Читать книгу En busca de un hogar - Claudia Cardozo - Страница 9
Capítulo 4
Оглавление—Tan encantadora como recordaba.
Juliet apenas prestaba atención a las palabras de su abuela, que contemplaba embelesada el impresionante edificio que se levantaba ante ellos, al final del largo camino que los carruajes recorrían.
Su distracción no era de extrañar, ya que encontraba el lugar tan fascinante que apenas sí lograba pensar en otra cosa que no fuera el hermoso espectáculo que se erguía ante ella. No había visto, en América o Inglaterra, un solo lugar que se comparara en belleza a esa antigua construcción.
La arboleda que rodeaba al camino confería un aire encantador al conjunto, y los amplios jardines invitaban a rememorar antiguos cuentos de hadas. Le resultaba difícil de creer que un lugar así pudiera existir, y aún más, que tuviera la inmensa fortuna de poder visitarlo. Atrás quedó su angustia por estar nuevamente frente al conde, o lo que diría su abuela al saber de la aventura que ella y Daniel vivieron hacía unas semanas; eso podría esperar.
Lamentablemente, el recorrido se le hizo tan corto que muy pronto estuvieron frente a la mansión, y debió prepararse para lo que vendría a continuación. Por suerte, desde el momento en que les anunciaron la visita, ella y Daniel pudieron pensar en un plan; solo cabía esperar que este resultara.
Cuando se apeó del carruaje, siguiendo a su abuela, y vio descender del mismo a los señores Sheffield, puso la mano a modo de resguardo sobre sus ojos para evitar los rayos del sol y poder contemplar con mayor detalle el exterior de la casa. No contó con mucho tiempo para ello, porque casi de inmediato una hermosa dama bajó los escalones de la entrada, en tanto unos sirvientes se acercaban a ayudar con los caballos.
Aprovechó para estudiarla mientras se acercaba primero a los señores Sheffield para saludarlos con efusividad, y le sorprendió observar que de cerca se veía algo mayor de lo que esperaba, sin que ello disminuyera en absoluto su belleza. Sus ojos le resultaron impresionantes, y se preguntó por qué le parecían tan familiares; pero no tuvo tiempo para pensarlo, porque la tenía pronto ya a su altura, hablando a su abuela.
—Lady Ashcroft, qué placer verla después de tanto tiempo —su voz musical invitaba a sonreír.
—Lady Arlington. —Su abuela inclinó la cabeza con garbo—. El placer es todo mío, lamento que haya pasado tanto desde la última vez.
—Es verdad, pero me temo que casi no visito Londres, y creo que usted no acostumbra venir al campo.
—Bueno, en mi juventud me resultaba mucho más agradable hacer largos viajes, pero ahora… —La dama dejó la frase en el aire—. Sin embargo, me alegra haber aceptado la gentil invitación de los señores Sheffield, no solo he disfrutado de su hospitalidad, sino que ahora puedo ver una vez más la hermosa Rosenthal.
—Y créame cuando le digo que es un verdadero honor tenerlos con nosotros. —La condesa viuda sonrió agradecida, mirando a Juliet con intención.
—Condesa, permítame que le presente a mi muy querida nieta, Juliet Braxton.
Esta hizo una grácil reverencia, sin bajar la vista, como harían muchas jóvenes de su edad. Encontraba importante el mirar a una persona a los ojos para hacerse una idea de su personalidad, y quedó encantada con lo que pudo observar en la condesa.
—Es un placer, querida, tuve la oportunidad de conocer a tu madre en su juventud y veo que has heredado su belleza.
—Gracias, milady, es muy amable al decir eso, aunque creo que mi madre sí era realmente hermosa.
—Juliet, por favor. —Su abuela la miró con el ceño fruncido.
La condesa amplió su sonrisa y le dio un apretón cariñoso, aunque breve, en la mano.
—Debes de echarla mucho de menos, y a tu padre, por supuesto.
—Cada día.
Una corriente de simpatía fluyó entre ambas, que parecieron encontrar de inmediato un encanto particular en la persona que tenían al frente.
—Pero qué descortés soy, ofrezco disculpas —la condesa retomó su papel de anfitriona—. Por favor, entremos a la casa, me temo que mi hijo no pudo salir a recibirles, habrán oído de su accidente…
Juliet sintió cómo toda su emoción se evaporaba al oír mencionar al conde; su abuela tenía razón, era una persona que se distraía con facilidad. Mientras subía los amplios peldaños de la entrada principal, admirando los detalles que veía alrededor, sintió cómo sus manos se empezaban a humedecer, y una agitación extraña se albergó en su pecho. No creía que el conde la recordara, era imposible, su mente se encontraba completamente extraviada en el momento del accidente, así que estaba a salvo; era de Daniel de quien debía ocuparse.
—Lamento que su nieto no pueda reunirse con nosotros, milady —escuchó la voz de la condesa como un sonido lejano.
—Oh, sí, él lo siente mucho; estaba tan ilusionado con la idea de conocer Rosenthal, pero no se siente muy bien.
—Comprendo, pero debe decirle que será bienvenido en cualquier momento en que desee visitarnos.
—Eso es muy amable por su parte.
Juliet no pudo menos que notar el silencio en que se habían sumido los Sheffield, usualmente tan expresivos, y al verlos con atención, notó sus gestos de incomodidad. Debía de haber ocurrido algo muy delicado entre ellos y los Arlington para que asumieran esa actitud.
No pensó más en ello, no por falta de deseos, sino porque habían llegado ya a la entrada de la mansión y fueron conducidos por la condesa hasta un salón exquisito que consiguió que retuviera el aliento. Tan abstraída se encontraba en su contemplación que no notó los ojos que desde el otro lado de la habitación se fijaron en ella desde su entrada.
A Robert no le hizo ninguna gracia el verse en la obligación de permanecer en el salón, sentado, y con el bastón en la mano, mientras su madre se encargaba de recibir a las visitas, pero no deseaba cojear hasta allí, e imaginaba el espectáculo que daría si tenía que subir los escalones de la entrada apoyado en uno de los lacayos.
De modo que allí estaba, en completo silencio, hasta que las voces acercándose le señalaron que era el momento para ponerse de pie; después de todo, no deseaba dar una imagen de debilidad.
Cuando vio a los recién llegados, sonrió con toda la cortesía de la que disponía; aún se encontraba algo disgustado por la imposición de su madre, pero todo pensamiento negativo se esfumó de su mente en cuanto vio a la joven que, de pie en la entrada, miraba de un lado a otro con expresión arrobada.
Le pareció aún más hermosa de lo que recordaba, lo que era ridículo considerando que había pasado semanas intentando convencerse de que su impresión debió de ser solo producto del estado en que se encontraba al caer del caballo.
Pero ahora que podía verla una vez más, completamente consciente, entendía por qué creyó en su delirio que estaba frente a un ángel. Si existían, debían de verse como ella.
Llevaba un vestido vaporoso y virginal que flotaba a su alrededor, y a diferencia de aquel día en el campo, su cabello estaba fuertemente atado tras la nuca; el impulso absurdo de acercarse para soltarlo hizo que entrara en razón y diera un paso hacia atrás.
Con lo que solo consiguió que su madre diera varios para adelante, mirándolo con una ceja alzada.
—Robert, querido…
Se recompuso con rapidez y, apoyándose en el bastón sin perder la dignidad, se acercó procurando mantener una sonrisa neutral.
Fue primero con los Sheffield, que tal y como esperaba, no parecían muy entusiasmados con su presencia allí, ¿y quién podría culparlos? Él no se encontraba tampoco muy contento de tenerlos en su casa. Pero aun así eran invitados de su madre y debían ser tratados como tales.
Tras intercambiar unas cuantas frases adecuadas, dirigió su atención a la dama que lo observaba con una expresión entre orgullosa e interrogante; veía que se trataba de todo un personaje, aunque su madre se equivocaba en algo; en realidad, considerando su edad, podría ser su abuela, y una muy estricta, por lo que lograba adivinar de su carácter.
—Lady Ashcroft, es un honor tenerla en Rosenthal, mi madre me ha hablado mucho de usted.
—Es muy gentil por su parte, gracias, no dudo que la condesa ha sido más que generosa. —Le sonrió con visos de picardía—. Me alegra comprobar que su señoría se encuentra mucho mejor de su accidente; su madre nos hablaba al respecto…
—Sí, así es, aunque me temo que este compañero se quedará conmigo otro par de semanas. —Levantó ligeramente el bastón, sin abandonar ese aire flemático con el que se sentía tan cómodo—. Pero la recuperación ha sido mucho más rápida de lo que esperaba, así que puedo considerarme afortunado.
—Es un gusto oírlo. —La dama miró sobre su hombro y llamó sin delicadeza a la joven que se había quedado unos pasos detrás—. Querida, por favor.
Robert intentó no mostrar mayor interés en ella, aunque hubiera deseado hacer lo contrario, pero, después de todo, se suponía que era la primera vez que se veían, y hombres como él no acostumbraban otorgarle mucha importancia a las jovencitas, mucho menos frente a una abuela que obviamente parecía tan interesada en que le causara una buena impresión. Si a eso se sumaban las artimañas de su madre, casi podía imaginar otro incidente desagradable como aquel en el que se vio envuelto gracias a los Sheffield.
—Su señoría, le presento a mi nieta Juliet Braxton.
La joven hizo una reverencia que encontró encantadora, y lo miró con fijeza, cosa poco común entre las muchachas de su edad, pero que él apreció.
—Señorita Braxton, es un honor.
—El honor es mío, su señoría.
Solo cuando él le devolvió la mirada, ella bajó la suya, al parecer nerviosa.
—He oído que vivió en América, ¿es cierto?
Ese comentario debió de ser el más afortunado que hubiera podido hacer, porque el rostro de la joven se iluminó y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Sí, su señoría, nací allí, es mi país.
El orgullo que traslucían sus palabras le sorprendió, aunque no tanto como la expresión fastidiada de lady Ashcroft, por lo que decidió cambiar de tema a fin de evitarle problemas a la joven.
—Lady Ashcroft, creí que su sobrino nos acompañaría esta tarde.
—Me temo que no se encuentra muy bien, su señoría; nada de qué preocuparse, por supuesto, pero lamenta mucho no haber podido aceptar su generosa invitación.
—Ya veo, es una lástima; espero que en cuanto se recupere podamos disfrutar de su presencia —mientras el conde hablaba, no despegaba la vista de la joven, notando cómo se teñían sus mejillas de un tono subido.
Hubiera querido seguir hurgando en los motivos de la ausencia de su primo, a fin de conocer lo que suponía debía de ser la verdadera razón de la misma, pero su madre se acercó a fin de invitarles a tomar el té y debió contentarse con permanecer atento a lo que se mencionara al respecto, que infortunadamente, no fue mucho.
La charla giró alrededor de los últimos acontecimientos conocidos en la zona, y las noticias que llegaban de Londres, las mismas que parecieron esfumar las reservas de los Sheffield, que participaron con mucho ánimo dando sus puntos de vista y aportando datos que según ellos obtenían de sus conocidos en la ciudad.
Su madre parecía encantada de contar nuevamente con personas en la mansión, y no pudo menos que sentirse un poco culpable, ya que en gran medida era él quien prefería la soledad. En ese momento se hizo la promesa de ser un poco más flexible en ese sentido y, a ser posible, realizar pronto algún baile o actividad en su honor; su cumpleaños se acercaba y ese podría ser un excelente motivo.
Lady Ashcroft no era una mujer muy entusiasta, eso era obvio, pero sus comentarios punzantes y acertados le arrancaron más de una sonrisa. De no ser tan dura con su nieta, como había podido comprobar por la forma en que la miraba, le habría agradado más.
La señorita Braxton parecía compartir el gusto de su abuela por el silencio, ya que hablaba poco y solo cuando se dirigían directamente a ella. En circunstancias normales, Robert hubiera pensado que se debía a que no tenía nada interesante que decir, o a verse opacada por personas mayores, como había visto ocurrir tantas veces en jovencitas de su edad, pero algo le decía que este no era el caso.
Ella se veía simplemente aburrida con la charla, aunque era notorio y loable su esfuerzo por ocultarlo. La habitación, en cambio, parecía llamar mucho su atención, y cuando no participaba con algún comentario apropiado si era requerida, Robert pudo advertir que su vista se perdía en el alto techo y las pinturas que adornaban la estancia.
—Señorita Braxton, ¿le gusta el arte?
La aguda pregunta de su madre le hizo notar que no era el único interesado en la joven.
—Sí, milady, cuenta usted con piezas únicas.
—Lo sé, y estoy muy agradecida por ello, mi esposo fue un gran amante del arte. —Robert vio a su madre adoptar esa expresión melancólica que era tan común cuando hablaba de su padre—. Y mi hijo ha continuado aumentando la colección.
—No he hecho tanto como me gustaría —creyó que era correcto hacer esa acotación.
—Desde luego que sí —negó ella con energía, para dirigirse una vez más a la joven—; debería ver los hermosos cuadros que tenemos en la galería. Es más, tal vez Robert pueda mostrárselos ahora.
Por primera vez desde su llegada, la muchacha exhibió una expresión de total desconcierto, pasando la mirada de la condesa viuda a su abuela, y de estas al conde, que mantuvo su semblante sereno.
—Sería un honor, aunque tal vez prefieran esperar a que puedan acompañarnos todos.
—¡Claro! Abuela, a ti también te encantaría verlas, ¿verdad?
El tono anhelante con el que se dirigió a lady Ashcroft le resultó extrañamente ofensivo, ¿acaso le era antipático? De no ser así, no entendía por qué buscaba evitar pasar un momento en su compañía.
—No es necesario, niña, ve y luego me contarás. Ahora estamos en medio de una charla muy interesante. —Hizo un gesto fastidiado.
Robert vio como la joven reemplazaba su expresión nerviosa por una más calmada, luego de asentir con obediencia.
—Sí, sí, vayan; nosotros estamos muy cómodos aquí. —Su madre no ayudó en absoluto, al contrario, parecía encantada.
—Señorita Braxton, si tiene la amabilidad de seguirme…
Tal vez él no le agradara, o simplemente estaba nerviosa por el obvio interés de sus familiares para lograr que pasaran un momento a solas, pero, cualquiera fuera el caso, él estaba decidido a aprovechar esa oportunidad para hacer un par de preguntas que demandaban respuesta.
Juliet aspiró profundamente antes de salir del salón y le dirigió una mirada resentida a su abuela, ¡estaba arruinando su plan! Con quien necesitaba un momento a solas era con la condesa, no con su hijo.
Ella y Daniel habían decidido que, si los acompañaba a Rosenthal, la condesa lo reconocería de inmediato, y ello habría derivado en una serie de explicaciones que estarían completamente fuera de lugar. En cambio, si él se ausentaba con un buen pretexto, y ella se las arreglaba para hablar del asunto con la condesa, explicarle el porqué de su negativa a hablar del tema con su abuela, ya que infringieron sus órdenes al alejarse de la zona delimitada por ella para pasear, entonces lo entendería y les guardaría el secreto.
Cuando la conoció, se alegró al ver que era una mujer tan gentil y obviamente comprensiva; empezaba a respirar más tranquila, con la certeza de que no resultaría nada difícil hacerle entender el asunto y de que recibiría su ayuda.
Pero ahora, mientras caminaba al lado del conde, con la vista baja y sintiendo cierta tensión en el ambiente, se dijo que lo mejor sería regresar al salón con alguna excusa creíble y buscar luego otra oportunidad para hablar con la condesa a solas.
—¿Las pinturas no son de su agrado?
Semejante comentario consiguió que saliera de su abstracción, y lo mirara con una mezcla de curiosidad e inquietud.
—No, milord; quiero decir, sí, por supuesto, son todas muy hermosas.
—Me sorprende que logre admirarlas con la vista fija en el suelo.
No supo si estaba siendo abiertamente grosero o si le jugaba una broma; cualquiera fuera el caso, no le gustaba.
—Reflexionaba al respecto, su señoría, ¿no lo hace usted?
—La belleza no requiere un análisis, es una pérdida de tiempo que puede utilizarse en admirarla.
—No estoy del todo de acuerdo, creo que una cosa lleva a la otra; ¿acaso cuando ve algo hermoso no piensa en ello y se pregunta qué fue lo que le atrajo en primer lugar?
La mirada que le dirigió fue lo bastante profunda como para que le provocara bajar una vez más la vista, pero se contuvo de hacerlo.
—Ahora que lo menciona, tal vez tenga razón; he pensado mucho en ello últimamente.
Le pareció un comentario enigmático, se preguntaba si se refería tan solo a las preguntas, pero se abstuvo de indagar al respecto.
—Me alegra que coincidamos, entonces. —Decidió que sería un buen momento para cambiar de tema—. Debe de sentirse muy orgulloso de poseer un lugar tan bello; no solo por las pinturas, claro. Rosenthal por sí misma parece una obra de arte.
—Nunca la habían catalogado así, pero ahora me parece un adjetivo muy apropiado, gracias; ¿le agrada Van Goyen?
—Sí, milord, es uno de mis favoritos. —Agradeció que retomara el tono distendido—. Sus paisajes son tan hermosos… Es casi como si pudiera viajar por medio de su obra.
El conde le sonrió abiertamente, cediéndole el paso para que le precediera en el siguiente tramo de la galería.
—Esta es mi favorita.
Juliet suspiró, extasiada por el lienzo en la pared, que captaba lo que parecía un instante previo a una tormenta, con milenarias casas a la orilla del río y un molino de viento en lo alto de un promontorio, como un guardián en espera de las nubes grises que poblaban el cielo.
—Es hermosa, y sobrecogedora —comentó, al recuperar el habla.
—La calma antes de la tempestad.
—Eso fue lo que pensé. —Por primera vez, le dirigió una sonrisa sincera.
El conde asintió con ademán satisfecho, como si tal gesto hubiera tenido una gran importancia para él.
—Señorita Braxton, hay un tema del que me gustaría hablarle, ¿se sentaría conmigo un momento? —Le señaló un sillón en el centro de la galería.
—Por supuesto. —La impresionó profundamente el pedido, pero mantuvo la calma.
Una vez que estuvieron sentados, miró al conde con atención, esperando que empezara a hablar, pero este parecía tener algunos problemas para encontrar las palabras apropiadas, o simplemente no sabía por dónde empezar.
—Esto puede resultar un poco extraño, o tal vez no, dependerá de su nivel de honestidad.
—¿Cuestiona mi honestidad, milord? —Hubiera esperado cualquier cosa, menos tal inicio.
—No, desde luego que no, le ruego me perdone, elegí mal mis palabras. —Su ira se aplacó al notar que se veía francamente arrepentido—. En realidad, lo que deseo es expresar mi agradecimiento, pero no puedo pensar en la forma más apropiada de hacerlo ya que se trata de una situación de lo más inusual.
Juliet frunció el ceño, mil imágenes pasando por su mente a la velocidad de un relámpago. Él solo podía referirse a una cosa, y la idea le aterró…
Se planteó el fingir que no le entendía y encontrar un modo de volver al salón, pero eso hubiera sido deshonesto y, después de su comentario, primero muerta antes de hacer tal cosa. De modo que echó mano de todo el valor y sinceridad que su padre le había inculcado y decidió hablar con la verdad.
—No creí que su señoría lo recordara.
Lo vio exhalar un suspiro de alivio, como si hubiera esperado una negativa.
—Lo hago; si he de serle sincero hay dos cosas de ese día que jamás podré olvidar; el dolor que sentí al caer del caballo, y su rostro.
Juliet boqueó como un pez fuera del agua, sin saber si sentirse halagada u ofendida; qué observación más sorprendente.
—Oh, ya veo —no se le ocurrió nada más para decir.
—No me malentienda, por favor, no la comparo con una caída —el conde rio, leyendo en su expresión lo que pasaba por su cabeza—. O tal vez sí, pero no en un sentido negativo; me refiero a que ambos acontecimientos resultaron profundamente impresionantes. No me caía del caballo desde que aprendí a montar siendo muy pequeño, y nunca había visto un rostro como el suyo en toda mi vida.
—Supongo que debería agradecérselo —aún no se reponía del desconcierto.
—Bueno, usted debe de estar acostumbrada a que alaben su belleza, así que no creo que le sorprenda, solo señalo un hecho. —Él pasó por alto su expresión confundida—. Lo que deseo señalar es que me resultaría imposible olvidar que usted me ayudó en un momento tan importante.
El conde hablaba con una seguridad y soltura que admiró y al mismo tiempo le incomodó profundamente. Contrario a lo que él parecía pensar, ella no se consideraba particularmente hermosa, no cuando se comparaba con las miniaturas que conservaba de su madre, y su abuela siempre había recalcado el hecho de que el ser un rostro bonito era una ventaja más que una virtud, idea con la que no comulgaba.
—No necesita agradecer nada, milord, me alegra haber podido ser de utilidad y que se encuentre casi recuperado.
—Desde luego que debo agradecerle, esperaba hacerlo desde que supe de su existencia; es decir, no conocía su nombre, pero en cuanto oí acerca de dos jóvenes hospedados con los Sheffield, lo supe —pareció recordar entonces algo muy importante—. Por supuesto que también debo darle las gracias a su primo, sé que fue él quien me trajo a casa.
¡Daniel! ¿Cómo pudo olvidarlo por un segundo? Juliet se sintió avergonzada de semejante descuido, lo que le permitió recuperar su elocuencia habitual.
—Sí, milord, fue Daniel quien se encargó de traerlo aquí, y de ver que fuera atendido lo antes posible; puede estar seguro de que su ayuda fue mucho mayor que la mía. —Se adelantó un poco en el asiento, en tanto continuaba con un tono más bajo—: Debo hacerle una confesión, su señoría, y espero poder contar luego con su ayuda.
El conde enarcó ambas cejas, mostrando una profunda extrañeza por el cambio en su actitud, y le hizo un gesto, instándola a continuar.
—Mi primo y yo no contábamos con el permiso de mi abuela para cruzar los lindes de la propiedad de los Sheffield, pero a petición mía lo hicimos, deseaba ver más de la campiña —indicó—, y fue entonces cuando fuimos testigos de su accidente.
—Comprendo.
—La aparición del granjero fue una verdadera suerte, ya que nos preguntábamos qué era lo mejor a hacer. Fue entonces cuando Daniel se ofreció a acompañarle para asegurarse de que se encontraba bien, y decidimos que yo volviera a caballo, sin hablarle a mi abuela al respecto. Como comprenderá, a ella no le agradaría saber que desobedecimos sus órdenes. Sin embargo, su madre vio a Daniel aquel día, y por eso le aconsejé que permaneciera en casa de los Sheffield en tanto yo hablaba con ella y le pedía que no dijera nada referente a este hecho.
Vio al conde asentir con gesto concentrado, tras oírla con mucha atención.
—Ahora lo veo, gracias por su confianza al contármelo, y una vez más, por su ayuda —dijo al fin—. No se preocupe por mi madre, me encargaré de hablar con ella, y mantendremos su participación en secreto, tan solo mencionaré a su primo y le pediré que no haga ningún comentario frente a lady Ashcroft, ¿está de acuerdo?
Juliet suspiró, aliviada.
—Desde luego que lo estoy, milord, es usted muy amable y comprensivo, aprecio su ayuda. —Ahora sentía como si le hubieran quitado una pesada carga.
—No debe tomarlo como una ayuda, señorita Braxton, es lo mínimo que puedo hacer después de lo que usted arriesgó por mi causa. —Le sonrió con amabilidad, y seguidamente se recostó en el asiento, examinándola—. Obviamente, su primo y usted son muy cercanos, ¿cierto? Siempre dispuestos a protegerse el uno al otro, o eso puedo suponer por lo que me cuenta.
—Sí, lo somos, milord —Juliet no dudó al contestar—; es más, lo considero como el hermano que nunca tuve, hemos pasado por muchas cosas juntos y a veces, exceptuando a mi abuela y mi tío, creo que es la única familia que me queda.
No pretendió ser tan honesta, o revelar tanto de su vida, pero el conde le inspiraba mucha confianza, y las palabras abandonaron sus labios antes de que pudiera detenerlas, y por la sonrisa que él mostraba, parecía muy consciente de ello.
—Ya veo, debe de considerarse muy afortunada, entonces; a mí también me hubiera gustado tener un hermano.
—¿De verdad?
—Claro, y mucho. —Le llamó la atención su tono un poco nostálgico—. Especialmente en mi niñez; la soledad no es una buena compañera para un niño.
—Lo sé.
Intercambiaron una mirada de entendimiento y, tras un momento, Juliet retiró la vista, turbada por una sensación que le resultó extraña.
—Me alegra haber podido hablar con usted, milord, agradezco su ayuda al ofrecerse a hablar con la condesa en mi lugar. —Se levantó con premura, mirando a un lado y otro, menos al hombre que tenía al frente—. Y gracias también por mostrarme su maravillosa colección; pero creo que mi abuela debe de echarme en falta.
El conde asintió, levantándose también, aunque con mayor dificultad.
—Desde luego, deberíamos volver. —Le cedió el paso, y tras andar un corto trecho, habló una vez más—: Espero que pueda visitarnos pronto nuevamente; tengo en mi estudio unas pinturas de Ingres que creo podrían gustarle.
—Es muy amable por su parte, milord, gracias, me gustaría verlas alguna vez.
—Entonces tenemos un trato.
Juliet le devolvió la sonrisa, sin responder, pero retrasando el paso para que él pudiera caminar a su lado usando el bastón sin necesidad de apresurarse.
Llegaron pronto al salón, donde tanto su abuela, como la condesa y los Sheffield continuaban con su animada charla, y se alejó del conde para ocupar su antiguo lugar y contestar a las preguntas que le hacían respecto a las pinturas.
Casi no volvió a intercambiar palabra con el conde hasta el final de su visita, tan solo se despidió en el momento preciso con una reverencia apresurada, y siguió a su abuela fuera de la casa, dando una larga mirada al edificio en tanto el carruaje se alejaba por la arboleda.