Читать книгу En busca de un hogar - Claudia Cardozo - Страница 10

Capítulo 5

Оглавление

La condesa de Arlington miraba a su hijo con el ceño fruncido y un mohín fastidiado.

—No digo que no comprenda lo que me dices, Robert, desde luego que lo hago y estoy completamente de acuerdo, por supuesto —se apresuró a decir, para evitar ser interrumpida—; sin embargo, solo me gustaría saber qué fue exactamente lo que te dijo la señorita Braxton.

El conde suspiró, agotado desde ya por lo que sabía devendría en una discusión absurda. Su madre insistía en decir que había heredado la tozudez de padre, pero él estaba seguro de que fue ella en realidad quien le legó ese rasgo de su carácter.

—Bueno, madre, por favor, dime qué parte no te ha quedado del todo clara; estaré encantado de ayudarte.

—No tienes que ser sarcástico conmigo.

—A veces no me dejas otra alternativa, y lo sabes.

Su madre volvió a fruncir el ceño y le dirigió una mirada ofendida.

—Tan solo hice una pregunta inocente.

—¿Relacionada con una joven a la que ves con tanto interés? Dudo que haya mucho de inocencia en ello. —Su hijo levantó un dedo para indicarle que aún no había terminado—. Y ya te lo he dicho. El joven que me trajo a Rosenthal luego del accidente es su primo, Daniel, pero no contaba con autorización de su abuela para adentrarse en una zona tan alejada y, a fin de evitarle inconvenientes, tanto él como la señorita Braxton esperan que no digas nada al respecto. No hay nada más que contar.

La condesa enarcó una ceja con expresión suspicaz.

—No te creo.

—Me apena oírlo.

—Eres imposible.

—Eso también es algo muy triste de oír dicho por tu madre, pero no tengo más que añadir al respecto. —El conde rio al escuchar el bufido irritado de su madre—. Y ese es un sonido muy poco digno de una dama.

Las risas incrementaron al verla dejar la silla y retirarse de la habitación sin siquiera despedirse.

Eso no había sido tan terrible como esperaba, y si conocía a su madre, en un par de horas estaría tan tranquila como si nada hubiera pasado; no era una mujer rencorosa. Una virtud que con frecuencia envidiaba.

Con el despacho solo para sí, el conde pudo dedicar sus pensamientos a ideas más estimulantes que buscar formas para evadir las preguntas de su madre.

La tarde anterior, en cuanto despidieron a sus visitantes, y evitando los requerimientos de su madre acerca de su charla con la señorita Braxton, volvió a la galería, a observar la pintura de Van Goyen que le había mostrado hacía tan solo unas horas.

Se quedó de pie, observando esa imagen que, tal y como mencionara, le recordaba a la calma que antecede a las tormentas. Lo curioso era que a él le agradaban las tormentas imprevistas; las consideraba un fenómeno con el que la naturaleza dejaba en claro que era ella quien mandaba, que no importaba cuánto una persona intentara tener el control de todo, bastaba el resoplido de una diosa aburrida para destruir los acontecimientos que simples mortales creían tener completamente controlados.

Y era también una metáfora que tenía muy presente en la vida diaria. Aun cuando se consideraba un hombre metódico, dueño de sus emociones, y seguro de lo que deseaba, era consciente de que aún los planes más calculados pueden verse alterados por sucesos que escapaban a su control.

Y por algún motivo que aún no tenía del todo claro, la mera existencia de Juliet Braxton era la prueba perfecta de ello.

Tras conseguir burlar la férrea vigilancia de su abuela, Juliet y Daniel se reunieron a la mañana siguiente de la visita a Rosenthal, y ella pudo contarle acerca de su charla con el conde. No estaba segura del porqué, pero se ciñó a relatar tan solo lo relacionado con el asunto que le concernía; no dijo nada de sus intercambios de opinión, o esa promesa de visitar una vez más la propiedad para ver las obras de las que le había hablado. Por algún motivo, lo consideraba un asunto privado, algo que ni siquiera podía compartir con Daniel, a quien le tenía tanta confianza.

—¿Y fue tan fácil? ¿Tan solo accedió a hablar con su madre?

Se encontraban bajo la sombra de un gran árbol, a solo unos metros de los jardines de la propiedad, sentados en las raíces que sobresalían de la tierra.

—Sí, me dijo que lo haría, ya te lo he contado. Está muy agradecido, con ambos; especialmente contigo, claro, y prometió que en cuanto le fuera posible se encargaría de hacerlo.

—¡Vaya! Eso es muy… noble por su parte.

Juliet captó un tono extraño en la voz de su primo, uno que no le era del todo desconocido.

—¿Qué pasa? ¿No te alegra? Es lo que queríamos.

—Sí, claro, pero creí que hablarías con la condesa, no con él.

—Ya te lo he dicho, el momento se dio y… lo aproveché. —Juliet se encogió de hombros, como restándole importancia—. Sea como fuere, podemos estar tranquilos, la condesa es muy amable, tal y como te conté, así que no tendremos ningún problema con la abuela.

—Sí, claro, eso es todo lo que importa.

Juliet se recostó sobre la raíz, con una mano tras su cabeza, procurando mirar a su primo a los ojos.

—¿Qué ocurre, Daniel? Nunca eres tan odioso conmigo.

—¿Insinúas que lo soy con los demás?

—La mayor parte del tiempo, sí —su prima hizo un gesto de burla—, pero siempre he pensado que a mí me tienes en más alta estima.

El joven suspiró, sin quitar la vista del cielo, mientras arrancaba la hierba que crecía a sus pies con los dedos.

—Lo siento, Juliet, es solo que recibí una carta de mi padre.

—Ya veo. —Su prima lo miró sin poder evitar que la compasión se revelara en su expresión—. ¿Qué dice el tío Christopher? ¿Alguna mala noticia?

Conocía lo suficiente a su tío como para saber que, si se ponía en contacto con su hijo, no podría haber nada bueno de por medio; era terrible, pero no por ello menos cierto.

—Quiere que lo acompañe en su próximo viaje a París.

—¿Por qué?

—No porque desee verme, por supuesto. —Juliet lamentó el tono resentido de su primo—. Al parecer, piensa que es momento de que empiece a conocer un poco de los negocios que tiene por allí; no estoy seguro, y como imaginas, no me importa.

Juliet ahogó un suspiro y se permitió darle una palmadita amistosa a su primo en la mano libre.

—¿Y cuándo tienes que partir?

—No lo sé aún; según escribió, me lo hará saber en cuanto sea conveniente —imitó el tono ronco y rimbombante de su padre, logrando que la joven esbozara una sonrisa—. Lamento haber sido grosero, es solo que él…

—Lo sé, no te preocupes. —Juliet se puso de pie con un impulso y sacudió las briznas de hierba de su vestido a fin de evitar una reprimenda de su abuela—. Pero si no hay una fecha concreta, no tienes por qué lamentarte; vamos a disfrutar de este tiempo, ¿qué dices? ¿Una carrera hasta la casa?

Daniel se levantó, cambiando el semblante agobiado por uno divertido y relajado.

—¿Y si la abuela nos ve?

—Entonces que sea hasta las caballerizas, no puedo imaginarla con la vista puesta allí.

—Buena idea, ¿quieres que empiece la cuenta? —Apenas terminaba de hacer la pregunta, su prima corría ya en dirección a la propiedad, pero no pareció disgustado, sino que una sonrisa alegre se dibujó en sus labios—. Te ganaré, pequeña tramposa.

Y tras esa sentencia, empezó a correr hasta perderse de vista.

En busca de un hogar

Подняться наверх