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La cueva

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El contraste entre lo que es real y cómo nos parecen estas cosas no es nada nuevo. Hace 2.400 años, Platón, en La república, usó una metáfora para describir este problema.

“Imagine una cámara subterránea, como una cueva, con una extensa entrada abierta a la luz del día, de la anchura de la cueva. En esta cámara hay hombres que han estado prisioneros allí desde que eran niños. Sus piernas y cuellos han estado tan ajustados que solo pueden mirar hacia adelante y no pueden girar las cabezas”.104

Luego dice que afuera de la cueva hay un incendio, y entre la cueva y el incendio hay un camino por el que pasan varios objetos. De acuerdo con su metáfora, todo lo que verán las personas de la cueva serían sombras en la pared de la cueva de las cosas en el camino que pasa detrás de ellas. Confundirían a las sombras, que es todo lo que les revelan sus percepciones sensoriales, con la realidad. “¿No asumirían que las sombras que vieron eran cosas reales?”.105

Aunque solo se trata de una metáfora, la cueva de Platón expresa esta diferencia entre lo que percibimos con nuestros sentidos y lo que realmente existe; esto es, la diferencia entre un árbol y la imagen del árbol en nuestra mente. En los 2.400 años desde Platón, esta pregunta aún obsesiona a quienes se la hacen. Y lo sigue haciendo, con aun más ferocidad que nunca, porque en los últimos cien años nos hemos enterado de la existencia de aspectos de la realidad (gérmenes, partículas subatómicas, el campo Higgs, ondas de radio, etc.) completamente más allá de nuestros sentidos sin ayuda. Ya es bastante malo no poder estar seguros sobre la naturaleza o la existencia de lo que captamos con nuestros sentidos, pero ¿qué hay de todas esas cosas que creemos que existen pero que nuestros sentidos no pueden captar en absoluto, al menos no sin la ayuda de máquinas, lo que a su vez levanta toda una multitud de otras preguntas?

El bautismo del diablo

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