Читать книгу La prometida del conde - Deseos del corazón - Christine Rimmer - Страница 10
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ОглавлениеLos lazos se deshicieron.
Muy despacio, comenzó a bajarle el camisón.
—Rafe…
—¿Tienes algo que objetar?
Ella miró hacia abajo. El comienzo de sus senos asomaba por debajo del camisón.
—¿Quieres que pare?
—No.
—¿Estás segura?
—No me tortures, no seas cruel.
El camisón apenas le cubría los pezones.
—¿Qué sabrás tú de crueldad?
Ella inspiró con fuerza. Todo su cuerpo deseaba sus besos, sus caricias, unirse a él.
—No pares. Si lo haces, me pongo a gritar como hice en la villa. Mi padre vendrá corriendo, y supongo que no querrás tener problemas con él. Parece agradable, pero nació y se crio en el oeste americano. Puede ser peligroso si lo provocas.
—Me muero de miedo. Pídemelo por favor.
Ella apretó los muslos bajo las sábanas para aliviar el deseo que sentía. Pero se excitó aún más.
—Por favor.
Pero él se quedó inmóvil, sosteniendo los lazos en las manos.
—En serio, Gen. Creo que estás tan caliente que vas a quemarme.
—Por favor.
—Que me reducirás a cenizas.
—Bájame el camisón, Rafe. Hazlo.
—La dulce Genevra. ¿Quién lo hubiera dicho?
Ella se dio por vencida y no le rogó ni le ordenó más, sino que lo miró a los ojos.
Por fin, muy despacio, el siguió bajándole el camisón hasta que ella sintió el aire frío de la habitación rozándole los senos desnudos y los pezones endurecidos a causa de la excitación.
Él lanzó un juramento en voz baja y apartó las mantas y las sábanas.
—Siéntate sin recostarte en las almohadas.
Ella obedeció, con la respiración agitada y el corazón desbocado.
Él agarró el dobladillo de la prenda y se lo subió. Ella lanzó un gemido de agonía y placer.
—Levántate.
Ella lo hizo y él le subió el camisón hasta la cintura. Estaba desnuda por encima y por debajo, ya que no se ponía braguitas para dormir.
—Qué hermosura —susurró él. Se inclinó y la besó en los rizos dorados entre sus muslos.
Qué sensación tan agradable sentir sus labios tan cerca del lugar donde ardía por él. Ella le puso la mano en la cabeza.
Pero él la levantó.
—Alza los brazos.
—Rafe…
—Hazlo. Levántalos bien arriba. Así. No te muevas.
Ella soltó una palabrota, pero no se movió.
Él inclinó la cabeza hacia un lado estudiándola detenidamente con el camisón en la cintura y los brazos en alto. Después se pasó la lengua por los labios y repitió:
—Qué hermosura.
—Te voy a matar —afirmó ella en voz baja.
—Harás conmigo lo que quieras, no me cabe duda alguna al respecto. Sigue con los brazos en alto y no te muevas.
Ella lo hizo mientras le miraba el estómago, los enormes muslos y la profunda cicatriz que le surcaba la pierna derecha, desde la mitad de la pantorrilla hasta la rodilla.
Y la parte delantera de los boxers, que estaba tensa y empinada.
La invadió un dulce recuerdo, lleno de significados que en el pasado no había comprendido.
¿Cuántos años debía de tener?, ¿catorce? Entonces él tendría veintidós, una época en que a ella no se le hubiera ocurrido que llegaría a pasarse cuatro días desnuda con él en Villa Santorno.
Sí, ese verano tenía catorce años. Había ido a Hartmore a pasar tres semanas. Entonces, la familia no tenía guardaespaldas. Habían ido su tía Genevra y ella. La tía estaba cansada y se retiró a su habitación.
Edward estaba allí y la saludó con un beso en la mejilla. Le sonrió y flirteó con ella. Ella se sintió mayor y femenina, y le encantó. En presencia de Edward, siempre se sentía inteligente, encantadora y divertida.
Llegaron unos amigos de Edward a buscarlo y él se montó en el coche con ellos y se marchó. Ella estaba deseando ver a Rafe para contarle… ¿qué? Lo había olvidado, algo que en su momento le pareció muy importante.
Lo encontró en el embarcadero del lago con una bonita mujer de pelo oscuro, más o menos de su edad. Al verlos, se ocultó tras unos arbustos. Estaban sentados con los pies en el agua. Hablaban en voz baja y ella se reía. Entonces, él se inclinó y la besó.
Genny se tapó la boca para no gritar y sintió una furia que no era capaz de explicar.
No tenía ni idea de lo que sucedió después entre ambos, porque se dijo que tenía que salir de allí sin ser vista. Volvió corriendo a la casa mientras se decía que era idiota por espiar a Rafe y alterarse tanto por lo que había visto. Pensó que lo mejor era olvidarse de la mujer a la que había visto con él y del beso en el embarcadero.
Rafe estaba solo cuando, más tarde, lo vio en la cena. A la mujer no volvió a verla. Y aunque en aquella época le contaba a Rafe todo lo que sucedía o lo que se le ocurría, nunca le dijo que lo había visto besar a aquella mujer.
Rafe la observaba atentamente, como hacía siempre.
—Gen, cariño, ¿dónde estás?
Genny pensó en revelarle el antiguo secreto en aquel momento. Pero ¿y si se le quitaban las ganas de seguir con lo que estaban haciendo?
—Estoy aquí, con un trozo de tela alrededor de la cintura y deseándote. Y se me están empezando a cansar los brazos.
—¿Has dicho que me deseas?
—Si me dejas que baje los brazos, te demostraré cuánto.
—En seguida.
—Te voy a matar, en serio.
Él se inclinó y ella aspiró su olor mientras él le rozaba el hombro con la mejilla y le susurraba algo al oído que ella no entendió.
Pero no le importó. Lo único que le importaba era la caricia de su aliento y el roce de su pelo negro en la piel.
Y entonces…
Le pasó la lengua por un pezón y después sopló, lo que a Genny le produjo un escalofrío que la recorrió de arriba abajo. Y lanzó un gemido.
Él tomó el pezón con la boca.
Fue demasiado.
Ella bajó los brazos y le agarró la cabeza mientras él le hacía cosas maravillosas en aquel seno y luego en el otro.
Después se separó de ella, que gimió y trató de agarrarlo.
—Espera —dijo él.
Ella se quedó quieta mientras él le quitaba el camisón por la cabeza. Ella fue a hacer lo mismo con los boxers, pero él se le adelantó y los lanzó a una silla.
Ella le tendió los brazos lazando un leve grito.
Y él no la rechazó, sino que, abrazándola, la tumbó en la cama envolviéndola en su deseo. El tamaño de su cuerpo la excitaba, ya que era como ser tragada por la encarnación de la masculinidad.
Él la acarició y ella alzó el cuerpo hacia él ofreciéndole todo, deseando que lo tomara, que la tomara inmediatamente.
Pero, por supuesto, él se demoró.
La lamió y la mordió mientras ella emitía sonidos a modo de ruego.
Pero él no se apresuró. Le acarició todo el cuerpo con las manos y la boca.
Ella se sumergió en una mar de sensaciones. Él estuvo durante un buen rato con la cabeza entre sus muslos abiertos besándola sin cesar, sirviéndose de la lengua y de la boca para volverla loca.
Totalmente loca.
Ella se agarró a las sábanas y se elevó aún más, para apretarse más contra su boca hasta que explotó y oleadas de placer se extendieron por todos sus nervios.
Y él siguió besándola.
Cuando ella alcanzó el clímax gritando su nombre, él siguió utilizando la lengua, los labios y los dientes para hacer que lo alcanzara de nuevo.
Después de una tercera vez, cuando ella estaba lánguida y somnolienta y apenas se podía mover, él se colocó sobre ella sosteniéndose sobre los antebrazos para no aplastarla.
Ella sintió su masculinidad, dura y potente y gimió, excitada de nuevo y olvidándose de la languidez anterior.
Lo abrazó por la cintura y descendió hasta sus nalgas agarrándoselas, deleitándose en la fuerza de sus músculos, del sudor entre sus cuerpos, de la presión que él ejercía donde ella más deseaba.
—Rafe…
—Shhh…
—Por favor… —ella elevó las caderas y le rodeó la cintura con las piernas tratando de atraerlo.
Funcionó hasta cierto punto, ya que el extremo de su masculinidad se introdujo en ella, que estaba húmeda y abierta. Su cuerpo lo reclamaba.
Abrió los ojos y lo miró.
—Voy a matarte…
Él esbozó una sonrisa.
—Ya lo has hecho.
Y, de pronto, ella no solo deseó desesperadamente tenerlo en su interior, sino que también experimentó unas enormes ganas de llorar.
—Creí que no volveríamos a estar así.
—Shhh…
Él la penetró más profundamente.
Genny empezó a llorar.
—No contestabas a mis llamadas. Intenté hablar contigo por todos los medios. Si no fuera por el niño…
—No lo entendí. Creí que lo mejor para ti era que no volviéramos a vernos.
—Mentiroso.
—Te lo juro, Gen —la besó en las mejillas y en las sienes para secarle las lágrimas. Y después en la boca con suavidad y dulzura al principio, hasta que sus lenguas se entrelazaron.
—Ahora —susurró ella—. Por favor.
Y, por fin, él hizo lo que ella anhelaba, introduciéndose lentamente y por completo en su interior.
Ella lo miró a los ojos cuando comenzaron a moverse al unísono. Él no apartó la mirada mientras oleadas de placer los recorrían.
Duró mucho. Y ella gozó de cada embestida, de cada suspiro, de cada gemido.
Le dieron igual las preguntas, los secretos, el dolor por la terrible pérdida e incluso las mentiras.
Tenían aquello, y era maravilloso.
Juntos, allí al menos, fueron libres.