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La herejía de Galileo

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Entre los cargos que la Inquisición le impuso a Galileo por causa de su libro estaba este: “La proposición de que el Sol está en el centro del mundo [el universo] y no se mueve de su lugar es absurda, filosóficamente falsa y formalmente hereje, pues es expresamente contraria a las Santas Escrituras”.

Técnicamente, la Inquisición tenía razón y Galileo estaba equivocado. El Sol no es el centro del universo, sino solo de nuestro Sistema Solar, que a su vez está suspendido en los suburbios exteriores de la Vía Láctea, una de los miles de millones de galaxias que recorren el universo. Y lejos de ser “inamovible de su lugar”, el Sol viaja por el cosmos a velocidades fantásticas junto al resto de las estrellas y planetas en nuestra galaxia. El Sol no se mueve de la manera en la que la iglesia, en servidumbre de la ciencia, decía que se movía. Y esa era la visión que Galileo rechazó. Por consiguiente, sus opiniones, tanto sobre la ubicación como sobre la inmovilidad del Sol, fueron condenadas como “formalmente herejes” y “expresamente contrarias a las Santas Escrituras”.

¿El único problema? ¿Dónde manifiestan las Escrituras la ubicación del Sol con relación al cosmos? ¿Qué palabras inspiradas dicen que el Sol es, o no es, el centro de algo, menos aun del universo? Y aunque Galileo haya tenido razón (y en el contexto inmediato la tenía), ¿cómo algo que nunca se trata en las Escrituras puede ser condenado como herejía?

La respuesta es fácil: la herejía de Galileo no era contra la Biblia, sino contra una interpretación de la Biblia basada en Aristóteles. No importaba que la Biblia nunca dijera que el Sol no es el centro del universo. Aristóteles sí lo había dicho. Y como la Biblia era interpretada a través de la teoría científica predominante, una idea astronómica que no aparece en la Biblia se había convertido en una posición teológica tan central que la Inquisición amenazaba con torturar a un anciano por enseñar lo contrario a ella.

¿Y qué hay del Sol “inmóvil”? Aquí, por lo menos, la iglesia tenía textos con los que trabajar. Pero ¿acaso estos textos enseñan que el Sol orbita la Tierra, como la iglesia enseñaba que dicen?

Los cielos cuentan la gloria de Dios,

y el firmamento anuncia la obra de sus manos.

Un día emite palabra a otro día,

y una noche a otra noche declara sabiduría.

No hay lenguaje, ni palabras,

ni es oída su voz.

Por toda la tierra salió su voz,

y hasta el extremo del mundo sus palabras.

En ellos puso tabernáculo para el Sol;

y este, como esposo que sale de su tálamo,

se alegra cual gigante para correr el camino.

De un extremo de los cielos es su salida,

y su curso hasta el término de ellos;

y nada hay que se esconda de su calor (Sal. 19:1-6).

¿No prueban estos versículos el movimiento del Sol a través del cielo, como un esposo que “sale de su tálamo”, o un hombre fuerte listo para correr una carrera? Estas metáforas no significan otra cosa que movimiento. Entonces, la Biblia enseña que el Sol, no la Tierra, se está moviendo, ¿verdad?

Para comenzar, estamos tratando con metáforas en un poema. ¿Cuán cercana y literalmente podemos tomar las metáforas en la poesía? El salmista también escribió: “Un día emite palabra a otro día” y “No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz”. El día ¿habla en todos los idiomas humanos? ¿Y entonces escuchamos ese hablar del cielo en nuestra propia lengua? O el mundo en los tiempos del rey David era radicalmente diferente de lo que es hoy o el poeta estaba usando imaginería poética para expresar verdades más profundas que la imaginería en sí misma.

El Salmo 19 es una expresión poética del poder de Dios según se lo revela en los cielos. Esto es teología, no cosmología. Y usar estos textos para promover una cosmovisión aristotélica es querer extraer de ellos lo que nunca se puso allí en un principio.

¿Qué sucede con textos como estos?: “Sale el Sol, y se pone el Sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta” (Ecl. 1:5). O “El sol salía sobre la tierra, cuando Lot llegó a Zoar” (Gén. 19:23). O “Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba” (Luc. 4:40).

¿Qué hay de ellos? Nuestro uso actual de los términos “salida del Sol” y “puesta del Sol” ¿refleja la realidad de lo que está sucediendo (la rotación diaria de la Tierra sobre su eje, lo que causa que el Sol aparezca en el cielo por la mañana y que parezca moverse por el cielo durante todo el día y que más tarde desaparezca en el horizonte)? Esa realidad con certeza no es lo que nuestras palabras quieren decir. Pero estamos expresando lo que parece suceder. “Salida del Sol” y “puesta del Sol” son maneras fáciles y rápidas de expresar lo que los seres humanos vemos, y no lo que causa estas observaciones en sí.

De otra manera, ¿cómo deberían expresarse las salidas y las puestas del Sol? Supongamos que en vez de decir “¡Qué hermosa salida del Sol!”, dijéramos: “¡Qué bello giro el de la Tierra sobre su eje, que hace parecer que el Sol se hunde en el horizonte de una manera tan colorida!”

¿Deberían haber escrito Eclesiastés 1:5 de esa manera: “La rotación de la Tierra sobre su eje también nos trae el Sol hasta nuestros ojos y luego lo esconde de nuestra vista. Y al otro día, la rotación de la Tierra sobre su eje vuelve a poner al Sol frente a nuestros ojos”? ¿No hubiera sido esa una descripción más precisa de esos fenómenos celestiales, ya que de hecho era eso lo que la Palabra de Dios intentaba expresar?

¿Y qué hay de Josué 10:12, 13?

Entonces Josué habló a Jehová el día en que Jehová entregó al amorreo delante de los hijos de Israel, y dijo en presencia de los israelitas: ‘Sol, detente en Gabaón; y tú, Luna, en el valle de Ajalón’. Y el Sol se detuvo y la Luna se paró, hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos. ¿No está escrito esto en el libro de Jaser? Y el Sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero.

No es sencillo explicar este pasaje, incluso con nuestro conocimiento actual de cosmología. Sin embargo, el tema no es cómo Dios lo hizo, pero sí que lo hizo, sin importar los medios que haya utilizado. Aquí, también, la Biblia se sirve del lenguaje humano para explicar cosas aparentes. Si el Señor hubiera querido que entendiéramos la cosmología a partir de estos textos, ¿no debiera haber dicho algo como: “Oh, Tierra, detén tu rotación sobre tu eje para que el Sol se mantenga sobre Gibón”?

¿Por qué no es contrario a las Sagradas Escrituras enseñar que el cerebro es el asiento de nuestros pensamientos? Después de todo, el Evangelio registra: “Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones?” (Luc. 5:22, cursiva añadida). Jesús sabía que no pensamos con nuestros corazones. La idea de Jesús era teológica, no fisiológica, tal como la idea en Josué (y Eclesiastés y Salmos) era teológica o histórica, y no cosmológica.

El lenguaje de “salida del Sol” y “puesta del Sol” tomó la importancia que tomó solamente debido a la incorporación de falsa ciencia en la teología. Si la iglesia no hubiera adoptado la cosmología de Aristóteles y no hubiera convertido en tema teológico algo que la Biblia nunca mencionó, se habría ahorrado la vergüenza del asunto de Galileo.

Además de condenar las ideas de Galileo sobre el movimiento y la posición del Sol, la iglesia argumentó que su “proposición de que la Tierra no es el centro del Universo también es absurda, filosóficamente falsa y teológicamente considerada, como mínimo, falsa”.

Pero ¿dónde sitúan a la Tierra las Escrituras en relación con el cosmos y, aun más, la colocan en el centro? Esa era la posición de Aristóteles, no la de las Escrituras. ¡Qué irónico! Supuestamente para defender la fe, la iglesia acusó a un hombre por oponerse a una teoría científica antigua, una teoría que no solo no se menciona en las Escrituras, sino también se probó que es falsa.

¿Y qué hay del movimiento de la Tierra? ¿No muestran los siguientes textos que, de hecho, no se está moviendo?

Jehová reina; se vistió de magnificencia;

Jehová se vistió, se ciñó de poder.

Afirmó también el mundo, y no se moverá (Sal. 93:1).

Temed en su presencia, toda la tierra;

el mundo será aún establecido, para que no se conmueva

(1 Crón. 16:30).

Decid entre las naciones: Jehová reina.

También afirmó el mundo, no será conmovido;

‘Juzgará a los pueblos en justicia’ (Sal. 96:10).

Incluso los reformadores protestantes Lutero y Calvino entendieron estos textos como prueba de una Tierra inmóvil; ninguno de los dos tenía mucho tiempo para la nueva astronomía. Sin embargo, ¿qué hacemos con textos como los siguientes?

Y temblarán los cimientos de la tierra. Será quebrantada del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra, en gran manera será la tierra conmovida. Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará (Isa. 24:18-20).

Haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de su lugar (Isa. 13:13).

Y Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra (Joel 3:16).

Porque he hablado en mi celo, y en el fuego de mi ira: Que en aquel tiempo habrá gran temblor sobre la tierra de Israel (Eze. 38:19).

Las palabras de Amós, que fue uno de los pastores de Tecoa, que profetizó acerca de Israel en días de Uzías rey de Judá y en días de Jeroboam hijo de Joás, rey de Israel, dos años antes del terremoto (Amós 1:1).

Y huiréis al valle de los montes, porque el valle de los montes llegará hasta Azal; huiréis de la manera que huisteis por causa del terremoto (Zac. 14:5).

Y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo”(Luc. 21:11).

El remueve la tierra de su lugar,

y hace temblar sus columnas (Job 9:6).

Obviamente, la Tierra no es inamovible. Los terremotos que existían en el tiempo de los escritores bíblicos, por sí solos, prueban esto. Sin importar lo que signifiquen estos textos, no significan que la Tierra no se mueve en absoluto.

El movimiento descrito en estos textos, sobre que la Tierra tambalea “como ebrio”, se bambolea y se conmueve, no se refiere al movimiento de la órbita de la Tierra o de la rotación sobre su eje. Pero tampoco lo hacen los textos que dicen que Dios estableció la Tierra “para que no se mueva”, como referencia a la órbita terrestre o la rotación sobre su propio eje. Estos versículos hablan sobre el poder y la majestuosidad de Dios como Creador y Juez; no son textos sobre cosmología, así como las palabras de Pedro a Ananías no son sobre anatomía y fisiología: “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?” (Hech. 5:3).

El bautismo del diablo

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