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PREFACIO

No dudo, Ático 1 , que habrá muchos que consideren [1 ] sin importancia y poco digno del papel representado por varones excelsos este género literario, sobre todo cuando lean que cuento quién enseñó música a Epaminondas 2 y cuando vean que, entre sus cualidades, aludo a su habilidad para la danza y a lo bien que tocaba la flauta.

Sin embargo éstos serán por lo común personas [2] que, ignorando los escritos de los griegos, pensarán que nada es bueno si no se aviene a sus propias costumbres.

Si consiguiesen aprender que no todos tienen la [3] misma idea de lo que es honesto y vergonzoso y que todo juicio en este sentido se basa en el uso y costumbre de los antepasados, no se extrañarían de que, a la hora de relatar los grandes hechos de los griegos, me decida a seguir sus propias costumbres.

[4] En efecto, no supuso desdoro alguno para Cimón, ciudadano ateniense tan ilustre, el hecho de haber tomado por esposa a su propia hermana 3 , nacida del mismo padre, pues sus conciudadanos hacían otro tanto por tratarse de una institución 4 pública; sin embargo entre nosotros esto se considera abominable. Así también en Creta es motivo de honra y honor entre los adolescentes el haber tenido cuantos más amantes 5 mejor. No hubo en Lacedemonia mujer tan noble como para que, tras enviudar, no aceptase ir a una 〈cena〉 6 , movida por una recompensa. Casi en toda Grecia fue 5 causa de gran honor el haberse proclamado vencedor en una Olimpíada 7 , y del mismo modo para nadie fue motivo de vergüenza el haber sido actor de teatro y el haberse exhibido públicamente como espectáculo ante el pueblo; y sin embargo todo esto entre nosotros se considera infamante, humillante y muy lejos del concepto de honorabilidad.

Por el contrario, otras muchas cosas que, a nuestro [6] juicio y según nuestras costumbres, son dignas, entre ellos, en cambio, se reputan como vergonzosas. ¿Qué romano siente vergüenza de llevar a su esposa a un banquete?; o ¿acaso la dueña de la casa no habita el lugar más visible de la misma y se deja ver públicamente? Muy distinto es lo que acaece en Grecia, donde a [7] la mujer no se le admite en un banquete salvo que se celebre entre parientes, y no permanece sino en la parte más íntima de la casa, llamada «gineceo», en el que nadie puede penetrar excepto los parientes consanguíneos más próximos.

[8] Pero tanto la dimensión de mi trabajo cuanto la prisa por exponer lo que me he propuesto me impiden alargarme más en estas consideraciones. En consecuencia vayamos al asunto y desarrollemos en este libro la vida de los grandes generales.


1 Tito Pomponio Ático, escritor romano, nacido en 109 a. C. y muerto en 32 a. C., amigo íntimo de Cicerón y a quien Nepote dedica su obra.

2 General de Beocia, nacido en Tebas hacia el 418 a. C. y muerto en Mantinea en el 362 a. C. Compañero de Pelópidas, jefe del partido popular tebano. Venció a los espartanos en Leuctra (371 a. C.) y obligó a la Grecia Central a una alianza con Beocia. El poderío de Tebas comenzó a decaer con la muerte de Epaminondas.

3 Cimón mantuvo relaciones incestuosas con su hermana Elpinice. Plutarco (Vid. Paral. Cimón I) dice: «no fue a escondidas sino a la vista de todos el trato de Elpinice con Cimón, como si estuviesen casados». Nepote parece hacerse eco aquí del testimonio de la fuente de Plutarco.

4 He traducido «institución pública» y no «ley», ya que contravenir a la primera no implicaba una transgresión punible, como suponía la violación de una ley; sería en este caso sinónimo de uso o costumbre, cuya transgresión situaba al ciudadano en una postura enojosa y ridícula.

5 No creo sea necesario usar eufemismo alguno en la traducción de este pasaje, como hace Guillemin (Cornelius Nepos , París, 1970, pág. 5, líns. 3.a y 4.a ). Nepote alude aquí al uso frecuente de la homosexualidad en Grecia, que no sólo no mereció implicar desdoro alguno sino más bien fue motivo de alabanza.

Plutarco (Vid. Par. Pelópidas-Marcelo XVIII) pone en boca de Filipo las siguientes palabras pronunciadas después de la batalla de Queronea: «Mal hayan quienes hayan podido pensar que entre semejantes hombres haya podido haber nada reprensible», aludiendo a la cohorte de amadores y amados que, después de la batalla, aparecieron muertos, hacinados todos en un montón. Cf. los testimonios del mismo Plutarco en este sentido en los primeros capítulos de la Vida de Alcibíades .

6 He aceptado en mi traducción la lección más generalizada de los códices, rechazando la conjetura de Havet, que lee moeccum en lugar de cenam . No se me escapa la aparente contradicción en que se incurre al admitir la traducción «ir a una cena» cuando la realidad es que en Grecia se excluían las mujeres de los banquetes.

¿Se trata pues de un error de Nepote? No lo creo; más bien podíamos estar ante un eufemismo intencionado; la expresión siguiente «movida por una recompensa» implica, a mi entender, el carácter peyorativo de «cena»: sería tanto como decir «ir a una cena» exponiéndose a las posibles contingencias posteriores a ella.

Por otra parte no se trata de una mujer en general, sino de una mujer viuda y por tanto no sujeta a los vínculos del matrimonio. El término «viuda» parece abogar por el sentido metafórico de «cena», sentido que, según he dejado dicho con anterioridad, se ve justificado más aún por la expresión mercede conducta .

Nada empece por otro lado el que en Esparta se hiciese excepción a esta norma de excluir a las mujeres de los banquetes o que estas acudiesen a los mismos en calidad de cortesanas en busca de un estipendio.

7 Traduzco «Olimpíada» y no «Olimpia» por deducirse del contexto que tal era la intención de Nepote.

Olimpia fue el centro religioso del Peloponeso; estaba situada en la falda del monte Cronio a la orilla derecha del Alfeo. En ella se encontraba el templo de Zeus Olímpico, en cuyo honor se celebraban los Juegos. Según los griegos, fueron los aqueos los que fundaron dichos juegos para celebrar el triunfo de Pélope (de donde el nombre de Peloponeso) sobre Eunomaos, rey de Élida, a cuyo triunfo debió su casamiento con Hipodamia, hija de dicho rey.

Las Olimpíadas tenían lugar cada cuatro años y fueron la base para el cómputo del tiempo entre los griegos, sistema éste introducido por el historiador Timeo. Las primeras Olimpíadas se celebraron en el año 776 a. C.

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