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Capítulo uno

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—Vamos allá. Bola ocho a la tronera del rincón.

Inclinada sobre la mesa de billar, Harper McClain clavó los ojos en la larga extensión de tapete verde libre de obstáculos. Sentía el taco en sus manos liso y frío; esa noche se había tomado cuatro de los margaritas supercargados especialidad de Bonnie, pero lo sostenía con firmeza.

Había un momento comprometido y efímero entre beber demasiado alcohol y demasiado poco en el que las habilidades de Harper al billar alcanzaban su máximo. Ella estaba justo en ese punto. Exhaló lentamente y ejecutó el tiro. La bola blanca se deslizó directa y rápida y golpeó la bola ocho, que rodó hacia la tronera. Estaba hecho: chocó suavemente en la banda de madera pulida de la mesa y se introdujo en la tronera con fuerza.

—¡Sí! —Harper levantó el puño—. Tres seguidas.

Sin embargo, la bola blanca siguió rodando.

Harper bajó la mano y se inclinó sobre la mesa.

—No, no, no —suplicó.

Mientras esperaba desanimada, la bola blanca siguió a la bola ocho como un fiel perro sabueso.

—Venga, bola blanca —dijo Bonnie con tono persuasivo desde el otro lado de la mesa—. Mami necesita unos zapatos nuevos.

Cuando alcanzó el borde de la tronera, la bola tembló por un instante como si tratara de decidirse y, al final, emitiendo un ruido sordo, desapareció en el interior de las tripas de la mesa poniendo fin a la partida.

—Ya está. —Bonnie levantó su taco por encima de la cabeza—. ¡Mía es la victoria!

—¿Llevas toda la noche esperando a decir eso? —preguntó Harper mientras la fulminaba con la mirada.

—¡Ya ves! —exclamó Bonnie en tono rebelde.

Era muy tarde. Aparte de ellas, no había nadie más en La Biblioteca. Naomi, a la que también le había tocado trabajar en el turno de noche con Bonnie, había terminado de fregar el suelo del bar hacía una hora y se había marchado a casa.

Todas las luces del laberíntico bar estaban encendidas e iluminaban los maltrechos libros dispuestos en las estanterías que recubrían las viejas paredes del establecimiento desde aquellos días en los que había sido una biblioteca. El local tenía capacidad para unas sesenta personas, pero ahora que solo estaban ellas el lugar parecía más cómodo, incluso acogedor en cierto modo, mientras que la voz de Tom Waits, que sonaba desde la máquina de discos, bañaba el espacio con sus canciones de amores perdidos.

A pesar de la hora, Harper no tenía ninguna prisa por marcharse. Su casa no estaba lejos para ir a pie, pero todo lo que le esperaba allí era una gata, una botella de whisky y un montón de malos recuerdos con los que últimamente había pasado mucho tiempo.

—¿Revancha? —Miró a Bonnie con ojos esperanzados—. ¿La que gane se lo lleva todo?

Después de apoyar su taco en el letrero que decía: Libros + Cerveza = Vida, Bonnie rodeó la mesa. Las mechas de color azul de su cabello largo y rubio atraparon la luz de la estancia en cuanto le tendió la mano a Harper.

—La que pierda, paga —dijo, y añadió—: Además, me he quedado sin suelto.

—Y yo que pensaba que los camareros siempre llevaban calderilla encima —se quejó Harper, rescatando del bolsillo las últimas monedas que tenía.

—Los camareros somos lo suficientemente inteligentes como para esconder el dinero antes de empezar a jugar al billar contigo —respondió Bonnie.

La música cesó un momento mientras la máquina de discos cambiaba de canción. Envueltas en ese silencio repentino, ambas dieron un respingo al escuchar el estridente tono de llamada del teléfono móvil de Harper, al que, después de cogerlo de la mesa situada a su lado, echó un vistazo.

—Espera un momento —dijo mientras presionaba el botón de respuesta—. Es Miles.

Miles Jackson era el fotógrafo de sucesos del Daily News; de no haber una buena razón, no la estaría llamando a esas horas.

—¿Qué hay? —dijo Harper, a modo de saludo.

—Vente al centro. Tenemos un asesinato en River Street —le informó.

—Me tomas el pelo. —Harper dejó caer su taco sobre la mesa de billar—. ¿Ya estás allí?

—Estoy llegando justo ahora. Parece que han llamado a todos los polis de la ciudad.

Miles tenía activado el altavoz del teléfono; Harper podía escuchar de fondo el ronroneo del motor del coche y el insistente restallido de sus detectores policiales. El ruido hizo que Harper sintiera un escalofrío.

—Salgo para allá.

Harper colgó el teléfono sin despedirse mientras Bonnie la observaba de manera inquisitiva.

—Tengo que irme —le dijo Harper mientras cogía su bolso—. Ha habido un asesinato en River Street.

Bonnie se quedó boquiabierta.

—¿En River Street? Estás de broma.

—Lo sé. —Harper sacó su libreta y su detector policial, y cruzó la habitación mientras calculaba mentalmente cuánto tiempo tardaría en llegar a la escena del crimen—. Si se trata de un turista, la alcaldesa estará que echa chispas.

River Street era el epicentro del distrito turístico de la ciudad, y el lugar más seguro de Savannah. Hasta ahora.

Bonnie corrió tras ella.

—Dame un segundo para echar el cierre —le dijo—. Voy contigo.

Harper se dio la vuelta en dirección a su amiga.

—¿Te vienes a la escena de un crimen?

La música sonaba de nuevo.

—Te has bebido cuatro margaritas —le recordó Bonnie—. Y los he preparado bien cargados. Seguro que superas el límite. Yo solo me he tomado dos cervezas.

Detrás de la barra, Bonnie abrió un panel oculto en la pared y bajó algunos interruptores; la música dejó de sonar de inmediato. Un segundo más tarde, las luces se fueron apagando una a una hasta que tan solo quedó encendido el brillo rojizo del cartel que indicaba la salida. Después de coger las llaves se apresuró a alcanzar a Harper, taconeando sus botas tejanas en el suelo de cemento del local, ahora en silencio, y con su falda ondeando alrededor de sus piernas.

Harper seguía sin estar convencida de que aquello fuese una buena idea.

—Eres consciente de que allí habrá gente muerta, ¿verdad?

Bonnie se encogió de hombros, introdujo la llave en la cerradura de la puerta delantera y la abrió. De pronto, el húmedo aire de la noche sureña lo inundó todo.

—Ya soy mayorcita. Podré soportarlo.

Miró a Harper por encima del hombro con una determinación que conocía bien y contra la que sabía, desde que tenían seis años, que era mejor no luchar.

—Venga, vamos.

River Street era una calle estrecha y adoquinada que discurría entre los antiguos muelles y almacenes que habían servido a embarcaciones de gran tamaño que navegaban rumbo a Europa y a través de las anchas y oscuras aguas del río Savannah. Era la calle más fotografiada de la ciudad y en tan solo unas horas estaría plagada de trabajadores, visitantes extranjeros y autobuses turísticos, pero a aquella hora se encontraba prácticamente vacía. La mayoría de los bares habían cerrado a las dos de la madrugada y la ola de calor que azotaba la ciudad había provocado que toda la gente que quizá se hubiera quedado paseando por las orillas del río huyera en busca del frescor del aire acondicionado.

Bonnie aparcó su camioneta color rosa, que llevaba la palabra «Mavis» pintada en color amarillo en la parte de atrás, y apagó el motor. Podían verse las luces azules parpadeantes a poca distancia de la orilla del río. Ese paisaje hizo que a Harper se le acelerara el corazón. Eran casi las tres de la madrugada y probablemente a esa hora los canales locales de televisión no tuvieran a nadie disponible. Esta podría ser su historia en exclusiva.

—Venga —le dijo a Bonnie mientras abría la puerta de su camioneta de golpe y salía precipitadamente del vehículo.

Cuando sus pies se toparon con el bordillo de la acera, sintió una aguda punzada de dolor en la herida de bala del hombro. Hizo un gesto de malestar llevándose la mano a la cicatriz. Había pasado un año desde que la habían disparado, y era muy extraño que la herida le molestara así. Normalmente solo le dolía con los cambios de tiempo.

—Ahora serás un barómetro andante —le había comentado el cirujano en tono jovial durante una de las revisiones—. Serás capaz de predecir cuándo va a llover.

—Ese no es precisamente el superpoder que esperaba —le había respondido.

Para sus adentros, Harper se alegraba de que el dolor persistiera. La herida, sufrida mientras sacaba a la luz la culpabilidad de su mentor, el exteniente de policía Robert Smith, en un caso de asesinato, le recordaba que debía tener cuidado a la hora de confiar en la gente.

Bonnie no se dio cuenta de su gesto de dolor porque sus ojos estaban puestos en los coches de policía estacionados a lo lejos.

—Vaya. Pues sí que está en pleno centro, a apenas un par de manzanas de Spanky’s.

Spanky’s era un bar muy visitado por turistas. Si el asesinato hubiera tenido lugar un par de horas antes, cientos de personas se habrían dado de bruces con él.

Harper ya sabía lo cerca que estaban, tenía que llegar hasta allí.

—Vamos.

Casi a la carrera, se apresuraron por la empinada calle adoquinada en dirección al río. Había llovido hacía un rato y a Harper le costaba mantener el equilibrio sobre aquellos adoquines redondeados y resbaladizos. Tardaron cerca de un minuto en llegar a la orilla. Allí abajo todo estaba oscuro. La brisa a orillas del río abría un camino fresco entre la humedad.

Harper evitaba River Street siempre que podía. Casi todos los establecimientos eran ganchos para los turistas y, hasta aquel preciso instante, no recordaba ningún crimen que hubiera tenido lugar en esa zona. Más adelante, habían colocado cinta policial de farola en farola para cortar la estrecha calle. Las luces de emergencia parpadeantes iluminaban las alegres banderas que colgaban de las fachadas de los bares cerrados y las tiendas con sus cierres metálicos echados. Harper analizó la escena: la calle estaba abarrotada de coches de policía, pero no había ni rastro de los camiones con los logotipos distintivos de los canales de noticias de la televisión local.

«Bendito Miles, que se ha pasado toda la noche con la oreja pegada al detector».

Unos treinta metros más allá de la cinta policial, un grupo de policías uniformados y detectives de paisano se agolpaban en torno a algo que Harper no alcanzaba a ver desde donde estaba y dirigían sus miradas hacia el suelo.

—Mira, ahí está Miles. —Bonnie señaló hacia el otro lado de la calle.

El fotógrafo estaba solo, de pie junto a la cinta de balizamiento. Al escuchar la voz de Bonnie se volvió y les hizo señas para que se acercaran. Como siempre, lucía un aspecto elegante ataviado con un pantalón de vestir y una camisa abotonada hasta el cuello. Parecía como si llevara toda la noche esperando a que ocurriera ese crimen.

—Bueno, bueno, bueno —dijo mientras se acercaban—. ¿Acaso hay una oferta de dos por uno? Y yo sin mis vales de descuento.

—Hola, Miles. —Bonnie le sonrió—. ¡Qué casualidad encontrarte en la escena de un crimen!

—La noche está llena de sorpresas —admitió.

—¿Qué nos hemos perdido? —Harper hizo un gesto en dirección al grupo de policías—. ¿Se conoce ya la identidad de la víctima? ¿Es un turista?

—Nadie suelta prenda —respondió—. La zona ya estaba precintada cuando llegué. Y por radio tampoco dicen nada. Por poco no me entero del crimen. Porque escuché que alguien mencionaba al forense y me di cuenta de que algo pasaba, que si no estaría en casa ahora mismo.

—¿Ya has llamado a Baxter? —preguntó Harper.

Miles negó con la cabeza:

—No tengo mucha información que darle.

Bonnie escuchó cuanto decían, pero no dijo nada. Sus finas cejas se fruncieron mientras observaba a la policía, que enfocaba sus linternas en dirección a algo que yacía en el empedrado. En los ocho años que Harper llevaba trabajando en el periódico, esta era la primera ocasión que recordaba haber ido con Bonnie a la escena de un crimen. Era raro. No era su mundo. Bonnie era una artista que trabajaba en un bar para poder comprar pintura. El crimen no era su negocio, era el de Harper.

Ella había ejercido de reportera de sucesos desde que había dejado la universidad para optar a un puesto de becaria en el Daily News cuando contaba veinte años. Desde entonces se había pasado las noches investigando los crímenes más aberrantes de la ciudad. Los asesinatos ya no le provocaban náuseas como al principio. Ahora, cuando veía un cuerpo sin vida, todo lo que le venía a la mente eran las palabras que necesitaba para describirlo.

En la distancia, la multitud de agentes de policía se desplazó. Entornando los ojos, Harper observó a una mujer menuda vestida con un traje oscuro agachada junto al cuerpo.

—¿Daltrey está a cargo de la investigación? —Echó una mirada a Miles.

—Eso parece.

El fotógrafo levantó la cámara, tomó una instantánea a ciegas y luego se detuvo a comprobar el resultado en la pantalla. No eran tan malas noticias. Daltrey no es que fuera la detective más fácil con la que trabajar, pero tampoco era la peor. En cualquier caso, ya no era fácil trabajar con ninguno de ellos.

Un ruido sordo quebró la quietud, y todos se giraron para ver una furgoneta blanca con la palabra UNIDAD FORENSE en el lateral que llegaba a la altura de la cinta policial haciendo rechinar los neumáticos. La luz fría y cegadora de sus faros se abrió paso entre el grupo de detectives, iluminando la escena como si se tratara de un plató de cine.

Todos vieron el cuerpo en aquel instante. Una mujer joven yacía boca arriba, vestía una camiseta oscura y una falda por la rodilla. Harper no alcanzó a distinguir el rostro de la víctima desde tanta distancia, pero una cosa sí estaba clara: aquello no tenía nada que ver con una reyerta entre bandas.

Elevando su cámara una vez más, Miles realizó una ráfaga de disparos. Harper se puso de puntillas para ver mejor. Había algo en la víctima que le resultaba familiar. A su lado, Bonnie reprimió un grito de asombro.

—No mires el cuerpo —dijo Harper.

Pero Bonnie no apartó la mirada. En lugar de eso, se precipitó contra la cinta de balizamiento con tanta fuerza que la hizo ceder.

Uno de los policías uniformados la apuntó con su linterna con un gesto reprobatorio.

—Eh, tú, retrocede.

Harper estaba a punto de preguntarle qué demonios estaba haciendo; lo último que necesitaba era que Bonnie cabreara a la poli. La relación ya era bastante tensa sin que ella echara más leña al fuego. Pero la queja murió en sus labios.

Bonnie estaba pálida.

—Dios mío, Harper —dijo mientras observaba el cuerpo que yacía en la calle—. Me parece que es Naomi.

Un bonito cadáver

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