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Capítulo dos

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Antes de que Harper pudiera decirle que se equivocaba (tenía que ser un error, no tenía ningún sentido, y además no veían bien el cuerpo desde donde se encontraban), el poli uniformado se le adelantó.

—¿Acabas de decir que conoces a la víctima? —Levantó la linterna, apuntando el haz de luz hacia la cara de Bonnie.

Las pupilas de su amiga se redujeron a la mínima expresión debido al deslumbramiento.

—Creo que… puede ser. —Su voz sonaba vacilante—. ¿Lleva una camiseta como la mía?

El poli alumbró la camiseta negra. En el pecho ponía La Biblioteca: de la cerveza a la eternidad. Era un poli joven. Siempre ponían a los novatos en el turno de noche; todavía no era experto en ocultar sus pensamientos, y Harper pudo ver la verdad en su rostro. Volvió a entrecerrar los ojos en dirección al cuerpo. ¿De verdad se trataba de Naomi? No podía ser, ¿no?

Apenas llevaba unos meses trabajando en el bar, pero Harper la conocía lo suficiente como para saber que era una víctima bastante improbable. Con la cabeza metida en los libros todo el tiempo y un poco tímida, evitaba ponerse minifaldas, al contrario que Bonnie. En medio de la multitud de estudiantes de arte que llenaban el bar, con sus cabellos teñidos de colores brillantes y su forma de vestir tan ecléctica, Naomi tenía un aspecto un poco conservador. En ese sentido, sí que llamaba la atención. Bueno, por eso y porque era guapísima: pómulos marcados, ojos gatunos y un cuerpo perfecto. Parecía querer pasar desapercibida, pero Naomi nunca lo conseguía. ¿Quién mataría a una chica así?

—Quedaos ahí —les ordenó el agente, haciendo un barrido con su linterna para referirse a los tres—. Que no se mueva nadie.

Se dio la vuelta y se apresuró en dirección al grupo de detectives. Un momento más tarde, la detective en la que Harper había reparado antes se separó del grupo ubicado al pie de las escaleras y caminó hacia ella acompañada del policía uniformado. Tenía la piel morena, unos cuarenta años y su altura no superaba el metro sesenta y cinco. Vestía un traje sencillo de color azul marino y una blusa blanca. Llevaba el pelo corto y liso arreglado de forma práctica. Se agachó y pasó por debajo de la cinta policial con la agilidad de una gimnasta.

—¿Quién de ustedes dice conocer a la víctima?

El tono de Julie Daltrey era decidido y oficial. Sus ojos se detuvieron en el rostro de Harper sin mostrar ni un ápice de familiaridad, como si se vieran por primera vez. Como si nunca hubieran cotilleado y bromeado en escenas del crimen como aquella.

Titubeante, Bonnie levantó la mano.

—Yo.

Harper observó cómo Daltrey se fijaba en la coleta de mechas azules de Bonnie, su minifalda y su camiseta negra del trabajo.

—¿Cómo se llama?

—Bonnie Larson —respondió tras una pausa que duró una fracción de segundo.

Daltrey tomó nota en una pequeña libreta.

—¿De quién cree que se trata?

Daltrey hizo un gesto con la mano en la que sostenía la libreta, apuntando hacia el cuerpo que yacía en el suelo. Bonnie fue capaz de articular una respuesta y apretó los puños.

—Yo… creía que…, es decir, creo que es Naomi. —Su voz era ahora un susurro—. Naomi Scott.

Daltrey era policía desde hacía mucho tiempo y la expresión de su rostro no dejó entrever ninguna emoción mientras tomaba nota de algo más, ni cuando luego buscó con la mirada los ojos de Bonnie.

—¿Qué me puede contar de Naomi Scott?

Bonnie parpadeó.

—No sé…

—Dígame todo lo que sepa de ella —la animó la detective—. Quién es, dónde trabaja, cuántos años tiene.

—Trabaja conmigo en La Biblioteca —dijo Bonnie, con incertidumbre—. Las dos somos camareras. Va a la universidad durante el día. Estudia Derecho.

Daltrey tomó nota de nuevo.

—Por favor —dijo Bonnie con voz titubeante—, dígame que no es ella.

La detective hizo una pausa, como si estuviera decidiendo qué hacer. Sin embargo, cuando por fin habló, dio la noticia rápido, a bocajarro.

—Lamento informarle de que el documento de identidad hallado junto a la víctima nos indica que, efectivamente, se trata de Naomi Scott.

—Dios mío.

Bonnie retrocedió tambaleándose, como si hubiera recibido un gancho de derecha. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas.

—No puede estar muerta —continuó apesadumbrada mirando primero a la detective y luego a Harper—. Esta misma noche he estado con ella en el trabajo. Y estaba bien. Solo tiene veinticuatro años. ¿Qué ha ocurrido?

Daltrey centró entonces su atención en Harper.

—Todo esto es extraoficial, ¿me sigues?

Harper asintió con la cabeza, aunque mentalmente anotaba todo lo que se decía.

Daltrey volvió a dirigirse a Bonnie.

—Le han disparado. —Su tono era casi amable—. ¿Me puede contar algo acerca de ella que nos ayude a averiguar quién ha hecho esto? ¿Tenía miedo de alguien? ¿Algún problema del que pudiera usted estar al tanto? ¿Consumía drogas?

Pero Bonnie estaba bloqueada, como en una especie de estado de shock.

Negó con la cabeza:

—No lo sé. No creo.

Las lágrimas empezaron a rebosar y a correr por sus mejillas.

—Tengo que decírselo a su padre.

—Ya nos ocuparemos nosotros de eso —añadió Daltrey con rapidez.

Ahora le habló a Harper.

—¿Tú también conocías a la víctima?

—Apenas. La he visto en el bar esta noche. Su turno terminó hará una hora, y dijo que se iba a casa.

—¿Vive en River Street? —preguntó Daltrey.

Harper negó con la cabeza:

—Me parece que no.

La detective cerró la libreta de golpe y echó un vistazo a su reloj de pulsera.

—De acuerdo. Necesito que las dos os acerquéis a la comisaría y prestéis declaración.

A Harper le dio un vuelco el corazón.

—¿Podemos ir más tarde? —preguntó—. Primero tendría que entregar mi artículo. Y tampoco es que yo vaya a servirte de mucha ayuda…

—Tu artículo me importa un bledo —la interrumpió Daltrey—. Estamos ante un homicidio, McClain. O vais a la comisaría de inmediato por vuestra propia voluntad, o tendré que llevaros por la mía. ¿Está claro?

No tenía sentido seguir discutiendo.

—Iremos directas a la comisaría —accedió Harper, taciturna.

—Allí nos veremos —se despidió Daltrey.

Volvió a agacharse y a pasar por debajo de la cinta policial en dirección al cuerpo.

Una vez se hubo marchado, Harper se dirigió a Miles.

—¿Lo has oído todo?

Él asintió, con preocupación en sus ojos.

—¿Quieres que llame a Baxter?

Harper dio un profundo suspiro. Lo último que quería es que Miles tuviera que llamar a la editora y despertarla para decirle que ella no se encontraba en la escena de un asesinato que había tenido lugar en el epicentro de la zona turística, porque daba la casualidad de que había estado charlando con la víctima hacía apenas una hora. Pero eso era exactamente lo que tenía que hacer.

—Sí. —Se masajeó la frente. El tequila que había bebido se estaba transformando en un maravilloso dolor de cabeza.

—No le va a hacer ni pizca de gracia —la advirtió—. En cuanto se entere de que has abandonado la escena del crimen, se va a cabrear mucho.

Pero Harper ya se marchaba con Bonnie, y se limitó a responder al fotógrafo haciendo un comentario por encima del hombro:

—Vaya novedad.

Cuando entraron en la comisaría de Savannah diez minutos más tarde, el aire acondicionado le propinó a Harper una bofetada helada, provocándole un escalofrío que le recorrió la espalda. En la recepción, el policía de guardia del turno de noche estaba sentado al mostrador, Dwayne Josephs, miró alternativamente a Bonnie y a Harper.

—¿Ha pasado algo, Harper? —En cuanto se percató de la cara enrojecida de Bonnie y de sus ojos hinchados, se levantó de la silla de un respingo—: ¿Bonnie está bien?

Harper conocía a Dwayne desde que ella tenía doce años. Él fue uno de los policías que la acogió bajo su protección después de que asesinaran a su madre. A día de hoy era uno de los pocos polis con los que todavía conservaba cierta amistad. El resto de ellos la había apartado de sus vidas porque consideraban que había traicionado al cuerpo cuando sacó a la luz el crimen cometido por Smith.

Harper se había pasado el año haciendo frente a gestos de desprecio, a llamadas que empezaban con ella presentándose y terminaban un segundo después con el característico sonido de cuando se cuelga el teléfono. A ser retenida en la carretera a causa de infracciones de tráfico sin importancia que en realidad no había cometido. Así que sí, agradecía todas y cada una de las veces que Dwayne la saludaba con amabilidad.

—No está herida —se apresuró a informarle Harper—. ¿Te has enterado de lo que ha pasado en River Street?

—¿El tiroteo?

Ella asintió.

—Bonnie conoce a la víctima. Daltrey nos ha pedido que vengamos a prestar declaración.

La expresión de Dwayne se ensombreció.

—Cuánto lamento oír eso.

Mientras Harper indicaba a Bonnie que se sentara en una silla de plástico rígido, Dwayne desapareció tras su mostrador y reapareció un segundo más tarde con un vaso de plástico.

—Ten, toma un poco de agua —le dijo a Bonnie—. Seguro que te viene bien.

Bonnie aceptó, aturdida.

—Gracias, Dwayne.

—La detective Daltrey no tardará mucho —le dijo, dándole un apretoncito cariñoso en el brazo.

En realidad, no podía estar más equivocado.

Harper y Bonnie esperaron durante más de media hora en la gélida recepción. A cada poco, la vibración del teléfono de Harper rompía el silencio con la llegada de un nuevo y críptico mensaje de Miles acerca de la escena del crimen.

Fuentes policiales dicen que no han tocado el bolso, pero falta el móvil.

Después de leer esto, Harper frunció el ceño. ¿Asesinar a Naomi por un teléfono? Ella le escribió una respuesta rápida:

¿Y la cartera/dinero?

Se quedó mirando el móvil, impaciente por recibir una respuesta. La mataba no poder estar allí fuera con él. Había tantas cosas que ella podría estar haciendo en ese preciso instante en lugar de permanecer allí sentada… Sin embargo, cuando el móvil vibró de nuevo no contenía el mensaje que ella esperaba.

Le he dicho a Baxter que conocías a la víctima; está entusiasmada. Te quiere en la oficina a las nueve.

Harper volvió a guardarse el móvil en el bolsillo con una fuerza mayor de la necesaria. Cuando un coche de policía se detuvo en la parte delantera, estiró el cuello para ver si se trataba de Daltrey. En lugar de ella, un par de agentes uniformados salieron del vehículo; dirigían a un sospechoso esposado a la parte de atrás del edificio para procesarlo.

Para cuando Daltrey por fin atravesó la puerta de cristal antibalas de la comisaría, ellas dos se habían quedado medio dormidas. Bonnie se había hecho un ovillo en la silla de plástico y descansaba la cabeza sobre el hombro de Harper. Eran casi las cuatro de la mañana; la noche empezaba a hacerse interminable.

—Siento que hayáis tenido que esperar —les dijo la detective secamente—. Venid conmigo.

Se pusieron en pie despacio, con los músculos doloridos por culpa de la rigidez de los asientos. Los ojos de Bonnie estaban hinchados y las mejillas cubiertas de manchurrones a causa del llanto. En aquel mundo tan oficial estaba tan fuera de lugar, con su pelo color turquesa y sus botas tejanas, que a Harper se le encogió el corazón. En el mostrador, Dwayne pulsó un botón y desbloqueó la puerta de seguridad, que chirrió estridentemente.

El largo pasillo que llevaba a la parte de atrás estaba flanqueado por despachos a ambos lados. Allí se llevaba a cabo todo el trabajo importante del departamento de Policía. Durante el día estaba abarrotado de detectives, operadores del teléfono de emergencias y policías uniformados. A esa hora, sin embargo, reinaban las sombras y la quietud.

—Por aquí.

El eco de la voz de Daltrey resonaba mientras las guiaba hacia la derecha. Pasaron por delante de varias puertas hasta que por fin llegaron a la sala a la que se dirigían. Después de encender la luz, la detective colocó su bolso en el suelo, junto a una silla metálica plegable.

—Tomad asiento, por favor —les dijo con una breve sonrisa.

La habitación, pequeña y sin ventanas, no contaba más que con una mesa de madera llena de rasguños y cuatro sillas. Un leve y frío destello procedente de una de las paredes desveló la existencia de un espejo. Daltrey esperó paciente a que Harper y Bonnie se acomodaran frente a ella. A la dura luz del fluorescente, Harper se dio cuenta de que aquella larga noche le estaba pasando factura. Las ojeras comenzaban a aflorar bajo sus ojos, y la humedad del ambiente le proporcionaba un ligero brillo en la piel.

—No nos entretendremos mucho —dijo a la vez que sacaba de su bolso una libreta y un bolígrafo—. Me gustaría que cada una me contara su versión de lo que ha ocurrido esta noche y sus impresiones acerca de la víctima.

Harper era consciente de que no tenía mucha información que proporcionarle. Todo lo que sabía era que hacía tres horas Naomi estaba viva, absorta en su trabajo, con una expresión seria dibujada en el rostro con forma de corazón, mientras hacía movimientos rápidos y enérgicos con su cuerpo menudo al frotar con un trapo la barra de La Biblioteca. Apenas le dirigió una mirada a Harper cuando llegó y se sentó, y Harper tampoco le prestó ninguna atención a ella. Estaba concentrada en sus propios problemas, y en el margarita con hielo que Bonnie le servía.

Daltrey se dirigió a Bonnie.

—Usted primero, señorita Larson. Entiendo que la conocía mejor.

Bonnie le dedicó una mirada desconcertada.

—No sé qué decir…

—Cualquier cosa que le llamara la atención podría resultarnos útil —continuó Daltrey—. Comenzaremos por lo más sencillo. ¿Cómo parecía sentirse esta noche? ¿Contenta? ¿Triste? ¿Asustada? ¿Ocurrió algo extraño durante su turno?

Bonnie entrelazó las manos sobre la mesa y reflexionó un instante.

—Bueno —dijo con cautela—, me pareció que se encontraba bien, al menos gran parte de la noche. Normal, no sé.

Daltrey ladeó la cabeza.

—Ha dicho «gran parte de la noche». ¿Qué quiere decir con eso?

—Recibió una llamada al móvil justo antes de la una —explicó Bonnie—. Después…, no sé, parecía inquieta. Disgustada, quizá. Me preguntó si podía marcharse pronto. No teníamos mucho lío, así que le dije que sí. Limpió su puesto y salió justo después de que llegara Harper.

Daltrey tomaba notas con rapidez.

—¿No le dijo por qué?

Bonnie negó con la cabeza.

—Supuse que tendría algo que ver con su novio o su padre. —Hizo una pausa antes de continuar—: Tiene una relación muy estrecha con su padre. A veces, él la viene a recoger al trabajo.

Daltrey entornó los ojos.

—¿Sabe cómo se llama su padre?

—Jerrod Scott.

—¿La recogió esta noche?

—No lo sé —admitió Bonnie—. Para entonces solo quedaba yo trabajando en el bar. Si la recogió, no entró.

—Pero acaba de decir que parecía inquieta —dijo Daltrey—. ¿Qué le hizo pensar eso?

Bonnie hizo una pausa.

—Al principio de la noche había estado bromeando sobre tonterías, en plan relajado. Sin embargo, después de la llamada… Es difícil de explicar. Parecía más tensa, distraída, como si le hubieran dado una mala noticia. —De pronto se le llenaron los ojos de lágrimas—. Si hubiera sabido que tenía problemas, habría hecho algo, habría intentado ayudarla.

Daltrey tomaba notas mientras Bonnie se recomponía. Tenía una buena técnica, pensó Harper con aprobación: enérgica pero sin llegar a mostrarse insensible.

Cuando Bonnie se hubo recuperado, la detective continuó con las preguntas.

—Lamento tener que hacerle tantas preguntas. Sé que ha sido una noche larga, pero le agradezco enormemente su ayuda, señorita Larson.

Bonnie asintió, temblorosa.

—Bien… —La detective buscó en sus notas—. Ha mencionado un novio. ¿Lo ha visto esta noche?

Bonnie negó con la cabeza.

—No creo que estuviera en el bar. Cuando viene a recogerla, normalmente entra y se toma algo mientras espera a que termine su turno. —Hizo una pausa—. En cualquier caso, creo que ahora mismo se estaban tomando un tiempo.

Harper percibió el interés que aquello suscitaba en la mirada de Daltrey.

—¿Cómo se llama el novio?

—Wilson —dijo Bonnie—, Wilson Shepherd.

Lo soltó así sin más, con la convicción de estar siendo de ayuda. Harper pensó que su amiga no se lo habría dicho con tanto entusiasmo y ligereza de haber sabido por qué lo quería saber la detective.

Daltrey le pidió que deletreara el apellido. Cuando terminaron, continuó con las preguntas:

—¿Puede recordarme la hora a la que Naomi se marchó anoche?

—Pasada la una —dijo Bonnie—. No sé la hora exacta.

—Puedo responder a eso —intervino Harper.

Daltrey le dirigió a Harper una mirada asesina.

—¿Ah, sí? —dijo—. ¿Y eso por qué?

—Porque resulta que miré el reloj que hay sobre la barra justo cuando Naomi salía —dijo Harper—. Me di cuenta de que solo era la una y media y pensé que se marchaba pronto. No es normal que Bonnie se quede sola para cerrar.

—Se supone que siempre tenemos que quedarnos al cierre dos empleados —explicó Bonnie, antes de que Daltrey se lo preguntara—. Por seguridad. Pero como Harper estaba conmigo, pensé que no habría problema.

Después de tomar nota de esto último, Daltrey dijo:

—Si están en lo cierto, Naomi salió del bar situado en College Row a la una y media, y la asesinaron de un disparo treinta minutos más tarde en River Street. ¿Alguna tiene idea de qué asuntos habrían llevado a Naomi hasta allí?

Conteniendo las lágrimas, Bonnie negó con la cabeza, en silencio.

—Ni idea —dijo Harper.

—¿Habría quedado con su novio? —sugirió Daltrey.

—Su novio vive en Garden City. —Bonnie se limpió una lágrima con el dorso de la mano—. Naomi vive en la calle treinta y dos. Ambas direcciones están a kilómetros del centro.

El teléfono de Daltrey vibró; la detective lo cogió y miró la pantalla.

—Bueno, esto es todo por ahora. —Se levantó abruptamente a la vez que echaba la silla hacia atrás—. Déjenle a Dwayne sus números de teléfono, él les dará el mío. Avísenme si se les ocurre algo que no hayan mencionado esta noche. Me pondré en contacto con ustedes en caso de que tenga más preguntas.

La detective se dispuso a acompañarlas de vuelta a la recepción. Aturdida, Bonnie se adelantó, pero Harper se quedó atrás con Daltrey, que estaba apagando las luces de la sala.

—¿Le han robado algo a Naomi? Si no ha sido así, ¿qué le ha pasado a su teléfono? Sabemos que lo llevaba consigo cuando abandonó el bar.

Daltrey la observó con una mirada gélida.

—No sé por qué sigues hablando, McClain. No me dedico a compartir detalles con chaqueteros.

Harper se estremeció. No importaba cuántas veces ocurriera, no acababa de acostumbrarse. Aquellos detectives que la habían invitado a sus fiestas, que habían bebido cerveza con ella y le habían enseñado fotos de sus hijos, ahora la trataban como si fuera una criminal.

—Solo intento ayudar —dijo con frialdad, y abandonó la habitación.

No esperó a escuchar la respuesta de Daltrey. Siempre era la misma últimamente: «Traidora».

Un bonito cadáver

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