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—Me preguntaba… —Rafe la apretó contra sí. Habían apagado la luz.

Ella flotaba en un mar de satisfacción.

—¿Quieres que vayamos de luna de miel?

Ella apretó los labios contra su hombro.

—Tal vez, en algún momento…

—Eso no es muy concreto —apuntó él mientras le acariciaba el cabello.

—Sinceramente, ahora de momento preferiría quedarme aquí, en Hartmore, para instalarme, cuidar el jardín con Eloise, estar con mi esposo…

—Muy bien, pero, recuerda, si te cansas de eso…

—No me cansaré.

—De acuerdo, pero, si te cansas, dímelo y nos iremos de viaje.

Ella le acarició la mejilla intacta.

—He estado pensando en el tejado del ala oeste.

—Qué romántico.

—Escucha.

—¿Tengo otro remedio?

—No. Recuerdo que hace un par de años me dijiste que habías animado a Edward a que encargara un examen de la estructura del ala oeste.

—Así es.

—El año pasado me contaste que dicho examen confirmó lo que esperábamos, que el tejado estaba muy dañado.

—En efecto.

—Pues creo que deberíamos cambiar el tejado. Estoy dispuesta a pagarlo de mi herencia.

—¿El tejado sería tu regalo de bodas a Hartmore? —pregunto él riendo.

—Es un modo de verlo, sí.

—Eres muy generosa, pero no será necesario.

—Pero, Rafe, si hay que repararlo…

—Hay que hacerlo, sí, y las reparaciones comenzarán en noviembre, cuando se cierra la casa al público durante el invierno. Se calcula que las obras durarán todo el invierno. El examen estructural reveló que hay que cambiar todo el tejado de la casa, y eso es lo que haremos, además de reparar la estructura y el interior del ala oeste.

—¿Ya has encargado la reparación de todo el tejado?

—Sí.

—Rafe, me has dejado…

—¿Muda? —preguntó él en tono burlón—. Pues será la primera vez —ella le mordió el hombro por decir eso—. ¡Ay!

Genny le besó el lugar en el que lo había mordido.

—Sé perfectamente cuándo debo permanecer callada.

—Claro que sí —afirmó él, poco convencido.

Muy pocas de las mejores mansiones campestres eran de propiedad privada, debido a los elevados costes de mantenimiento. La mayoría pertenecían al Patrimonio Nacional. Y en Inglaterra había reglas estrictas para los edificios históricos. Hartmore House era un edificio de máximo interés arquitectónico e histórico, lo que implicaba que el nuevo tejado tendría que adecuarse lo más posible al estilo y los materiales del original, al igual que la restauración interior. Todo ello suponía un gasto considerable.

—De todos modos, déjame contribuir económicamente. Los daños son muy amplios.

—Lo son, pero podemos hacernos cargo.

—Habrá que restaurar todas las habitaciones dañadas por el agua. Y también deberíamos hacer algo con el castillo antes de que se acabe cayendo del todo.

—Cada cosa a su tiempo. Pero, desde luego, podrás gastarte el dinero como quieras.

—Y quiero participar en la toma de decisiones.

—Por supuesto —afirmó él acariciándole el cabello.

—Es extraño. Sabía que las cosas te habían ido bien. Y te prometo que presté atención durante las reuniones que tuvimos con los abogados la semana pasada… —Genny intentó hallar el modo de acabar la frase.

Sin embargo, no tuvo que hacerlo, porque él la entendió.

—Siempre te has considerado la salvadora de Hartmore, ¿verdad?

—Eso es. Llegaría montada en un caballo blanco con un talonario en la mano.

—Eso era cuando ibas a casarte con Edward —dijo él en tono neutro.

—Ni siquiera me lo pidió.

—Lo habría hecho.

La conversación se estaba adentrando en terreno prohibido, pero ella insistió.

—¿Cómo lo sabes?

—Gen, por favor, lo sabíamos todos, al igual que sabíamos que no perderías un segundo en aceptar la proposición.

«Porque quería ser dueña de Hartmore», pensó ella, sin valor para afirmarlo en voz alta. No era de extrañar que Brooke la odiase.

Genny era princesa de nacimiento, una heredera con dinero para dar y tomar. Lo tenía todo, pero deseaba más: ser condesa de Hartmore y miembro de la familia DeValery, y en su fuero interno sabía que se hubiera casado con Edward para conseguirlo.

Pero hasta hacía poco tiempo se había mentido a sí misma pensando que amaba a Edward, que era el hombre de su vida y que estaba esperando a que él se diera cuenta para que obrara en consecuencia.

Pero las mentiras ya no servían. Habían dejado de hacerlo dos meses antes, desde que Rafe la había besado en el vestíbulo de Villa Santorno.

—Duérmete —susurró él.

Dormirse: era una buena idea, mucho mejor que tratar de hablar de cosas difíciles.

Mucho mejor que afrontar la dolorosa verdad.

Al día siguiente, después de desayunar, se fueron los padres de Genny y Rory.

Genny pasó la mitad del día en el ala oeste de la mansión intentando hacerse una idea de las obras que habría que realizar.

Más tarde, Rafe la llevó a su despacho y le enseñó los planos del tejado nuevo.

En primer lugar, había que poner andamios y construir un tejado temporal sobre el existente para que las reparaciones pudieran llevarse a cabo con independencia de las condiciones meteorológicas.

—Qué emocionante —exclamó ella.

Estaban inclinados sobre el escritorio. Él le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí. Una oleada de deseo recorrió a Genny de arriba abajo cuando él le besó el cabello.

—Solo a ti te parece emocionante reparar un tejado

Ella pensó en lo que habían hecho la noche anterior y en lo que harían esa noche y las siguientes. Qué a gusto se sentía cuando él apretaba su gran cuerpo contra ella. Después volvió a centrarse en lo que estaban hablando.

—Hartmore obtendrá lo que necesita, y eso es lo que me emociona. Voy a revisar todo el mobiliario que se ha sacado y almacenado y quiero que contratemos a los mejores para restaurar las habitaciones. Tiene que hacerse todo como es debido.

—Te brillan los ojos —dijo él acariciándole la cara.

Ella se sentía muy feliz, pero, de pronto, su alegría desapareció y tuvo ganas de llorar.

—Deja de pensar en lo que estás pensando —dijo él apoyando la barbilla en su cabeza.

Genny aspiró el maravilloso olor de su piel.

—Son las hormonas —mintió ella.

—Calla.

—Últimamente me mandas callar mucho —afirmó ella mirándolo a la cara.

—Porque lo necesitas —dijo él besándole la punta de la nariz.

—No lo entiendes, Rafe. Mis hermanas son brillantes y tienen un gran talento que despliegan en su trabajo. ¿Y yo? No tengo profesión ni trabajo, salvo esto que estamos haciendo ahora: ser parte de tu familia.

—Ahora es la tuya.

—He estudiado un poco de todo: Literatura inglesa, Botánica, Diseño paisajístico, Diseño de interiores, Arquitectura… Todo para Hartmore, para poder hacerme cargo de la casa cuando llegara el momento.

—Ya lo sé, Gen.

—Es lo que siempre he deseado, cuidarla y darle un heredero.

—Pues mira con qué rapidez lo has logrado.

—No tiene gracia, Rafe.

—No te enfades. Veo que tendré que distraerte —le levantó la barbilla y la besó en la boca.

Funcionó, ya que durante unos segundos ella no pensó en nada más que en el placer de que la abrazara y en la pasión de sus besos. Cuando por fin Rafe se separó de ella, le dijo:

—Muy bien, naciste para esto y ahora vas a llevar la vida a la que estabas destinada. ¿Qué hay de malo en ello?

—Nada —respondió ella riéndose—. Visto así…

—¿Hay otra forma de verlo? Es la verdad.

—Sí, pero no toda.

La expresión del rostro de él se oscureció.

—No busques problemas, Gen.

Él tenía razón.

—Me encanta que me beses.

Había tenido dos amantes antes de Rafe, hombres agradables a los que recordaba con cariño, pero que no se podían comparar con él.

—Cuando me besas… Bueno, antes de que lo hicieras por primera vez no sabía lo que era un beso ni lo que el sexo podía lograr: vaciarme y llenarme a la vez, llevarme a un lugar donde nada importa salvo que me beses y me acaricies y me hagas esas cosas que tan bien sabes hacer —lo miró levemente avergonzada por lo que le acababa de decir.

Pero él no parecía sentirse incómodo.

—Si sigues diciéndome esas cosas, vamos a tener que probar sobre el escritorio.

—¿Y no te parece una excelente idea? —preguntó ella sin aliento.

Él se dirigió a la puerta.

—¡Espera! ¿Adónde vas?

Rafe cerró la puerta con llave y volvió a su lado.

—Pues será sobre el escritorio.

Cerró el programa del ordenador portátil y dejó el aparato en una silla. Después apartó con su fuerte brazo todo lo que había en el escritorio, bolígrafos, plumas, un pisapapeles y unos libros, que salieron volando.

—¡Vaya! —susurró ella con los ojos como platos.

Él la agarró y la atrajo hacia sí.

—No se deben decir esas cosas a menos que se busque entrar en acción.

Ella se pasó la lengua por los labios.

—Pues creo que sí, que quiero entrar en acción.

Él sonrió y la besó en los labios.

No habían pasado ni dos minutos cuando ella ya estaba desnuda sobre el escritorio. Él la había desnudado en un tiempo récord. Él no se había desnudado, y no lo hizo.

Se bajó la cremallera de los pantalones y colocó a Genny en el borde del escritorio. Ella lo miró a los ojos.

Y todo desapareció salvo la maravilla de sus caricias y su forma de penetrarla de una sola larga, lenta y profunda embestida. Ella alzó las piernas para enlazarlas al cuerpo masculino y dejó que la llevara al lugar donde solo estaban ellos dos y el placer que los unía.

Durante la siguiente semana, su historia apareció en periódicos sensacionalistas y en blogs. Internet se llenó de fotos de ellos.

Rafe se quejó de la falta de respeto a su intimidad.

Genny le dijo que diera gracias a que los tabloides no la consideraban muy importante, ya que sus hermanos mayores no podían dar un paso sin que los paparazzi los siguieran fotografiándolos y haciéndoles preguntas groseras.

—¡Qué horror! —exclamó él.

—Sí, pero así son las cosas. Y ahora eres príncipe de Montedoro.

Durante esa semana, Rafe encargó un examen de la estructura del castillo y de las cuadras y Genny recorrió los jardines con Eloise mientras hablaban de cómo conseguir que Hartmore fuera autosuficiente mediante nuevos eventos y celebraciones.

Desde Colorado, Rory les envió el álbum de la boda, con fotos de la ceremonia y el banquete, pero también con las que había hecho en el lago y la mansión. Había fotos muy bonitas de Brooke, y muchas de Genny y Rafe. Parecían felices y enamorados. Al verlas, Genny sintió renacer sus esperanzas de cara al futuro.

Llamó a su hermana por teléfono.

—Las fotos son muy bonitas. No sabes cuánto te lo agradezco.

—Me alegro de que te gusten. También te las he enviado por Internet.

—Sí, ya lo he visto.

—Que seas muy feliz.

—Lo seré —prometió Genny, y le contó a Rory lo del bebé.

Esta la felicitó antes de colgar.

A la mañana siguiente, Genny fue a ver al médico de cabecera de la familia DeValery, al pueblo de Bakewell. Este le dijo que tanto ella como el bebé estaban bien, le recetó unas vitaminas y le indicó que saldría de cuentas el veinte de diciembre.

Los días estaban llenos de actividad y las noches eran mágicas.

Rafe y ella no habían vuelto a hablar de lo sucedido la noche en que Edward murió. Genny se dijo que no le importaba, que confiaba en que, a medida que pasara el tiempo, su esposo le confesara las cosas más difíciles.

De momento, la vida no la trataba mal. Estaba contenta y se sentía realizada, ya que estaba viviendo como siempre había deseado, aunque hubiera sido con Edward. Pero la vida le había deparado a Rafe.

Y las cosas iban bien.

El segundo lunes de junio, Rafe se marchó a Londres para acudir a diversas reuniones de negocios. Genny se quedó en Hartmore y comenzó a echarlo de menos nada más despedirse de él. Estaría fuera dos días.

Brooke llegó esa tarde de Londres, acompañada de Fiona Bryce-Pemberton. Fiona tenía los ojos verdes, la nariz respingona y era pelirroja. Vivía con su marido la mitad del año en Chelsea y la otra mitad en su casa de campo de Tillworth, situada cerca de Hartmore. Gerald, su esposo, iba los fines de semana y los días de fiesta. Sus hijos gemelos acudían a la escuela de Bakewell y vivían en Tillworth, donde había personas encargadas de cuidarlos cuando sus padres no estaban.

Hacía un día precioso, por lo que las cuatro mujeres, Eloise, Brooke, Fiona y Genny cenaron en la terraza.

Fiona había decidido quedarse a dormir.

—Sinceramente, no me apetece ver a los niños ahora. Lo haré mañana —dio un trago de la copa de vino y miró con desdén a Genny mientras la dejaba en la mesa.

Genny siempre se había sentido nerviosa en presencia de ella. Estaba segura de que a Fiona no le caía bien, lo que no era de extrañar, ya que Brooke y ella eran amigas desde la infancia.

Brooke se estremeció.

—Después de Londres, aquí hay demasiado silencio —dirigió una sonrisa forzada a Genny—. Qué pena que Rafe haya tenido que marcharse. Apenas lleváis una semana casados y ya te ha abandonado.

Eloise le lanzó una mirada de reprobación, y Brooke agitó la mano.

—Es una forma de hablar, abuela.

—Se ha tenido que ir por negocios hasta el miércoles. Quería que fuera con él, desde luego —al menos le había preguntado si quería ir—. Pero he decidido quedarme con Eloise. Esta época del año es maravillosa para las flores.

Fiona reprimió un bostezo.

—Sí, el campo. ¿No es encantador?

—Lo es —replicó Eloise con firmeza y se lanzó a describir las bellezas del jardín.

Cuando hubo acabado, Brooke les habló de la ropa que se había comprado en Londres, en la tienda de Melinda Cartside, la hija de los dueños de la oficina de correos del pueblo.

—¿Te acuerdas de ella, abuela?

—Claro que sí. Se fue a París, ¿verdad?

—Sí, pero ha vuelto y tiene una tienda maravillosa en Chelsea.

Fiona bebió más vino y afirmó que todo lo que Brooke había comprado era precioso. Y Brooke les dijo que había invitado a Melinda a que les hiciera una visita.

—Será corta. Solo se quedará a dormir.

Eloise estuvo de acuerdo en que sería estupendo verla, y Genny pensó en lo que estaría tramando Brooke, lo que era malvado por su parte, ya que, ¿acaso no podía tener Brooke amigos que la fueran a visitar?

La cena prosiguió y, después del postre, Brooke decidió abrir otra botella de vino.

—Mañana te dolerá la cabeza —le dijo Eloise.

—¡Por Dios! ¡Pero si solo es un poco de vino, abuela!

—Un poco de vino es lo que ya te has tomado. Otra botella será mucho vino.

—Así me sentiré contenta por todo.

—No estaré aquí para verlo. Me voy a acostar.

—Buenas noches, abuela —dijo Brooke.

—Buenas noches. La cena estaba deliciosa —apuntó Fiona.

Genny se levantó.

—Te acompaño.

—No —dijo Brooke—. No te vayas, Genny.

Brooke nunca la había llamado así. ¿Era buena señal?

—Sí —dijo Fiona—. Quédate y tómate una copa de vino. Hablaremos de los viejos tiempos.

Brooke, Fiona y un exceso de vino no eran una buena combinación. Genny sabía que, si se quedaba, las cosas podían ponerse feas. Estaban resentidas con ella porque lo tenía todo por ser hija de quien era. A ellas les sucedía lo mismo, desde luego. Habían nacido en una buena familia y se habían casado con un hombre rico. Pero Genny era más afortunada que ellas. Su familia era más rica y su herencia mucho mayor, y se había casado con un hombre muy rico.

Rafe.

Ojalá estuviera allí con ella.

Entonces, Brooke y Fiona no se atreverían a excederse.

Ese pensamiento hizo que se sintiera débil, un pelele que deseaba que su esposo estuviera a su lado para protegerla.

—Gracias, pero estoy cansada.

—Muy bien, como quieras —Brooke la miró con cara de pocos amigos.

—Buenas noches, Brooke —dijo Genny con una sonrisa—. Ha sido un placer verte, Fiona.

Las dos asintieron con una mueca y Brooke sirvió más vino.

Genny se bañó, se puso el camisón y la bata y vio la televisión durante un rato.

A las once, se sentía nerviosa y no tenía sueño. Echaba mucho de menos a Rafe, lo que era ridículo, ya que solo hacía catorce horas que se había marchado.

Tendría que pasar aquella noche y la siguiente sin él. Su cuerpo lo deseaba. Era extraño, le había sucedido lo mismo tras los cuatro días que habían pasado juntos en marzo.

A pesar de que se sentiría sola en la cama sin él, tenía que acostarse e intentar dormir.

Lo iba a hacer cuando llamaron a la puerta.

Genny se alarmó. Quienquiera que hubiera llamado no traería buenas noticias a esa hora de la noche.

Volvieron a llamar, y Genny fue a abrir.

—Vaya —dijo Fiona. El aliento le oía a vino—. Ya veo que estás lista para acostarte —la amiga de Brooke tenía el brazo derecho apoyado en el marco de la puerta y la miraba con expresión atontada. Llevaba los zapatos en la mano, y era evidente que había bebido mucho más desde que Eloise y Genny se habían levantado de la mesa—. ¿Puedo entrar?

¿Para qué? Genny no recordaba haber conversado con Fiona en su vida.

—Es tarde y estaba a punto de…

—Solo un ratito para hablar las dos solas, te lo prometo. Un par de minutos.

Genny podía empujarla y darle con la puerta en las narices o dejarla entrar. Le indicó que entrara con un gesto de la mano.

—Estupendo —dijo Fiona dirigiéndose al sofá donde se dejó caer mientras tiraba los zapatos al suelo. Alzó los brazos y los extendió por el respaldo—. Creo que debo felicitarte. Un hijo. Está muy bien.

—Gracias.

Genny se sentó en una silla. No le sorprendió que Fiona lo supiera, pues Brooke se lo habría contado.

—Rafe y yo estamos muy contentos.

—Seguro —afirmó Fiona inclinándose levemente hacia la izquierda para luego enderezarse—. ¿Cuándo sales de cuentas?

—El veinte de diciembre.

—Ah, nacerá en Navidad.

—Sí.

—Creo que trae suerte. Me parecen que me contaron que… — Fiona dejó la frase sin acabar.

—¿Quieres que te acompañe a tu habitación? —preguntó Genny.

—Dentro de un minuto. Tengo cosas que decirte.

Fiona tenía un aspecto horrible y Genny se preguntó si se iba a desmayar. Tenía que ir a su habitación antes de que sucediera.

—Fiona, sería mejor que…

—Solo un minuto. Quería decirte cuánto lo siento por Rafe. Tiene que ser muy difícil para él.

A Genny no le gustó el cariz que tomaba la conversación.

—Debe de ser terrible saber que no es un DeValery, sino el hijo bastardo de un jardinero.

Genny tragó saliva. Aquello no se lo esperaba.

—Ya basta, Fiona. Estás diciendo tonterías.

Pero aquella horrible mujer no se calló.

—Rafe tiene buen corazón y buenas intenciones, y hace lo que puede. Todos lo sabemos. Y debe de sentirse culpable por el accidente. Es evidente. Por eso no ha hecho nada con respecto a su terrible cicatriz. Se la ha dejado como penitencia por el accidente, ¿verdad?

—Claro que no, Fiona…

—Ya sé, ya sé que él no conducía, según se demostró en la investigación. Pero ¿llegaremos a saberlo con certeza alguna vez?

—No sabes lo que dices.

—¿Ah, no? Te sorprendería todo lo que sé, por lo que he pasado, lo que he sufrido —a Fiona se le llenaron los ojos de lágrimas—. Lo que he tenido nunca lo tendrás. Te sorprenderías, desde luego.

—Fiona, tienes que…

—Nunca lo sabremos. Lo único que sé es que Edward no está —sollozó Fiona—. Y Rafe imita a los que son mejor que él y finge ser el dueño y el heredero de lo que nunca le corresponderá —se secó los ojos—. No lo soporto. A veces desearía morirme.

Se tapó el rostro con las manos y cayó de lado sobre el sofá resoplando y sollozando.

Genny se quedó inmóvil durante unos segundos. Se quedó sentada viendo llorar a Fiona al tiempo que deseaba agarrarla por el cabello y abofetearla.

La prometida del conde - Deseos del corazón

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