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Capítulo 3

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La familia Aguirre, descendiente de una representativa dinastía española, había llegado a Lérida enviada por los reyes, con la disposición de precautelar el tesoro de la corona. Afincados en Girón, su capital, tomaron posesión de las tierras que les otorgaron los monarcas, convirtiéndoles en uno de los mayores terratenientes de la colonia. Fueron largos años de bonanza que disfrutaron estas aristocráticas familias que llegaron formar un verdadero emporio al monopolizar el poder económico colonial. Sin embargo, a pesar de la tranquilidad que les daba su cuantiosa fortuna, empezaron a mirar con preocupación esta ineludible situación: se empezaban a sentir vientos independentistas de los lugareños, lo que impulsó a la gran mayoría a regresar a España, después de haber subastado sus propiedades y valiosos menajes permitiéndoles realizar promisorias inversiones en su lugar de origen.

Dejando a un lado sus temores, parte de la familia Aguirre decidió permanecer en Lérida ya que su descendencia residía en Santa Isabel, ciudad muy distante de Girón, centro de las conspiraciones contra la corona. Sus actividades agropecuarias, a las que se había dedicado durante su permanencia en la zona, le dieron prestigio y consideración entre los colonos, por tratarse de una familia benévola con sus colaboradores, al garantizarles una bondadosa permanencia.

Amable Aguirre, el menor de su larga dinastía, desde su niñez se caracterizó por su atracción hacia el campo, de manera que aprovechaba sus vacaciones escolares para permanecer junto a los trabajadores observando las diferentes técnicas de estas actividades. Al terminar sus estudios secundarios, se radicó definitivamente en la gran hacienda para administrarla personalmente, pues sus observaciones desde su niñez le habían dado la suficiente experiencia para dirigir estas labores.

Sus hermanos, con criterios diferentes, viajaron a Europa a continuar sus estudios académicos y prefirieron radicarse en esas grandes urbes, donde formaron sus hogares. Esta separación, como es obvio, conspiró contra las íntimas relaciones familiares que se vieron distanciadas por lo difícil que resultaba un viaje desde un lugar tan apartado.

Por el fallecimiento de sus padres, llegaron sus hermanos de Europa para compartir las exequias, y aprovechar la oportunidad de distribuirse el patrimonio que les correspondía, situación que le permitió Amable tomar posesión de la hacienda la “Andaluza”, que tanto lo había protegido desde su niñez.

Concluido el riguroso duelo y luego de una prolongada vida de restricciones sociales, como era la práctica en aquellos tiempos, contrajo matrimonio con la distinguida damita Martina Blandón, enrolada en su mismo círculo social, con quien procreó tres hijos: dos de ellos radicados en ciudades distintas de Santa Isabel y, el más joven, que falleció en un accidente de aviación junto a su esposa. De este matrimonio nació Carlos, su nieto, que vive con sus abuelitos en la hacienda.

Este desafortunado accidente sumió a la familia Aguirre Blandón en una gran depresión, durante la que, prácticamente, renunciaron a todos los compromisos sociales, a pesar de los continuos requerimientos a través de los cuales sus amistades afectuosamente los alentaban. No obstante estos constantes estímulos, decidieron radicarse definitivamente en la hacienda, pues allí encontraron la tranquilidad que ellos necesitaban para poder sobrellevar esta dura tragedia.

Ante esta terminante actitud, el gremio que más sintió su decisión fue el ganadero, del cual fue su presidente por su vocación demostrada en la superación de este gremio. Bajo su atinada dirección, se desarrollaba anualmente en Santa Isabel la gran feria ganadera, como un importantísimo aporte al realce de las festividades anuales, que se celebraba en conmemoración de la fecha de la independencia. Por tratarse de un personaje muy considerado en el medio, por solidaridad, se suspendió este acto por un año porque consideraban que, pasado este prolongado tiempo, más adelante se retomaría este importante evento.

Como habían sido las presunciones, su forzoso encierro empezó a menguar: disminuyeron los excesivos cuidados a su nieto porque consideraban que le estaban formando con un espíritu muy frágil y perjudicial para sus estudios subsiguientes y, sobre todo, la feria ganadera empezó a reprogramarse, dándole un mayor realce, como una demostración de pujanza de este importante gremio.

Por tratarse de un acontecimiento de trascendencia, en el que tenía obligada participación la hacienda Andaluza, su propietario, el señor Amable Aguirre, máximo representante del evento, ordenó a Manuel, su nuevo administrador, permanecer en el recinto ferial, cuidando los ejemplares que estaban concursando hasta su finalización. A pesar de esta responsabilidad, se daba el tiempo necesario para disfrutar con su familia de este maravilloso acontecimiento que les parecía un sueño, habida cuenta de que, en Angamarca, no existían es tipo de acontecimientos.

Como es lógico suponer, todos los miembros del gremio, para su comodidad, disponen de un sector especial del cual pueden disfrutar con más confort este suceso, sobre todo al momento de realizarse el acto de juzgamiento de los animales, que resulta la parte medular del espectáculo.

No obstante estas comodidades sociales, al interior del recinto ferial también existían una serie de novedosos espectáculos, abiertos a toda la asistencia que colmaban las instalaciones. En medio de estas exhibiciones, el azar posibilitó que se encontraran Carlos y Carmelina, cuando se deleitaban con la presentación de una función de títeres, acto al que nunca habían tenido la oportunidad de asistir. Al finalizar el suceso, Carlos inició el diálogo con Carmelina que se encontraba junto a él.

—¿Cómo te ha parecido la función?

—Maravillosa. Será, tal vez, porque es la primera vez que lo disfruto, ¿y a ti? De igual forma, nunca he tenido la oportunidad de presenciar algo así porque mis abuelitos me protegen demasiado, por el temor de que me vaya a suceder alguna desgracia como ocurrió con mis padres.

—¿Qué les sucedió?

—Fallecieron en un accidente de aviación, hace como dos años.

—Cuando lo siento, espero que ya por suerte hayas superado tu dolor.

—Gracias por tu condolencia, ahora he podido asistir porque ellos se encuentran entretenidos en el local de los socios; pero dime, tú ¿Por qué no lo has hecho?

—Yo residía, hasta hace un par de años, en una zona montañosa del país llamada Angamarca, donde mis padres mantenían una finca ganadera y ahora nos instalamos en la hacienda La Andaluza, porque mi papá es su administrador.

—Que coincidencia, mis abuelitos son los propietarios de esa hacienda y, a pesar que estoy como dos años en compañía de ellos, no he tenido la oportunidad de soltarme como ahora.

—Entonces ¿dónde vivías antes?

—Estaba interno en el colegio de los Hermanos Cristianos, puesto que, según ellos, es uno de los establecimientos más representativos de Santa Isabel. A los dos años de haber ingresado a la secundaria, decidieron que residiera con ellos, quizá porque empezaron a sentir la soledad.

—Por estos privilegios, ¿A caso no te sientes incómodo en tu colegio?

—No, porque todos los compañeros proceden de hogares en los que sus padres buscan una preparación acorde a la jerarquía que mantienen y, según entiendo, para conservar la hegemonía de sus principios ancestrales.

—¿Tú, estudias?

—Sí, en el colegio de las Madres Doroteas, porque mis padres desean que adquiera alguna profesión importante para el futuro.

—Sácame de una curiosidad; ¿cómo te movilizas hasta tu colegio?, porque está muy distante de la hacienda.

—Viajo en el carro que transporta la leche, que si bien sale muy temprano, en cambio me facilita llegar puntual a las clases.

La tertulia entre los dos jovencitos se tornó tan interesante que no se dieron cuenta que estuvo oscureciendo, situación preocupante para sus familiares, que empezaron a sentir temor de algún desafortunado contratiempo. Por fin, luego de una larga búsqueda, fueron localizados por Manuel, que sintió un gran alivio al encontrarse en compañía de su hija Carmelina, situación que le causó una inusitada sorpresa.

—Niño Carlitos, sus abuelitos se encuentran muy preocupados por su prolongada ausencia y me han recomendado que le buscara por toda la feria.

—La verdad, no creí que les fuera a causar tanta ansiedad por esta corta ausencia, si apenas hemos disfrutado de una función de títeres y estábamos por regresar.

—Comprendo que se hayan entretenido un momento, pero sería prudente que se dirigiera a la sala de socios donde están sus abuelitos para que los tranquilice.

—Gracias Manuel por tu preocupación, en este momento voy a reunirme con ellos para calmar sus temores y anticiparles que mañana también me tomaré el día para regocijarnos.

Este razonamiento del joven Carlos le causó tanta extrañeza a Manuel, que en silencio permaneció observándolo mientras se alejaba hasta que desapareció entre la multitud y luego de un prudencial silencio, dirigió el diálogo hacia Carmelina.

—Bueno jovencita, cuénteme como fue que se relacionó con el joven Carlos, que nos han mantenido muy preocupados.

—Por pura casualidad, al mirar que tantos niños se dirigían con sus padres hacia un concurrido escenario, yo también me encaminé al lugar y, con fascinación, pude contemplar la actuación de los muñequitos. Para decirte la verdad, por el entusiasmo en que me encontraba, no tenía ni la menor idea de quién estaba a mi lado. Cuando se terminó el acto, con sorpresa, escuché que un joven que había estado junto a mí me preguntaba si me había gustado el espectáculo. Como yo nunca he tenido la oportunidad de admirar un programa de esta naturaleza, le contesté que me había fascinado. Desde ese momento, nos entretuvimos en la conversación y no nos dimos cuenta que ya era demasiado tarde.

—¿Que asuntos tan importantes trataron, para que se hayan olvidado de sus padres?

—Me contó que sus padres fallecieron hace algún tiempo en un accidente de aviación, situación que le forzó a vivir con sus abuelitos en la hacienda la Andaluza que es de su propiedad. No obstante esta pena, lo que más le afligió fue permanecer interno en un colegio aunque de mucha categoría. Hace dos años salió del internado para residir en la hacienda, donde prácticamente se siente solitario porque no tiene ningún tipo de relación juvenil, como al menos los tenía en su colegio. Ante su inquietud, le comenté que tú te llamas Manuel Rendón y tienes la función de administrador de la hacienda desde hace dos años, por cuyo motivo se encontraban en este recinto cuidando los animales de exposición. Al consultarme si yo estudiaba, le contesté afirmativamente pero, por curiosidad, me preguntó cómo me transportaba al colegio que quedaba muy distante de la hacienda. Cuando terminé de responderle llegaste tú.

—Está bien mi amor, espero que más adelante no vuelvas a cometer estas travesuras muy preocupantes.

—Dime papá, si mañana viniera a invitarme a otra distracción, ¿crees que podría aceptarle?

—No creo que haya ninguna objeción, siempre que no salgan del recinto ferial porque resultaría muy peligroso; sin embargo, no está por demás anticiparte, que si sus abuelitos por alguna circunstancia llegarán a conocer a la persona con quien Carlitos ha permanecido en sus correrías, es posible que hasta le prohibirían tu compañía, para evitar que más tarde pudieran concretar alguna inapropiada amistad para su categoría social. Mi amor, aunque te cueste creer, todavía vivimos en un medio egoísta por este malentendido rango social, que inclusive podrían ser más rigurosos si descubren que tú eres la hija de uno de sus trabajadores.

—Discúlpame papacito, nunca imaginé que podrían existir estas diferencias tan desagradables. Yo estaba convencida de que la gente se desenvolvía como en Angamarca, donde todos éramos iguales y convivíamos sin preferencia.

—Olvidemos todos estos momentos y resignémonos a compartir nuestra existencia dentro del medio en que nos encontramos, para evitarnos enojosos momentos.

Contra toda predicción, al siguiente día se presentó Carlos a solicitar el correspondiente permiso de Carmelina para salir a disfrutar de los diferentes espectáculos, considerando que era la última fecha de estas presentaciones. Al despedirse, le ofreció formalmente regresar a una hora apropiada para evitar preocupaciones. Me imaginaba que ahora no pudieras venir como consecuencia del retraso prolongado que mantuvimos a noche y que, como reprimenda tus abuelitos, se abstendrían de concederte permiso para que pudieras salir este día.

—En verdad habían pasado momentos muy intranquilos por mi ausencia, pero les hice reflexionar argumentando que ya era grandecito y podía tomar las seguridades del caso para mi protección, con lo cual volvieron a serenarse.

Conseguido el consiguiente permiso, juntos planificaron el más novedoso programa de acción que les permitiera pasar un día muy agradable. Empezaron recorriendo los corrales donde se encontraban los animales que habían obtenido premios en el concurso, con el propósito de identificar a los ejemplares pertenecientes a la hacienda. Concluido este primer objetivo, se dirigieron al escenario donde presentaban el show del medio día, con la participación de artistas de primera categoría, espectáculo que les tomó toda la mañana.

Terminada la función, sintieron hambre y se dirigieron a un restaurante para almorzar y comentar sobre la presentación que habían disfrutado. Para completar el día, se dirigieron a la matiné del cine más cercano. Finalizada la función, de prisa, se dirigieron a sus respectivas localidades, para evitar preocupaciones de sus protectores. No obstante haber pasado un día maravilloso, momentos antes Carlos consultó a su amiguita la posibilidad de continuar con la distracción en el local de los socios, si Manuel le concendía el respectivo permiso, por considerar que allí conocería a todos sus amiguitos y amiguitas, con los cuales ha compartido todo este tiempo.

—No podría asegurarte pero, si lo intentas, con gusto te aceptaría.

Con esta inquietud, luego de entregar a su invitada, Carlos muy cortésmente solicitó a su papá el correspondiente permiso para que Carmelina le acompañara al local de los socios.

Aceptada la sugerencia de Carlos, aunque solo por compromiso antes que por voluntad, los dos adolescentes con mucho júbilo partieron rumbo a la sede de los asociados donde se integraron al grupo de sus nuevas amistades. Al comienzo, Carmelina se sintió un tanto extraña, por el diferente ambiente en el que se encontraba, circunstancia que fue calmada por la presencia de Carlos que permanecía muy atento a sus actitudes.

—¿Qué te sucede que te siento un poco preocupada?

—Nada en particular, solo que me ha inquietado un tanto este nuevo ambiente, al que no he estado acostumbrada.

—Olvídate de esos infundados recelos, mantengámonos alegres como se encuentra todo el grupo formando un solo equipo.

Como el ambiente que predominaba en el local era muy festivo, los motivó a contagiarse de sus alegrías sin inmutarse por el tiempo transcurrido que pasaba sin que ellos lo percibieran. Sin embargo, a pesar de darse un sano esparcimiento juvenil, a Manuel no le pareció muy prudente esta exagerada tardanza y se sintió obligado a encaminarse hacia el local y recoger a Carmelina, a pesar del júbilo que demostraba.

—Mi amor, me parece que has olvidado que ya son las 21h00 de la noche, tu mamacita se encuentra sumamente preocupada por tu ausencia.

—Disculpa papacito por el atraso, pero he permanecido tan entretenida que olvidé por completo tus disposiciones de retornar en cuanto comenzará a oscurecer.

—Está bien cariño, espero que este incidente te sirva de experiencia para que, en alguna otra oportunidad, no cometas el mismo error.

—Te ruego me esperes un momentito hasta que me despida de mis nuevos amiguitos y evitar que Carlos se preocupe por mi ausencia.

Mientras Manuel se dirigía a buscar a Carmelina, Isidora empezó a sentir un inusual temor por el peligro al que supuestamente estaba supeditada su tierna hija, por su permanencia en un medio hipotéticamente peligroso para sus imaginaciones. Caminaba de un lado por otro con el propósito de encontrar algún alivio a sus angustiados presentimientos y, al mismo tiempo, se encomendaba a la virgencita de su devoción para que le devolviera sana y salva. Al fin, cuando parecía que iba a enloquecer, sintió el arribo de Manuel con Carmelina que salió diligentemente a estrecharle en sus brazos, ante la extrañeza de su marido que no comprendía el motivo de esta conducta.

—¿Qué te sucede Isidora, que te encuentro tan desesperada?, fue la exclamación de Manuel ante tan angustiosa manifestación.

—Realmente no lo sé, de pronto sentí un tremendo impulso desde que abandonaste el local para dirigirte a buscar a Carmelina.

—Por favor, trata de calmarte. No es justo que, sin motivo alguno, estés preocupando a la muchacha cuando apenas está llegando, después de su primer entretenimiento con sus nuevos amiguitos. Comprendo que es normal que te inquietes, pero guardando la debida compostura para evitar desazones innecesarias a la criatura.

—Acepto que tienes razón, pero como madre me preocupan estas ausencias prolongadas, aunque conozcamos el lugar donde se encuentra. Sobre todo, tratándose de una pequeña niña que apenas está empezando a vivir.

Calmados los desesperantes momentos de Isidora, comenzaron a preparar el retorno a la hacienda ya que la feria había concluido y solo quedaría un reducido personal al cuidado de los animales para trasladarlos a la hacienda al siguiente día.

Ya instalados en su casa, Isidora, con disimulados subterfugios, iba consiguiendo información sobre su permanencia en el local de los socios, con el propósito de conocer sus acostumbrados procedimientos y tomar las debidas precauciones, si en alguna ocasión se presenta otra oportunidad.

—Dime mi amor, ¿Qué criterio te has formado sobre el ambiente de aquellos personajes?

—Es un poco difícil darte una respuesta concreta, las personas mayores ocupan un pequeño local más reservado. En cambio, los jóvenes, disponíamos de un gran salón de juegos: mesas de damas, dominó, ajedrez, ping pong; además, a nuestra disposición, teníamos variedad de golosinas de acuerdo a nuestros gustos.

—Sin embargo, de este esparcimiento, me parece, que pasar tanto tiempo en unos juegos, debe resultar aburrido en algún momento. ¿No lo crees?

—No mamá, porque los perdedores debíamos realizar algunas penitencias, que daban un poquito de vergüenza.

—¿Cómo cuales cariño?

—Darle un beso en la mejilla a la persona que más le simpatice. Yo elegí a Carlos de entre los diez niños porque, como tú comprenderás, era la única persona que conocía; a su vez, yo también recibí uno de parte de un niño muy simpático, en medio del jolgorio de todos los asistentes. Cuando todo trascurría en medio de la alegría llegó papá, y, felizmente con la mayor discreción, me comunicó que debía regresar. Solo pude despedirme de Carlos porque era la única persona que se encontraba a mi lado, por estar siempre pendiente de mi seguridad.

—¿Qué puedes decirme de la chicas?

—Son muy alegres, dan mucha confianza, situación que permite integrarse al grupo sin ningún tipo de cohibiciones y por consiguiente, con facilidad, me hice al ambiente y, como es lógico, perdí la noción del tiempo.

—Has meditado que, si aquellas simpáticas muchachitas habrían conocido tu origen, ¿su comportamiento hubiese sido el mismo?

—No lo sé, tendría que probarlo en otra oportunidad. Ahora sácame de una curiosidad, ¿a qué viene toda esta serie de interrogantes?

—Hijita, nos duela o no, nosotros tenemos un origen muy humilde. Si bien en el campo no hemos tenido ningún contratiempo, se debe a que, en esos parajes, todos somos iguales y, lo que es más, nos apoyamos mutuamente para el bienestar colectivo. Aquí la situación es diferente y solo nos hemos visto obligados a abandonar ese precioso lugar porque pensamos en tu porvenir. Hemos meditado con tu papá que, si permanecíamos más tiempo en ese reducto, tú llegarías a ser parte de este montón de personas sin ninguna aspiración de superación. Lamentablemente, en este otro mundo tenemos que aprender a vivir, para no pagar el derecho de piso.

—Mamá, háblame un poco más claro para poder entenderte.

—En estas grandes ciudades, existen tres castas sociales bien diferenciadas: la aristocrática, que sigue a rajatabla sus tradiciones ancestrales para mantener su jerarquía; una ambiciosa clase media, que a veces son más rígidos que los nobles y, por último, los proletarios que somos la mayoría. Si queremos tener una convivencia tranquila, debemos mantener nuestra categoría, aunque, desde luego, sin descuidar un posible promisorio futuro. Si bien en la actualidad nuestra situación es de bonanza porque, a Dios gracias, tenemos nuestros salarios que, sumados al arriendo de la granja, nos permite dar una buena educación, para que en el futuro puedas alcanzar una excelente posición social, que cambie tu estilo de vida actual por otra más auspiciosa pero, no es menos cierto, que ahora tenemos que aceptar la realidad.

—Mamá, ya te entiendo a dónde quieres llegar, descuida que sabré cuidar mis aspiraciones.

—Si mi amor, es preferible mantenernos sin apuros en el casillero al que pertenecemos antes que sufrir una decepción muy dolorosa al ilusionarnos por ciertos pasajes transitorios que posiblemente no se volverán a repetir. Ahora, como ya es muy tarde, debes irte a dormir puesto que mañana tienes que levantarte muy temprano para que puedas asistir a clases.

—Hasta mañana mamá.

Carmelina pasó toda la noche en vigilia recordando, con lujo de detalles, todo ese maravilloso día que había pasado con Carlos y sus alegres amiguitos que le parecían muy encantadores y, lo más importante, sin prejuicios de ninguna naturaleza por la forma tan espontánea de sus procedimientos. Lejos estaba de comprender que, por el solo hecho de proceder de familias linajudas, iban a condicionar su comportamiento de acuerdo a su procedencia. Mantenía confusa su imaginación al rememorar la fantasía de esa prodigiosa velada que disfrutó y los consejos sabios de su mamá, a los que tenía que subordinarse.

No obstante permanecer atenta a las exposiciones de sus maestros, esta disyuntiva no le abandonaba a pesar de los esfuerzos que realizaba por ignorarlos, situación que la obligó a un nuevo diálogo con su mamá sobre este enojoso tema que le resultaba contraproducente.

—Mamacita, después de analizar profundamente toda tu exposición de anoche, he llegado a la conclusión de que no tienen ningún sentido estos nefastos privilegios si todos somos iguales ante Dios, por lo tanto, debemos tener las mismas prebendas para seleccionar nuestras amistades, con quienes podemos compartir nuestras vivencias.

—Mi amor, comprendo que te haya extrañado este tema tan preocupante. Lamentablemente, estas prerrogativas ancestrales han permanecido inmutables de suerte que, en la actualidad, estos privilegios, como tú lo llamas, se han materializado en sus descendientes por considerarlos verdaderos e incuestionables.

—¿Acaso estas canonjías son hereditarias?

—Mira cariño, cuando estos vastos territorios eran colonias españolas, sus autoridades eran designadas por la corona y, para desempeñar estas dignidades, solo seleccionaban a personajes emparentados con la realeza, con las mismas distinciones que en España. Con el paso del tiempo se llegó a formar esta casta, a la que solo pueden alcanzar aquellas personas de ilustre apellido.

—Pero si la colonia se terminó hace ya algún tiempo, ¿Por qué deben continuar con las mismas prebendas?

—Actualmente, no es que tengan ningún amparo. Ellos, por su propia cuenta, se los han adjudicado porque, basados en sus cuantiosas fortunas, no permiten el ingreso de cualquier intruso por más que el pretendiente disponga de una confortable situación económica. Además, no debemos olvidar que nuestros antepasados fueron inmigrantes, que llegaron a este país, según conocemos, a mediados del siglo XIX, obligados por el surgimiento de una rara enfermedad en las patatas, que originó un período de hambre, cuya consecuencia inmediata fue la inmigración masiva de la población hacia varios países de América, sobre todo Estados Unidos, Canadá y algunos otros lugares atractivos que les facilitaron su presencia.

—En buen romance, ¿Cuál fue nuestro origen?

—Según mis bisabuelos, procedemos de Irlanda, una isla cuya geografía resultó casi similar a la de Angamarca, con sectores cubiertos de bosques y grandes extensiones de prados naturales, donde se podían desarrollar actividades agropecuarias.

—¿Todos eran agricultores?

—No cariño, existían mercaderes, artesanos, pescadores y obreros de industrias textiles que buscaron sectores acordes a sus habilidades, donde pudieran desenvolver sus destrezas hasta alcanzar un gran desarrollo en determinadas zonas.

—¿Ustedes fueron los únicos que ocuparon estos sectores?

—No mi amor, como estas regiones eran muy extensas, se mezclaron con los lugareños y, con el tiempo, formaron este conglomerado humano que tú ya conoces. Como comprenderás, si nosotros fuimos bendecidos con la entrega gratuita de estas tierras y la dotación de cierto número de animalitos para poder aumentarlos, no podíamos exigir un trato similar como a los poderosos, que siempre nos han mirado sobre el hombro. En medio de este infortunio, tampoco podemos quejarnos de nuestra suerte porque nunca nos ha faltado el sustento para nuestra supervivencia; incluso hoy, tenemos nuestro respaldo para tratar de mejorar tu posición en el futuro. Solo hay que tener un poco de paciencia y fe en Dios, que el sol brilla para todos.

Un Sueño Imposible

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