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El Darwin de esos días
ОглавлениеGalileo no estaba luchando contra la Biblia, sino contra una interpretación de la Biblia, dominada por el dogma científico predominante, que por siglos había sido el aristotelianismo. No se puede sobreestimar la importancia de este punto. Aristóteles (384-322 a.C.) fue el Darwin de esa era, y fue endiosado de maneras en las que ni siquiera Darwin lo es hoy. Muchos intelectuales, sin importar cuánto puedan permanecer bajo el hechizo del científico inglés, criticarán su obra. Incluso un yihadista darwiniano como Richard Dawkins pudo escribir: “Mucho de lo que Darwin dijo está, en detalle, equivocado”.43
En contraste, en la era de Galileo las personas estaban menos listas para contradecir a Aristóteles, cuyos escritos saquearon y desmantelaron intelectualmente la cultura del momento. Los estudiantes que entraban en las universidades de la Edad Media recibían la instrucción de descartar cualquier enseñanza que fuera en contra del “Filósofo”, como había llegado a ser conocido Aristóteles. William R. Shea escribió: “Los escritos de Aristóteles que han estimulado discusiones avivadas fueron de manera creciente convertidos en un dogma rígido y en criterios mecánicos de la verdad. A los otros sistemas filosóficos se los trataba con desconfianza”.44
Al igual que la manía de hoy de interpretar todo en un contexto darwiniano (desde la forma de la oreja de los perros a nuestra “tendencia natural a ser amables con nuestras relaciones genéticas y, sin embargo, ser xenofóbicos, desconfiados e incluso agresivos con personas de otras tribus”),45 en ese entonces, la enseñanza de Aristóteles era el filtro a través del cual se debía entender todo, desde el movimiento de las estrellas hasta la naturaleza del pan y el vino en la Eucaristía.
En 1600, cerca de dos mil años después de Aristóteles, René Descartes se pudo quejar de él: “¡Qué afortunado fue ese hombre! Cualquier cosa que escribía, ya sea que pensara mucho en ello o no, es estimado por la mayoría de la gente hoy como si tuviera autoridad profética”.46
Los árabes introdujeron los escritos de Aristóteles en Europa en los siglos XI y XII. Sin embargo, para el siglo XIII, Aristóteles perdió popularidad, en especial con el clero. Después de todo, este griego pagano enseñaba que el universo siempre había existido, que Dios no se interesaba por la humanidad y que no tenía conocimiento de ella, y que las causas naturales solas podían explicar los sucesos en la Tierra. Esas creencias lo hicieron sospechoso frente a los eruditos y clérigos de mente más tradicional; se emitieron prohibiciones a sus obras “científicas” en 1210 y 1215, incluyendo también un intento en 1231 de erradicarlas. Edward Gran escribió: “Todos esos intentos fueron en vano, y para 1255 las obras de Aristóteles no solo fueron aprobadas oficialmente, sino que constituyeron la columna vertebral del currículo de artes”.47
Sin embargo, los eruditos medievales tuvieron que torcer, doblar, distorsionar y ofuscar para amalgamar la ciencia, la filosofía y la cosmología de Aristóteles con la doctrina bíblica, más o menos como lo hacen hoy algunas personas cuando tratan de armonizar a Jesús con Darwin. Nadie se dedicó a esto más “exitosamente” que el fraile y sacerdote ítalo dominicano Tomás de Aquino (1225-1274)... que casi convierte al pagano Aristóteles en un católico romano que asistía a misa, daba indulgencias y adoraba a María. Aunque en tiempos de Galileo existía algo de oposición (y en crecimiento)48 en contra de la cosmovisión aristotélica, los escritos de Aristóteles todavía eran el filtro a través del cual se veían las obras de Dios en la naturaleza. Richard Tarnas expresó: “Con la aceptación gradual de esa obra por parte de la iglesia, el corpus aristotélico fue virtualmente elevado al estatus de dogma cristiano”.49