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Prólogo
ОглавлениеTodo libro es siempre hijo de sus progenitores, que, en el lenguaje común o en el que proponen las leyes de la propiedad intelectual, se denominan “los autores” (incluyendo las respectivas variantes que el género y el número impongan a ese término). Sin embargo, todo libro también es hijo del tiempo en el que se lo concibe desde su idea original hasta que termina siendo un producto de nuestra cultura.
Por lo tanto, además de Claudina, la madre natural de la creatura que prologo, debemos sumar como progenitora a la pandemia de nuestros tiempos. Jacques Attali, el pensador francés, nos dice: “Como las anteriores grandes pandemias de la historia, la de hoy es en primer lugar un acelerador de metamorfosis que ya estaban latentes. Metamorfosis desastrosas y metamorfosis positivas”. Quienes navegamos en el mundo de las organizaciones solemos esconder la palabra “metamorfosis” a la que alude Attali y preferimos hablar más de cambios, o bien de transformaciones. Es así que este texto se adentra en una temática crucial, y además “acelerada”, la de las transformaciones organizacionales.
Cuando tuve la oportunidad de leer la primera palabra del título del libro, “transformaciones”, me llenó de curiosidad y de ganas de satisfacer necesidades del orden profesional, de modo que estaba decidido a abordar su lectura con dedicación. La segunda palabra, “masticables”, en cambio, me transportaba a otro universo más íntimo y personal.
Siendo un niño –pongamos como referencia, entre mis ocho y diez años–, podía clasificar a los caramelos en dos subconjuntos (aclaro que amaba la teoría de conjuntos, que era una gran novedad para las maestras de aquella época): los “duros” y los “masticables”. Es cierto que podía haber otras clasificaciones relacionadas con el macroconjunto de las golosinas, como por ejemplo los “confites”, que se asociaban a la repostería vinculada con los cumpleaños, y también lo que denominábamos “chocolatitos”, que se nutrían, además de cacao, de mayores universos paralelos en su contenido. Comer un “chocolatito” era buscar un personaje de caricatura que se atesoraba luego de lavarlo para que los rastros de chocolate no le complicaran su visión en nuestra galería de objetos coleccionables.
Pero volviendo al conjunto de los caramelos, que ya mencioné que se dividían en “duros” y “masticables”, recuerdo sobre los primeros que venían con una promesa asociada más a su duración que a su sabor. ¿Realmente duraban media hora? Era quizá la pregunta más existencial cuya respuesta buscábamos resolver. En mi casa, con mis hermanas, establecíamos verdaderos certámenes para determinar quién podía hacer durar el caramelo de media hora esa meta temporal o, inclusive, superar ese objetivo a quizá cuarenta y cinco minutos. La técnica para ganar consistía en, literalmente, no hacer nada. Cada movimiento de la lengua para disfrutar del sabor eran segundos menos en la integridad del caramelo. Los ganadores, que en nuestro caso eran ganadoras, eran los que dominaban la técnica de llevar el caramelo al costado de la boca y luego aplicar un ejercicio tibetano de concentración para no hacer nada, ni siquiera hablar, hasta que bastante después los jugos y secreciones bucales disolvieran el caramelo hasta declarar su inexistencia.
Ahora, tiempo después, podría atribuir mi fracaso en estas competiciones a varios factores; sin embargo, ya de grande creo haber encontrado la respuesta. No era la falta de disciplina tibetana la que me llevaba inexorablemente a la derrota sin honra, sino más bien (ahora me siento más seguro de mis convicciones) que abiertamente era, soy y seré partidario del bando de los masticables. Por eso estaba condenado a perder una y otra vez. Puedo reconstruir mi historial financiero –de esos ocho a diez años–, en el cual cada moneda que podía capturar del “Quedate con el vuelto” o del apenas generoso Ratón Pérez se depositaba religiosamente en el kiosco a cambio de un “masticable” que empezaba con “s”. El caramelo masticable te invitaba al disfrute activo, a la experiencia rica e interactiva de sabores y movimientos, a poder contar lo que se iba viviendo en tiempo presente, a elegir, a sentir, a vivir, y luego a hacer el storytelling de nuestras emociones en el momento más importante del día, en el que las relaciones se hacían intensas, públicas y amplias. Sí, ese momento era el recreo. De modo que la secuencia del masticable era tan simple como: storytelling, emociones y relaciones.
Todos desarrollamos identidad a partir de aquello a lo que pertenecemos: yo soy –y lo digo sin pudor– del bando de los “masticables”.
Es así como el título de este gran libro, Transformaciones masticables, me pone en una posición francamente parcial y comprometida. No fui neutral desde el momento en que Jorge Scarfi me preguntó: “¿Te gustaría prologar el libro de Claudina Restaino?”. Tengo un gran aprecio por la autora y hubiera dicho que sí aun sin conocer el título. Pero repito el sí por mis afectos y por mi declarada pasión por los masticables. Y grito un sí todavía más fuerte luego de la lectura completa del texto. Mi síntesis es triple: es una gran autora, un gran título y, por sobre todo, un extraordinario libro. Más para estos tiempos. Lo prologo sin duda, pero lo recomiendo con todo mi fervor para nada neutral.
Claudina hace un maravilloso mashup. Es más, puedo aseverar que es una gran artista del mashup. ¡Uy!, tal vez alguna lectora o lector no conozca el significado de este término. Y no seré yo quien lo spoilee (¿estará autorizado este anglicismo popular de nuestros tiempos por la Real Academia Española?) en este prólogo. Lean el libro y lo sabrán.
La autora nos invita a reflexionar pasando por textos profundos, por canciones –de esas que sabemos todos y otras que no–, por palíndromos (aquí va otra palabra difícil), por su experiencia profesional, y nos invita a un verdadero camino del héroe o heroína que tiene altos y bajos, como la vida misma.
Byung-Chul Han, el gran filósofo coreano, nos dice: “Que un paradigma sea elevado de forma expresa a objeto de reflexión es a menudo señal de su hundimiento”. Tal vez seamos protagonistas de un cambio de época notable que, entre muchas otras cosas, hunda el paradigma de cómo creemos que las organizaciones deben cambiar. Vale entonces repensar, reescribir, pedir ayuda al arte, hacer mashup, capitalizar las enseñanzas de los héroes y las heroínas que emprendieron largos recorridos, volver a leer lo que ya leímos, volver a cantar o escuchar lo que ya cantamos o escuchamos, seguir, bajonearse, retirarse, activarse, levantarse y volver emprender el camino de una transformación que busca nuevos propósitos.
Es obvio, invito con entusiasmo a leer este hermoso y profundo libro de Claudina. Pero no como un caramelo duro al que solo queremos hacer durar –aunque sea media hora–. Invito a que este libro se mastique, se disfrute, se cuente, se sienta y se comparta.
Dr. Luis María Cravino
Presidente de AO Consulting S. A.