Читать книгу La prometida del conde - Deseos del corazón - Christine Rimmer - Страница 9
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ОглавлениеA Genny se le contrajo el estómago.
—¿Que Geoffrey se ha escapado?
Rory asintió.
—Rafe, Eloise, dos jardineros y uno de los mozos de cuadra lo están buscando. Me he ofrecido a ayudarlos, pero Eloise ha rechazado mi ayuda. Me ha dicho que tal vez después, si no lo encuentran en sus sitios preferidos.
—¿Y Brooke? ¿Y papá y mamá?
—Brooke está en su habitación con un ataque de nervios. Papá y mamá, en la terraza esperando a que alguien vuelva trayendo buenas noticias.
—¿Dónde han ido a buscarlo?
—Han hablado del sendero del lago, del embarcadero y de un par de sitios más.
—¿Y del castillo?
Construido en el siglo xiii, el castillo de Hartmore estaba en ruinas. El verano anterior, Geoffrey y ella se habían pasado una tarde explorándolo.
—Creo que no. ¿Adónde vas?
Genny ya se hallaba cerca de la puerta.
—A buscarlo en el castillo.
—Voy contigo.
—No, quédate aquí.
Rory protestó, pero su hermana apenas la oyó mientras corría a su habitación a ponerse unos vaqueros y unas deportivas. Salió de la casa por una puerta lateral y tomó el camino más corto para llegar al castillo. Su guardaespaldas la seguía de cerca.
Se sentía fatal con respecto a Geoffrey. El día anterior se había prometido que le dedicaría un poco de tiempo, pero no lo había hecho. Si lo encontraba en el castillo, se quedaría un rato con él e intentaría hacerle ver que escaparse no solucionaba nada. Esperaba lograr convencerlo de que volviera a la escuela voluntariamente.
A paso ligero se tardaba más de media hora en llegar a las ruinas del castillo pasando por la capilla y el antiguo cementerio, hasta llegar a un sendero lleno de curvas que llevaba directamente hasta el castillo.
Antes de tomar la última curva, Genny se volvió para dirigirse al guardaespaldas.
—Espero que Geoffrey esté en el castillo y quiero hablarle a solas. Manténgase alejado. Lo llamaré si lo necesito.
—Desde luego, señora.
El guardaespaldas abandonó el sendero y se adentró entre los árboles. Ella llegó a las ruinas. El patio y el vestíbulo de piedra eran bonitos, a pesar de los destrozos causados por las inclemencias del tiempo. La torre aún se mantenía en pie.
Genny fue a llamar a Geoffrey, pero lo pensó mejor. Incluso en una mañana soleada como aquella, el lugar producía la impresión de estar embrujado, y no quería asustar al niño.
Seguro que no estaba dentro, ya que se le había repetido que era peligroso porque podían caer piedras. Rodeó las ruinas hasta llegar a la torre.
Enseguida lo vio. Estaba sentado junto a la muralla abrazándose las rodillas. Parecía triste, pero estaba ileso.
Ella experimentó un inmenso alivio.
—Hola, Geoffrey.
Él la fulminó con la mirada.
—Ahora sí tienes tiempo para mí.
Ella se sentó a su lado en la hierba.
—Ayer tuve que hacer muchas cosas y… —Genny se calló porque el niño merecía algo más que un puñado de mentiras.
—Siento no haber estado ayer contigo. A veces incluso los buenos amigos meten la pata.
Él niño apretó los labios y apartó la mirada.
—No voy a volver. Me voy a escapar y no voy a volver nunca.
—No quiero que te vayas. Todos te echaríamos mucho de menos.
—No me echaríais de menos en absoluto. No os importo. Mi padre tiene otros hijos y se ha olvidado de mí. Vive en Estados Unidos y le daría igual no volverme a ver.
Genny quiso preguntarle quién le había dicho eso, pero supuso que había sido Brooke, que solía olvidar que supuestamente era una persona adulta.
—Tu padre te quiere. ¿Te gustaría vivir con él?
—No, quiero vivir aquí, contigo, el tío Rafe y la bisabuela Eloise.
—Ya vives aquí, aunque te marches para ir al colegio.
—Porque nadie quiere que esté aquí.
—Eso no es verdad. Te queremos. Te quiero, Geoffrey, aunque ayer te fallara. Si piensas en todos los ratos que hemos pasado juntos, te darás cuenta de que me importas mucho. Si te escapas, no podré soportarlo.
Él la miró con los ojos entrecerrados, como si tratara de ver lo que había en el interior de su cabeza para saber si decía la verdad. Después, suspirando, se inclinó hacia ella.
Genny lo abrazó y el niño apoyó la cabeza en su hombro.
—Odio el internado. Tengo casi nueve años. La mayor parte de los niños que va a mi colegio no vive allí, y yo tengo que hacerlo en una casa donde todos son mayores y me tratan como a un bebé. ¿Por qué no puedo quedarme en Hartmore contigo, con Rafe y con la bisabuela? ¿Por qué no puedo ir al colegio del pueblo, o a otro que esté cerca, como St Anselm’s, y continuar con mi tutor hasta los trece, como hizo el tío Rafe?
—Porque eres muy listo. Por eso es importante que recibas la mejor educación posible.
—St Anselm’s es uno de los mejores colegios del condado. No es justo. Mi madre solo quiere librarse de mí.
Genny no se lo creyó, a pesar de que Brooke no le caía muy bien. Brooke era egocéntrica y con tendencia a dramatizar, pero quería a su hijo, aunque no sabía cómo tratarlo.
—No, tu madre no quiere librarse de ti. Quiere lo mejor para ti, y el nuevo colegio es lo mejor.
—Lo odio.
—Pues tendrás que aprender a que te guste.
—No podré.
—Claro que podrás. Además este trimestre está a punto de acabar.
—No, todavía falta un mes.
—Aunque te parezca una eternidad, acabará y estarás en casa, con nosotros, todo julio y agosto. Me muero de ganas.
—Y los niños son horribles. No tengo ningún amigo.
—Ya encontrarás el modo de tenerlos.
—Hacer amigos requiere un esfuerzo —dijo una voz profunda desde arriba—. Pero los harás.
—¡Tío Rafe!
Geoffrey se levantó de un salto, tan contento de ver a Rafe que se olvidó de lo enfadado que estaba.
Rafe se bajó del caballo en el que había llegado hasta allí. Su mirada se cruzó con la de Genny, pero ambos apartaron la vista. Geoffrey miraba a su tío con una mezcla de adoración y sentimiento de culpa. Este le tendió los brazos.
El niño dio un grito y se lanzó hacia ellos. Rafe lo levantó, lo abrazó y lo dejó de nuevo en el suelo. Ambos se sentaron, Geoffrey a la izquierda de Genny y Rafe junto al niño.
Rafe sacó el teléfono móvil y llamó a la casa.
—Hola, Frances.
Frances Tuttington era el ama de llaves y cuidaba de la familia.
—Dile a mi hermana que lo hemos encontrado. Ha sido Gen, sí. Geoffrey está bien. Estamos en el castillo… Sí. Volveremos enseguida —dicho lo cual, guardó el teléfono.
Geoffrey volvía a estar enfurruñado.
—Lo digo en serio: no quiero volver.
—Ya lo vemos —le respondió Rafe con suavidad—. Pero ¿lo harás por Gen, por mí? Por ti, sobre todo.
Geoffrey apartó la vista.
Rafe prosiguió.
—Yo también odié la escuela la primera vez que me mandaron interno.
—Pero eras mayor.
—Sí, pero la odié hasta que me di cuenta de que allí aprendía cosas que no podía aprender en Hartmore.
—Me gusta la clase de Ciencias —reconoció el niño de mala gana—. El críquet no me hace mucha gracia, pero el aikido es interesante.
—En la escuela del pueblo no podrías estudiar aikido.
—¿Hiciste amigos en el internado?
—Al principio no. Estaba seguro de que me odiaban y me propuse odiarlos yo también.
—Sí, eso es —masculló Geoffrey.
—Pero descubrí que algunos echaban de menos su hogar tanto como yo, que éramos muy parecidos, o al menos más de lo que había creído en un principio. Durante el segundo trimestre ya me llevaba bien con algunos e incluso dos de ellos siguen siendo mis amigos.
Genny los observaba. Rafe no apresuraba las cosas, no tenía prisa por volver a la casa. Al comprobar lo bien que trataba a Geoffrey y que decía lo adecuado para tranquilizar a un niño de ocho años que tenía miedo y se sentía solo, recordó todo lo que admiraba de él.
Y estuvo segura de que superarían la distancia que había entre ellos y forjarían una unión basada en el amor y el respeto.
—Vale —dijo Geoffrey por fin—. Supongo que todos me estarán esperando y que mamá estará llorando. Vamos a volver.
—Muy bien —dijo Rafe.
Se levantaron y se sacudieron la ropa.
Volvieron andando los tres juntos. Rafe llevaba al caballo de la brida. Y Caesar cerraba la comitiva. Al llegar a la casa, un mozo se hizo cargo del caballo.
Brooke los esperaba en el vestíbulo de la entrada este, todavía en bata, sollozando y tapándose con las manos la cara, que le cubría el largo cabello. Al oír sus pasos, alzó la cabeza y se apartó el cabello del rostro.
—¡Por Dios, Geoffrey! ¡Me has dado un susto de muerte! —se levantó de un salto y corrió hacia él. Se arrodilló y lo abrazó al tiempo que decía sollozando—: ¿Cómo has podido hacerme esto?
Genny y Rafe se miraron. Ella sabía que él quería intervenir tanto como ella para calmar a Brooke, pero que hacerlo empeoraría las cosas.
Así que no dijeron nada mientras Brooke gritaba:
—¡Eres un ser horrible y cruel!
—Lo siento, mamá.
Era evidente que se sentía muy desgraciado.
—¿Que lo sientes? —lo agarró por los hombros y lo miró furiosa—. No vuelvas a…
—Brooke —la interrumpió Rafe—. Ha vuelto y sabe que ha obrado mal. ¿Puedes bajar un poco el tono?
Brooke soltó al niño y se levantó. Lanzó a su hermano una mirada venenosa que pareció rebotar en su hombro y aterrizar directamente sobre Genny, a la que espetó:
—Rory nos ha dicho que te fuiste al castillo sin decir nada a nadie.
—Lo acabas de decir, Brooke: se lo dije a Rory.
—Pero tenías que habérmelo dicho a mí, que soy su madre y, por tanto, la que tiene derecho a saber cualquier novedad en una situación como esta. Pero no me lo dijiste, sino que te fuiste corriendo a salvarlo para que el mérito fuera solo tuyo.
—Brooke… —le advirtió Rafe.
Genny le tocó el brazo para que se callara.
—Te pido disculpas por no habértelo dicho —dijo con suavidad para aplacar a Brooke.
Pero solo consiguió aumentar su indignación.
—Por favor, sé perfectamente que no lo sientes en absoluto.
En ese momento llegaron Eloise y el ama de llaves.
—Te conozco, Genevra —prosiguió Brooke—. Tú, tan dulce y sincera, tan amable con todos.
Geoffrey le dio un tirón de la bata.
—Mamá, no…
Su madre no le prestó atención y siguió hablando mientras los demás la observaban incapaces de decir nada, como los testigos de un horrible accidente.
—Todos te adoran, ¿verdad? Eres un encanto, pero siempre consigues ser el centro de atención.
—¡Basta! —gritó Rafe.
Geoffrey cerró los puños y gritó:
—¡Ya vale, mamá! ¡Deja en paz a tía Genny! —y se marchó corriendo al piso de arriba.
Brooke lanzó un grito.
—¡Geoffrey, cariño! —y fue detrás de él.
Los demás se quedaron en el vestíbulo mirándose. Genny se sentía fatal, como si fuera la causante de la rabieta de Brooke. Y estaba muy preocupada por Geoffrey.
Rafe la atrajo hacia sí y ella lo dejó hacer de buen grado. En ese momento se olvidó de los problemas que habían tenido la noche anterior. Rafe era tan grande, tan cálido y tan fuerte que su simple contacto hacía que se sintiera mejor.
Eloise negó con la cabeza.
—¡Qué drama! Y eso que ni siquiera es mediodía. ¿Estás bien, mi niña? —le preguntó a Genny.
Genny apretó los labios y asintió.
Entonces aparecieron Rory y sus padres. Parecían desconcertados. Era indudable que habían oído los gritos.
—Frances —dijo Eloise al ama de llaves—, ocúpate de que todos tomen algo. Voy a subir a ver si la tempestad ha pasado.
Genny y Rafe desayunaron; el resto tomó café mientras charlaban de temas cotidianos.
Eloise se reunió con ellos y dijo que Brooke llevaría a Geoffrey en coche a Londres.
—¿Y si vamos después al lago? Podemos hacer un pícnic.
Todos estuvieron de acuerdo en que hacía un día estupendo para ir al lago.
—Haré más fotos —dijo Rory.
Geoffrey y Brooke se presentaron unos minutos más tarde. Brooke se había vestido y maquillado. Geoffrey llevaba el uniforme escolar.
—Comed algo antes de marcharos —dijo Eloise.
Así que ambos llenaron los platos en el bufé y se unieron al resto. Todos hicieron lo posible por aparentar que no había sucedido nada.
Brooke apenas probó bocado. Cuando acabó dijo a Genny:
—¿Puedo hablar contigo?
Rafe fue a decir algo, pero Genny se le adelantó.
—Desde luego —afirmó levantándose.
Ambas salieron al jardín. Se sentaron en un banco, junto a una fuente, cada una en un extremo.
Se produjo un silencio largo y tenso.
—Lo siento —dijo Brooke, por fin—. Soy una arpía. Me he puesto y he puesto en evidencia a mi familia ante la princesa Adrienne y tu padre. No sé lo que me ha pasado.
Genny quería hacer las paces, pero estaba enfadada por Geoffrey, por todo lo que su madre le hacía sufrir. Recordó luego que Geoffrey estaba bien, que Brooke lo quería, aunque no sabía cómo hacerlo.
Sabía que se sentía excluida en su familia. Edward había sido el favorito del conde; su madre adoraba a Rafe; y ella nunca había sido la preferida de ninguno de los dos.
Y después había aparecido Genny. Desde los cinco años había sido la princesa de Hartmore. El conde la mimaba, la madre de Brooke la llenaba de afecto y Eloise la recibía con los brazos abiertos. Brooke siguió sin ser especial para nadie, pero, a partir de entonces, culpó de ello a Genny.
Además, estaba Geoffrey. Lo sensato hubiera sido que Genny no le hubiera prestado mucha atención ni lo hubiera querido tanto. Pero ¿cómo no hacerlo? Era dulce, listo y gracioso. La había conquistado desde que lo conoció, cuando tenía tres años, el verano en que Brooke se divorció y llevó a su hijo a Hartmore.
—¿No tienes nada que decir? —murmuró Brooke.
—Acepto tus disculpas.
Brooke la miró desafiante.
—No me lo creo.
—¿Qué quieres de mí, Brooke? —preguntó Genny reprimiendo las ganas de gritar.
—No sé. ¿Todo lo que me has arrebatado?
Genny sintió náuseas. Al bebé no le sentaba bien tanta tensión. Se puso de pie.
—Sé que estás resentida conmigo y hasta entiendo por qué. Pero, en realidad, yo no he ocupado tu sitio, y lo sabes. Que te sientas en cierta manera excluida es problema tuyo, y lo seguiría siendo estuviera yo aquí o no.
Brooke suspiró. Y, por una vez, no lo hizo de forma dramática.
—He prometido a mi abuela que haría las paces contigo, y también a Geoffrey. Debemos aprender a llevarnos bien.
Genny se llevó la mano al vientre y tomó aire.
—Muy bien. Hagamos una tregua y un esfuerzo por llevarnos bien.
Brooke la miró con los ojos entrecerrados.
—Estás embarazada, ¿verdad?
A Genny le hubiera gustado negarlo, no darle la satisfacción de saber por qué se había casado Rafe con ella, pero se enteraría de todos modos.
—Sí.
—Todo cobra sentido.
Genny no mordió el anzuelo.
—Rafe y yo estamos encantados. Y también Eloise.
Brooke esbozó una sonrisa malvada.
—Enhorabuena.
—Gracias.
—¿Sabías que Eloise me ha pedido que me vaya una semana? Voy a casa de Fiona, en Londres. En parte es un castigo por mi conducta de esta mañana. Pero sobre todo es por ti, desde luego, para darte tiempo de que te asientes como condesa de Hartmore sin tener que vértelas conmigo.
—¿Quieres que le pida a Eloise que deje que te quedes? ¿Es eso?
—Ni en sueños.
—No te voy a rogar que te quedes, Brooke —sería un alivio perderla de vista.
—Muy bien —Brooke se encogió de hombros—. Marcharme de aquí durante un tiempo para estar con alguien que me quiere es lo que necesito.
—¿Por qué tiene que ser culpa mía que no te sientas querida en Hartmore?
—¿He dicho yo eso?
—No ha sido necesario. ¿Querías decirme algo más?
—Nada más.
—Entonces, volvamos dentro.
Brooke se levantó y ambas se dirigieron a la casa.
El resto del día pasó sin más incidentes. Geoffrey y Brooke se fueron a Londres.
Por la tarde, fueron paseando hasta el lago. Rory hizo más fotografías y merendaron allí, en el mismo lago. Y esa noche cenaron divinamente en honor de los novios y de los padres de la novia.
Después de cenar, el padre de Genny y Rafe fueron al despacho de este. Eloise afirmó que estaba agotada y se fue a acostar. Genny, su madre y su hermana salieron a la terraza y se sentaron bajo el cielo estrellado.
A las once y cuarto, Rafe y el padre de Genny volvieron del despacho. Genny miró a su marido a los ojos y se preguntó si volvería a dormir sola esa noche.
Su madre y su hermana se levantaron y todos se dieron las buenas noches.
Rafe y Genny se quedaron solos. Él le tendió la mano y ella se levantó y fue hacia él.
—¿Qué ha pasado esta mañana cuando has salido con Brooke? —preguntó Rafe.
Habían ido al cuarto de baño uno después del otro y, en aquel momento, se hallaban sentados en la cama, apoyados en un montón de almohadas. Él llevaba los boxers y ella se había puesto un corto camisón de verano, que le dejaba mucho menos al descubierto que el de la noche anterior y se ataba con lazos rosas en los hombros.
Las lamparillas de ambas mesillas iluminaban el ancho pecho de Rafe. Y cada vez que ella lo miraba, sentía un vacío en el estomago provocado por el deseo.
—¿Qué ha pasado? —repitió él enarcando una ceja.
Ella salió del trance en que se hallaba sumida por el deseo y le contestó.
—Hemos declarado una tregua y hemos decidido intentar llevarnos mejor. Le he contado lo de mi embarazo; mejor dicho, lo ha adivinado ella.
—¿Has tenido ganas de estrangularla?
—No pocas.
Él emitió un sonido de enfado o de disgusto.
—Es increíble que Geoffrey no sea el mismo demonio teniendo en cuenta cómo lo trata.
—Pues no lo es ni tiene visos de serlo.
—Esta mañana se ha escapado, Gen.
—Sí, pero casi todos los niños lo hacen alguna vez.
—¿Tú lo hiciste?
—No, pero lo pensé. Todos los miembros de mi familia eran mucho más interesantes y atrevidos que yo.
—¿Te planteaste escaparte para ser más interesante? —preguntó él con ojos risueños.
—Sí. Tú te pasaste los primeros trece años de vida viviendo en libertad en Hartmore. No necesitabas escaparte. Y con respecto a Geoffrey…
—¿Sí?
—Os tiene a Eloise y a ti. Y aunque Brooke sea un desastre, lo quiere, y creo que él lo sabe.
—Y te tiene a ti.
—Sí, claro. ¿Y qué ha pasado esta noche con mi padre en tu despacho?
—Nos hemos fumado un puro y bebido un brandy y me ha dado algunos consejos.
—¿Ha sido terrible?
—En absoluto. Tu padre me cae bien. Es sabio y bondadoso.
—¿Qué consejos te ha dado?
—Lo siento —dijo él acariciándole la barbilla—. No puedo decírtelo —su dedo índice le recorrió la mandíbula y se le introdujo en el cabello—. Siempre hueles a rosas y a vainilla.
A ella le dolía el pecho de deseo.
—Es el perfume que uso —susurró.
—No, hueles así desde que eras una niña. ¿Sabes que cada vez que huelo a rosas me acuerdo de ti?
Ella lo miró a los ojos.
—Qué bonito.
Él le acarició la oreja con el dedo y le enrolló un mechón de cabello en ella. Genny dejó de respirar. Estaba absolutamente inmóvil, esperando.
Si no hacía nada que lo hiciera marcharse, ¿le haría el amor esa noche?, ¿la besaría, abrazaría y acariciaría toda entera?
Él le puso la mano en el hombro y tocó el lazo rosa del camisón con el pulgar. E inclinándose hacia ella le rozó la mejilla con la suya. Ella lo oyó aspirar por la nariz.
—También hueles a almizcle y a nata. Esa es la Gen adulta, la mujer. Mi mujer.
—Rafe…
Ella deseaba todo de él. Sentir su cuerpo desnudo apretándola; sentirlo dentro de ella moviéndose y haciendo que el mundo desapareciera después de que todas las barreras hubieran caído.
Esas barreras la asustaban. Y la primera era lo que Rafe no quería decirle sobre la noche del accidente con Edward.
Pero se había casado con ella y la había llevado a Hartmore, al lugar en que siempre deseaba haber estado, a vivir con Eloise y con él, y con Geoffrey cuando volviera a casa. Y con el bebé.
Su hijo crecería allí. Rafe le había dado todo lo que deseaba.
Esperaría hasta que él estuviera dispuesto a decirle lo que le ocultaba, hasta que estuviera dispuesto a perdonarse por lo que hubiera sucedido la noche en que Edward había muerto.
Él la besó en la oreja.
—La primera vez que te besé, pero de verdad, en la villa…
Fue en el vestíbulo. Ella había aporreado la puerta hasta que él la abrió. Y le rogó que lo dejara en paz, que se fuera y no volviera. Ella comenzó a gritarle por negarse a verla cuando él más la necesitaba. Llevaba cuatro meses evitándola. Cuando ella había ido a Hartmore para el funeral, él seguía en el hospital recuperándose de las heridas. Estaba consciente y recibía visitas. Pero cuando ella fue a visitarlo, se negó a verla.
Genny le envió correos electrónicos, mensajes e incluso cartas, sin obtener respuesta. Lo llamó por teléfono, pero él no le devolvió las llamadas.
Al final, cuando él había ido a Montedoro para ocuparse de las obras de la villa, ella lo acorraló allí. Se le partió el corazón al volver a verlo: la roja cicatriz, la luz mortecina de los ojos, la ligera cojera… Y cuando él le dijo que se fuera, ella perdió los estribos.
Comenzó a gritar y le dijo que no se iría hasta que hablara con ella y le contara lo que le pasaba, qué le había hecho ella para que la tratara así. ¿Cómo podía portarse así cuando habían perdido a Edward, cuando ella lo necesitaba y él la necesitaba?
—Recuerdo que repetías mi nombre sin parar intentado interrumpirme y que me fuera.
—Pero no te fuiste.
—Y acabaste agarrándome y besándome. Eso me hizo callar, desde luego.
—Tu sabor… —su voz baja y ronca despertaba en ella oleadas de excitación—. Te besé y no quise parar.
—Pero paraste. Y nos quedamos allí los dos, jadeantes, fulminándonos con la mirada…
—Hasta que no pude seguir soportándolo y volví a besarte.
—Y esa vez no paraste. Me tomaste en brazos y me llevaste al dormitorio más próximo.
—Cojeando.
—Estaba muy contenta, aunque me preocupaba que te hicieras daño en la pierna —sonrió—. Encontramos una caja de preservativos en el cajón de la mesilla de noche, ¿te acuerdas?
—¿Cómo iba a olvidarme?
—Me alegré porque sabía que, si teníamos que salir a comprarlos, tendrías tiempo de recapacitar y no acabaríamos lo que habíamos empezado.
—Pero acabamos.
—Fue maravilloso —dijo ella acariciándole la mejilla intacta.
—¿No lo lamentas?
—No. ¿Y tú?
«Por favor, dime que no lo lamentas», pensó.
Pero él no lo hizo.
—Me aproveché de ti.
—No lo hiciste. Ya no soy una niña. Hice lo que quería hacer. Te deseaba… y te tomé.
—¿En serio?
—Sí. Y no lamento haberlo hecho, aunque reconozco que hubiéramos debido comprobar la fecha de caducidad de la caja de preservativos.
Él apoyó su frente en la de ella y la agarró por los hombros. Tomó los extremos de los lazos del camisón.
Y tiró.