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“¡ESTOY APASIONADO

POR JESÚS!”

Sin pretenderlo, me he convertido en protagonista de milagros maravillosos que Jesús hizo en mi entorno. Y al ver actuar a Dios junto a mí, aprendí que los milagros no tienen tanto que ver con los dones sobrenaturales, sino con la pasión por Cristo.

Por Reydesel Ontiveros

Era temido por la gente de los pueblos circunvecinos. Se trataba de un loco feroz. Ni siquiera sabemos su identidad, no sabemos nada sobre él o su pasado, o qué llevó a este personaje a esa condición. La gente lo llama “el endemoniado de Gadara”. No se sabe nada más que eso sobre él.

Su historia les da rostro a muchas vidas que han sido paralelas; por ejemplo, la mía. Me identifico con él, primero porque estaba perdido y Jesús vino en mi ayuda; segundo, fue Cristo quien me libertó; y tercero, fue Él quien le dio sentido a mi vida.

Este capítulo lo dedico a los perdonados, especialmente aquellos que fueron impactados por la vida y el testimonio de la predicación de este varón (el endemoniado de Gadara). ¿Se ha puesto a pensar en eso, en la vorágine que se desata al momento de ser perdonado? Toda aquella gente que está en su radar de influencia es impactada por su vida, como un efecto dominó del perdón.

Quiero compartir algunas de las situaciones especiales que el Señor me ha dado la dicha de vivir. Esto sucedió hace algunos años, fue una de mis primeras experiencias sobrenaturales, se podría decir.

Quiero aclarar que en su mayoría las experiencias personales que he tenido han sido fuera de las cuatro paredes del templo. Las calles y el lugar donde trabajo se han convertido en mi púlpito, soy un predicador nada convencional: donde me abra el Señor una puerta, ahí voy a estar yo. Les aseguro que no desaprovecharé ninguna oportunidad.

Las ronchas de Juan

Este testimonio fue uno de los primeros en mi ministerio. Me encontraba trabajando, y había un joven llamado Juan que simpatizaba con nuestro estilo de vida: la mía y la de un joven cristiano guatemalteco, quien también era nuestro compañero de trabajo. Juan llegó una mañana al trabajo con todo su cuerpo lleno de ronchas, obviamente era alérgico a algo.

Al cabo de un tiempo, se sentó, porque era demasiada la comezón en su cuerpo y ya no podía trabajar. Le dije a Juan en un momento: “Oraremos por ti”. Él me respondió: “Gracias, estoy bien así. Soy católico”, a lo que rápidamente contesté: “Dios también sana a los católicos”.

Sin mediar más palabras, y sin autorización de él, lo tomé del antebrazo e hice una oración corta, muy corta, la cual creo que no me llevó más de un minuto: “Señor, muestra tu amor a Juan; sánale para que él te conozca”. Acto seguido, lo solté, y Juan me dio testimonio de que, al momento de retirar mi mano, aquella comezón terrible había desaparecido inmediatamente.

Pero teníamos un problema: seguían aquellas ronchas en su brazo, y esto creó un conflicto en su mente. La duda quiso entrar en acción, pero el Espíritu Santo me recordó una escritura. Fue el momento cuando Jesús maldice la higuera. Al siguiente día, cuando Jesús regresaba con sus discípulos, Pedro observó que la higuera que Jesús maldijo estaba seca.

El Espíritu Santo me había hecho una pregunta cuando yo leí esta escritura: “¿Cuándo se secó la higuera?” Yo contesté: “Al momento, Señor. Tu palabra impactó su interior, sólo que Pedro pudo verlo recién el siguiente día”.

Y volviendo al momento, entendí que el Espíritu Santo me estaba enseñando que con Juan había pasado lo mismo. Ya se había dado un suceso dentro de su cuerpo, así que le dije: “En media hora desaparecerán todas esas ronchas”.

No sé si fue Dios el que me dijo que pronunciara esas palabras, pero el milagro total sucedió en ese lapso de media hora. Desaparecieron todas las ronchas, su piel se veía tan limpia como si jamás hubiesen estado ahí esas erupciones malignas.

Juan comenzó a dar testimonio a grito abierto diciendo que Jesús lo había sanado. Decenas de personas se quedaron admiradas no solo del milagro en sí, sino de que Juan estuviera testificando de Jesús.

El varón de Gadara deseaba, en agradecimiento, irse con su benefactor. Pero Jesús lo envió a Decápolis a dar testimonio de “cuán grandes cosas Dios ha hecho en su vida”. Este varón fue el apóstol de Decápolis técnicamente, pues “apóstol” significa “enviado”. Soy de los que creen que todos los perdonados somos una suerte de apóstoles en nuestras empresas, nuestros trabajos, en nuestras comunidades, ciudades, familias, etc.

Los problemas judiciales de Omar

En otra oportunidad, estando en mi trabajo, en la hora de descanso, comencé a orar por los alimentos al lado de dos amigos simpatizantes del evangelio. Entonces, un nuevo empleado se acercó a nosotros, y al verme orar me preguntó si yo era cristiano.

Contesté como suelo hacerlo: “Por la gracia y misericordia del Señor”. Se sonrió y ahí quedó, por el momento, la plática. Sin embargo, ese día lo enviaron a mi área de trabajo. Inmediatamente se presentó, me dijo que su nombre era Omar y que se profesaba ateo. Argumentó algunas malas experiencias que había tenido con otros cristianos y me aseguró que yo estaba bajo su observación, para ver si en verdad era cristiano.

Entonces llegó el día que yo estaba esperando, el minuto que cambiaría su destino. Me comentó que tenía algunos problemas judiciales y que era muy probable que lo arrestaran, porque estaba libre bajo fianza pero ya no tenía dinero para costear un abogado. Sus problemas eran serios: según me comentó, los cargos que enfrentaba eran por posesión y distribución de enervantes, una especie de droga energizante.

Le dije a Omar con firmeza que no lo encerrarían. Me reiteró que no tenía dinero para pagar el abogado, y que además era culpable y merecía pagar, que eso era lo justo. Le contesté que Jesús había pagado por todos sus delitos, y que también incluía ese. Me contestó: “No me ilusione, eso no puede ser cierto”. Lo desafíe, y le dije: “Si no te encierran, ¿me das la oportunidad de presentarte el evangelio oficialmente?”. Me respondió: “No sé qué decir, pero lo pensaré; y mañana seguro tenga una respuesta”.

Así fue, al siguiente día me dijo que sí, que aceptaba ese desafío, pero que, si lo arrestaban, que yo me ocupara de sus gastos por tres meses en la prisión. Le contesté que sí lo haría si fuera el caso, pero que le aseguraba que él no iba a pisar la prisión.

Yo ni siquiera estaba seguro de que era Dios hablándome, pero había empeñado mi palabra de que no lo arrestarían. Era martes, y el miércoles tendría su audiencia con el juez a las ocho de la mañana. Así que a las dos de la mañana yo estaba orando al Señor y poniéndolo al corriente de que había dado mi palabra y que, si quedaba mal yo, también Él quedaría mal.

Se reportó a trabajar después de la audiencia, y le pregunté: “¿Qué pasó?” Me contestó que todo había estado bien, que Dios hizo más de un milagro, pero que estaba seguro de que lo arrestarían en la próxima audiencia. Le contesté que no sucedería, porque si no había pasado ese día, no tendría por qué pasar después.

Allí quedó la conversación. Tuve una oferta de trabajo en otra compañía así que dejé de verlo. Pero al año lo encontré, justamente donde yo estaba ahora trabajando. Entonces, me dio testimonio frente a todos mis compañeros del trabajo acerca de todas las maravillas que Dios había hecho, y cómo cada palabra que declaré sobre su vida, Dios la honró. Ahora ya no se profesaba más ateo, sino discípulo de Jesucristo.

Dice la Escritura: “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (Lucas 7:47). No hay dudas de que, para seguir a Jesús, se requiere de mucha pasión. Estoy más que convencido de que el apóstol de Gadara impactó Decápolis, llamada así por las diez ciudades que la componían.

Cuando algún apasionado se pone a las órdenes de Jesús, el reino de Dios es establecido en cualquier momento y en cualquier lugar. Allí, Jesús dará testimonio de Su Palabra junto a él.

Lo que nos enseña el texto de Lucas es que al que mucho se le perdona, mucho ama. Quiero aclarar que este hombre, el gadareno, no tenía una credencial que lo avalara como diácono, ministro o pastor. Lo más importante es que Jesús te envíe; y si Él lo hace, estará contigo en todo.

José: del borde de la muerte a la vida

Y en esta línea de pensamiento, quiero compartir el siguiente testimonio. El pastor de la iglesia en la cual me congregaba estaba predicando en una emisora vía internet. Entonces, una mujer que estaba oyendo la radio contactó al pastor y le pidió que acudieran a orar a un hospital por un tío que se encontraba internado.

La situación del hombre era seria: estaba en coma, en cuidados intensivos. Así que, ¿a quién creen que envió el pastor? Efectivamente, a mí. Aclaro que no soy pastor, diácono o ministro; no tengo ninguna credencial de alguna organización que me avale, pero Dios me escogió para enviarme a orar por este señor.

Así que llegué a cuidados intensivos. El asunto era delicado: la cama estaba cubierta por unas cortinas plásticas, dos enfermeras monitoreaban su situación y lo rodeaban máquinas por todos lados. Me presenté, y me dieron permiso para entrar con dos de mis acompañantes.

El hombre estaba en estado vegetativo persistente. Dentro de la unidad de terapia intensiva, una de las hijas hablaba por teléfono con algunos otros familiares. Estaban poniéndose de acuerdo sobre el funeral, según pude escuchar. Es muy común en muchos de los hospitales desconectarlos, porque desde el punto de vista médico-científico, el enfermo tiene vida artificial, y sólo está vivo por las máquinas a las que está conectado, y es muy caro mantenerlo con vida.

Así que me presenté ante este hombre, de nombre José, y le hice saber que estaba ahí para orar por él, para que Dios hiciera un milagro. Le dije que era su única y última esperanza, pues estaba prácticamente sentenciado a muerte, ya que pronto lo desconectarían.

Aparentemente estaba inconsciente, pero lo tomé de la mano y le dije que si me escuchaba moviera un dedo. Efectivamente así lo hizo, y yo entendí que un milagro venía ya en camino. Oré. No llevaba ni un minuto de estar orando, cuando aquellas máquinas enloquecieron, emitiendo sonidos y moviendo las escalas hacia diferentes puntos. Yo no entendía qué significaba eso.

Las enfermeras corrieron alocadamente, prácticamente nos lanzaron para un lado, y empezaron a llamar al enfermo por su nombre. Aquella atmósfera de muerte se transformó en una atmósfera de vida en cuestión de minutos. Ahí estaba Jesús. Tuvimos que retirarnos, y un par de días después me informaron que José estaba en su casa, ya recuperado.

He aprendido que, tener la mano de Dios moviéndose en nuestras vidas, tiene más que ver con la pasión con que vivimos, que con los dones sobrenaturales -o naturales en algunos casos- con que fuimos bendecidos. He aprendido que Dios se mueve si yo me muevo en fe, que los milagros suceden y los dones se activan cuando yo oro por alguien o le comparto las buenas nuevas de salvación.

He aprendido que no puedo esperar a que me inviten a predicar en un evento de miles o en alguna congregación; que el reino de Dios baja en el lugar donde estés, y los milagros suceden todos los días. Solo debemos estar receptivos y alertas a la voz de Dios. Él se está moviendo siempre. Lo único que necesitamos para ver milagros suceder es pasión, ¡pasión por Jesús!

El apóstol de Gadara predicó en estas diez ciudades que Dios le entregó, y estoy seguro (aunque no lo registra la Biblia) de que muchos milagros sucedieron, porque así es la predicación del evangelio: lo siguen las señales.

Te invito a que vivas en tu ciudad esta experiencia. Si ya fuiste perdonado, entonces tu vida debe tener sentido. Predica con pasión a Jesucristo, y serás testigo en tu ciudad, en tu escuela, en tu trabajo, en cualquier lugar. Donde estés, seguramente vivirás la emoción de la predicación.

Termino parafraseando al escritor a los hebreos: “¿y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría…” (Hebreos 11:32, JBS) para contarles tantos otros testimonios de cosas maravillosas que Dios me ha permitido vivir. Pero en una nueva oportunidad, compartiré las grandezas de nuestro Dios.

Rey Ontiveros, oriundo de México, reside actualmente en Phoenix, Arizona, USA. Está casado con Mayra Vargas y es padre de un bebé nacido en este año 2020. Su ministerio se ha desarrollado en los últimos años fuera de las cuatro paredes: grupos celulares, redes sociales y en las calles de la Ciudad, donde ha visto la mano de Dios obrar con mayor poder.

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Antología 7: ¡Perdonado!

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