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INTRODUCCIÓN

A. FECHA Y CIRCUNSTANCIAS DE COMPOSICIÓN: TESTIMONIOS CICERONIANOS

En el 57 vuelve Cicerón del destierro y, a pesar del calor y aun entusiasmo con el que en un principio fue recibido, no dejó de percibir pronto, como hombre inteligente que era, que no había demasiado espacio político a la altura de su dignitas 1 . El pacto —con el consiguiente reparto de poder e influencia— entre Pompeyo, Craso y César marcaba por un lado el terreno de juego. Y por el otro, el conjunto de personalidades ajenas y aun contrarias a dicho pacto —lo que de un modo vago podemos llamar optimates — no parecían dispuestas a que un homo novus , y además tocado por la crisis del 63, fuese su portavoz y, mucho menos, su líder.

Buena oportunidad, pues, para retirarse parcialmente de la vida pública y practicar ese otium que en el prólogo de nuestro diálogo reclama, aunque su dignitas estuviese un tanto maltrecha. Una carta a Ático (IV 13, 2) fechada en diciembre del 55 y en otra dirigida a Léntulo 2 , de ese mismo año o quizá del siguiente, ofrece mandarle al hijo de su amigo la obra supuestamente terminada.

Aunque en algunas ocasiones como en Sobre la adivinación II 4 o la ya citada carta a Léntulo se refiere a su dialogo con el título De oratore , en la también citada carta a Ático lo nombra mediante la expresión oratorii libri , en la que oratorius puede perfectamente ser considerado como derivado de orator y no de oratoria .

Asimismo podemos señalar dos rasgos del diálogo que en la misma carta a Léntulo Cicerón subraya en su obra: abhorrent enim a communibus praeceptis atque omnem antiquorum et Aristoteliam et Isocratiam rationem oratoriam complectuntur: «abominan de las recetas al uso y tratan de toda la teoría retórica de los antiguos, tanto la de Aristóteles como la de Isócrates 3 ». Y ya iremos viendo la distancia que tanto Cicerón en el prólogo como sus personajes en el diálogo mantienen respecto a los rétores y sus manuales.

En fin, queda por tratar cómo era visto por el propio Cicerón el género literario al que pertenece el De Oratore . De nuevo un pasaje de la carta a Léntulo: scripsi igitur Aristotelio more… tris libros in disputatione ac dialogo «de Oratore», quos arbitror Lentulo tuo fore non inutilis 4 . Que lo considera un diálogo, no hay duda, como era de esperar. Posiblemente en disputatione ac dialogo haya que suponer una hendíadis y traducir por ‘diálogo expositivo’ para distinguirlos de los de Platón. Está la cuestión del aristotelius mos , que aparece en otra carta (Cartas a Ático , XXX 9, 4) y en III 80. En la carta a Ático, del 45, Cicerón contrapone diálogos suyos como La República o el De Oratore , escritos como Heráclides y los que está escribiendo en el momento actual, es decir, los filosóficos, que Aristotéleion morem habent, in quo ita sermo inducitur ceterorum ut penes ipsum sit principatus 5 . Aludiría pues a que los perdidos diálogos literarios de Aristóteles como Grilo o Sobre los Poetas la intervención de quien expone no deja prácticamente espacio a otros intervinientes. ¿Cómo se compadece esto con la afirmación de la carta a Léntulo? Puede tratarse de un uso laxo del Aristotelius mos y que aquí esté usado tal como aparece en III 80: sin aliquis extiterit aliquando qui Aristotelio more de omnibus rebus in utramque sententiam possit dicere , donde Aristotelius mos se refiere a una exposición en la que una misma cuestión puede exponerse desde puntos de vista diferentes, y aun encontrados, como es el caso del De Oratore .

B. ÉPOCA DEL DIÁLOGO

Para quien gusta de la Historia y en particular del Mundo Antiguo, pocos periodos hay más apasionantes y decisivos, más preñados de acontecimientos y cambios, no sólo en la política y la sociedad sino también en el de la literatura, que el último siglo de la República Romana. Pocos hay también tan tensos y, en más de una ocasión, tan terribles y sangrientos. Tanto, que uno entiende la razón de esa, al parecer, maldición china: «¡Ojalá te toque vivir una época interesante!».

El comienzo de esa centuria está marcada en el exterior con la destrucción de Corinto, Cartago y Numancia, en el 146 las dos primeras y en el 133 la última; y las dos últimas, a manos del moderado y culto Escipión Emiliano, protector de intelectuales como Polibio y Panecio o artistas como Terencio o Lucilio. Un inequívoco aviso, desde Oriente a Occidente, por si no estaba claro quién mandaba en el Mediterráneo.

Pero la sociedad romana, así como el entorno itálico, no presentaba síntomas de una razonable cohesión políticosocial y económica. Setenta años de guerras casi continuas habían arruinado a buena parte del pequeño campesinado romano e itálico y los había convertido en proletarios, hacinados en Roma y excelente caldo de cultivo de todo tipo de corrupciones, demagogias y violencias. Un Senado que, al abrigo de una política exterior cada vez más compleja y la anualidad de las magistraturas, detentaba un poder que en modo alguno le otorgaba la «constitución» romana. Y una clase que dominaba el comercio a gran escala, la banca y el arrendamiento de impuestos —grosso modo , el orden ecuestre o equites — con una riqueza y poder crecientes, pero cuyos intereses políticos no siempre coincidían con los de la nobilitas .

Entre el año 133 y el 121 los tribunos de la plebe Tiberio y Gayo Sempronio Graco intentan regenerar el tejido social romano, devolviendo a los arruinados campesinos su antigua condición de propietarios a través de un conjunto de leyes agrarias. Y no es que se tratase ni mucho menos de quitarle las tierras a los ricos para dárselas a los pobres, sino de algo mucho menos revolucionario: consistía en que el Estado, titular del ager publicus —grandes extensiones de terreno en Italia y fuera de ella y producto de antiguas conquistas— limitase la extensión de terreno disfrutado por sus possessores 6 , compensándoles parcialmente y repartiendo el resto entre los ciudadanos sin tierras. La reforma era bastante razonable, y aun generosa para quienes de hecho estaban ocupando unas tierras públicas y sin arriendo alguno en muchos casos. Y quienes la proponían no eran peligrosos revolucionarios salidos del arroyo, sino hijos de un respetado cónsul y censor y sobrinos del poderoso Escipión Emiliano.

No es cuestión aquí de relatar los sucesos de estos dos tribunados. Ambos hermanos fueron asesinados —o murieron de forma violenta— en unos sucesos provocados y dirigidos a acabar físicamente con los tribunos por la facción más dura de los optimates: Escipión Nasica en el 133 y el cónsul Lucio Opimio en el 121.

La victoria política de la nobilitas en general y de su ala más intransigente fue tal que no hizo falta anular los repartos de tierras, aunque es probable que la falta de financiación por parte del estado provocase la ruina de buena parte de los nuevos propietarios 7 . En cualquier caso, la muerte violenta de los Gracos dejó heridas abiertas en amplias capas de la sociedad romana que no se cerraron sino tras dos sangrientas guerras civiles y el final de la República.

Pero aparte de la cuestión agraria y la proletarización creciente de la sociedad romana, había otra grave cuestión que sin duda estaba en la cabeza de los romanos más sensatos e inteligentes: la itálica. Los socii —teóricamente aliados, pero de hecho súbditos de primera— que habían contribuido a la formación del Imperio, querían ser ciudadanos de pleno derecho y participar de las posibles ventajas que ello suponía. Con lo que a un conflicto de clases se añadía otro de grupo 8 .

El problema era delicado, pues aun quienes veían la necesidad de integrar a los itálicos en el cuerpo político romano no dejaban de intuir los peligros que una ampliación tan espectacular del cuerpo cívico podría traer para el sistema. Y una ampliación del número de ciudadanos podía ser presentada a la plebe romana como una disminución de sus derechos o privilegios tanto por la demagogia de los optimates como por la de los populares .

Con todo, desde poco después del 121 al 91, año del diálogo que evoca el De Oratore , la lucha política, con momentos de gran tensión y violencia, continuó entre populares, optimates y equites . Los equites controlaban desde los Gracos los tribunales permanentes —quaestiones perpetuae — que juzgaban delitos económicos —de repetundis 9 en especial— y políticos —de ambitu, de maiestate 10 — y condenaban no siempre justamente a miembros de la clase senatorial. Escándalos de corrupción que podían afectar asimismo a la política exterior, como el caso de Jugurta en torno al 110 propicia la aparición de Mario, homo novus que, con el apoyo de los populares y antiguos simpatizantes y seguidores de los Gracos, gana el consulado y dos guerras y ocupa cinco veces más la máxima magistratura de forma casi ininterrumpida entre el 107 y el 100. Este año uno de sus más firmes y extremados partidarios —el tribuno Saturnino y otros populares — plantea tal enfrentamiento no sólo con el senado sino con la magistratura que Mario le retira el apoyo y es asesinado con un grupo de sus seguidores.

La desaparición de Saturnino y una discreta retirada de Mario de la escena política lleva a una facción moderada de la nobilitas a intentar disminuir la tensión política no sólo entre populares y optimates sino entre el ordo senatorius y el ordo equester , reforzar el papel del senado e intentar solucionar la cuestión itálica.

Precisamente en el 91 —el año de nuestro diálogo— se estaba sustanciando parte de este proyecto, aunque con la oposición de uno de los cónsules, Marcio Filipo 11 . Livio Druso, que mantenía excelentes relaciones con buena parte de la aristocracia de los itálicos es elegido tribuno de la plebe e inicia una reforma que, al parecer suponía duplicar el número de senadores a base de incorporar a 300 equites al tiempo que se disminuía su influencia en las quaestiones perpetuae y se planteaba la concesión —posiblemente de un modo gradual— de la ciudadanía a los itálicos. Y no se olvide que uno de sus más íntimos colaboradores de Druso era precisamente Sulpicio, uno de los participantes en el diálogo.

Esta esperanza de arreglo pacífico se vio truncada primero por la inesperada muerte de Lucio Licinio Craso, el protagonista del De Oratore y uno de los más firmes apoyos de Druso en el senado; y a los dos meses, por el asesinato del propio Livio Druso y la casi inmediata sublevación de los pueblos itálicos contra Roma. El Bellum Sociale 12 terminó militarmente con la victoria de Roma pero al final la extensión de la ciudadanía a los itálicos era un proceso irreversible.

Los años siguientes son particularmente dramáticos y terribles: en el año 88 una extraña alianza de Sulpicio y Mario intenta quitarle a Sila la campaña de Oriente contra Mitrídates que legalmente se le había concedido. A tal irregularidad o posible ilegalidad Sila responde conduciendo a su ejército acampado en Nola contra Roma y declarando enemigo público a Mario y a Sulpicio. Y después los consulados de Cina y el regreso de Mario con más proscripciones y la muerte de dos protagonistas de este diálogo. Y la dictadura de Sila y más proscripciones… Pero eso pertenece ya al principio del fin de la República y queda fuera de nuestra tarea.

C. LOS PERSONAJES DEL DIÁLOGO

Marco Licinio Craso, nacido en 140 (Bruto 161), fue discípulo de Celio Antípatro, el analista. Cuando tenía poco más de 21 años acusó a Gayo Papirio Carbón, antiguo partidario de Tiberio Graco y luego rescatado para la causa de los optimates . Los cargos no se conocen pero el ataque fue tan duro que Carbón se suicidó tomando una buena dosis de cantáridas (Cicerón, Ad famil . IX 21, 3, y Bruto 103). El joven prometía. Participó como triunviro en la fundación de Narbona en el 118 13 . Fue cuestor en la provincia de Asia en torno al 108, visitando a su regreso Atenas y entrando en contacto con los más famosos oradores y filósofos del momento. Tribuno de la plebe el 107, fue de tal discreción en su cargo que, como cuenta Cicerón en Bruto 160, de no haber contado Lucilio en un poema su cena en casa del pregonero Granio, no sabríamos de su existencia. A esta época pertenece posiblemente su discurso a favor de Sergio Orata 14 . En el 106 se decantó por el partido de los optimates , apoyando una ley promovida por Quinto Servilio Cepión y que pretendía arrebatar a los caballeros el control de las quaestiones perpetuae . Fue edil en torno al 100 y pretor en el 98. Alcanzó el consulado en el 95 junto con Quinto Mucio Escévola el Pontífice 15 . El acto más famoso de su magistratura fue la Lex Licinia Mucia de redigundis civibus , por la que se rectificaba el censo del 97 en el que se había inscrito como ciudadanos a numerosos itálicos, quizá con criterios no muy rigurosos. En cualquier caso —y aunque posiblemente respondía a una cierta xenofobia de los ciudadanos antiguos respecto a los itálicos— la medida fue muy inoportuna y un hito más que llevó a la guerra cuatro años más tarde. Que cuatro años más tarde, como he señalado antes, apoyase los planes de Livio Druso es, en el mejor de los casos, una rectificación de su torpeza anterior y seguramente una muestra de las contradicciones que la cuestión itálica provocaba en los grupos políticos romanos, tanto conservadores como progresistas. En el 94 fue procónsul en la Galia y el 92 censor con Gneo Domicio Enobarbo. Esta magistratura fue asimismo célebre: en el plano anecdótico, por su rivalidad con su colega en la magistratura, que se sustanció en una altercatio censoria (Bruto 164), amén de anécdotas que recoge Valerio Máximo (IX 1, 4), Plinio el Viejo (XVII 1) y Eliano. Otra dimensión tiene su edicto De coercendis rhetoribus latinis , que es aludido y aun justificado por el propio Craso (III 92-93), por el que se cerraban las escuelas en las que se impartía la enseñanza de la retórica en latín. En nota al lugar en cuestión expongo mi parecer, no tan comprensivo como el de Leeman y otros estudiosos. Su muerte casi repentina en el 91, como ya hemos señalado, y el posterior asesinato de Druso precipitaron sin duda la crisis itálica así como la romana. No hay que decir que la figura de Craso que aparece en nuestro diálogo —aunque respondiendo en lo básico a la realidad— está no sólo idealizada sino en cierto modo deformada en cuanto que es Cicerón el que en muchas ocasiones está hablando a través de su persona . El retrato que Cicerón de él da como orador en Bruto 143 y ss. es seguramente más cercano a la realidad.

Marco Antonio nació en el 143. Su primera actuación notoria en el foro fue la acusación de maiestate que presentó en el 112 contra Gneo Papirio Carbón por una derrota ante los cimbrios. Igual que su hermano años antes, se suicidó, en su caso, ingiriendo vitriolo (Ad famil . IX 21, 3). Fue pretor en el 103 y gobernó la provincia de Cilicia con poderes proconsulares y estuvo al mando de una flota con la que limpió por una temporada de piratas la zona. Esta acción le valió un triunfo en el 102. Habiendo luchado juntamente con Craso contra Saturnino y sus leyes, en su consulado del 99 se enfrentó al tribuno Sexto Ticio que pretendía aprobar una ley agraria. En el 98 tuvo uno de sus grandes éxitos ante los tribunales, su defensa de Manio Aquilio, cónsul en el 101 y que había dirigido con éxito una sublevación de esclavos que hubo en Sicilia, siendo con todo acusado por Lucio Fufio. Pero su proceso más famoso fue su defensa de Gayo Norbano, antiguo cuestor suyo en Cilicia y que era acusado de maiestate por el joven Sulpicio Rufo y teniendo el apoyo de los optimates y casi con seguridad del propio Lucio Craso, maestro de Sulpicio y partidario de Servilio Cepión, que era la supuesta víctima de Norbano 16 . Tras la muerte de Craso fue uno de los acusados de maiestate por el tribuno Quinto Vario. Logró eludir la condena con una apasionada y brillante defensa (Tusculanas II 56). Pero poco después, con la vuelta de Mario en el 87, no tuvo tanta fortuna: proscrito entre los primeros, era odiado de tal forma por el viejo Mario que cuando supo que había sido localizado, quería matarlo con sus propias manos. Anio y un piquete de soldados cumplieron la misión.

Publio Sulpicio Rufo, que tiene un papel muy modesto en el diálogo —es uno de los dos jóvenes, junto con Cota, que están para aprender de Craso y de Antonio— tuvo en la vida política un papel más destacado; en particular, a partir del 90, provocando en el 88 con su tribunado no sólo su propia muerte violenta sino dando justificaciones a Sila para actuaciones que terminarían llevando a su dictadura. A pesar de que ejemplos de sus discursos nutren la Retórica a Herenio , de claras simpatías hacia los populares, no quiere ello decir que perteneciese a tal grupo desde sus primeros años. Nacido en el 124 y de familia patricia, fue en su juventud, como explícitamente se dice en I 25, la gran esperanza del partido de los optimates . Discípulo de Craso y muy amigo de Livio Druso. Ya hemos visto su papel de acusador en el juicio contra Norbano, posiblemente a instancias de los optimates y de Craso. Wilkins (pág. 15 ) sugiere que la victoria de Antonio en el proceso de Norbano decidió su paso del partido de los optimates al de los populares . Seguramente fue el asesinato de su amigo Druso quien lo convirtió, no en un popularis , sino en su heredero político y desde entonces tuvo como norte en su política integrar a los itálicos en el cuerpo cívico romano. Cuando, terminada la guerra y en el consulado de Sila —año 88—, propuso como tribuno una ley que no sólo otorgaba la ciudadanía a los itálicos sino que los repartía en las treinta y cinco tribus, tuvo la oposición de los dos cónsules. Sulpicio, que sintió esto como una traición —lo que indica que contaba en principio un cierto apoyo de los optimates en su elección al tribunado— buscó apoyos en el viejo Mario. Aunque no es seguro quién de los dos dio el primer paso 17 lo cierto es que la guerra de Mitrídates —asignada en principio a Sila— fue la moneda de cambio para conseguir el apoyo del viejo vencedor de Jugurta y de los cimbrios. En unos disturbios sociales en parte propiciados por Sulpicio, Sila se retiró a Nola, donde había tropas que estaban bajo su mando, al parecer con la bendición de Mario, que previamente había acogido a Sila en su casa e impedido su linchamiento. No es seguro si cuando Sila abandona Roma estaba o no en marcha la concesión del mando de Oriente a Mario. Pero, en cualquier caso, dejar que Sila tomase el mando de tropas en tales circunstancias fue una imprudencia, quizá mayor por parte de Mario que de Sulpicio: posiblemente éste, por su juventud o falta de trato, no sabía los puntos que calzaba el antiguo cuestor de Mario en la guerra de Jugurta, pero éste no tenía excusa. La marcha sobre Roma y la proscripción de Mario y Sulpicio —con la muerte de este último— fueron alguna de las consecuencias de esta falta de previsión. Y la más siniestra de todas: que era posible hacer política en Roma con los soldados patrullando por el Foro, cosa hasta entonces inimaginable para cualquier romano.

Quinto Mucio Esvévola el Augur, a pesar de ser ajeno al mundo de la oratoria y de no participar más que en el primer libro, resulta —al menos a mi juicio— el personaje más simpático y entrañable del diálogo. Primo de Quinto Mucio el Jurisconsulto —cónsul el 133— y tío de Mucio Escévola el Pontífice (cónsul el 95) era asimismo suegro de Craso, que aprendió con él derecho. Eminente jurisconsulto, fue pretor el 121 y cónsul el 117. Aunque de delicada salud, mantuvo una firme oposición a Saturnino y siguió participando en las sesiones del Senado. Pero ni la bondad de su carácter ni su ideología conservadora impedían una firmeza poco común: así cuando en el 88 Sila, tras entrar en Roma al frente de su ejército, pretendió declarar hostis —enemigo público— a Mario, Escévola se encaró con el cónsul que lo amenazaba (lo cuenta Valerio Máximo en III 8, 5) y le dijo que ni aunque lo matara conseguiría su voto para declarar enemigo público a quien había salvado a Roma y a Italia. Valor —y coherencia como romano y patriota— que al parecer no tuvieron otros, como Marco Antonio o Lutacio Cátulo.

Quinto Lutacio Cátulo fue cónsul el 102 con Mario y compartió con él la victoria sobre los cimbrios en Vercelas. Era en su época el político con mayor cultura literaria y filosófica, decidido defensor de la cultura griega, protector de poetas y poeta él mismo. Como orador no destacó por su fuerza, aunque sí por su elegancia y la pureza de su estilo y dicción. En el 87, tras la vuelta de Mario, Cátulo figuraba en la lista de sus enemigos. Viejas ofensas y rencillas, quizá también falta de apoyos, pesaron más en el rencoroso y viejo político que el haber compartido el consulado cuando pidieron clemencia para él. A diferencia de Marco Antonio, a quien le cortaron la cabeza, a Cátulo se le permitió el suicidio, que llevó a cabo encerrándose en una habitación recién encalada con un brasero de carbón encendido.

Julio César Estrabón era hermano de madre de Lutacio Cátulo y asimismo hermano de Lucio Julio César, cónsul en el 90. Fue un afamado orador y abogado y cuenta Cicerón (Bruto 207) que quien no podía ser defendido por Antonio o por Craso, buscaban a Filipo o a César. Su oratoria no se distinguía por su vigor, como la de Antonio o Craso, sino por su gracia y sentido del humor (ibid . 103). No es de extrañar, pues, que Cicerón le encomiende en el libro segundo la larga sección sobre el humor. Edil curul en el 90, se presentó al consulado en el 88, pero competía con Sila, general victorioso en el Bellum Sociale y no alcanzó la máxima magistratura; fue asesinado por orden de Mario en el 86, junto con su hermano Lucio y sus cabezas, junto con la de Antonio, fueron macabro trofeo de guerra y clavado en los Rostra .

D. CONTENIDOS Y ESTRUCTURA DE LOS TRES LIBROS DEL SOBRE EL ORADOR

Sobre el orador

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