medio de sus lamentos, Dios le dio luz y entonces comenzó a investigar acerca del cáncer. Encontró un artículo que se refería a este padecimiento como la enfermedad de la tristeza y decía que todos tenemos células cancerosas y que, ante ciertos episodios, se manifestaban, por así decirlo. Y entonces comprendió…
Era de tarde, pero programó una cita con Dios para esa noche. Y cuando llegó el momento dijo casi textualmente: “Perdón, ya entendí… Bah, entiendo lo de ahora, las consecuencias de la tristeza y demás, pero sigo sin entender todo lo que me sucedió cuando era chica. Yo no busqué eso; sé que perdí la fe y ya ni siquiera estoy segura de que existas o que estés ahí escuchándome; pero si es así te pido que me ayudes para que mi vida cambie. Ya no quiero seguir así, quiero vivir. Quiero conocerte. Dame una señal para saber dónde debo ir o qué debo hacer. Necesito estar segura de que me oíste...”
Esa noche durmió con el cansancio que otorgan las lágrimas soltadas a borbotones luego de un largo tiempo intentando ser o parecer fuerte.
Muchas cosas pasaron entre esa oración génesis, hasta que finalmente Beatriz llegó a una iglesia. Hubo señales que ella desechó por no tener el ojo atento a Dios; sin embargo, de repente una tía con la que no hablaba casi nunca la empezó a llamar para invitarla a una iglesia. Pero una y otra vez desechaba las invitaciones por su ya conocida “alergia” religiosa.
No obstante, su tía se había vuelto muy persistente; así que nuestra heroína pergeñó un plan “brillante” para sacársela de encima. Se dijo a sí misma: “¡ya sé! Voy a aceptar la invitación y voy a ir a su iglesia y luego le voy a decir que no me gustó; así no me molesta más”.
Parecía ser un plan brillante, solo que no contaba con el factor Dios. Luego de varios intentos fallidos en ir a la iglesia y de auto convencerse de que el no poder llegar era una señal del destino, un domingo decidió ir a almorzar a lo de una amiga. Y cuando todo estaba listo para sentarse a la mesa, su teléfono sonó. Era la esposa de un amigo para avisarle que habían sufrido la explosión de una garrafa en su galpón y que él estaba internado en grave estado en el Instituto del quemado que “casualmente” quedaba cerca del lugar donde ella se encontraba.
Obviamente dejó todo y fue a ver a su amigo, que efectivamente se encontraba muy grave. Mientras estaba allí, nuevamente recibió una llamada de su tía “la pesada” que la invitaba, otra vez, a la iglesia.
Creyéndose muy lista, Beatriz le dijo casi con desgano y cierto aire de importancia que estaba en el Instituto del quemado con su amigo accidentado y que otro día iría con mucho gusto, lo cual sabía que era mentira. Entonces, su tía llena de entusiasmo le comentó que la iglesia se encontraba a la vuelta y le insistió que fuera.
Demás está decir que se quedó sin argumentos; la trampa divina estaba puesta y ella había caído. De haber sabido que la iglesia estaba a la vuelta probablemente hubiese mentido para no ir. Así que en silencio y vencida por la “casualidad”, caminó los pocos pasos hasta la iglesia y entonces sucedió…
No terminó de cruzar la puerta, cuando solo atinó a decir casi entre susurros: “es acá”. En ese momento, había una banda en el escenario y un muchacho cantaba una canción que aún hoy recuerda, porque fue como un sello en su espíritu. Su hijo que estaba con ella, sin haberla escuchado musitó las mismas palabras: “es acá”. Y fue ahí donde media hora después, sin entender absolutamente nada, estaba bautizándose y aceptando al Señor como dueño de su vida un 28 de diciembre de 2008 a las 14:30.
Sin saberlo, en ese momento, hizo otra oración irreverente y silenciosa. Dijo simplemente: “Si estás ahí, te pido que me muestres cuál es el origen de todo el dolor que tengo dentro y que no entiendo. Te pido que me sanes”. Y así fue como en un silencioso pero implacable juego de ajedrez, un montón de piezas comenzaron a moverse.
Star Wars
Beatriz recuerda que las primeras prédicas tenían que ver, de algún modo, con perdón y promesas. Pero estaba irritada porque seguía sin entender cómo era ese asunto de perdonar sin sentirlo. Consideraba que nadie tenía realmente una explicación que no sonara a frases hechas. Y una vez más, hizo una cita con Dios.
En esos días, mascullaba y hablaba franca e informalmente con Dios y le decía que no entendía por qué debía perdonar a quienes no solo le habían robado parte de su vida, sino que nunca habían demostrado arrepentimiento; y lo que es peor tampoco sabía cómo hacerlo.
Entonces una tarde, de “casualidad”, mientras iba y venía haciendo las tareas de la casa, se detuvo de repente detrás de su hijo sin saber por qué. Él estaba en el sillón mirando una película. Le preguntó qué estaba viendo y él le respondió con desgano (como cualquiera que detesta ser interrumpido): “¡Star Wars, má!”
Realmente esa no era una película que a Beatriz le interesara y, de hecho, para sus adentros pensó: “es una película de hombres”. No obstante, se había quedado como atornillada detrás del sillón mirando una escena muy rara. Había muchos hombres sentados en círculo, una especie de concilio que “examinaba” a un chico que parecía ser una especie de elegido. El que presidía dicha reunión era un personaje que luego supo que se llama Yoda. Este observaba en silencio al niño.
Luego le preguntó si tenía miedo y si tenía dolor. De algún modo le explicó que el dolor llevaba al resentimiento; este, a la ira y la ira lo llevaba al lado oscuro. Y en ese preciso instante, Beatriz no solo entendió por qué debía perdonar, sino que supo con total y absoluta certeza que Dios realmente la escuchaba y que le había respondido de una forma simple e inolvidable.
De repente, como en un juego de dominó, “vio” que cada pieza estaba conectada y que cada perdón no soltado hacia sí misma o hacia otros era una trampa que se enlazaba con otras piezas de tristeza, enfermedad o fracaso. Y digo una trampa porque en realidad perdonar (a sí mismo o a otros) no es algo que se sienta “natural”.
Se siente más “rico” guardar rencor, tener memoria, exigir justicia, esperar que, en las vueltas de la vida, quien nos haya dañado pague por lo que hizo. Cuántas veces vemos películas, novelas o libros que exaltan la venganza de una forma heroica. Nadie esperaría que en Búsqueda Implacable o en Rambo los protagonistas busquen a los “malos” para perdonarlos.
La vida real es mucho más compleja, más llena de matices y la verdad es que con mayor o menor gravedad, queriéndolo o no, todos en algún momento somos el malo en la historia de alguien. Pero aun si somos excelentes personas y más buenos que Lassie, la verdad es que el perdón es vital, porque acumular ira o dolor se vuelve veneno que corre por nuestras venas.
Pero ¿cómo lograrlo? Siendo sinceros con Dios: “No quiero perdonar, Señor; ¡no lo siento! Pero entiendo que debo hacerlo por ti y por mí. Por lo tanto, aunque no lo sienta, hoy me perdono y perdono a otros; dejo la justicia en tus manos; ya no en las mías”. Beatriz hizo esta oración simple y descarnada. Luego, como en el juego de ajedrez antes mencionado las piezas comenzaron a moverse.
Una prima y un secreto
Como de costumbre sucedía, Beatriz notó que luego de hacer una oración tan importante, no pasaba nada visible. No hubo señales ni nada que se le pareciera.
Un día, supo que una prima cercana y a la que hacía años no veía estaba con algunos problemas. Y allí fue con la idea de escucharla y ayudarla, pero sin mucho convencimiento ni entusiasmo debido a la distancia. Ella cuenta que ese día fue una bisagra en la vida de su prima, pero no había imaginado que lo sería para ella también.
La tarde transcurría apacible entre palabras, memorias de tiempos pasados y café. Y entonces, cuando estaba por retirarse y despedirse casi en el marco de la puerta, con la miraba baja su prima le dijo:
—Hay algo que tengo que contarte; no puedo ocultarlo más… Tienes un hermano de parte de tu papá; bueno, en realidad más de uno; y hace años que te buscan. Toda nuestra familia lo sabe, pero teníamos prohibido contarte ni darle tus datos a él. No sé por qué. Pero siento pena; él es un hombre grande, enfermo y sus hijos cada tanto vienen, llaman. Hasta en programas de televisión te han buscado sin lograr nunca ningún dato. Siento que tienes que saberlo.
Beatriz no supo qué decir ni pudo articular palabra. Temblando recibió un papel donde estaba escrito el número de teléfono de su hasta ahora desconocido hermano y emprendió el viaje de regreso a su casa en un mar de emociones encontradas. Su papá estaba vivo, tenía hermanos. ¿La amarían? ¿Por qué se lo habían ocultado siendo ya toda una mujer? Demasiadas preguntas, demasiado dolor saliendo al fin de su vida a través de un tema que ya creía tener resuelto.
Cuando esa noche llamó a su hermano y luego a su papá, realmente no sabía qué decir ni qué preguntar ni qué sentir. Del otro lado del teléfono y del país, un hombre de voz llorosa le dijo:
—Te busqué tanto. Perdón…
Y en ese momento, sin discurso y sin disfraz, Beatriz solo pudo decir:
—No hay nada que perdonar. Te quiero, papá.
No hubo más palabras. Pero esa noche en medio del silencio que dan los momentos importantes, ella recordó cada oración simple, franca y descarnada que había hecho y supo que Dios es orden y por lo tanto había comenzado un proceso de sanidad, justamente por el principio; y entendió que cuando nos disponemos, Él hace todo el resto. Él coloca el sentir, mueve las fichas, saca los escombros de nuestra vida y nos pone a andar.
Claramente esto no fue un final. Muchas cosas pasaron después, pero eso queda para otro libro, otro momento.
Pabla Aquino vive en Muñiz, Provincia de Buenos Aires. Divorciada, madre, amiga. Escritora -con 2 libros que pronto saldrán a la luz- y flamante empresaria que ama trabajar, tanto como ayudar o pasar tiempo con su gente. Pero sobre todo es simplemente Pabla Beatriz, hija de Dios, a quien conoce y sirve desde el 28/12/08 a las 14:30. No por mérito suyo sino porque como gusta decir: somos amados desde antes de nacer y Dios da voces buscándonos en esta vida para transferirnos a la suya.
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