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Capítulo 4

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Bartolomé Higuera, descendiente de un aventurero marinero Genovés, pasó la juventud recorriendo el mundo por el solo hecho de satisfacer a sus fantasías, conocer sus tradiciones y, sobre todo, poner en práctica sus actitudes mercantiles pues, en sus re flexiones, concebía que, algún día, tenía que cambiar su forma de vida y formar una familia como todos los seres humanos suelen hacerlo. Su único dilema era seleccionar de entre esos mundos que había recorrido, cuál le parecía el más adecuado para formalizar su proyecto, pues todos ofrecían oportunidades importantes. Después de una prolija selección, pensó que el lugar más apropiado para afincarse era Girón, una ciudad prácticamente grande para ser colonial, con un futuro promisorio para el comercio preferentemente de artículos que procedían de Europa y Asia, por ser muy novedosos.

Después de un largo período de preparación, que los dedicó a adquirir sobre todo artesanías originales de los pueblos orientales visitados y toda una gama de vestidos europeos para damas y caballeros, se lanzó a cumplir su sueño; aprovechando el mismo barco que utilizó para sus aventuras, desembarcó en un pequeño puerto de Lérida, muy cerca de Girón su capital, donde inauguró un elegante local, luego de una persuasiva promoción.

Sin duda esta apertura ocasionó un verdadero acontecimiento en toda la región, sobre todo en las clases socia les más representativas porque, en los negocios tradicionales, no se encontraban esas novedosas indumentarias, de las cuales hacían gala solo aquellas personas que habían viajado a Europa y las exponían en las glamorosas fiestas sociales de sus aristocráticos círculos.

Consciente de que su pequeño surtido de prueba pronto se agotaría por su gran demanda, aprovechaba los fines de semana que permanencia cerrado el negocio y se dirigía al pequeño puerto a constatar la presencia de las embarcaciones conocidas, con las cuales había hecho convenios en la fase preparatoria, para poder renovar sus existencias y satisfacer la demanda a su distinguida clientela.

Por su indiscutible talento empresarial, sin problemas logró obtener una agenda del arribo de los diferentes barcos mercantes que abastecían sus pedidos de acuerdo a sus necesidades. Con el paso del tiempo, pronto se convirtió en un próspero negocio con lujosas instalaciones y más aún, con la apertura de una elegante cafetería, que se transformó en el lugar obligado de los residentes, ya sea para realizar transacciones comerciales o brindar esparcimiento a la numerosa juventud.

Los sugestivos comentarios que divulgaban los marineros en los diferentes puertos de tránsito sobre el éxito alcanzado por Bartolomé Higuera en Lérida, despertó el interés de centenares pequeños comerciantes y pronto se llenó de ofertantes que llamaban la atención de los parroquianos. Sin embargo, no todos alcanzaron sus aspiraciones, por lo que debieron dedicarse a otras actividades. En cambio, los que lograron superar esta barrera, formaron una comunidad próspera, muy respetada en los medios sociales a pesar de los prejuicios existentes en determinados sectores influyentes.

Por los relatos transmitidos a su corta descendencia, su fundador fue un hombre activo, meticuloso, abnegado a su trabajo y, sobre todo, cuidadoso de mantener una vida ordenada aunque sin limitaciones. Logró amasar una considerable fortuna, con la cual pudo atender satisfactoriamente sus compromisos sociales, dentro de una comunidad muy rígida en sus relaciones.

Bartolomé Higuera, su nieto, siguiendo los mismos pasos de sus ancestros de mantener la nobleza de sentimientos, a pesar de su juventud se convirtió en un hombre muy respetado y admirado por toda la colectividad, pues compartía en su tiempo libre amenas charlas que hacían referencia a los relatos que le transmitieron sus antepasados, muchos de los cuales eran reales aunque sus simpatizantes atribuían al fruto de su brillante imaginación. No obstante esta popularidad, Bartolomé, por su nubilidad, comenzó a seleccionar dentro de un gran conjunto de hermosas damitas, aquella que sería, en el futuro, su eterna compañera.

Entre sus meticulosas observaciones, pudo seguir muy de cerca la trayectoria de una preciosa criatura que integraba un grupo de jovencitas descendientes de ciertas familias privilegiadas, con la diferencia que ella, no disponía del mismo confort que el resto de sus compañeras. A la distancia se podía notar que se sentía un tanto incomoda en compañía de sus adláteres. Ante esta peculiar observación, Bartolomé se empeñó en percatarse de esta situación, puesto que empezó a sentir una inminente atracción hacia aquella muchachita.

A pesar de su abnegado interés, no encontraba el momento oportuno para iniciar un acercamiento que le permitiera empezar una relación de amistad, como un primer paso para una relación seria. Por su evidente perseverancia en su cometido, pudo advertir su presencia en un día no acostumbrado y decidió seguir su trayectoria. Ingresó directamente a la sección de artesanías, con el propósito de adquirir una réplica en miniatura de las pirámides de Egipto que, según los expertos, eran símbolo de buena fortuna.

—¿Acaso buscas más suerte de la que Dios te ha dado?

Con sorpresa escuchó la exclamación y se dirigió al sector de dónde provenía la lisonja.

—No necesariamente —contestó— porque no creo en esas fantasías. La ventura se la gana por las acciones que una persona realiza en su vida y no con fetichismos que el populacho difunde a los cuatro vientos. Yo lo quiero adquirir únicamente como un adorno de mi pequeña residencia.

—Felicito tu razonamiento, que realmente me ha con vertido en un anodino; sin embargo, para no hacer el ridículo, debo confesarte que es la estrategia de un buen vendedor para que no se escape el cliente. En todo caso, te ruego disculpar mi inoportuna comparecencia.

—No te preocupes, son circunstancias que se suscitan a cada instante y en todos los medios sociales, de suerte que no son ninguna novedad estos protocolares acercamientos.

—Sin embargo, a pesar de esta clara puntualización y aprovechando esta magnífica oportunidad, quiero ser lo más sincero contigo al confesarte que, desde hace algún tiempo, he tenido la esperanza de mantener este pequeño diálogo contigo con fines futuristas.

—Dicen que la vida está llena de sorpresas y que estas situaciones las debemos tomar con tranquilidad para que sea el tiempo el que marque nuestros destinos. Es pero haber dado una respuesta concreta a tus inquietudes ¿verdad?

—Es posible que te parezcan extrañas mis insinuaciones por lo efusivo del momento, pero te aseguro que están llenas de sinceridad y ahora solo espero un poquito de tu cordialidad para iniciar una tierna amistad.

—No obstante esta grata impresión del momento, agradezco tu gentileza por haberme seleccionado en tus aspiraciones, a pesar de no estar dentro de mis previsiones por lo que, sinceramente, quiero ser recíproca en nuestra futura relación.

—Por mi idiosincrasia, me siento muy halagado por tu anuencia y, basado en esta coincidencia de discernimientos, me voy a permitir hacerte una consulta un tanto indiscreta y espero no lo tomes como una imprudencia.

—Está bien, adelante.

—Cuanto tiempo llevas de amistad con ese grupito de jovencitas que me visitan todos los jueves en la cafetería.

—Pienso que toda la vida.

—En este caso, espero no cometer un sacrilegio porque tengo la impresión de que no todas ustedes mantienen una misma condición social pero que, a pesar de este detalle, integran un conjunto de encantadoras jovencitas.

—Es una oportuna observación. Todas tenemos una coyuntura ancestral con cierta trayectoria, pero no todas disfrutamos de las mismas prebendas económicas familiares; en todo caso, nos sentimos a gusto de compartir nuestros entretenimientos porque respetamos nuestras condiciones.

—Espero no haber herido tu susceptibilidad con mi inoportuna curiosidad.

—Te aseguro que no me ha preocupado tu sincero análisis, pues es fácilmente perceptible mi situación. Lo que me ha llamado la atención, es que me hayas te nido en la mira desde hace algún tiempo, a pesar de mi situación, existiendo tantas muchachas con atributos más convenientes.

—Para mis aspiraciones, este aspecto no tiene importancia. Yo solo me he fijado en la nobleza de tus actitudes y tranquilidad de tus procedimientos.

—A pesar de tu sincera apreciación, es indispensable que conozcas los motivos de mi situación: fueron los malos negocios de mis padres los que han marcado la diferencia y, al no tener nada dañino que ocultar, nos sentimos muy tranquilos en el medio que nos brindan las mismas consideraciones que antes de aquel lamentable fracaso.

—Lamento haber tocado este tema tan difícil para tu intimidad. Te aseguro que no esperaba llegar al fundamento de los acontecimientos. Ahora solo espero que seas fuerte en tus sentimientos, haciendo prevalecer tu perseverancia.

—Esos son mis propósitos. Por este motivo no he abandonado Girón como mis otros hermanos que se han refugiado donde mis tíos que residen en Europa.

—No está por demás sugerirte que tengas paciencia, todo en la vida tiene su recompensa cuando se sabe llevar la cruz con humildad, como hasta el momento lo estás haciendo.

—Bueno mi estimado Bartolomé, ya me has dedicado mucho tiempo y, con lo buen vendedor que eres, pienso que los negocios están por delante de los entretenimientos.

—En este caso, si no es mucha indiscreción desde luego, que te parece si por la noche continuamos la charla en la cafetería o, si lo consideras más oportuno, lo hacemos en una cena en el hotel Flamingo.

—Te ruego me dejes pensar ya que tu inesperada invitación me ha sorprendido y no quisiera tomar una de cisión tan apresurada.

—Está bien, puedes tomarte todo el tiempo que desees y, si tengo la suerte de que aceptes mi propuesta, ya sabes dónde comunicarme.

—Gracias por esta sorpresa tan agradable. Adiós Bartolomé.

—Carlota Manet, impresionada por la sorpresiva invitación, llegó a su casa con cierta confusión y, al mismo tiempo, con la inquietud de comentarle a su mamá toda la experiencia vivida en su fortuito encuentro con Bartolomé, su reciente amigo.

—¿Qué te sucede mi amor? Te noto muy abstraída.

—Mamacita, me acaba de ocurrir una inesperada experiencia que me ha dejado un tanto perturbada. ¿Recuerdas que tenía la inquietud de concurrir a la empresa Higuera, con el propósito de comprar las pirámides egipcias que tanto me han gustado desde niña? Cuando me encontraba seleccionando, su propietario, llamado Bartolomé, se me acercó con el pretexto de preguntarme, cuál era el motivo de la compra ya que la muchedumbre, está convencida de que trae buena suerte. No obstante esta afirmación, le contesté que no creía en esas fábulas, que solamente lo adquiría como un adorno de mi casa. A pesar de que en ese momento existían muchos usuarios, él seguía atendiéndome cortésmente, situación que no me pareció muy justa, de manera que decidí despedirme para no perturbar su actividad. Comprendiendo que mi decisión se debía a que no quería entorpecer su negocio, él, de forma muy delicada, me solicitó que continuemos el diálogo en algún otro lugar y, de ser posible, me invitaba a cenar. Como comprenderás, no le di una respuesta inmediata hasta consultar contigo, sobre todo por las especulaciones que la gente pudiera concebir si aceptaba esta sugerencia.

—Está bien que hayas meditado en este sentido. Lo único que se conoce de esa familia, es que su fundador fue un aventurero marinero Genovés, que la suerte lo ha protegido y ha logrado formar un verdadero imperio. Sin embargo, puede tratarse también de uno de esos nobles personajes que, por su idiosincrasia, decidió tomar ese camino basado en su poder económico. Ahora bien, la única manera de conocer este hipotético caso, sería dialogando en forma muy discreta con Bartolomé sobre este enigmático tema.

—Entonces, ¿tú crees que debo aceptar la invitación?

—Pienso que sí. Dios ha de querer que todo salga bien.

Como toda muchacha recatada, Carlota dejó pasar unos cuantos días de la gentil invitación de Bartolomé, con el propósito de evitar las normales conjeturas masculinas. Cuando creyó prudente, se encaminó hacia los almacenes Higuera y, en forma cordial, tomó contacto con Bartolomé para agradecer su gentileza, sugiriéndole que la recogiera en su casa a las 20h00 de la noche.

Como todo un delicado galán, Bartolomé se hizo presente a la hora indicada, solicitó el permiso reglamentario a sus padres y juntos se encaminaron al hotel Flamingo, donde él había reservado una mesa para dos con un delicado aperitivo, que sirviera de estímulo para iniciar la charla y sellar definitivamente esta tierna amistad. En el interior del recinto, se dirigieron al comedor, le invitó a sentarse acomodándole la silla y, ya cómodos en sus asientos, le indujo a que se sirviera el aperitivo que ya estaba servido.

—Carlotita, con dolor pensé que habías desechado mi invitación al contabilizar los días transcurridos, que me parecieron un siglo.

—No es para tanto Bartolomé, apenas han pasado cuatro días de tu exhortación. Debes comprender que las muchachas que nos consideramos serias, debemos tomar con sensatez este tipo de invitaciones para evitar ciertos malentendidos, frecuentes en nuestra sociedad.

—Sin pretender sacar a relucir mis anhelos, al mirar tu nueva imagen acicalada con tu elegante vestido, te prometo que me siento un hombre muy afortunado.

—Te ruego dejemos por ahora este diálogo que resulta muy comprometedor para una primera experiencia y, para lograr una mayor familiaridad, pienso que resultaría más amena la velada si empezamos a conocernos más íntimamente. Por ejemplo, yo he podido escuchar con curiosidad que tú has tenido unos ancestros llenos de aventuras, como aquellos que nos narraban nuestros abuelitos. No es que pretenda auscultar tu vida, pero en verdad me ha entrado la curiosidad y quisiera que tú me des tu propia versión, desde luego con las debidas disculpas por mi imprudente curiosidad.

—Muy satisfactorio provenir de una dinastía con una trayectoria fantástica e imaginativa, como la que tú has escuchado. Con este antecedente, me voy a permitir contarte la verdadera historia de mi bisabuelo que es el fundador de este pequeño negocio. Aunque te parezca extraño, mi bisabuelo también se llamaba Bartolomé, porque en la vieja aristocracia a la que perteneció, tenían la costumbre de nombrar a sus últimos hijos con el nombre de sus padres. En verdad, de acuerdo a los comentarios, se trataba de un jovencito aventurero que le gustaba conocer el mundo, a pesar de los ruegos que le hiciera la familia por los peligros que estas hazañas implicaban para su seguridad. Cuando se cansó de este estilo de vida, seleccionó de entre los lugares conocidos el más óptimo para establecerse con algún negocio productivo. Con sus ahorros y un buen aporte de sus padres llegó a Girón y cumplió su sueño ante el beneplácito de su familia.

Con el propósito de no perder el abolengo, un día no programado llegaron sus padres de visita, acompaña dos de una damita de la misma alcurnia y no regresa ron a Génova sino después de realizado el matrimonio. Según supe, mi bisabuelo siempre mantuvo sus principios de personalidad, lo que da a entender que real mente se enamoró.

Ahora bien, cuando su familia estuvo formada, regresaron a Italia para que sus vástagos ingresaran en el círculo al que siempre habían pertenecido, excepto mi abuelo que se quedó al frente del negocio. Tanto él como mi padre cumplieron con la misma formalidad y, como podrás concluir, yo me he quedado para administrar la planta. Este pequeño relato es, a grosso modo, la historia de mis ascendientes y aquí me tienes frente a frente confiándote mi secreto.

—Realmente fantástico y, para no perder la tradición, muy pronto llegará la candidata para formar tu familia ¿verdad?

—Recuerda que estos son otros tiempos y, aunque pretendieran seguir la tradición, como tú muy bien lo has expuesto no lo aceptaría porque no tolero imposiciones de nadie, sobre todo tratándose de asuntos personales tan delicados que me involucrarían por el resto de mi vida. Para que se meta en tu cabecita, yo busco una mujer que me haga feliz; me tiene sin cuidado su origen o el círculo social al que pertenezca porque esos requisitos no están en mis sentimientos.

—Para ser recíproca en mis exhortaciones acerca de tus ancestros, considero que es justo que tú también conozcas la intimidad de mi familia aunque, según puedo padres llegó a Girón y cumplió su sueño ante el beneplácito de su familia.

Con el propósito de no perder el abolengo, un día no programado llegaron sus padres de visita, acompaña dos de una damita de la misma alcurnia y no regresa ron a Génova sino después de realizado el matrimonio. Según supe, mi bisabuelo siempre mantuvo sus principios de personalidad, lo que da a entender que real mente se enamoró.

Ahora bien, cuando su familia estuvo formada, regresaron a Italia para que sus vástagos ingresaran en el círculo al que siempre habían pertenecido, excepto mi abuelo que se quedó al frente del negocio. Tanto él como mi padre cumplieron con la misma formalidad y, como podrás concluir, yo me he quedado para administrar la planta. Este pequeño relato es, a grosso modo, la historia de mis ascendientes y aquí me tienes frente a frente confiándote mi secreto.

—Realmente fantástico y, para no perder la tradición, muy pronto llegará la candidata para formar tu familia

—Para ser recíproca en mis exhortaciones acerca de tus ancestros, considero que es justo que tú también conozcas la intimidad de mi familia aunque, según puedo recordar, es muy poco lo que debo agregar a mi sencilla existencia, comparada con la de mis amigas y parientes con las que siempre hemos mantenido una relación muy estrecha para realizar cualquier diligencia.

—Lamento que hayamos tocado nuevamente este infortunado tema, que espero no haya perjudicado tu apetito ni el ambiente de nuestra velada.

—No, definitivamente no, porque he vivido unos cuan tos años con este infortunio que ya no me causa ningún malestar; al contrario, lo he tomado como una charla común entre amigos.

Pasado este ligerísimo recuerdo, el coloquio fue creciendo en enternecimiento y en intimidad, tocando sus sentimientos a tal límite que no se percataron de que el tiempo transcurría, sino hasta cuando un indiscreto reloj de pared diera las diez campanadas, anunciando que era la hora de retirarse.

—¡Jesús! exclamó Carlota al escuchar la última campanada. El ameno diálogo nos ha quitado el tiempo y, como comprenderás, se me ha hecho tarde para regresar, a pesar que mis padres me recomendaron que re tornara lo más pronto posible.

—Tranquila Carlotita, apenas hemos disfrutado dos horas de nuestra compañía pero, si esa es tu voluntad, en este momento te voy a dejar en tu casa como una muchachita respetuosa de las decisiones de sus padres.

—Agradezco tu comprensión pero, cuando una todavía es hija de familia, no tiene otra alternativa que cumplir respetuosamente sus disposiciones.

—Tengo la ilusión de que esta cita no sea la última que nos permita salir juntos, porque este encuentro me ha forjado muchas ilusiones y no quisiera pasar por un desencanto que sería muy difícil olvidar.

—Te aseguro Bartolomé que yo también estoy pasando por las mismas instancias, a tal punto que siento pena de retirarme a mi casa, pero tú sabes que debo hacerlo por el respeto que se merecen mis padres.

—Gracias Carlotita por esa afable esperanza, esperaré con ansias la próxima vez, que pienso será el preludio de un encuentro definitivo.

Con esta coincidencia de sentimientos, las citas se repitieron con mayor frecuencia hasta que, por el inmenso amor que Bartolomé le profesaba, le propuso matrimonio y fue aceptado con el mayor beneplácito de Carlota.

Realizados todos los compromisos previos a la boda, sin pérdida de tiempo, el matrimonio se llevó a cabo en medio de un sinnúmero de comentarios antojadizos, que desde luego ya los esperaban, porque conocían la idiosincrasia del medio. Como estos comentarios apuntaban hacia una desigual situación social, Bartolomé invitó a sus familiares genoveses llenos de títulos nobiliarios, que llenaron los editoriales de la prensa local con lo que el matrimonio tomó un cariz diferente, para la felicidad de la familia de Carlota.

De este matrimonio nacieron sus hijos: Julián y Eugenia.

Un Sueño Imposible

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