Читать книгу Autobiografía de mi padre - Damián Noguera B. - Страница 10

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Despierto con el cántico de los monjes franciscanos. Me asomo tras el visillo de la ventana de la pieza de mis papás y veo la procesión salir de la iglesia San Francisco camino a la intersección que une Londres con París. El despunte del sol acentúa las sombras de los edificios, las cruces a lo alto de San Francisco y las torres del San Ignacio. El sonido de las campanillas de los monaguillos se une a los gritos de las pergoleras que ofrecen ramos a los fieles en el bandejón central de la Alameda. La imagen de la Virgen es transportada a un paso lento sobre los adoquines aún húmedos de la calle Londres, avanza a través de las curvas estrechas que a ratos pareciera que giran en sí mismas, y todo esto ocurre a metros de mi vista, protegido por la ciudadela de tres pisos que es la casa de la familia Noguera.

La penumbra persiste en la pieza de mis papás. Todo es silencio aquí. Incluso cuando hay más de cincuenta personas, entre tíos y familiares lejanos, esperándome al otro lado de la puerta. Solo a ratos se escucha el sonido de los autos sobre los adoquines de la calle Londres, el deambular de la procesión franciscana y las campanas del reloj de pie de mi abuelo. Mi ropa recién lavada tiene el olor a humo que deja las estructuras de mimbre sobre la ceniza caliente. En la cómoda de madera, junto a la imagen de la Virgen que decoraba el altar mayor de la iglesia San Francisco, hay un espejo ovalado en el que no me alcanzo a ver. Trato de escalar la cama de mi papá. Yo sé que su cama es una montaña de hielo blanco y azuloso que deforma las proporciones de esta pieza color sepia. Yo sé que su cama nada tiene que ver con los tapices de las sillas o los muebles de encina. También sé que si miro el espejo sobre esta montaña que poco a poco escalo voy a aparecer en el reflejo, y en esa certeza se sostiene todo lo que soy. Pero de pronto irrumpe una luz: mi mamá me sorprende en la mitad de mi escalada. Veo su sombra alargada por la luz ámbar que se filtra desde la puerta ahora entreabierta. Mi mamá se acerca. Me toma en brazos y me deposita en el suelo. Me mira a los ojos. Veo su silueta en contraluz. Y luego salimos.

Mis ojos se encandilan. Los murmullos se acallan. Veo solo piernas entre todo el fulgor. Siento las miradas lastimosas de mis tíos; mi mano izquierda en alto para sostener la mano de mi mamá que se contrae a medida que cruzamos el salón. Siento su sudor humedecer mi mano. El silencio se concentra en mi caminar, en mi gesto indeciso. Qué es lo que se supone que tengo que hacer. Mi mamá con una sonrisa me lleva a mi pieza. Veo desde mi ventana a la Virgen perderse en las sinuosidades de Londres, entremedio de las casas, todas distintas y extrañas, todas grandiosas a su manera. El repartidor de hielo, con su carretela a mi derecha, envuelve las barras en gangochos y espera que pase el último monaguillo que respira y exhala los rezos en un mismo susurro continuo. Mi mamá cierra la cortina de la ventana. Me toma la cabeza con sus dos manos para poder guiar mi mirada distraída. Me muestra un retrato colgado en la pared frente a mi cama. Hay un hombre muy joven en blanco y negro con una leve sonrisa. Mi mamá se agacha para mirarme a los ojos. Me dice: «Este es tu papá que ahora está en el cielo». Y luego me mira como esperando una reacción. Pero no reconozco a mi papá en esa foto. Nunca lo vi tan joven. Esta es la primera historia que me contaron. Sí. La historia de que mi papá alguna vez fue joven.

Autobiografía de mi padre

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