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Prólogo

La energía es la alegría eterna William Blake

El sabio sabe, el creyente cree y el sensato duda Proverbio chino

Para profundizar plenamente en la última obra de Colette Bacchetta, para la que he tenido el privilegio de hacer el prólogo, hay que decir unas cuantas palabras sobre este arte que es curar.

Colette Bacchetta realiza una triple conquista: sobre la subjetividad arcaica que a veces nos hace confundir vejigas con linternas y viceversa (imaginario, maya de los orientales), sobre la sensorialidad realista que reduce el mundo a nuestras sensaciones habituales y sobre la racionalidad científica que lo reduce con demasiada frecuencia a un abstracto mecánico, por muy cuántico o relativista que sea.

Tal como se describe en esta obra, el planteamiento curativo se desmarca de la tecnomedicina y se inscribe más bien en una corriente de pensamiento que ve la salud, la enfermedad y el tratamiento de forma diferente. Según la tradición taoísta china, el hombre es una manifestación del QI al ritmo del Yin y el Yang, un todo indisociable que une en un solo movimiento los procesos fisiológicos, mentales y emocionales. La práctica curativa europea está condicionada por su historia racionalista y mediterránea. No hace tanto se convirtió en una práctica laica, a veces considerada un arte más que una ciencia, y en la actualidad ha entrado en una era deliberadamente tecnocientífica; la parte técnica, por no decir tecnológica, ocupa cada vez un mayor espacio en su práctica, y el médico, considerado un humanista en el siglo XIX, a finales del siglo XX pasó a ser un hombre de ciencia. Aun a riesgo de caer en la exageración, yo diría que el médico sueña con un diagnóstico asistido por ordenador en el que el enfermo solo tendría que proporcionar los datos de entrada. Hay que reconocerlo: nuestra formación clínica, asociada a los signos físicos, oye más con las yemas de los dedos que con los surcos de las orejas. Por otra parte, la experiencia indica que el dolor crónico suele burlarse de ese procedimiento al que aspiran muchos médicos y pacientes: diagnóstico preciso, terapia eficaz y curación rápida. Sin embargo, a pesar de ciertas ambiciones de informatización generalizada, por suerte todavía existe la relación profesional-paciente, e incluso para el paciente es cada vez más importante debido al contexto social, a esa despersonalización racional del mundo moderno. Todo tratamiento debe hacerse en relación con el otro, y dicha relación está reconocida oficialmente como parte integrante de la acción curativa.

Detrás de todo sistema médico de cualquier cultura existen ciertas suposiciones; es decir, conceptos, imágenes fundamentales del hombre, de la enfermedad, del cuerpo, de lo que le anima, del sufrimiento y de la muerte, y estas suposiciones pueden variar de una cultura a otra, como afirma Jean-Yves Leloup2: «Tener un presupuesto antropológico es poseer una imagen del hombre heredada de una cultura, de una civilización o de una región y creer que el hombre se corresponde con dicha representación». Evidentemente se pueden iniciar grandes batallas entre racionalistas y espiritualistas, entre neurofisiologistas y psicoanalistas, combates que tienen poca repercusión en la práctica clínica cotidiana. Pasar del soma a la psique, de la sensación a la percepción, de la emoción a la representación requiere gestiones muy diversas que pueden resultar interesantes y cuyos cimientos se encuentran en el fondo de uno mismo; es decir, del cuerpo. Nos haría falta una especie de concepto monista que iría de la biología más fundamental a la psique más elaborada. De hecho, cuando hablamos de cuerpo, ¿de qué cuerpo estamos hablando? El propio acto de conocer no es el resultado de una inteligencia alejada del cuerpo. Si me lo permite, haremos un pequeño recorrido por la lengua hebraica, idioma concreto que solo nombra aquello que existe, que tiene una palabra interesante para llamar al cuerpo (goufa = ‘cadáver’) que no se utiliza para nada en el texto bíblico: la ausencia de la palabra cuerpo no implica la ausencia de una preocupación relacionada con la existencia de la realidad del cuerpo, sino más bien una invitación a pensar en el cuerpo según otras modalidades, otras perspectivas, que van más allá del dominio puramente mundano, material y físico. Nuestro cuerpo está hecho de eso, del tacto de la madre, de los abrazos de la infancia, de los cuidados aportados cada día por uno mismo y por los demás, y el cuerpo del enfermo, del tacto tranquilizador del médico y del personal sanitario que cargan la zona dolorida con una mezcla sutil de dudas y reconocimiento. Tanto el hombre como la mujer que sufre tiene otro cuerpo; él es otro hombre y ella es otra mujer. Sufren a través del cuerpo las heridas que secretan sus almas. La imagen inconsciente del cuerpo es la síntesis viva de nuestras experiencias emocionales. La experimentación de las sensaciones es individual y colectiva. La historia del cuerpo de un sujeto está unida a su historia afectiva, familiar, social y cultural. No nos cuesta imaginar que el bebé empañado de la Edad Media no vivía la misma experiencia corporal que el bebé nadador de hoy en día. El cuerpo, que es nuestra unidad de referencia y de existencia en el mundo, posee un profundo valor metafórico que va más allá del mero esquema corporal. Por ejemplo, respirar profundamente es, además de un acto equilibrante a nivel emocional, un acto que nos impide permanecer demasiado tiempo en la tensión y que la neutraliza mediante la relajación; por lo tanto, es un acto de buena salud. Pero para mí, más que un acto de buena salud, es ante todo un medio de recuperar el contacto con uno mismo. Y de esta calidad de presencia en uno mismo, de hacer entrar al otro en otra calidad de presencia, de crear otra forma de unión, otro espacio entre uno mismo y los demás. Y ese otro es otro humano, pero también es el mundo que nos rodea. Antes de adoptar la forma que hoy conocemos en Occidente, la medicina tradicional china desarrolló los conceptos de enfermedad, tratamiento y prevención, propios de cada cultura, que se integran en una representación del mundo y del organismo centrada en la noción de cambio. En Occidente, la medicina tradicional china se ha adaptado básicamente bajo la forma de acupuntura, que ha estimulado numerosos trabajos para intentar encontrar un sustrato anatómico en la teoría de los vasos-meridianos y para desarrollar mecanismos de analgesia obtenida mediante agujas. Esta tentativa de comprensión científica de la medicina tradicional china se asevera especialmente estimulante, y la transposición de los conocimientos representa un problema interesante por diferentes motivos.

La obra de Colette Bacchetta es un ejemplo de integración entre medicina tecnológica y medicina tradicional. Si nos interesamos un poco por otras culturas, no es algo nuevo decir que el universo está compuesto tanto por materia como por energía e información. Sin embargo, no está de más reconocer que la energía es un concepto físico o biofísico difícil de objetivar. ¿Pero cómo integrar el concepto de enfermedad que propone, por ejemplo, la medicina china, que considera que son múltiples las energías que atraviesan nuestro cuerpo y que reaccionan al estado del entorno y a las fuerzas del más allá? Colette Bacchetta no ha caído en la trampa de explicaciones pseudocientíficas que no hacen más que perjudicar la integración con las ideas completamente válidas de la medicina, digamos, convencional. No hay más realidad que la Realidad, de la que nadie es propietario.

Esta obra, que es una historia de salud entre la tierra y el cielo, es un bello ejemplo de fecundación transcultural y quisiera expresar todo mi reconocimiento al coraje editorial de Dominique Frison-Roche por permitir que se conozca el notable trabajo de Colette Bacchetta.

Profesor Gérard Ostermann

Profesor de terapéutica, médico internista, psicoterapeuta analista, terapeuta EMDR-HTSMA (Hipnosis y Terapia Estratégica por Movimientos Alternativos), administrador de la Sociedad Francesa de Alcohología, líder Balint, miembro del Observatorio Francófono de Medicina de la Persona, responsable de la formación sobre trastornos del habla de la Universidad de Burdeos (Burdeos 2)

Es indispensable ayudar a nuestros pacientes a encontrar sus recursos y desarrollar su potencial...

Tras leer este notable trabajo, dos palabras esenciales se hicieron eco en la clínica en la que ejerzo mi profesión: energía y lazos, indispensables para que el individuo encuentre la armonía en su vida. El binomio cuerpo-mente debe permitir a la persona mantener su sistema en equilibrio; es la homeostasis. Pero también tiene necesidad de compartir lazos tranquilizadores con los demás para crecer y construir su vida. Si el cuerpo humano deja de regularse como es debido, es señal de que hay algo que bloquea y mantiene el proceso de disfunción. El enfoque terapéutico de la autora y mi práctica psicoterapéutica tienen en común que proponen a nuestros pacientes herramientas que podrían modificar y suavizar su relación con su cuerpo y, por tanto, con ellos mismos, con los demás, con el mundo y con el medio ambiente.

Mi trabajo en el Centro de Evaluación y Tratamiento del Dolor Crónico me ha permitido comprender que el dolor del cuerpo limita al individuo. En el ámbito psicosomático, el dolor, que se vive en primera instancia en el cuerpo, trabaja la limitación del individuo e instaura la envoltura corporal como límite exterior del aparato psíquico. Por lo tanto, podría decirse que el dolor está a la misma distancia de la psique e interviene en ambos campos. Se crea en el cuerpo y es ciento por ciento físico, pero se siente a nivel psíquico y repercute a su vez en el cuerpo, y entonces es ciento por ciento mental. Proponer un acompañamiento a nuestros pacientes en un mismo lugar permite reunificar la entidad cuerpo-mente. Ocuparse de ellos, escucharlos, interesarse a la vez por su cuerpo y sus emociones es algo valioso. Se trata de ayudarles a restablecer el equilibrio entre su cabeza y su cuerpo. Hacer que la energía circule con mayor libertad para que puedan establecer lazos con los demás y vivir en serenidad. Este es el estado relacional que Colette Bacchetta desarrolla en este libro. Sin lazos, el hombre no puede vivir. Necesita estar unido a sí mismo para poder unirse a los demás. Tener los dos pies bien anclados en la tierra y la mente abierta para recibir y compartir.

Así pues, ya partamos del cuerpo o de la mente, en el tratamiento es indispensable ayudar a nuestros pacientes a encontrar sus recursos y desarrollar su potencial; en el fondo, volver a ponerlos en marcha para que estén vivos y en la vida.

Florence Abel

Psicóloga clínica en el Centro de Estudio y Tratamiento del Dolor del Hospital Pellegrin de Burdeos

Captar, definir, evaluar y localizar el dolor para poder combatirlo mejor...

Durante el seguimiento postoperatorio del antepié operado, el kinesioterapeuta, con ayuda de su tratamiento exclusivamente manual, debe intentar devolver al órgano dañado, débil y álgico su función estática: permanecer de pie, así como su función dinámica: la recepción, el desarrollo del pie en el suelo y la propulsión del paso.

Para empezar, usando las yemas de los dedos debe captar, definir, evaluar y localizar el dolor para poder combatirlo mejor. Es un combate difícil salpicado de períodos efímeros de remisión y de recaída en los que no hay que darse por vencido, perseverar y convencer para, finalmente y de forma duradera, disminuir la frecuencia y la intensidad del dolor.

El kinesioterapeuta tiene su lugar dentro del equipo pluridisciplinar y su impacto en el seguimiento postoperatorio se intensifica gracias al trabajo de equipo (cirujanos, podólogos, kinesioterapeutas, reflexoterapeutas, dermatólogos, etc.) en el que el intercambio, la comunicación y la unidad son factores de éxito.

Y es en este ambiente de comunicación donde el Institut Aquitain du Pied se ha desarrollado, desde su creación en 2002, con el objetivo de ofrecer al paciente dolorido la competencia de cada uno, muestra de serenidad y capacidad para compartir el tratamiento.

El cuerpo es un dispositivo complejo en el que se mezcla lo físico y lo espiritual.

El kinesioterapeuta, a menudo demasiado cartesiano, quiere analizar, palpar, tocar, masajear, movilizar y, sobre todo, comprender, pero en ocasiones lo inexplicable se le puede escapar entre los dedos porque no trata tan solo un pie, sino ante todo a una persona. Entonces el reflexoterapeuta sabrá cómo tomar el relevo evolucionando en una dirección diferente, no solo en el plano físico, sino también hacia donde lo psíquico y lo emocional se fusionan. En ese momento, el enfoque se vuelve más global con un único objetivo: aliviar.

¡Qué órgano tan delicado y apasionante es el pie!

El kinesioterapeuta o el terapeuta, de forma más general, si quiere calmar, aliviar e, incluso, sanar, debe ganarse irrevocablemente la confianza de su paciente, entrar en comunión con él, escucharle, aconsejarle, estimularlo e, incluso a veces, frenarlo. En resumen: acompañarlo además de tratarlo.

Actuar es convencer.

En esta intervención postoperatoria es necesario tranquilizar al paciente, protegerlo... ¡Y también quererlo!

Paul Rochet

Masajista kinesioterapeuta, Institut Aquitain du Pied, Hospital privado Saint Martin (Pessac), Clinique du Sport (Mérignac)

Profesor del Instituto de Formación en Maso-kinesioterapia, IMS-Pellegrin (Burdeos)

Tratamiento del dolor en los 106 puntos tendinomusculares™ (Color) Flossing

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