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Capítulo siete

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—Gracias, Bob —dijo Luke con la mirada todavía puesta en Harper—. Ya puedes volver al trabajo.

Al ver que ya no tenía nada que hacer allí, Bob se alejó despacio, a regañadientes. Todavía atrapada en la mirada de Luke, Harper estaba tan aturdida que no sabía qué decir. Había pasado casi un año desde la última vez que hablaron. Y más de un año desde la última vez que se acostaron.

—Menudo idiota —alcanzó a balbucear Harper por fin.

—Me parece que no me equivoco al afirmar que no creo que nadie haya tildado a Bob Kowalski de ser un tipo listo —convino Luke.

Estaba guapo hasta aburrir. Llevaba el pelo rubio oscuro al rape y la cincelada mandíbula perfectamente afeitada. Solo desentonaba su traje. Ella apenas le había visto con otra cosa que no fueran vaqueros. Él acababa de verla cerca de ser arrestada; ella todo lo que podía pensar en hacer era enfadarse.

—Bueno, esto ya ha ido demasiado lejos —dijo Harper—. No tenía ningún derecho a hacer eso. Pienso presentar una denuncia esta vez. Esto tiene que parar.

Luke no respondió. En lugar de eso, la estudió con la mirada, con una vaga sonrisa.

—¿Qué? —le preguntó mientras se tocaba la cara con timidez.

—Nada —respondió—. Verte así, tan… cabreada. Es que pensé… Algunas cosas nunca cambian.

Harper no supo qué responder a eso. Se suponía que las cosas iban a ocurrir de manera diferente. Se suponía que cuando llegara el momento en el que quedaran de nuevo, su peinado y su maquillaje serían perfectos, y que el modelito que llevara puesto habría sido escrupulosamente escogido. Se suponía que irían a tomar café a algún lugar y que él se disculparía por haber cortado con ella. Así era como Harper se había imaginado ese momento a lo largo del último año. En el reencuentro de ensueño de Harper, ambos charlaban tranquilamente, se perdonaban el uno al otro por los errores del pasado y acordaban volver a intentarlo.

En fin, nunca nada entre ellos había sido de cuento. Su relación breve y apasionada había comenzado cuando la reportera investigaba un caso de asesinato, y había terminado cuando se coló sin autorización en el archivo de acceso restringido de la policía en la comisaría. Luke se enteró después de que la pillaran. Debido a su vínculo, el asunto le salpicó y se sintió traicionado, así que se apartó de ella y, hasta donde Harper sabía, nunca echó la vista atrás. No le había costado mucho no coincidir con él, ni siquiera por accidente. Luke trabajaba en el turno de madrugada; Harper se iba a casa a la misma hora que él comenzaba la jornada. Así que, ¿qué hacía él allí a aquellas horas?

—Pensaba que seguías destinado al turno de madrugada —dijo.

—Me van a pasar al turno anterior —dijo Luke—. Un pequeño ascenso.

Sus ojos se encontraron y se miraron fijamente. Aquel momento se hacía asfixiante, con el peso de toda su historia juntos de fondo. Harper deseaba saber si él lamentaba todo lo ocurrido tanto como ella; pero no se lo preguntaría, de ninguna manera.

Luke se aclaró la garganta.

—Este caso es otra cosa —dijo a la vez que se giraba para mirar allá donde estaban empujando a Shepherd para que se metiera en la parte trasera del coche de policía—. ¿Puede ser que me hayan dicho que conocías a la víctima?

—Solo un poco —respondió—. La chica muerta trabajaba con mi amiga Bonnie en el bar La Biblioteca.

—Ah, ya. Había olvidado que tenías una amiga que trabajaba allí —le dijo—. ¿Alguna vez coincidiste con ese tipo?

Señaló a Wilson, que ya estaba dentro del coche, todavía defendiendo su inocencia a través de las ventanillas. Harper se encogió de hombros.

—Un par de veces. Para nada parecía ser capaz de hacer algo así. Siempre me dio la impresión de ser un buen tipo.

—Ahora no parece tan bueno. —El tono de Luke era seco. Echó un vistazo a su reloj—. Bueno, más vale que me marche ya. Mi papel en este drama está a punto de empezar.

Harper alzó las cejas, sorprendida.

—¿Vas a interrogar a Shepherd? Pensaba que Daltrey llevaba el caso.

—Lo llevamos juntos —le dijo mientras sacaba las llaves del bolsillo.

Harper mantuvo una expresión neutra, pero su mente iba a mil por hora. Si Luke llevaba el caso, se iban a ver todo el tiempo.

—Bueno, por si te sirve de algo, Bonnie jura que ese tío no es capaz de algo así —le dijo.

—Ya veremos. —Luke le dedicó una de esas sonrisas serias y a cámara lenta que recordaba tan bien—. Me alegro de haberte visto, Harper.

—Lo mismo digo —respondió ella, como si tal cosa—. Buena suerte con el nuevo turno.

Luke dudó por un segundo, como si estuviera pensando en añadir algo más a la conversación o no, pero entonces levantó una mano a modo de despedida silenciosa, se dio la vuelta y se alejó con ese paso lento y largo que ella sabía que podría reconocer en cualquier parte.

Para cuando por fin Harper pudo irse a casa era ya la una de la madrugada. Casi habían transcurrido veinticuatro horas desde que supo del asesinato en River Street. Tenía sensación de mareo debido al agotamiento. Agarró el volante con fuerza y clavó los ojos en la carretera borrosa. Durante todo el trayecto le estuvo dando vueltas al encontronazo con Luke y pensando en todas las cosas que debería haberle dicho.

Cuando aparcó en su sitio de siempre en East Jones Street, la visión de la casa victoriana de dos plantas le proporcionó una sensación de quietud y seguridad. Una joven abogada se había mudado al piso de arriba hacía unos meses, reemplazando así al grupo de estudiantes de arte que lo habían ocupado antes que ella. Su vecina trabajaba mucho y tenía un horario muy razonable. Aquellas fiestas de madrugada que dejaban toda la casa con un tufillo de maría e incienso eran cosa del pasado. Tampoco había ni rastro de aquella música extraña que estaba como impregnada en el techo a todas horas. Para su sorpresa, Harper echaba de menos a los chavales. La casa estaba demasiado tranquila por aquel entonces.

Las llaves de Harper tintinearon a medida que las fue introduciendo en cada una de las tres cerraduras de máxima seguridad que había instalado en su robusta puerta de entrada. Cuando por fin se abrió, la alarma empezó a emitir una serie de pitidos agudos de advertencia, y Harper introdujo el código de seguridad de cuatro dígitos que hizo que el ruido cesara. Había instalado la alarma después de que se colaran en su apartamento el año anterior. Desde entonces no había habido ningún otro incidente, pero la inquietaba el hecho de que la persona que había invadido su hogar todavía no hubiera sido identificada. Tampoco sabía qué quería o por qué se había fijado en ella.

Cruzó el recibidor hacia el salón y encendió las luces. El suelo de madera resplandeció. No tenía muchos muebles, aparte de dos sofás de color gris, uno frente a otro, y una mesa baja entre ellos. Todo estaba perfectamente limpio. De hecho, tenía un poco el aspecto de una sala de exposición de muebles; en parte porque todo lo que poseía todavía desprendía ese halo de recién comprado. Casi todos los muebles que tenía habían resultado dañados durante el allanamiento, así que después de que el seguro se hiciera cargo, los reemplazó todos. Proceder así había tenido todo el sentido del mundo, pero de vez en cuando tenía la desconcertante sensación de que era otra persona la que vivía allí y que todo aquello le pertenecía. Desde la cocina, una pequeña sombra se dirigió hacia ella. Una gatita gris atigrada y elegante se restregó contra su tobillo.

—Hola, Zuzu —dijo Harper mientras se agachaba para acariciar el suave pelaje del animal—. ¿Has ahuyentado a algún ladrón hoy?

La gata la condujo hacia la cocina, ronroneando. Harper sacó una lata de conserva de la alacena medio vacía y cogió una cuchara del escurreplatos, la misma que había utilizado aquella mañana, y a continuación puso un poco de atún en el comedero de la gata. Mientras el animal comía, Harper localizó una botella de Jameson en la alacena y se sirvió un whisky doble en un vaso de agua. Hacía mucho tiempo que no se permitía pensar en Luke. Había subestimado el dolor que le causaría verle de nuevo y no significar para él nada especial, solo ser una mujer a la que conocía. La conversación había sido de lo más corriente. Solían disfrutar de ese tipo de charlas a todas horas. Hasta que lo echaron todo a perder.

Apuró el vaso de whisky y se sirvió un poco más. Una única copa no sería suficiente; al menos no lo sería si se iba a poner a pensar en esas cosas. De hecho, no había suficiente whisky en el mundo.

La noche en que el teniente Smith fue detenido, había sido Luke quien había acudido en su ayuda. Y después de que Smith la disparara, había sido él quien se había arrodillado a su lado para intentar detener la hemorragia. Recordaba aquella noche con todo lujo de detalles. El terror en la voz de él, sus manos tratando de taponar aquella riada de sangre.

Después de aquello, sin embargo, él la había evitado durante semanas hasta que, finalmente, un buen día la llamó.

—Siento haber desaparecido así, sin más —le había dicho por teléfono en un tono demasiado apático—. Tenemos que hablar.

Luke había elegido un lugar neutral; un bar que ninguno de ellos frecuentaba demasiado. Cuando Harper entró y lo vio sentado a una mesa con una botella de cerveza frente a él sin empezar, se sintió indefensa a causa de la nostalgia, pero desde el momento en que se sentó a su lado, Harper tuvo claro que su relación había terminado. Sin embargo, aún quedaban cosas por decir.

—Quería darte las gracias —le había dicho Harper— por salvarme la vida.

Él parecía incómodo.

—No tienes por qué. Tan solo hacía mi trabajo.

—Y tanto que sí —había añadido ella—. Arriesgaste tu vida por mí. Por lo menos déjame que te lo agradezca.

Sus miradas se habían cruzado y Harper había sentido una conexión entre ellos, como un estallido de calor. Uno de los músculos de la mandíbula de Luke se había tensado en un leve tic, el único signo de que él también había experimentado la misma sensación.

—Debería haber llegado antes, pero no tenía el teléfono a mano —había dicho después de una larga pausa—. Recibí tu mensaje demasiado tarde.

Harper no iba a permitir que Luke le restara importancia a su hazaña.

—Estuviste ahí en el momento preciso. Tan solo lamento que te hayas visto arrastrado a esta situación. Sé que era lo último que deseabas.

Al decir aquello, el gesto en el rostro de él se había endurecido.

—Que tú sufrieras cualquier daño era lo último que deseaba. No tenía que haber ocurrido. Eres condenadamente testaruda…

Se detuvo ahí, alcanzó la cerveza y le dio un trago rápido.

—Luke, espero que sepas comprender por qué hice lo que hice —se había defendido Harper bajando la voz hasta convertirla en un susurro—. Estaba convencida de que podría resolver el asesinato de mi madre si hacía lo propio con ese caso. Ahora, tan solo me queda esperar a que llegue el día en el que pueda compensarte por todo el daño que te he causado.

Harper se había inclinado hacia delante, suplicando que la comprendiera. Probablemente, cualquiera que hubiera estado al tanto de su historia podría haber entendido por qué eso significaba tanto para ella. ¿Quién no traspasaría todos los límites para intentar resolver el asesinato de su propia madre? Luke había levantado la mirada de su cerveza, y la había estudiado con aquellos ojos enigmáticos de color azul oscuro, como el cielo a medianoche.

—Lo sé —el tono apagado que había empleado hizo añicos todas las esperanzas de reconciliación que Harper hubiera podido albergar—, pero las cosas no funcionan así. La confianza no se reinstaura así como así, solo porque tú quieras. Hay cosas que, una vez rotas, no se pueden arreglar.

Después de aquello habían hablado un rato más, y luego se habían marchado cada uno por su lado, conscientes de que su relación había terminado. Desde entonces no habían vuelto a hablar hasta aquella noche.

Harper levantó el vaso hacia los labios con un movimiento rápido y eficaz, y dio buena cuenta del segundo whisky, con la esperanza de que trazara una línea de fuego a lo largo de su garganta hasta llegar al corazón. Parte de la tensión acumulada en su cuerpo se disipó y dejó escapar un suspiro largo y trémulo. A partir de entonces los dos trabajarían en el mismo turno. A lo mejor aquello no era tan horrible. Puede que lograran hallar la forma de perdonarse, pero en su interior Harper sabía que eso no era nada más que un sueño.

Un bonito cadáver

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