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La ironía de todo
ОглавлениеQué fácil es hoy, a posteriori, ridiculizar a la Iglesia Romana, no solo por haber condenado a Galileo, sino también por haberse equivocado en los resultados durante siglos. No fue hasta el 1800 que Diálogo sobre los máximos sistemas del mundo fue quitado de la lista de libros prohibidos y que los católicos pudieron enseñar a Copérnico con libertad. Y no fue hasta casi dos siglos después que Roma formal y públicamente (y por fin) admitió su error.
Y aunque la historia ha sido transformada con alegría en un ejemplo arquetípico de religiosos ignorantes que peleaban contra el progreso intelectual, la realidad es más complicada. No fue solo el binario crudo de la religión versus la ciencia. El desastre de Galileo es un ejemplo de la tiranía de la ciencia dogmática y la tradición científica por sobre todos los medios de adquisición de conocimientos.
Gerhard y Michael Hasel escribieron: “Los asuntos innobles asociados con el famoso juicio a Galileo en el siglo XVII se podrían haber evitado si los consultores teológicos de la iglesia hubieran reconocido que su interpretación de ciertos textos bíblicos estuvo condicionada por la tradición, basada en la cosmología del geógrafo-matemático pagano Ptolomeo”.69 No era solo tradición, sino una tradición que surgió de la aceptación del dogma científico predominante.
“No debemos olvidar que el nacimiento de la física y la cosmología fue logrado por Galileo, Kepler y Newton, quienes se liberaron no de la prisión confinada de la fe (los tres eran cristianos creyentes, de una u otra manera) sino de la enorme carga de la autoridad milenaria de la ciencia aristotélica”, 70 escribió David Bentley.
“Debemos recordar que la rigidez del esquema aristotélico no yacía en ella misma sino en la interpretación que se le daba, en especial en la Edad Media. Al unir las teorías de Aristóteles con sus propias visiones religiosas, los hombres de esa época introdujeron dureza al debate relacionado con la validez del esquema de Aristóteles que no tenía nada que ver con su valor filosófico o científico”,71 escribió Charles Singer.
En su Diálogo, Galileo buscaba liberar a la noosfera de su época de los patrones neutrales que siglos de Aristóteles (el Darwin de su tiempo) y su ciencia habían tejido en las mentes de la Edad Media. Galileo escribió: “No es mi intención decir que una persona no debería escuchar a Aristóteles; de hecho, aplaudo la lectura y el estudio meticuloso de sus obras, pero repudio solamente a quienes se entregan como esclavos a él de tal manera que se suscriben ciegamente a todo lo que dice y lo toman como decreto inviolable sin buscar otras razones”.72
Galileo luchaba contra una devoción esclavista a textos antiguos escritos por un hombre que, en el núcleo de su filosofía, creía en estudiar el mundo en sus propios términos. En contraste con su gran maestro, Platón, quien creía que la verdad existía solo en un mundo no material idealista de ideas y formas, Aristóteles creía que debemos usar nuestros sentidos aquí, en la Tierra, para estudiar el mundo en sí. “Todos los hombres por naturaleza desean saber”, escribió él. “Una indicación de esto es el placer que nos producen nuestros sentidos; porque incluso aparte de su utilidad, son estimados por sí mismos; y por encima de todo, el sentido de la vista”.73
No deberíamos pasar por alto la ironía. Un hombre en la antigüedad que promovía el estudio del mundo en sí, eventualmente se codificó y canonizó como autoridad por derecho propio. Tanto así que, como lo descubrió Galileo, si alguien tenía evidencias experimentales (del estudio del mundo) que lo contradecían, o que parecían contradecirlo, debía descartar el experimento e ir con Aristóteles, la vieja autoridad. Todo debía ser filtrado a través de las lentes del aristoteleanismo; casi como sucede hoy, que todo es interpretado a través de la lente de quienquiera que sea la última encarnación de Darwin, sin importar la evidencia que lo desafíe.