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Capítulo 7

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Al contemplar los jardines desde la ventana de su despacho, Robert Arlington pensaba en lo orgullosa que debía de sentirse su madre.

Aún no llegaba un solo invitado y, mientras ultimaban los detalles para el baile, lo que en su opinión solo conseguía provocar un caos que prefería evitar, Rosenthal se veía más impresionante que nunca.

Como una obra de arte, se dijo con una sonrisa, recordando la expresión de la joven Juliet Braxton.

Sería agradable verla una vez más, aunque tenía muy claros sus motivos, y el cuidado que debería tener para evitar que su madre sufriera una decepción, así como también perjudicar a la joven de cualquier forma. Si bien encontraba su charla muy interesante, y le complacía que tuvieran gustos en común, no deseaba que albergara falsas esperanzas.

Era un verdadero problema ser un soltero si es que ello acarreaba tantos dolores de cabeza. Por suerte, otorgaba también muchas ventajas que compensaban cualquier mal rato que debiera pasar.

Unos suaves golpes a la puerta lo sacaron de su abstracción y sonrió al ver aparecer a su madre, toda radiante y sonriente.

—Querido, empezarán a llegar en cualquier momento; por favor, acompáñame.

—Por supuesto, será un honor llevar del brazo a la dama más bella del baile.

—Eso es muy amable por tu parte. —La condesa colocó una mano en su brazo y le dio un golpecito cariñoso—. Pero seré más feliz si compartes la fiesta con personas más apropiadas.

—¿Apropiadas exactamente en qué sentido?

En tanto cruzaban el amplio corredor, hasta llegar al vestíbulo, la dama negó con la cabeza, dirigiendo a su hijo una astuta mirada.

—No lo sé, querido, estoy segura de que tú encontrarás el sentido preciso sin ayuda.

El conde la contempló con una ceja alzada, pero no tuvo tiempo para una réplica apropiada, porque el sonido de los carruajes anunció la llegada de los primeros invitados y se apresuró a ocupar su lugar.

Cuando su madre dijo que pensaba invitar a todo el mundo, se aterró, pero luego se convenció de que no podía ser más que una exageración provocada por un momento de emoción. Ahora no estaba tan seguro de eso.

Los más conocidos miembros de la sociedad de Devon, y de Londres también, por supuesto, desfilaban frente a él, y ya había desistido de intentar contarlos, una vieja costumbre adquirida desde pequeño.

Tras saludar con una venia a la quinta, no, debía de ser la sexta dama de la noche que se acercaba a saludarlo con una pobre joven de semblante asustado a la que llevaba casi a rastras, se dijo que debió suponer que su madre se las arreglaría para invitar a tantas jóvenes casaderas como le fuera posible.

Nunca se había considerado un hombre que pudiera espantar a una jovencita impresionable, pero bien pensado, tal vez fuera demasiado notorio el desagrado que esa situación le causaba; el disimulo no era uno de sus fuertes, aunque sabía cumplir con su obligación de anfitrión, por lo que procuró mantenerse tan impasible como le era posible.

No se dio cuenta de ello, pero en cuanto vio la figura envarada de lady Ashcroft cruzando la entrada, soltó un suspiro de alivio; empezaba a pensar que no llegarían. Tras ella iban los Sheffield, ella con un horrible sombrero que le recordó a un ave disecada, y él, tan orondo como siempre.

Pero no estaba interesado en ellos, no más de lo usual; es decir, prácticamente nada, su mirada estaba clavada en un punto más alejado, y una sonrisa satisfecha se dibujó en sus labios al ver a Juliet Braxton caminar con paso tranquilo sin dejar de hablar con el joven que iba a su lado.

Ese debía de ser Daniel Ashcroft, por supuesto, su primo; casi había olvidado su existencia, lo que era vergonzoso, ya que también estaba en deuda con él. Tuvo apenas unos minutos antes de que el grupo llegara a su altura para poder examinarlo con discreción y no estaba seguro de qué impresión le causó.

Era un joven atractivo, eso era innegable, y se movía con una despreocupación que encontró peculiar considerando su edad; sin embargo, por alguna razón que no deseó analizar, le extrañó la notoria diferencia en la forma en que miraba a su prima y a las personas que le rodeaban. Con la primera era abiertamente amable, mientras que a los otros les dispensaba una mirada entre aburrida y desdeñosa.

Su madre, a su derecha, empezó los saludos, dirigiéndole palabras de elogio a lady Ashcroft, que le correspondió con igual deferencia, mientras los Sheffield esperaban su turno; una vez que esto ocurrió se vio frente a la anciana, que lo trató con la misma cortesía de la última vez que se vieron.

Solo cuando los Sheffield hubieron pasado al salón, se permitió dirigirle una mirada de soslayo a la joven Braxton, que conversaba animadamente con su madre, y se entretuvo apreciando el vestido que llevaba, tan azul como sus ojos, con una suerte de adorno en el pecho que no sabía cómo llamar, pero que la hacía ver aún más bella.

En cuanto la tuvo frente a sí, tomó su mano y besó el dorso con caballerosidad, sin poder reprimir el deseo de retenerla por más tiempo del apropiado, solo para ver su reacción; y esta fue tal y como esperaba. Alzó ambas cejas y, tras parpadear con azoro, la retiró con delicadeza.

—Milord, es un placer visitar Rosenthal una vez más.

—Señorita Braxton, es Rosenthal la que se ve engalanada con su presencia, gracias por venir —bajó un poco la voz para que solo ella lo escuchara—, y a mi despacho le encantará mostrarle las pinturas de las que le hablé.

Le agradó verla sonreír. Mucho.

—Bueno, no me gustaría defraudar a su despacho, milord.

—Excelente, porque se sentiría desolado de no poder deleitarse con su presencia.

—Gracias por el recibimiento. —La joven hizo una venia y miró a su primo, quien tras hablar con lady Arlington esperaba su turno para saludar al conde—. Si me disculpa, iré a reunirme con mi abuela.

El conde hizo una reverencia y la vio partir, volviendo su atención al joven que lo miraba con poca simpatía.

—Milord, gracias por la invitación.

Las palabras brotaron con un tono displicente que encontró muy molesto.

—Ashcroft, es un honor recibirlo en Rosenthal, lamento que no pudiera acompañar a su abuela y su prima en su anterior visita. —Sabía que las otras personas esperando en la fila oían lo que decía, por lo que era necesario guardar las apariencias.

—Sí, lo lamenté mucho, pero ya que su señoría ha tenido la gentileza de invitarme una vez más, no me lo perdería por nada del mundo.

—Bien, sea bienvenido.

Tras una cabezada, el joven se encaminó al salón, sin volver la mirada.

—Es un joven agradable, ¿verdad, querido? Debes darle las gracias de forma apropiada luego; con discreción, claro. —Su madre se las arregló para inclinarse un poco hacia él y susurrarle algunas palabras.

—Claro, madre, con mucha discreción.

No pretendió que su tono sonara tan duro, pero no pudo evitarlo; había algo en ese joven que le inspiraba un profundo rechazo, lo que era extraño porque a su madre pareció provocarle una muy buena impresión.

Decidió no pensar más en ese asunto, por ahora, y tras culminar con los saludos, se dirigió al salón, donde la orquesta empezaba a tocar y algunas parejas se encaminaban ya al área acondicionada para el baile; le causó gracia ver a los Sheffield dando vueltas sin el más mínimo sentido del ritmo, suponía que tantos años de matrimonio habrían igualado sus escasas habilidades.

No le extrañó ver a lady Ashcroft junto a sus nietos, moviendo la cabeza de un lado a otro, con ese ademán tan imperioso que empezaba a reconocer sin problemas; obviamente les ordenaba hacer algo que a ellos no les inspiraba mayor alegría. Luego la vio dar media vuelta y dirigirse con paso firme hasta donde se encontraban las damas viudas, en una larga fila de sillas en la zona lateral del salón.

Observó con una mueca divertida cómo el joven Ashcroft se encaminaba con paso incómodo hasta un par de jovencitas que en cuanto lo vieron aparecer rompieron en risitas que encontró muy tontas aún desde su lugar de simple observador; casi sintió lástima por el muchacho, y aún más cuando lo vio bailar con una de ellas con el mismo entusiasmo que estaba seguro mostraría él de estar en su lugar.

Mientras esto ocurría, Juliet, desde el otro extremo del salón, contemplaba también el espectáculo de ver a su primo bailando de mala gana con una completa desconocida, y no pudo evitar una sonrisa compasiva. Pero no tenían alternativa, porque la abuela había dejado muy claro que esperaba verlos socializar con los otros invitados.

Ahora mismo ella se sentía muy incómoda mientras intentaba burlar a un caballero que, tras saludarla con una efusividad que encontró desconcertante, ya que jamás lo había visto antes, insistía en invitarla a bailar, a lo que desde luego no podía negarse, por lo que, tras suspirar con pesadez, y dibujando una sonrisa educada, aceptó.

Su fastidio se vio incrementado desde el primer compás, ya que lord Graham, pues este era el título de su compañero de baile, la acercó demasiado para su gusto y para lo que dictaban las buenas costumbres, por lo que se vio forzada durante casi toda la pieza a alejarse tanto como le era posible, y cuando esta finalizaba ya, no pudo evitar frenar el deseo vengativo de darle un buen pisotón que supo disfrazar como un descuido inocente. Por la forma en que el caballero la miró, no cabía duda de que había notado su verdadero propósito, pero no se mostró ofendido en absoluto, o al menos no lo demostró.

Juliet, por su parte, solo esperaba que se viera en la necesidad de cojear durante todo el tiempo que durara el baile, a fin de mantener seguras a sus potenciales parejas, y tras una reverencia, se encaminó hacia donde su abuela la miraba con una mueca malhumorada, por lo que a último momento decidió dar media vuelta y dirigirse en dirección contraria, casi chocando con un cuerpo que le pareció salía de la nada.

Estuvo a punto de perder el equilibrio, pero una mano segura la sujetó del antebrazo y, al levantar la mirada para agradecer a su benefactor, se encontró con los ojos grises de su anfitrión.

—Señorita Braxton, ¿me concedería el honor de este baile? —Se inclinó un poco para susurrarle algunas palabras—: Prometo comportarme si usted jura no pisarme; acabo de recuperarme de un accidente y no deseo verme en la necesidad de recurrir nuevamente al bastón.

Juliet se ruborizó al pensar en que hubiera observado todo el espectáculo de su desafortunado baile con lord Graham, pero la sonrisa divertida de su interlocutor le inspiró tranquilidad.

—Será un honor, milord, y desde luego que haré todo lo posible por mantener sus pies a salvo.

—Es muy gentil, mis pies y yo le quedamos eternamente agradecidos.

Juliet debió hacer un esfuerzo para contener la risa; no sabía por qué, pero esos juegos de palabras tan inocentes que intercambiaba con el conde le parecían a la vez un poco absurdos y extremadamente divertidos. No era muy común que se sintiera tan cómoda con desconocidos y mucho menos que pudiera exhibir su sentido del humor habitual sin sentirse limitada por las instrucciones de su abuela.

Robert, en tanto la llevaba del brazo hasta el centro del salón, pensaba también en lo bien que se lo pasaba conversando con esa joven, y cuánto le agradaba verla sonreír honestamente, no solo por cumplir con las formalidades. Cuando reía, sus ojos se iluminaban y un rubor delicioso afloraba a sus mejillas, era una imagen adorable; muy diferente a esa expresión tensa que había visto en sus rasgos mientras bailaba con el idiota de Graham, a quien deberían enseñarle cómo tratar a una dama, por cierto.

Estuvo tentado a interrumpir el baile, pero eso hubiera desatado muchas habladurías y su madre jamás le perdonaría que arruinara su celebración, por lo que esperó con los puños a los lados el momento propicio para acercarse a ella y pedirle la próxima pieza.

Ahora, mientras danzaban por el salón, sin un solo pisotón, por cierto, disfrutó la sensación de la curva de su cintura bajo su mano, y la sonrisa confiada que le dirigía. No era de las mujeres que contaban los pasos o hacían tan difícil llevarlas; se relajaba como si el bailar le fuera tan natural como el respirar, y eso le inspiró una curiosa serenidad.

—¿Milord?

—Lo siento, ¿qué decía? —Frunció un poco el ceño al verla reír—. ¿He dicho algo gracioso?

—No, milord, lo siento, es solo que usualmente soy yo quien se distrae y a quien mi abuela llama al orden.

Al comprender, le devolvió la sonrisa, y la hizo girar con un movimiento elegante.

—En ese caso, debo disculparme, claro; si quiere saberlo, estaba pensando en lo bien que baila.

—¿Solo en eso o en la fortuna de que sus pies no corran peligro conmigo?

—Digamos que soy muy afortunado… en general.

Ella rio una vez más, comprendiendo la broma.

—Rosenthal se ve muy hermosa, milord, y su madre se ve feliz; fue muy amable por su parte el organizar esta fiesta para ella. —El cambio de tema no lo tomó desprevenido, ya había reparado en la facilidad de esa joven para saltar de una charla a otra—. Nunca había asistido a un baile en el campo.

—¿De verdad? ¿Y cómo es eso posible?

—Pasamos casi todo el tiempo en Londres, y… bueno, desde luego que asistimos a algunos allí, pero no es lo mismo.

Robert se inclinó un poco para mirarla con más atención.

—No le gusta Londres.

—¿Es esa una pregunta o una afirmación?

—Un poco de ambas.

Juliet asintió tras dudar un momento, preguntándose qué tan inteligente sería confiar en él, pero ya que había dado varias muestras de honestidad, creyó que no pasaría nada por continuar siendo sincera.

—A decir verdad, milord, no, no es un lugar en el que me sienta muy cómoda; creo que es una hermosa ciudad, pero el vivir allí…

—… no es algo que la haga feliz.

—Eso es correcto. —La joven miró tras su hombro, descubriendo a lo lejos a su abuela, que los miraba con atención, y su gesto satisfecho afectó su entusiasmo—. Pero no hay mucho más que decir al respecto.

El conde notó su cambio, y giró con ella para ver lo que había llamado su atención, encontrando la razón de inmediato, la misma que ahora charlaba amistosamente con su madre.

—Si me permite un consejo indiscreto, señorita Braxton, no permita que le afecte tanto. —La joven lo miró con expresión sorprendida, a lo que él respondió con una sonrisa amistosa—. Se lo digo por experiencia, no siempre nuestros familiares saben lo que es mejor para nosotros.

—Es fácil para usted decirlo, es hombre —Juliet no pudo reprimir que su respuesta sonara a una acusación—. Su madre no puede obligarle a hacer nada.

Tras pensar un momento en ello, Robert tuvo que aceptar la verdad de su afirmación. Tal vez su madre lo volviera loco a veces con sus deseos de verlo casado, pero sabía que la decisión era solo suya, además de que aun cuando pudiera hacerlo, ella jamás lo obligaría a un matrimonio solo por conveniencia; lo amaba demasiado para eso. El caso de la joven Braxton era muy diferente; no solo estaba bajo la custodia de su tío y abuela, lo que les concedía todo el poder para decidir por ella, sino que por lo que había logrado analizar de su relación, lady Ashcroft, al menos, no era una persona muy amorosa.

—Tiene razón, no es nada justo, lo lamento.

Ella abrió tanto los ojos que estuvo a punto de reír, pero se contuvo para evitar ofenderla.

—Es la primera vez que un hombre lo admite ante mí.

—¿Y se lo ha preguntado a muchos?

—Bueno, solo a mi primo Daniel, y a uno de mis tíos —reconoció de mala gana—, pero, aun así, no es algo que esperara oír.

—En ese caso, me alegra haber conseguido sorprenderla; en el buen sentido, claro.

La música cesó entonces, y aun cuando le hubiera gustado continuar bailando con ella, sabía que eso solo desataría habladurías que no le harían ningún bien a su reputación, de modo que la acompañó hasta la mesa de bebidas, donde su primo permanecía de pie con expresión seria.

—Hola, Daniel, ¿te estás divirtiendo? —Juliet sonrió en cuanto llegaron a su lado.

—No podría ser de otra forma. —El conde captó el sutil tono mordaz—. ¿Quieres limonada?

—Sí, claro, gracias.

—Le ofrecería un poco, milord, pero creo que necesitan hablar con usted. —El joven Ashcroft hizo un gesto con una mano.

Robert miró sobre su hombro y reprimió un suspiro al ver a lady Wilkfield, la misma que le hacía señas desde el otro lado del salón; su hija, una jovencita aburrida y tan vanidosa como su madre, le sonreía también.

—Por supuesto, si me disculpan. —Inclinó la cabeza en dirección a los jóvenes antes de ir hacia allí.

Juliet lo vio partir con un aire de melancolía que Daniel notó de inmediato.

—Al parecer se llevan muy bien —comentó, entre un sorbo y otro de su bebida—; ten cuidado, la abuela podría saltar a conclusiones que no te van a convenir.

—¿De qué hablas?

—Por favor, Juliet, no eres nada tonta, a ella le encantaría verte casada con un conde, casi puedo oír sus aplausos —arrastró las palabras con ese tono burlón que reservaba para las personas que le disgustaban—. Pero a él, en cambio, no creo que le entusiasme mucho la idea de que lo involucren contigo.

—Creo que eso es lo más desagradable que me has dicho jamás. —No podía creer que Daniel se expresara de esa forma—. Y solo para que lo sepas, no estoy en absoluto interesada en ese hombre; además, no me importa lo que la abuela pueda pensar.

Su primo debió de comprender lo mucho que la había ofendido porque dejó su vaso sobre la mesa y se acercó a ella con expresión arrepentida.

—Juliet, por favor, perdóname, no pretendía insultarte, lo juro —se apresuró a explicar—. Cualquier hombre sería muy afortunado de que mostraras interés en él, por supuesto; me refería a que el conde Arlington es diferente, no puedes imaginar las cosas que he oído desde que llegué…

—¿A qué te refieres?

Daniel pareció avergonzado por su exabrupto, y miró de un lado a otro para comprobar que nadie les oía.

—No tiene importancia.

—Primero me ofendes y luego pretendes ocultarme cosas. —Juliet lanzó un resoplido que su abuela habría desaprobado.

—Está bien, supongo que no tiene nada de malo que te lo diga; después de todo, no es asunto nuestro y tampoco es un tema que esté prohibido para ti. —Hizo el ademán de recibir su vaso para poder acercarse un poco más a ella—. Según dicen por aquí, todo el mundo en el condado sabe que este hombre se niega a casarse a pesar de las insistencias de la condesa; al parecer el matrimonio no le entusiasma, aunque como puedes ver, no es que le falten candidatas para escoger.

Juliet dirigió la vista de inmediato al lugar que Daniel señalaba, donde el conde se mantenía enfrascado en una conversación con esa dama que lo llamara con tanto entusiasmo, mientras una joven, que debía de ser su hija por el gran parecido, le sonreía con lo que, aún desde esa distancia, le pareció una actitud sugerente.

—Ahora comprendes a lo que me refería. —Daniel siguió su mirada—. No importan las artimañas de la abuela, ese hombre nunca se relacionaría con una joven como tú porque eso significaría ponerse en una situación a la que rehúye como a una plaga.

—Por supuesto, entiendo perfectamente lo que dices y es una suerte para mí. —Lo miró con expresión altanera—. Espero que la abuela oiga lo mismo que tú, así me libraré de situaciones ridículas, aunque supongo que el conde en persona se encargará de disipar cualquier esperanza que se haya permitido albergar.

—Exacto, tienes mucha suerte. —Daniel le sonrió con una mueca de satisfacción—. Ahora, prima querida, ¿serías tan amable de perdonarme y bailar conmigo? Si permanezco inmóvil un momento más la abuela se encargará de presentarme a cuanta jovencita se cruce en su camino.

Juliet suspiró, y asintió sin pensarlo mucho, le vendría bien bailar después de esa pequeña discusión; lo único que esperaba era que Daniel no tuviera muchas ganas de hablar, porque lo que ella deseaba era usar ese momento para pensar.

¿En qué? No estaba del todo segura; quizá en lo que acababa de oír referente al conde, que bien pensado, no era algo que debiera impresionarla. Era bien sabido que muchos aristócratas de su edad se negaban a contraer matrimonio porque preferían mantenerse solteros y gozar de las libertades que ese estado les ofrecía.

Y tal y como le mencionó a su primo, podía considerarse afortunada de que así fuera, ya que su abuela no tendría más alternativa que renunciar a sus obvias pretensiones de emparejarlos. Así ella podría respirar tranquila y preocuparse por lo que consideraba el verdadero propósito de su vida: regresar a casa.

Tan pronto como pudo deshacerse de lady Wilkfield y su más que entusiasta hija, Robert bailó con dos damas a las que conocía desde hacía lo suficiente como para compartir un momento agradable, y tras ir en busca de su madre, la encontró charlando animadamente con lady Ashcroft.

—Querido, ¿no es hermoso? —La condesa señaló al salón, las velas encendidas y las parejas bailando—. Lady Ashcroft me comentaba los buenos recuerdos que conserva de sus anteriores visitas a Rosenthal.

—Eso es correcto, y permítame decirle, milord, que su padre no lo habría hecho mejor.

Robert sabía que era un halago, y lo tomó como tal, pero no encontraba agradable que lo compararan con su padre; de cualquier modo, no era algo que fuera a compartir con esa anciana.

—Es muy amable por su parte decirlo, milady —se apresuró a cambiar de tema—. Espero que todos los invitados compartan su entusiasmo.

—Oh, pero no podría ser de otra forma, puede ver usted lo felices que se encuentran. —La dama hizo un gesto enérgico—. Por ejemplo, allí están mis nietos; nunca los había visto tan contentos en un baile, debo decir, y la última vez asistimos al de la duquesa de Devonshire.

Hizo esta última afirmación como si fuera la prueba máxima del éxito que señalaba, y tanto Robert como su madre encontraron muy difícil reprimir una sonrisa. El primero, aun así, prestó más atención al salón y observó a los nietos de lady Ashcroft, que bailaban con gracia, mucha más de la que mostraba la mayoría de las parejas; sin embargo, no pudo dejar de advertir el aire ausente de la joven, con el ceño levemente fruncido, y apenas asintiendo a lo que fuera que su primo le decía.

—Le comentaba también a su madre lo mucho que me alegra poder pasar tiempo en el campo después del agitado vaivén de Londres; reconozco que es un cambio agradable.

—Imagino que sus nietos estarán de acuerdo con usted. —Robert le prestó nuevamente atención.

—Ya lo creo, por supuesto, especialmente Juliet, ya que le ha tomado mucho gusto al campo, pero en algún momento tendremos que volver a Londres, y no me gustaría que se decepcione; ya sabe cómo son los jóvenes, creen amar algo tanto que les aterra la idea de perderlo. —La dama hizo un gesto desdeñoso.

—Lamento estar en desacuerdo con usted, milady, pero comparto esta característica con los jóvenes, como les llama; prefiero con mucho el campo a Londres.

—Eso he oído, milord. —Lady Ashcroft lo miró con una ceja alzada—. Pero supongo que llegado el momento en que decida… asentarse, cambiará de opinión; después de todo, su esposa podría no compartir este gusto por el campo, o no todo el año, claro; no conozco a una sola dama que no caiga rendida ante los encantos de una temporada en Londres.

Robert intercambió una mirada sorprendida con su madre por el atrevimiento de la dama al tratar un tema privado con tal desparpajo.

—Es una suerte que no deba preocuparme por ese asunto en un futuro cercano, ¿verdad?

Al menos con esa réplica consiguió que variara su expresión de autosuficiencia por una de fastidio, y definitivamente valió la pena el espanto de su madre.

—Robert, querido, mira, lady Wilkfield —la condesa viuda se apresuró a buscar la que consideraba una salida a esa charla que se había tornado tan espinosa—. Y la bella Jane está con ella, ¿por qué no las saludamos?

—Acabo de pasar un momento con ellas, madre. —No, no otra vez.

Pero su madre era una mujer muy testaruda, aunque se esforzara tanto en negarlo.

—Cuánto me alegra, pero yo no he podido acercarme aún, ¿por qué no me acompañas? —La dama lo tomó del brazo con un movimiento dulce pero firme—. Lady Ashcroft, si nos disculpa…

La anciana asintió sin pizca de entusiasmo.

—Por supuesto, por supuesto, acabo de ver a lord Graham, me gustaría preguntarle por su madre, es una buena amiga mía.

—Continuaremos con nuestra charla luego, entonces; permiso.

Para ser una delicada mujer que apenas sí le llegaba al hombro, su madre podía mostrar una fuerza impresionante; eso explicaba que lograra llevarlo con tanta seguridad a través de todo el salón sin abandonar por un segundo su sonrisa encantadora.

—Sabes que eso fue realmente grosero, ¿verdad?

—¿Qué, madre? ¿El comentario de lady Ashcroft? Oh, sí, ya lo creo, pero no me pareció correcto hacérselo ver, después de todo es una mujer mayor.

La condesa frunció solo un poco los labios, y Robert hubiera jurado que la oyó chasquear la lengua.

—Muy gracioso.

—Por favor, madre, ¿qué podía responder a semejante insinuación? Esa mujer no tiene idea de lo que es el tacto.

—Bueno, nunca la ha tenido, eso puedo asegurártelo, pero aun así es una invitada, y no ha dicho nada que yo no haya pensado antes, a decir verdad.

Robert hizo un esfuerzo por conservar la calma; después de todo, su madre había batido ya un récord de permanecer tanto tiempo sin mencionar el mismo tema.

—¡Mira, madre! Lady Wilkfield, ¿no deseabas saludarla? —Hizo una nueva reverencia a la dama que lo miraba con una sonrisa encantada, lo mismo que su hija—. Ahora, luego de haberte acompañado, disculparán que me ausente, pero acabo de ver a un compañero de Eton.

—Pero… —La condesa le dirigió una mirada de advertencia…

… que él desde luego ignoró.

—Señoras.

Tras sonreír con toda ceremonia, dio media vuelta y caminó con una enorme sonrisa de satisfacción.

En busca de un hogar

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