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Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo ENTRE COPLAS Y AMORES…

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Las páginas que siguen no son, ni más ni menos, que una serie de conversaciones con Clara Campoamor, la más brillante y audaz oradora de cuantas nos ha dado, y arrebatado, con su agitado y tortuoso transcurrir, la España del siglo xx, y que hoy al fin rescatamos de su largo destierro para reunirlas, por primera vez, en el libro que aquí presentamos.

Escritas en la intemperie del exilio, con esa «gracia bajo presión» de la que hablaba Hemingway, no por dispares y amenas son menos profundas ni intensas. Clara Campoamor fue, por sobre todas las cosas, una mujer apasionada. Y ese fervor vital, ese espíritu indómito que la llevó a vivir muchas vidas en una —y a obtener en ella la mayor conquista de la democracia española— se traslada, irremediablemente, casi como una fatalidad, a todo lo que escribe, dice y hace.

En realidad, mi caso es el siguiente: que si bien tengo edad para considerarme entregada al derecho y al castigo de descansar, mi temperamento y mis energías me lo impiden. Salvo trepar las cuestas de esta mansa ciudad [Lausana], que me fastidian a causa de la presión, o de echar a correr por las calles, la verdad es que me encuentro en las mismas disposiciones briosas que cuando tenía treinta años y, si en mi mano estuviera, volvería a fundar asociaciones, dar conferencias, luchar en el foro etcétera, etcétera, todo lo que ha sido mi vida anterior.1

Y es que la esencia de Clara está hecha de pasión. De fuertes dosis de audacia, de tesón y de talento, pero sobre todo de pasión. Esa fue, sin duda alguna, la fuerza motriz que impulsó sus actos y la piedra angular sobre la que edificó una existencia del todo singular, hecha a imagen y semejanza de su propia personalidad.

La raíz de todo ello está en nuestro temperamento, que es hostil a los de cualquier otro nacional, pero al que no podemos sustraernos. Somos pasión, lucha, vitalidad, y aunque todas tres nos hayan resultado perniciosas e inútiles, estamos encadenados a ellas y vivimos mal fuera de su ambiente. […] Quisiera que permanecieras aquí algún tiempo para darte cuenta exacta de la situación y decirme si no merezco ir a un asilo de alienados, pues que tengo la paz y esto me envenena, o si mi rebeldía es lógica y justificada. Cuando me entrego a escribir sobre el pasado y veo cómo ha sido segado a raíz el fruto de tantísimos esfuerzos, una rabia ciega se apodera de mí y no sé qué sería capaz de hacer. Tú, que te has reído siempre de toda ambición, acaso no me comprendas, pero somos hijos o víctimas de nuestro temperamento y nada podemos contra él.2

Luchadora impenitente, en los foros y tribunas madrileños se forjó el carácter aguerrido de esta defensora tenaz de la democracia y de la igualdad. Su palabra, a menudo situada en esa delgada línea que separa lo ingenioso de lo satírico, brota de una mente lúcida y de un corazón que siempre se mantuvo fiel a sí mismo, por encima de las convenciones de su tiempo y de los intereses partidistas.

Hay también las reuniones mensuales de la Sociedad para el Sufragio, y hasta las reuniones de las Soroptimistas, a todo lo cual estoy lógicamente conectada para pasar el rato y hacerme la ilusión de que aún batallo, cosa que no pasa de ser una sombra, porque jamás he visto un carácter menos batallador que el femenino de aquí. Lo que aquí se echa de menos es precisamente eso: nuestro carácter, explosivo, alegre, comunicativo, vitalísimo. Sospecho que para ellos todo eso sea una manifestación flagrante de nuestra mala educación, y es que ellos son o están terriblemente bien educados… Conclusión: ¿es la buena educación un tesoro?3

Todo lector mantiene un diálogo secreto con los escritores que admira. Este diálogo mío con Clara Campoamor viene de lejos: se remonta al momento en que descubrí ese hilo invisible que me liga a ella a través del estrecho vínculo intelectual y afectivo que la unió a mi tío abuelo, el político y erudito cordobés Federico Fernández de Castillejo4, y emprendí, hace ya casi una década, la investigación cuyos frutos hoy presentamos.

Esta conversación —ahora ya nuestra— no ha languidecido desde entonces, y acaso no lo haga nunca, porque si Clara Campoamor tomó el camino del exilio hace más de ochenta años, hoy ha regresado al fin para quedarse, entre coplas y amores, grabada para siempre en nuestra memoria colectiva.

En el popular semanario argentino Caras y Caretas se publicaron en 1931 y 1932 sendas entrevistas a la abogada y política madrileña. La primera fue realizada en Madrid en diciembre de 1931 por José María Salaverría, periodista prolífico y ensayista incisivo, cuando fue aprobado el derecho al voto femenino. Fruto de ese encuentro, verá la luz en Caras y Caretas, el 30 de enero de 1932, una crónica titulada «Una heroica parlamentaria española. Conversación con Clara Campoamor», en la que encontramos revelaciones casi proféticas como «si la República tuviera que morir por un azar del destino, no sería por las manos de la mujer. Y porque confío profundamente en el alma femenina, es por lo que he defendido con pasión su derecho al sufragio político», o esta otra en la que sostiene que «Los hombres acostumbran hablar de las mujeres guiándose únicamente por prejuicios tradicionales. Creen conocer los secretos del alma femenina, y en realidad no saben nada de nada. Así resultan los eternos engañados».5

Un año más tarde, el 16 de diciembre de 1933, se publicó en ese mismo semanario argentino una extensa y reveladora entrevista, firmada por J. Sánchez de la Cruz, que llevaba por título «Lo que opina una gran española. Clara Campoamor. Interesantes declaraciones sobre la función social de la mujer. Economía. Política. Religión», testimonio único que incluía, además, una fotografía de la propia Clara firmada y dedicada a Caras y Caretas.

A todas luces excepcionales, ambas entrevistas son un diálogo fascinante con Clara Campoamor sobre política, sociología, economía, feminismo, religión, lingüística e idiosincrasia española, en definitiva, sobre todo aquello que hubiéramos querido saber y nunca tuvimos ocasión de preguntarle.

Pero la mayor contribución literaria de Campoamor en la Argentina se encuentra, sin duda alguna, en las páginas de Chabela, revista mensual femenina de la editorial Sopena, donde publicó, entre 1943 y 1945, un nutrido conjunto de ensayos que hoy recuperamos, salvando no pocos obstáculos, para los hijos y los nietos de toda una generación que no pudo leerlos.

Alejada de los escritos combativos y de los alegatos políticos en los que brilló en tiempos de la República, Clara Campoamor nos sorprende ahora con unos ensayos tan diáfanos y rotundos como su propio nombre. Desde un estudio de crítica literaria, «Los tres poetas de Don Juan Tenorio», en el que examina con intuición certera esta figura legendaria, intrínsecamente española, hasta una magnífica oda a los ojos —prodigio de inspiración lírica— titulada «Los ojos, obsesión de poetas», la autora aborda los temas más variados, siempre con esa mirada límpida, con esa lúcida intensidad que son la cifra de su estilo.

Poetas del Siglo de Oro como Quevedo, Góngora o Garcilaso, del Renacimiento como Fray Luis de León o Cristóbal de Castillejo, con sus coplas y amores, y del romanticismo español como José de Espronceda, por citar solo algunos, conviven en esta suerte de antología personal de la poesía hispana de todos los tiempos. Así, el modernista mexicano Amado Nervo, el místico español San Juan de la Cruz, o «la décima musa» novohispana, Sor Juana Inés de la Cruz, primera feminista de América, completan, entre muchos otros, esta vibrante galería de retratos de las letras hispanoamericanas.

Sin embargo, más que concentrarse en una valoración estrictamente literaria, Clara nos habla aquí de las pasiones que fueron la sustancia vital de muchos de los grandes poemas de nuestra lengua: el deseo, la seducción, la obsesión, la traición, el sufrimiento o el abandono. Y, por supuesto, el amor, en sus múltiples formas: platónico, pasional, conyugal, místico… La elección misma de los poetas y de los versos, el hilo de anécdotas y pensamientos

—desde los más hondos hasta los más ingeniosos— con que la autora entreteje sus relatos, todo en este libro es personal, todo en él tiene la presencia íntima, casi confidencial, de Clara Campoamor.

Aunque reflexionan sobre la poesía hispanoamericana de un período histórico definido, la belleza y la magia de estos ensayos residen precisamente en su universalidad. Gracias a su densidad emocional, a la pluralidad de sus puntos de vista, pueden entenderse en cualquier época y desde cualquier lugar.

Luego de un exilio sin fin que nunca logró silenciarla, aunque la acallara con la distancia6, la voz de Clara vuelve a resonar en estas páginas, tan nítida como siempre, pero más lírica y cálida que nunca. Y acaso también más romántica.

Una voz que tiene ecos de Machado, de Zorrilla, y de Bécquer, porque basta leer los ensayos que a continuación presentamos para comprobar la verdad que encierra el popular adagio de este último: «podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía».

La copla —en tanto que composición poética— y el amor —en todas sus variantes— definen estos ensayos donde se asoma, por cada resquicio, entre coplas y amores, Clara Campoamor… Una Clara Campoamor iluminada por una luz nueva.

París, octubre de 2018

Del amor y otras pasiones

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