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Capítulo 5

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Pasadas las tradicionales festividades de aniversario, Santa Isabel restauró su normalidad: las organizaciones comprometidas con los eventos se reintegraron a sus actividades normales y sus habitantes, a recuperar su dinamismo en sus faenas cotidianas.

Amable Aguirre, experto ganadero que conocía a fondo su oficio por su inclinación a esta actividad desde su niñez, consciente de los ajetreos a los que fueron sometidos los animales participantes en la feria, solicitó a Manuel una estricta vigilancia de su estado de salud, pues estos productivos animales son muy sensibles a los cambios bruscos de manejo y se estresan con facilidad.

—Manuel, ¿has tenido alguna experiencia en estos eventos?

—No señor, porque en mi sector no existen estas competencias.

—Entonces te recomiendo una observación muy prolija a los animales que intervinieron en la feria porque con frecuencia se tensionan y hay que recuperarlos con la presencia de un profesional.

—Está bien señor, pero le comento que, hasta el momento, los encuentro muy alegres y están alimentándose con normalidad, signo de su buena salud; sin embargo, apenas encuentre alguna anormalidad, le comunicaré inmediatamente.

Con esta recomendación, Manuel puso mayor interés en su control, a tal extremo que descuidó sus asuntos personales. Esta forma de actuar disgustó a Isidora por considerarla innecesaria.

—Manuel, por favor, ¿hasta cuándo vas a permanecer preocupado con ese ganado? Comprende que ya han pasado seis meses de la feria y tú persistes en tu empeño de seguir con esta rutina, a pesar de que conoces perfectamente que se encuentran en excelente estado de salud. Te lo ruego, ya es hora de que tomes con más tranquilidad tus funciones y dediques más tiempo a conocer las novedades del hogar.

—Comprendo tu agobio, pero también debes entender que yo soy el único responsable de mi trabajo y, a toda costa, quiero evitar cualquier tropiezo que sea causa de algún disgusto.

—Es verdad que necesitamos de tu trabajo porque aquí nos sentimos más cómodos, sobre todo por la educación de Carmelinita, pero pienso que ya es hora de que dejes esta exagerada preocupación y prestes mayor atención a tu familia ya que también necesitamos de tu protección.

—¿Acaso existe alguna novedad preocupante que desconozca?

—Tanto como aquello no, pero si me inquietan ciertas actitudes que últimamente está tomando Carmelinita, que me han hecho sospechar la existencia de algún entretenimiento con el niño Carlitos.

—Por favor mujer, esto no puede ser porque Carmelinita todavía es una criatura.

—No creas que estoy hablando sin sentido porque, como madre, estas pequeñas anormalidades me han obligado a poner toda mi atención en sus actitudes y, de esta observación, he sacado la conclusión que es el joven Carlitos su atractivo por aquella amistad que surgió entre los muchachitos, y precisamente desde allí, le he notado con otra personalidad. Desde luego que no en forma muy pronunciada por lo que, a veces, he pasado por alto esta novedad, pero no por esta circunstancia debemos descuidar sus preceptos.

—Tranquila mujer, no creo que esa incipiente amistad entre los dos jovencitos pudiera causarnos alguna preocupación y menos aún en su familia, que verán con buenos ojos que su nieto tenga alguna distracción en su propia casa y no afuera donde pudiera adquirir malas costumbres, sobre todo ahora que la juventud ha madurado prematuramente.

—Acepto tu tranquilidad, pero no obstante esta bondadosa condescendencia, en alguna estrategia debemos pensar para evitar que nuestra hija vaya hacerse falsas ilusiones, que más tarde le puedan causar alguna desagradable decepción sobre todo si, en algún momento, llegan a prohibir esta amistad por considerarla imprudente para su linaje.

—Entonces, si tienes ese presentimiento, pienso que tú, como madre, eres la más indicada para intervenir en estos asuntos domésticos, porque generalmente las adolescentes depositan su confianza en ustedes. Con cualquier pretexto, le invitas a mantener una plática para que te confíe sus secretos. Conocidas sus confidencias, le pones por delante todas las preocupaciones debido a la diferencia social existente entre los dos, recalcando que tu temor radica en que podría sufrir algún doloroso desengaño, que la marcaría por el resto de su existencia. Lo importante de esta participación, es que Carmelinita tome su inquietud con más tranquilidad.

A propósito, Isidora dejo pasar un tiempo prudencial de su diálogo anterior para comprobar si dio resultado su estrategia. Al no encontrar ninguna modificación en sus relaciones, se vio obligada a concretar otra charla más formal.

—Mi amor, no entiendo el motivo de tus frecuentes retrasos. Al comienzo pensé que se trataba de alguna dificultad en el transporte, pero como estas anormalidades ya se han hecho muy frecuentes, como madre me veo obligada a preguntarte el motivo de esta irregularidad. Espero que sepas informarme de la manera más sincera la realidad de estos hechos para recuperar mi tranquilidad.

—Comprendo tu preocupación mamacita y valga la oportunidad para que me des algunos consejos y poder actuar con más serenidad.

—Está bien mi amor, dime con confianza todas tus dudas.

—Como tú recordarás, en nuestra última charla te comente de nuestros fortuitos encuentros que los hemos seguido manteniendo como un entretenimiento pasajero, mientras asistíamos a nuestros respectivos colegios. Pero un cierto día, por casualidad, nos encontramos en el portón de la hacienda y después de un efusivo saludo, sin ningún preámbulo, nos tomamos de las manos y comenzamos a caminar sin rumbo fijo. De pronto, nos encontramos en la pequeña laguna de los patos y comenzó a contarme pasajes de su infancia. Todo este primer episodio nos pareció maravilloso, por la felicidad que sentíamos al encontrarnos juntos. Esta situación motivo a que Carlos me insinuara que estas reuniones fueran más frecuentes, puesto que ninguno de los dos teníamos amigos con quienes compartir nuestro tiempo después de cumplir con las tareas escolares. Como me pareció muy comprensible esta insinuación, acepté su pedido y empezamos a dar cumplimiento a esta inquietud. Para evitar ser descubiertos, nuestras reuniones eran programadas de acuerdo a las circunstancias que se presentasen. Pasamos un largo tiempo en esta etapa y un día, sorpresivamente, me pidió que fuera su novia y, por la impresión de este sorpresivo pedido, me quedé un tanto desconcertada y no atinaba a dar una respuesta. Al permanecer en silencio por un largo rato, me pidió muy comedidamente que contestara a su demanda; sacando fuerzas no sé de dónde, le supe manifestar que éramos muy jóvenes todavía para tomar una decisión tan seria pero, ante su insistencia, le pedí un plazo para pensarlo detenidamente y consultar con mi almohada si sería prudente aceptar esta petición. Pasado algún tiempo de esta tierna relación, un día acepté su demanda basada en que estos acontecimientos son normales entre las parejas que sienten un mutuo atractivo. Para decirte la verdad, transcurridos unos cuantos meses de esta decisión, me sentía la mujer más feliz del mundo y nunca imaginé que pudieras enterarte de nuestro compromiso. Ahora que has descubierto nuestro secreto, te pido mil disculpas por mi falta de confianza, sobre todo en asuntos de tanta trascendencia.

—Está bien mi amor, solo pido a Dios que no encuentren ninguna dificultad más adelante que vaya a influir en tus nobles sentimientos.

Para tranquilidad de los adolescentes, el tiempo seguía su ritmo sin ninguna preocupación, aspecto que les estimulaba a una existencia llena de satisfacciones. En cambio Isidora, a cada instante desfallecía por el temor que se cumpliera aquella premisa que siempre suponía por las diferencias sociales existentes entre los dos apasionados jóvenes, de suerte que permanecía en completo desvelo, esperando una sorpresa desagradable que en cualquier momento pudiera darse.

Con estos antecedentes, a Isidora no le quedó otra alternativa que comentar con Manuel la realidad de la situación de Carmelina, para poder sacar algunas conclusiones sobre su futuro.

—¿Cuál crees que deba ser nuestra conducta ante esta situación?

—Para decirte la verdad, me preocupa sobremanera que la muchacha continué con este apasionado idilio. Te prometo que cada día que pasa me angustio más y más, porque tengo el presentimiento de que los patrones, a pesar de su tolerancia, el día menos pensado puedan tomar alguna radical medida para terminar con este devaneo y, lo más fácil para ellos, sería terminar con nuestros convenios laborales echándonos a la calle. ¿Te imaginas cuál sería nuestra posición si esta situación se presentara?

—Es innegable que nuestro futuro sería incierto, pero también debes recordar que ya han pasado como cuatro años de este amorío y los patrones no se han pronunciado al respecto, lo que significa que no les disgusta la relación. Además, Carmelina ya se he convertido en una muchacha intelectualmente preparada y, con su talento, ya habrá tomado las debidas precauciones con respecto al peligro que reviste esta relación.

—Es verdad, a Dios gracias no ha existido hasta el momento ninguna represalia, pero, a pesar de esta aparente tranquilidad, es evidente que, en cualquier momento, nos pueda llegar algún pronunciamiento desagradable para nuestras aspiraciones.

—Pensándolo bien, tú tienes toda la razón porque los patrones, a pesar de su bondad, no permitirían esta unión bajo ningún concepto por las implicaciones en sus círculos sociales, de suerte que, para mantener su prudencia, ellos deben tener algún plan establecido para solucionar este impase y, lo más lógico, se me ocurre en este momento, será que, terminados sus estudios secundarios, lo envíen no sé dónde a que continuara su preparación universitaria. Con esta inteligente determinación, ellos darían a conocer a todos los miembros de sus círculos sociales que lo hacen con el sano propósito de conseguir un futuro brillante, en cambio nuestra hija, se quedaría esperándolo no sé hasta cuándo y, lo más seguro será, que el señor Carlitos se consiga una novia de su misma categoría, con la cual formaría un hogar sin que existiera ninguna interferencia de sus recuerdos de antaño.

—La verdad, no se me había ocurrido este razonamiento que me parece muy acertado; caso contrario, ya se hubieran preocupado de alguna manera de solucionar este dilema. Pensándolo bien, ahora me tocaría dialogar con Carmelina y preguntarle si ya tiene algún proyecto elaborado que pueda garantizarle alguna esperanza para su seguridad en el futuro. Si no lo tiene, debe tomar las debidas precauciones, ya que estaría en juego su porvenir y felicidad.

—¿Cuándo pensarás hablarle?

—Si es posible, mañana mismo, para evitar futuras consecuencias.

Un Sueño Imposible

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