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Superando la infidelidad de la mano de Dios

Este capítulo encierra un tramo resumido del libro “Hoy soy más fuerte que ayer” recién publicado por M. Laffitte Ediciones.

Por María Isabel Rodríguez

Me decepcioné mucho de la vida con los hombres que había conocido y decidí que nadie merecía que yo lo amara. Dentro de mí una nueva mujer había surgido. Iba a pensar solo en mí misma y con la misma moneda que me pagaran, iba a pagar yo. Me gradué de Agente del Orden Público (Policía). Aunque en mi interior no era lo que más me gustaba, tener mi uniforme y mi arma de fuego me daba poder; sin embargo, cuando me lo quitaba era la misma tonta y frágil mujer sin autoestima, insegura, herida y sin voluntad.

Había decidido no tomar a ningún hombre en serio; podía tener varios novios a la vez, pero ninguno era oficial. En ese tiempo vivía en un apartamento con dos compañeras de trabajo. Una tarde el novio de una de ellas llegó a la casa acompañado de un amigo. Un muchacho más joven que yo, muy simpático. Yo no estaba interesada en tener ninguna relación, ya que estaba muy bien con la vida como la llevaba.

Un nuevo intento

Resulta que yo fui su amor a primera vista; pidió mi número y comenzó a llamarme. Comencé a contestar sus llamadas y a establecer una amistad. Nada perdía con hablarle; poco a poco, logró convencerme y acepté ser su novia. Confieso que no me di el tiempo de conocerlo y estaba confiada que con él todo sería diferente.

Cuando era jovencita me diagnosticaron endometriosis. Las personas que sufren de esa enfermedad muchas veces tienen problemas para quedar embarazadas, entonces yo creía que el riesgo de quedar encinta era nulo. Por eso, me entregué. Para mi sorpresa, con ese encuentro quedé embarazada. Al enterarme pensé: “Tendré a mi hijo sola y seré madre soltera; puedo hacerlo”.

Pero cuando el joven se enteró, me pidió que me casara con él. Fue todo un shock. Ya había sufrido tanto y pasado por tantas situaciones desfavorables que no quería casarme, y menos sin conocerlo bien. Una cosa que tenía muy clara era que quería ser feliz. Procuraba no repetir la historia de mi mamá. No merecía más dolor.

¿Era necesario ser lastimada de mil maneras? Tal vez muchas personas en tales circunstancias se hubieran refugiado en el alcohol o las drogas. Pero no puedo negar que cuando Dios tiene un propósito para tu vida, puedes ser quebrantado mil veces, pero con todo eso Jehová te ha de levantar. Por lo tanto, si sientes que Dios te está buscando no te resistas, puesto que cuanto más lo hagas, más vas a sufrir.

Un trabajo de espía

Ya casada me di cuenta de que él tenía muchas características que yo no quería para formar una familia. Era muy corto el tiempo que mi marido pasaba en la casa, así que comencé a perseguirlo. Dejaba a los niños en la casa con un familiar, mientras lo seguía.

Estaba muy nerviosa; no me atrevía a hacer algo, pero tampoco quería perder mi matrimonio. No deseaba que mis hijos se criaran sin padre y mucho menos quería volver a empezar. Una noche comenzamos a discutir muy fuerte y él se molestó mucho. No quería aceptar que había otra persona y en medio de la discusión tomó sus cosas y se fue. Lo que tanto temía, sucedió. No estaba segura adonde iría; él no conocía a mucha gente. Me sentía muy asustada pensando que le pudiera pasar algo.

Mi corazonada de mujer me decía que él se iría a la casa de la mujer de la cual yo ya tenía sospechas. Me acuerdo de que un día había buscado en su teléfono celular y había encontrado un número con el cual se comunicaba constantemente, lo anoté y lo guardé. Al otro día de haberse ido llamé a ese número y, tal como lo pensaba, estaba con ella. Aunque mi intuición de mujer no había fallado, me sentía morir. Pasaron varios días, mi bebé se enfermó y tuve que llevarlo al hospital. Entonces, llamé a su padre para que fuera también.

En ese punto, después de tantas cosas durante toda mi vida, mi autoestima como mujer estaba pisoteada; sin embargo, le pedí que regresara a la casa conmigo y los niños, pero su respuesta solo fue que lo pensaría. Mi bebé estuvo hospitalizado durante varios días. Cuando le dieron el alta médica, regresamos a nuestro hogar, pero su papá no regresó con nosotros.

Después de dos días, recibí una llamada de su parte diciendo que iba a regresar a la casa; lo recibí, estaba muy lastimada, pero a pesar de todo no le reclame nada. Cada día me hacía más daño y sufría en silencio.

Tiempos difíciles

A pesar de todo, regresamos a nuestra casa en Puerto Rico, pues queríamos dejar esa triste historia atrás. Mientras, luchaba todos los días en mi interior sin saber qué hacer. Todo continuaba igual; me sostenía por mis hijos, tenía que ser una buena madre; ellos no podían sufrir ni vivir lo que yo había vivido. Además, había algo en mi interior que me decía que algún día todo esto valdría la pena.

Regresé al trabajo, lo cual conllevaba riesgos diarios pues yo sabía que salía de mi hogar, pero no estaba segura si regresaría. En cualquier momento podía suceder algo que me arrebatara la vida; pero continué trabajando hasta que ocurrió un acontecimiento en el cual estuve muy cerca de morir y fue entonces que decidí renunciar. Había llegado el punto en que me dije: “mis hijos me necesitan y tengo que estar por ellos”.

Tomamos, entonces, la decisión de regresar a los Estados Unidos. Mi esposo comenzó a trabajar; sin embargo, las cosas nunca le salían bien. Siempre tenía dificultades para mantener su empleo. Para ese tiempo, yo pude observar que la gente se ganaba la vida recogiendo metales y recibía dinero por ello; así que compramos una camioneta y comenzamos a hacer lo mismo. Estábamos siempre juntos y hasta nos llevábamos a los niños con nosotros. Al fin logramos rentar una casa, comprar un vehículo y sobrevivir. Luego de un tiempo, mi esposo comenzó a trabajar conduciendo camiones y me pidió que no trabajara y que cuidara a los niños.

Él pasaba mucho tiempo fuera y yo solo comencé a refugiarme en la comida, los juegos y el televisor. Durante los fines de semana a mi esposo le gustaba tomar y algunas veces invitaba a sus amigos. Odiaba esa vida, pero no hacía nada por cambiarla. Entonces conocí a unas amigas y comencé a tomar también, y lo peor fue que caí tan bajo que hasta en un momento empecé a consumir sustancias controladas para escapar de la realidad. Lo único que lograba era destruirme más.

A pesar de todo, yo tenía un corazón de ayuda incomparable; así que abrí las puertas de mi casa para ayudar a una familia, pero lamentablemente hasta en eso fallé. Quise ayudarlos y les dejé la casa donde vivíamos a pesar de que en mi corazón sabía lo difícil que sería comenzar de nuevo. Pero necesitaba salir de allí. En vez de agradecimiento, recibí traición y me quedé sin amigas.

El mensaje de Dios

Entonces nos mudamos y los niños comenzaron a asistir a otra escuela; los maestros comenzaron a quejarse de sus conductas y nos otorgaron un terapista. Me sentía muy mal hasta donde había llegado, tanto que decía que mis hijos no tenían que sufrir, pero no me percataba que por mi accionar ellos también sobrellevaban las consecuencias y estaban siendo afectados. Así que no me quedaba otra opción que llevarlos a las consultas porque si no me iban a reportar. Esa experiencia fue el principio de lo que Dios me tenía preparado.

Un día llegué a la oficina del terapista y luego de haber finalizado la sesión con los niños, me solicitó que entrara como cada vez para ponerme al tanto de cómo iba la terapia. Esta vez sentí algo distinto. Me habló sobre el progreso de los niños y sobre las estrategias para trabajar con ellos. De repente me preguntó si asistía a la iglesia. Le respondí que no, porque yo consideraba que las personas que iban a la iglesia eran peores que los que estaban afuera.

Recuerdo que aquel profesional abrió sus ojos y me dijo unas palabras poderosas al momento que me entregó una invitación para celebrar el aniversario de una iglesia. La que guardé y me fui. Ya en la casa me puse a pensar mucho y comencé a llorar pidiéndole a Dios que me ayudara a ser fuerte y que necesitaba conocerlo pues ya no quería continuar igual. Fue esta la primera vez que me puse de rodillas y, sin saber orar, le hablé y le dije: “te voy a dar una oportunidad, (…) así que espero que esta vez me demuestres que verdaderamente me amas”. Un poco fuerte fue mi oración, pero eso era lo que tenía dentro de mí.

Él abrió caminos donde pensaba que no los habría y obró en maneras que yo no podía entender. También me guio y estuvo siempre a mi lado (aun cuando yo creía que me había abandonado) y me dio fuerzas. Me estaba formando y si bien es cierto que fue fuerte conmigo, era porque él sabía que yo haría grandes cosas en su nombre.

Esa visita a la iglesia fue el comienzo de una nueva vida. Jamás olvidaré la fecha: un 16 de octubre de 2013, entré por la puerta del lugar y, desde ese momento sentí la misma sensación que había percibido a los 14 años en aquella pequeña iglesia atrás de mi casa en Puerto Rico. Yo lloraba y lloraba y no podía contenerme pues era muy fuerte lo que estaba experimentando y me rendí diciéndole a Dios en esos momentos: “Dejo todo aquí; con mis fuerzas no he podido, mas con las tuyas todo lo podré”, como lo dice en Filipenses 4:13, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

Hice mía esa Palabra, recibí al Señor en mi vida y esa misma noche desde el lugar donde me encontraba le prometí que yo y mi casa serviríamos a Jehová. Declaré eso sobre mis hijos, mi matrimonio, mi familia, mis finanzas y sobre mí. Dios cambiaría mi vida, sabía que no tenía que continuar luchando sola porque ahora Dios era mi escudo y mi fortaleza. Regresé a casa y le compartí a mi esposo la noticia: ¡había aceptado a Cristo en mi corazón!

Quería conocer más de Cristo, tenía sed de su Palabra, así que comencé a ir a la iglesia todos los días en los que había servicio y hasta asistía a los servicios especiales. No me cansaba y siempre llevaba a mis hijos conmigo; mi esposo no iba, pero tampoco me lo impedía. Poco a poco empecé a duplicar mis oraciones y comenzaron a haber cambios en mi hogar. Cuando uno le ora a Dios y se entrega totalmente, Él obra a su favor.

Recuperar la fuerza

Después de tantos años me sentía fuerte y segura; sabía que grandes cosas me esperaban; estaba convencida de que nuestras vidas iban a ser diferentes. Pasaron varios meses y yo cada día más me entregaba a Dios y con mis hijos no faltábamos a ningún servicio. Un domingo me levanté con los niños y comenzamos a prepararnos; mi esposo se levantó y me dijo: —Yo también quiero ir—. Me quedé perpleja, pero tranquila porque sabía que era la mano de Dios.

Fue una oración cumplida, pues cuando llegó a la iglesia él sintió algo muy fuerte y al salir me dijo: —Me gustó, quiero continuar viniendo. Desde ese momento hasta ahora mi esposo sirve a Dios fielmente. Yo me he dedicado a estudiar y he logrado varios títulos que menciono en mi libro y todo ha cambiado para bien. ¡Dios es muy bueno!

María Isabel Rodríguez reside en Pennsylvania, USA. Está casada con Osvaldo Rivera y es madre de Xavier, Yenismary y Yariel. Pertenece a unas de las Iglesias latinas más grandes en el área de Philadelphia donde es líder en diferentes áreas junto a su familia. Posee un sinnúmero de estudios y conocimientos en el área ministerial, como también empresarial, siendo propietaria de varios negocios en la comunidad. Es autora del libro “¡Hoy soy más fuerte que ayer!”

Email: airamisabel05@gmail.com

Web: maria-isabel-ministry.com

Facebook: Maria Isabel Ministry

Instagram: maria_isabel_ministry

LinkedIn: Maria Rodriguez

Twitter: @MariaMinistry


Antología 7: ¡Perdonado!

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