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5. Compartiendo la merienda

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“Bueno”, dice la maestra, “ahora vamos a merendar”. Dispone el espacio, los chicos se sientan, y un “ayudante” (un niño que ha sido designado por la maestra) reparte los vasos. Cuando los chicos los reciben, algunos comienzan a golpearlos contra la mesa. El golpeteo seduce al resto, y enseguida todos están golpeando la mesa con los vasos, rítmicamente. La maestra les dice: “No golpeo el vaso, chicos, que voy a servir la leche”. Siguen. “Basta, sala verde…”. Siguen. “Más tarde tocamos los toc-toc, ahora estamos merendando…”. Pero los chicos siguen golpeando, muy divertidos y sin prestar la menor atención a lo que la maestra les dice. En ese momento, entonces, la maestra golpea con fuerza la mesa. Silencio absoluto. “No se pueden usar los vasos de batería. ¡No son para eso!”, dice finalmente. Y sirve la leche. ¿Está bien o está mal?

Está bien, porque toda libertad se basa en la imposición de un límite. El “no”, el “basta”, es una experiencia que funda el propio psiquismo. De un modo u otro, siempre hay un límite, y ese límite siempre será vivido con cierto desagrado por quien resulta limitado. No les haríamos ningún favor a los niños “edulcorando” siempre los límites con canciones o juegos (la lechuza, el brochecito, etc.). La moral no es siempre democrática: hace falta interiorizar la Ley (que nos protege, que nos convierte en personas sociales) y eso sólo se logra sometiéndose a ella.

Está mal, porque el límite impuesto ignora que las reglas sólo se aprenden en un contexto significativo. El niño, para incorporar las normas, debe sentir que son justas y necesarias. El docente no debe actuar como un dictador poderoso, sino como un juez bondadoso y siempre dispuesto a escuchar y contemplar opciones.

Didáctica del nivel inicial en clave pedagógica

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