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LO QUE OPINA UNA GRAN ESPAÑOLA. CLARA CAMPOAMOR.
INTERESANTES DECLARACIONES SOBRE LA FUNCIÓN SOCIAL
DE LA MUJER. ECONOMÍA. POLÍTICA. RELIGIÓN
ОглавлениеClara Campoamor es una de las mujeres que han figurado en las Cortes Constituyentes. Ha ganado sus posiciones por riguroso «orden de méritos». Hija de periodista —y del gremio ella misma—, a la muerte del padre se encontró frente al problema económico de la vida. Lo resolvió optando a una modesta plaza de telegrafista, que ganó después de pasar por los exámenes y pruebas que en Europa condicionan el ingreso a las carreras administrativas. Después, en 1925, obtuvo su título de abogado.
Ha estado en Praga, Berlín, Ginebra y otras urbes culturales o políticas, siempre entregada con preferencia a la defensa de los derechos femeninos; sin perjuicio de interesarse en la solución de otros problemas de orden más general, como miembro del partido acaudillado por el señor Lerroux, y como persona atenta a todas las sugestiones de la vida colectiva.
La señorita Campoamor está sentada en su despacho, atendiendo el teléfono y repasando al mismo tiempo la correspondencia. La habitación está amueblada sobriamente, dominando en todo el tono oscuro. Solo dos rasgos femeninos se ofrecen a la curiosidad del reporter: las uñas barnizadas de la entrevistada y un ramo de flores en un búcaro...
Opinión sobre la mujer española
«Desde el punto de vista social —nos dice la doctora Campoamor—, la mujer española ha dado pasos decisivos en poco tiempo. Aquí mismo, en Madrid, hace menos de una década que se destacaba en la prensa, como un fenómeno raro, el hecho de que las mujeres asistiéramos a las comidas o banquetes con que se celebraba algún acontecimiento político, artístico o de otro orden cualquiera. Los reflejos aportados por el cine (espectáculo no siempre encauzado de la mejor manera) han dado a la mujer española, probablemente, la visión de otro tipo de vida más independiente y han originado una transformación amplia en el cuadro de las costumbres. Estamos, pues, en un terreno que llamaríamos de esperanza, ya que una vez que lo consuetudinario cristalice en las leyes, el panorama será más halagüeño y justo para el sexo al que pertenezco.
Claro es que, chocando con el anhelo de libertad (mejor percibido en Madrid que en provincias, como centro donde se recogen todas las vibraciones de la vida nacional) está nuestra vetusta legislación. Los conceptos arcaicos sobre limitación de derechos femeninos se reflejan de manera perfecta en nuestras leyes, y solo una reforma profunda de estas en ese particular podrá llevarnos a la deseada identidad de derechos políticos y civiles con el hombre; completando el cuadro con la práctica activa y racional de esas conquistas, a fin de no caer en la paradoja de contar con una legislación adecuada y una falta de amplitud de espíritu para servirse de la misma. He ahí la tarea de organismos como la Asociación Universitaria Femenina Española, que me honro en presidir y que está adherida a la International Federation of University Women, encargados por definición y por su misma razón de ser de preparar a la mujer para la práctica integral de todos sus derechos.
El exministro Albornoz dejó en cartera un proyecto de leyes destinadas al logro o reivindicación de una parte de estas aspiraciones; y si estas todavía no han tomado forma concreta, habrá que esperar que, una vez apaciguadas las pasiones políticas y bien cimentado el régimen actual de gobierno, uno de sus frutos naturales será conceder a estas cuestiones la trascendencia que tienen e incorporar a los códigos lo que ya está plasmado en los espíritus y exige el decoro femenino.»
La mujer en la lucha por la vida
«La lucha por la vida. El argumento decisivo ha sido siempre ese: que el puesto de la mujer está en el hogar. Pero ¿quién garantiza a la mujer ese hogar? Son innumerables las causas que pueden influir para que la mujer carezca del mismo, si no acierta a construirlo con su propio esfuerzo. Además, los problemas económicos se han agudizado de tal modo en nuestra época que son incontables las mujeres que de la noche a la mañana podrían verse en dilemas bochornosos para subsistir, si no tuvieran disciplina para el trabajo y un mínimo de aptitudes para desenvolverse; y no se me objetará que la misma pericia en las tareas domésticas pueda constituir una solución, pues muchos padres y maridos no desearían para sus hijas y esposas el menester de cocineras o mozas de servicio, colocadas en la encrucijada de tener que bastarse a sí mismas.
La mujer de nuestros días ha salido a la calle, ha concurrido a los escritorios, ha llegado a la cátedra y alterna con el hombre en todas sus actividades, porque así lo ha impuesto el tono económico de la vida; y como lo material y lo espiritual se ligan en la sociedad como en el cuerpo humano, es legítimo que la que lleva la contabilidad de un establecimiento o sufre y observa las actividades de una fábrica quiera algún día guiar un automóvil, pronunciar un discurso, servir de testigo en un instrumento público o entrar libremente en un café, sin afrontar las miradas socarronas de los contertulios.»
Galanterías y piropos
«Es una patraña hipócrita —prosigue— la de que la mujer dispone de una fuerza en la galantería del hombre para con ella. Al menos, alardear de sus consideraciones hacia la mujer, en general; aquí es un tema medieval, propio para alguna novela de capa y espada. El hombre es galante con la mujer que quiere o de cuyo físico gusta; pero indiferente, cuando no agresivo, con la otra.
El piropo, depurado en los libros o en el teatro de sus escorias corrientes, puede inducir a error a quien no conozca a fondo la psicología del “hombre de la calle” español. Siempre que más, van saturados de malicia gruesa y guarnecidos de atrevimientos impertinentes los requiebros o dicharachos que la mujer debe soportar en la vía pública. Probablemente el hombre no procede así por maldad, sino en muchos casos por falta de medios de expresión, y en otros influido por el mal ejemplo.»
Disquisición lexicológica
«Estoy a punto de dejar de ser diputado, pues parece que la disolución de las Cortes es inminente», replica la señorita Campoamor a una insinuación nuestra. Y como nos refiriésemos a la terminación masculina que daba a su cargo electoral, observó con gracia: «Las mujeres han recibido con frecuencia designaciones que eran como una irradiación de los méritos profesionales u honoríficos del marido. Así, la mujer del boticario ha sido la “boticaria”; la del general, la “generala”, etcétera. Pues bien. Cuando se trata de cargos, honores o profesiones que la mujer conquista por sí misma, me parecería legítima la terminación uniforme, o sea la de los nombres gramaticalmente llamados comunes, como ocurre con la palabra “pianista” y otras de la misma clase, que convienen a ambos sexos sin más alteración que la del artículo.
Así me propongo expresárselo a un impresor que recientemente me ha enviado unas tarjetas con la palabra “diputada”, ya que es bueno que los vocablos reflejen con propiedad y justo espíritu las cosas por ellos designadas; pero, en fin, en ningún caso sería esta una cuestión que hubiera de restarme media hora de sueño, puesto que a la postre prevalecerá la forma que la costumbre imponga, cuando en las Cortes haya tantos diputados de un sexo como de otro...».
La mujer en la religión
«Yo no creo —continúa la doctora Campoamor— que el espíritu del pueblo español sea antirreligioso, sino lo contrario; en todo caso, las ideas católicas están fuertemente arraigadas en una gran parte del mismo. En otras zonas más selectas o cultas de la sociedad, es posible que prevalezca una especie de religiosidad filosófica, ajena a la observancia de ritos o preceptos.
Las protestas y actos de agresión que ahora han cruzado nuestra atmósfera son expresiones propias de todo régimen de transición y seguramente de desquite.
Las reacciones populares han tomado como blanco el militarismo y el clero, por ser evidente que en ambas instituciones se apoyaba la monarquía desaparecida.
Por lo demás, la poesía que fluye de los armazones religiosos y tantos sistemas teogónicos como a través de la historia han nutrido el espíritu del hombre y han contribuido a mitigar sus vicisitudes, no parece que pueda ser reemplazada por ninguna construcción política. Algunos de los partidos originados en las ideas de igualdad y justicia social aspiran sin duda a constituir por sí mismos una religión. Si ese ideal será alcanzado o no, es de muy difícil pronóstico. Lo incuestionable es que, mientras la criatura no encuentre resuelto el enigma de su origen y fin, como también la explicación de sus sufrimientos y ansiedades, lo mismo en Oriente que en Occidente y en todos los puntos cardinales de la tierra, los grandes fundadores y propagandistas de doctrinas —llámense Buda, Mahoma o San Pablo— hallarán abierto el surco donde germina la semilla de la fe, que es la sabiduría con que las muchedumbres afrontan sus problemas espirituales.
Pero esto, naturalmente —terminó amablemente nuestra gentil entrevistada—, roza desde muy lejos, desde una distancia casi sideral, el problema de una crisis pasajera de cualquier credo o la destrucción lamentable de media docena de conventos».