Читать книгу Antología 7: ¡Perdonado! - Christian Mark - Страница 8
ОглавлениеAndrés
Nos rescató, nos limpió, nos dio una casa y un nombre. Fuimos adoptados por un Dios maravilloso.
Por Mauricio Alarcón
El auto se detuvo frente a una casa de muros blancos, muchas ventanas y con lo que parecía la selección exacta de plantas ornamentales que, con su peculiar variedad de colores, le daban un toque de sencillez, alegría y elegancia.
Esa primera imagen impactó a Andrés de tal forma, que descendió del auto lentamente y sin quitar la vista de la casa. Sus ojos estaban tan abiertos como más no podrían abrirse. Su rostro, iluminado por la hermosa imagen de esa, su nueva casa. No podía disimular la grata sorpresa que se había llevado. En esos momentos, Andrés no escuchaba las voces de Iván y Paty preguntándole: “¿Te gusta tu nueva casa? ¡Andrés!, ¿Te gusta?”.
Andrés tardó unos minutos en poder reaccionar. Estaba realmente impresionado por su nueva casa. Cuando por fin logró regresar de su asombro, giró su cabeza hacia Iván y Paty, quienes, tomados de la mano, veían emocionados la expresión de Andrés, mientras le invitaban a caminar delante para entrar a la casa. Recorrieron sin prisa el endosado que cruzaba el jardín frontal. Ocasionalmente, Andrés se detenía en alguna planta para tocarla y comprobar que esos vivos colores no eran producto de un creativo truco de algún pintor. Finalmente, Iván, Paty y Andrés entraron a la casa.
Las negras cejas de Andrés se elevaron, formando un par de arcos que enmarcaban el brillo en sus ojos cafés. La luz que entraba por las ventanas, la decoración de la casa y un olor peculiar, desconocido, dejó sin aliento al pequeño Andrés, un niño de apenas once años de edad, que no podía creer lo que estaba viendo. Caminaba con prisa de un lado a otro de la casa, descubriendo cada habitación, cada rincón, cada mueble, cada detalle. Eventualmente, Andrés se detenía y levantaba la barbilla para dirigir su nariz y olfato hacia un lugar específico. Y es que, lo que causaba que Andrés recorriera toda la casa, era ese peculiar olor: quería encontrar de dónde provenía, o cuál era su origen.
Cuando hubo recorrido toda la casa, se dio por vencido y se volvió a Iván y Paty, para preguntar: “¿Qué es ese olor? ¿Por qué huele así está casa?”, preguntas que tomaron por sorpresa a Iván y Paty, quienes se miraron uno al otro con cierto desconcierto. Iván, con su característica calma y soltando la mano de Paty, se inclinó hasta llevar su cara a la misma altura que la cara de Andrés, y respondió con otra pregunta:
- ¿A qué olor te refieres? ¿Hueles algo desagradable?
- No - respondió Andrés - No es desagradable. Al contrario, es algo… algo bueno. Huele mejor que el pan recién salido del horno de la panadería; huele mejor que esta ropa nueva que me han regalado. No sé qué sea.
Iván entendió de inmediato. Mirando a Paty, le guiñó un ojo, y apoyando una rodilla en el suelo, tomó a Andrés de los hombros y le dijo:
- ¡Ah! Ya sé a qué te refieres. Ese olor que percibes - dijo Iván - es el olor al hogar.
- ¿Hogar? - preguntó Andrés.
- Si, el olor de nuestro hogar. Cada casa tiene un particular olor, generado por la suma de muchas cosas. Por ejemplo: los muebles, las plantas que hay en ella, y especialmente, por los sentimientos de las personas, como el amor y la alegría.
- En esta casa - continuó Iván - hay un olor especial para ti, y tú lo percibes porque es el olor que sale de nuestro amor por ti, y de la alegría de tenerte aquí, en esta, tu nueva casa, con nosotros.
- Entonces, ¿esta casa siempre va a tener este olor? - preguntó Andrés.
- Sí, siempre - respondió Iván - Lo importante es que sepas que este olor, es el que te estará esperando cuando regreses de la escuela, y cuando regreses de ver a tus amigos. Es el mismo que me espera a mi cuando regreso de trabajar. Es el mismo que recibe a Paty cuando regresa de las compras, el mismo olor que nos esperará cuando regresemos de la iglesia o de un paseo.
Andrés estaba maravillado con las palabras de Iván. ¿Cómo podía ser posible que una casa tuviera olor a alegría? ¿O que hubiese olor procedente del amor? ¿Sería cierto lo que Iván le había dicho?
Andrés se quedó en silencio, pensando en aquellas palabras de Iván.
- ¿Quieres saber cuál será tu habitación? - preguntó Iván.
- ¡Sí! - respondió Andrés.
Iván tomó de la mano a Andrés, y lo condujo hasta la habitación que sería su dormitorio. Tenía vista al hermoso jardín trasero de la casa. Cuando Andrés vio que solo había una cama, preguntó, extrañado:
- ¿Aquí dormiré yo solo?
- Así es jovencito - respondió Iván - Esta habitación es para ti.
- ¿Solo para mí? ¿No habrá alguien más?
- No, nadie más. - aseguró Iván. ¿Esperabas que hubiera alguien más en tu habitación?
- No. Bueno, sí. En realidad, no lo sé. Lo que sucede es que… ¡nunca he tenido una habitación para mí solo!
Un duro pasado
Andrés empezó a sollozar. La emoción de haber arribado a una nueva casa, percibir el olor al hogar, y ahora tener una habitación solamente para él, era demasiado. Y es que Andrés era un niño que había sido abandonado en sus primeros años de vida por unos jóvenes padres, quienes, al haber dado lugar a las pasiones, se encontraron con un embarazo no deseado.
Los padres biológicos de Andrés se esforzaron medianamente por hacer frente a las responsabilidades de manutención de su hijo, pero todo se complicó. Pleitos, celos, desempleo, hambre, irresponsabilidades y maltratos, provocaron que tomaran lo que ellos consideraron “la mejor decisión”: Abandonar a Andrés debajo de uno de los tantos puentes vehiculares de la ciudad, sabiendo que ahí podría ser encontrado por la policía, o por algún transeúnte, o en el peor de los casos, por algún vagabundo que, seguramente, le compartiría un pedazo de pan.
Andrés fue encontrado primero por una pareja de borrachos y vagabundos. Estos pensaron que, haber encontrado a ese niño, era como haberse encontrado un tesoro, ya que con él en brazos podrían pedir dinero. Seguramente muchas personas serían conmovidas a dar, y entonces ellos tendrían mayores ingresos. Con eso en mente, esos vividores usaron a Andrés como herramienta de ganancias.
Cuando Andrés tenía seis años, lo obligaban a trabajar pidiendo limosna en los semáforos de la ciudad. Hasta que un día, personas del gobierno local se percataron de la explotación de que era objeto Andrés, y lo llevaron a un orfanato donde, supuestamente, tendría convivencia con niños de su edad. Se suponía que recibiría mejor alimentación y educación.
Tristemente, esa institución no era capaz de albergar tantos niños en situación de calle. Había demasiadas carencias presupuestales para hacer frente a todas las necesidades. Esta falta de dinero terminaba por ahogar las buenas intenciones de la institución y de las voluntarias que en algún momento se sumaban al proyecto, hasta que desertaban y abandonaban la institución. Una de esas voluntarias había sido Paty, quien pronto se enamoró de Andrés.
La adopción
Así es que, habiendo hablado con Iván, su esposo, decidieron iniciar el proceso de adopción. Una vez terminado todo el papeleo, y cuando por fin se declaró la legal paternidad de Iván y Paty sobre Andrés, ellos tomaron ropa de la que habían comprado para el pequeño y fueron al orfanato, para llevarlo a su casa nueva.
Cuando Andrés salió del orfanato, no sabía lo que le esperaba. Él había conocido a Paty en aquella institución y sabía que ella era una buena mujer: afectiva, sincera, y alegre. Eso es lo que más le gustaba a Andrés, la alegría de Paty. Pero no estaba tan seguro de lo que le esperaba. Así es que, cuando llegó a su casa nueva, estaba por descubrir muchas cosas.
Lo primero que descubrió, fue que aquella casa realmente bonita (más que muchas otras que había conocido en su vagar por la ciudad con aquella pareja de vividores), sería su nuevo hogar. Ya no estaría sufriendo el frío o la humedad de la calle.
En el camino, Paty le había prometido que todos los días tendría comida caliente “para que crezcas sano”. Eso también era interesante, por fin dejaría de buscar comida a escondidas, en los botes de basura o sobras de las personas que le daban algo con descarado desprecio. También le habían dicho que podría ir a la escuela a aprender muchas cosas que le serían necesarias cuando fuese adulto. “¡Vaya! Iván y Paty tienen muchas promesas” - pensó Andrés - “pero habrá que ver cuántas pueden realmente cumplir”.
Todos tenemos algo de Andrés
Andrés, sin duda, es un caso típico de muchos niños de la calle. Pero también de muchas personas, jóvenes y adultos, en nuestro mundo.
¿Cuántos nos hemos encontrado a nosotros mismos huérfanos de un Padre espiritual? ¿Cuántos hemos sido explotados por un ser perverso y maligno, que en algún momento llegó a nuestra vida para robar nuestros sueños, para matar nuestras ilusiones, y terminar destruyendo nuestro futuro?
¿Acaso no hemos sufrido escasez de amor? ¿Desprecio? ¿No hemos sido arrastrados por las decisiones de otras personas, decisiones que terminaron lastimando nuestro ser? Todos, absolutamente todos, en alguna medida, hemos sido huérfanos y hemos sufrido diferentes formas de abuso, desde el físico, hasta el espiritual, pasando por lo mental, sentimental y moral.
Así como Iván y Paty lograron adoptar a Andrés, Dios nos ha adoptado. ¡Sí, Dios! El creador del cielo y de la tierra, ha hecho todo para adoptarnos a ti y a mí. Ya cumplió con el proceso legal de forma justa, para que podamos ser adoptados, a fin de que abandonemos el mundo de abuso y de desamor, en que hemos vivido por años. A cambio, nos ofrece su compañía todos los días (“y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, Mateo 28:20).
Pero no seremos acompañados como por el celoso ojo de un vigilante, sino que Él nos acompañará por su amor hacia nosotros (“Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor”, Juan 15:9); nos ofrece una paz extraordinaria (“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”, Filipenses 4:7); nos brinda provisión divina (“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”, Mateo 6:25-34).
También tendremos educación (“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”, Juan 14:26); disfrutaremos de la salud del reino de los cielos (“quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”, 1 Pedro 2:24); y tendremos un propósito (“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”, 2 Corintios 5:20).
Así como Andrés iba de asombro en asombro mientras recorría su casa nueva, nosotros también tendremos muchas cosas que nos asombrarán recorriendo esa nueva casa. Iremos descubriendo, con gran expectativa, las maravillas que Dios ha preparado para aquellos que le aman.
Propósito
Cuando nos dejamos conquistar por el amor de Dios, no nos esperan días aburridos, llenos de solemnidad religiosa y de seriedad absoluta. Con Dios hay festejo, alegría, regocijo (“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”, Filipenses 4:4). Con Dios nos esperan desafíos enormes (“Id; he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos”, Lucas 10:3); retos interesantes (“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”, Juan 14:12), complicaciones resueltas (“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”, Romanos 8:28).
Pero principalmente nos espera un propósito: tener vida abundante, vida que fluye desde el mismo corazón de Dios y a través de ti, para llevarla a otros huérfanos, a fin de que puedan ser adoptados y sean hechos hijos de Dios.
Cuando estoy en casa, disfruto de ese agradable olor de hogar, ese olor que sale de la alegría y del amor de Dios por tenernos en casa. En casa hay otros huérfanos que han sido rescatados y adoptados por Dios, pero no salen de sus habitaciones. No saben que pueden disfrutar de todas las bendiciones que Dios nos ofrece.
Te quiero pedir un favor: cuando encuentres a un huérfano, y lo traigas a casa, dile que puede usar sin problemas todas las bendiciones que Dios ha preparado para esta nueva vida. En la casa de Dios no hay escasez. Dios estará más contento arreglando lo que rompimos experimentando, que teniendo una casa intacta con personas temerosas de romper o descomponer algo. Dios detesta el temor, en cualquiera de sus manifestaciones. Él siempre nos alienta a salir para buscar a otros huérfanos. Quiere que le platiquemos a Él de ellos, a fin de que pueda adoptarlos.
Cuando voy por la calle, me identifico con Andrés. Recuerdo de dónde salí, las cosas que pasé, el abuso, los miedos, el desprecio, el frío; pero de regreso a casa, sé que el olor a hogar me espera, y puedo agradecer a Dios por todo lo que me ha dado desde que me adoptó.
Y a ti, ¿te pasa igual?
Mauricio Alarcón, orgulloso padre de Deborah (25) y Asahel (21), radica en la ciudad de Querétaro, en el centro de la República Mexicana. Inició sirviendo al Señor como líder de jóvenes hace más de 33 años y desde entonces ha servido en diversas áreas apoyando al equipo pastoral, principalmente desarrollando e impartiendo cursos bíblicos y predicaciones, además de ser responsable de la organización de eventos especiales y masivos. Actualmente es líder del equipo de evangelismo de la iglesia Taller del Alfarero en Querétaro, Qro. Mex. En un futuro cercano, confía en dar a luz su primer libro con el tema que sirvió de base al artículo escrito en la presente Antología.
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