Читать книгу Un Sueño Imposible - César Augusto Cabezas - Страница 13

Capítulo 6

Оглавление

Acorde a los temores de Isidora sobre el delicado problema sentimental de Carmelina, en casa de sus patrones también comenzaron a preocuparse sobre el cambio de conducta de Carlos a su retorno a la hacienda al terminar sus clases sobre todo, porque dispone del transporte colegial que lo deja en la puerta de su domicilio. Al comienzo, Martina no le dio mayor importancia porque argumentaba que, al sentirse solo, se dirigía a la laguna de los patos a entretenerse como solía hacerle desde su infancia aprovechando sus vacaciones escolares, pero cuando sus tardanzas comenzaron hacerse más frecuentes, pensó que algo extraño estaba sucediendo y tenía que averiguarlo.

Con aparente tranquilidad, para evitar algún desasosiego de Carlos por el delicado tema a tratarse, permaneció pendiente de su arribo para invitarle a un cordial diálogo y escuchar sus argumentos sobre su cambio de conducta y, de ser necesario, tomar las medidas más adecuadas para solucionarlas antes de que sea demasiado tarde.

—Mi amor, desde hace algún tiempo he podido advertir que tu comportamiento ha cambiado. Ya no eres aquel muchachito que retornabas de tu colegio a la hora indicada, realizabas tus tareas escolares y te dedicabas a entretenerte con tus juguetes hasta la noche. Ahora, aunque con cierta prudencia, has hecho costumbre llegar a la casa más tarde de lo habitual. ¿Puedes indicarme el motivo?

—Abuelita, no creo que exista ninguna razón para tus preocupaciones, puesto que mis retrasos son muy limitados; sin embargo, debo informarte, que en muchas oportunidades se deben a las deficiencias del transporte por diferentes motivos que no tienen importancia.

—Acepto tus disculpas pero también debes entender que estas anormalidades, a las que tu llamas banales, no sucederán todos los días como tu argumentas y lo expongas como un pretexto para llegar más tarde a la casa, como ya has hecho rutina. De cualquier forma que fuere, estas actuaciones me tienen muy angustiada por los peligros que revisten tus permanencias fuera de la casa.

—Admito que tengas tus escrúpulos, pero me parece que son infundadas tus preocupaciones; sin embargo, para calmar tus angustias, estimo oportuno darte una explicación sobre mi comportamiento que, en realidad, es el mismo que el de todos los jóvenes del mundo cuando ya hemos adquirido cierta edad.

—Está bien cariño, espero que tus razonamientos sean los más persuasivos, pero déjate de tanta perorata que, a pesar de que me veas como una anciana, sabré comprender tus inquietudes.

—No sé si recuerdes que en una feria ganadera, hace unos cuantos años, por casualidad hice una cordial amistad con Carmelina la hija del administrador. Como comprenderás, al sentirme solitario, su presencia me brindó un atractivo entretenimiento que me hizo perder la noción del tiempo porque sabía que ustedes cumplían sus compromisos sociales e ignoraban totalmente mi presencia.

—Algo recuerdo de ese pasaje, que desde luego no le di mayor importancia, porque pensaba que esta atracción hubiese sido solo temporal, mientras duraba el evento ferial y que luego cada cual debió ocupar su lugar habitual, como lo hacen todas nuestras amistades que saben mantener incólumes nuestras relaciones.

—Aunque te disguste mi actitud, yo no le veo ningún motivo para desmerecer esta relación, solo por el hecho de ser la hija del mayordomo. Además, por tu idiosincrasia, no alcanzas a comprender mi situación de reclusión a pesar de ser ya un adulto: mientras mis compañeros, por su convivencia, tienen sus residencias muy cerca unas de las otras y, al finalizar sus tareas escolares, se reúnen periódicamente para entretenerse yo, en cambio, vivo aislado y, si tu no lo has notado, ya dejé de ser un niño hace rato y ya no me entretiene seguir con mi rutina de distraerme con mis juguetes que ustedes me han facilitado. Basado en esta realidad, le invité a Carmelina a que nos juntemos, considerando que ella padece el mismo problema. Para mayor facilidad de nuestros encuentros, decidimos que yo le esperaría en la laguna de los patos, para desde allí dirigirnos a otros lugares de la hacienda, puesto que ella llega más tarde del colegio y, cuando no estuviese presente, se marcharía inmediatamente a su casa, con la finalidad de que nuestros tutores no comenzaran a preocuparse; sin embargo, debido a nuestro trascendente entusiasmo, olvidamos nuestras precauciones porque llegamos a considerarlas sin fundamento, acorde a nuestros criterios personales. Además, esperábamos igual criterio de ustedes.

—Me admira tu confianza al no conservar tus distancias, conociendo que, mañana o pasado, esa pobre muchacha se hiciera inútiles ilusiones en el futuro.

—Respeto tus criterios, pero te repito que yo no estoy de acuerdo con tus atávicos principios que ya hace mucho tiempo dejaron de ser un tabú.

A pesar de que Carmelina, por su ascendencia, era una jovencita muy privilegiada, que por su belleza tenía todo el derecho de ser feliz ante cualquier hombre por más pintado que fuese, Martina no miraba con buenos ojos este nexo, porque consideraba que este vínculo podría ser objeto de múltiples críticas en los círculos sociales donde ellos se desenvolvían. Esto era razón suficiente para insistir a su esposo que dialogara con su nieto sobre este particular, considerando además que, en alguna oportunidad, pudo mirar la vehemencia de sus despedidas, que las calificaba muy comprometedoras para el futuro de Carlos.

—Mira mi amor, te prometo que no es displicente mi actuación como tú la calificas. Lo que tú no comprendes, por tus ideas un tanto conservadoras, es que Carlitos ha madurado y está en edad propicia para estos jueguitos del amor que son propios de la juventud, situación que en verdad me satisface porque va de a poco adquiriendo más experiencia en estos ilusos entretenimientos, que lo hacen más factible encontrar a la mujer de sus sueños con quien mañana o pasado forme su hogar.

—Perdóname, pero no comparto tus modernos e inexplicables razonamientos que, para mi sorpresa, acabo de descubrirlos porque considero que, en algún momento de mala suerte, al muchacho ya madurito, como tú lo calificas, puede entrarle la locura y cometer cualquier disparate y seremos el hazme reír de nuestras amistades.

—Disculpa cariño, pero tampoco concuerdo con tus presentimientos porque ellos, mientras no encuentren oposición a sus sentimientos, mantendrán la prudencia en sus actuaciones, como lo han hecho todos los matrimonios a través del tiempo. Por otro lado, prefiero que tenga su pasatiempo en casa, a que salga y se relacione con sujetos de diferente calaña, con los cuales pudiera adquirir ciertas costumbres libidinosas como tantos muchachitos conocidos.

—No creas que no he razonado en ese sentido y esta situación me ha obligado a ser un tanto tolerante en mi angustioso silencio y, para no desfallecer, creo que ha llegado el momento de hablar en serio sobre este problema, justamente para evitarnos momentos desagradables en el futuro.

—Te repito que son infundados tus argumentos por ser impracticables. Al contrario de tus aspiraciones, pienso que Carlitos lo tomará como una imposición de antaño, que los muchachos actualmente no las acatan por considerarlos retrógradas, y dan origen a que, en muchos de los casos, tomen medidas descabelladas.

—Entonces, según tu moderno criterio, debemos dejar que este amorío continúe hasta quién sabe cuándo y solo poner algún impedimento cuando ya sea demasiado tarde y no tengamos ningún chance para solucionar el problema.

—No te vayas a los extremos. Ellos son demasiado jóvenes para pensar en esa posibilidad y, si nos hacemos de la vista gorda, de seguro mantendrán la misma rutina hasta que hayan terminado sus estudios secundarios. Entonces, en ese momento, podremos aplicar nuestra estrategia de cortar por lo sano este apasionado romance.

—¿Podrías decirme qué es lo que tienes en mente?

—Considerando que se nos avecinaba esta fecha y siguiendo los principios de la razón, comencé a buscar algún tipo de solución para remediar este engorroso asunto y, después de estudiar algunas alternativas, al fin encontré una salida a este dilema, que resultó más fácil de lo que nos imaginamos puesto que, enviarle a Europa a que continuara con sus estudios superiores, es una responsabilidad propia de nuestra clase social y, lo que es mejor todavía, Carlitos no pondrá ninguna objeción a esta decisión porque ella comprenderá que es por su futuro bienestar. Además, si consideramos que él no podrá regresar al menos por unos seis años, cualquier amorío, por más profundo que fuere, se atenúa. Por otro lado, en ese distinguido medio en el que se desenvolverá, podrá encontrar un sinnúmero de oportunidades acordes a su rango familiar. De esta manera, no hemos menospreciado a nadie y la vida continuará sin resentimientos.

—Si tú crees que ésta es la solución, pues así se hará. Solamente ruego a Dios que no nos equivoquemos y que sea como el dispone.

Un Sueño Imposible

Подняться наверх