Читать книгу ¿A qué huele en tu habitación? ¿Su hijo adolescente fuma hachís? - Daniel Marcelli - Страница 14

Capítulo 2
¿Por qué fuman?

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El cannabis es un producto «simpático» objeto de un discurso ambiguo en la sociedad y en las familias. Como sustancia proscrita que permite transgredir las prohibiciones o enfrentarse a los padres, y objeto compartido en un ambiente amistoso entre adolescentes, el cannabis lo tiene todo para gustar a los jóvenes.

Un fenómeno social y un producto «simpático»

¿Cuál es la imagen del fumador de porros hoy en día? Ya no es el melenudo un tanto bobo de los años setenta, ni el rasta al estilo Bob Marley de los ochenta. Un vistazo rápido a la televisión o al cine muestra que las representaciones del fumador de cannabis son bastante positivas: jóvenes ejecutivos dinámicos en pleno éxito social que se lían un peta para relajarse (sus padres fumaban un habano), adolescentes desenvueltos que provocan con graciosa insolencia a las autoridades… Definitivamente, el fumador se sitúa entre los personajes simpáticos y «enrollados» que saben disfrutar de la vida. Subrayemos de paso una hipocresía que no engaña a los jóvenes: las autoridades no caen en el ridículo de perseguir a un productor de cine por «incitación» o «presentación del consumo de un estupefaciente desde un punto de vista favorable», pero envían a policías con perro sabueso a las aulas…

¿Cómo explicar que las representaciones del fumador sean tan positivas? Aventuremos algunas hipótesis. En primer lugar, los discursos dominantes mediáticos y culturales son elaborados por una generación de cuarentones y cincuentones más bien burgueses que han conservado la nostalgia por sus años jóvenes de fumetas contestatarios. Si no reniegan de sí mismos, les resulta difícil satanizar un producto por el que conservan cierta ternura, sobre todo si no desdeñan fumarse aún un porrito de vez en cuando… (véase el capítulo 7).

Además, los valores adolescentes han invadido los discursos comerciales. Un producto consumido por el 50 % de los adolescentes es por fuerza rentable desde el punto de vista del marketing. Por ello, no es raro que la publicidad aproveche los códigos y los símbolos del cannabis para vender yogures o prendas de vestir. Así, nos proponen «colocarnos» con los petit-suisses o nos ofrecen un buen «viaje» con un videojuego…

El cannabis es objeto de un doble discurso social y familiar: se trata de una sustancia prohibida, pero se encuentra en cualquier esquina; es peligrosa, pero toda la familia se ríe de buena gana cuando el canuto sirve de recurso cómico en el cine o en la televisión.

Otra contradicción: los padres piden a su hijo adolescente que no fume cannabis pero ellos mismos son esclavos de sus cigarrillos…


♦ Sonreír y… descifrar

Ante la valoración cultural del cannabis, los padres tienen que hallar un discurso coherente sobre el cannabis, dentro de nuestra sociedad, sin transformar el canuto en tema tabú, ya que se harían eco de la hipocresía ambiental con el riesgo de agravar los deseos de transgresión. Deben seguir riéndose de todo con sus hijos adolescentes, incluso del cannabis, pero no de cualquier forma. Basta pensar, por ejemplo, en destacar que se ríen de la broma sobre el costo, pero también de lo ridículo de los personajes atontados por el canuto. Un ridículo que, por otra parte, los autores cómicos pocas veces dejan de subrayar. El intercambio entre padres y adolescentes a partir de las representaciones del cannabis en la televisión, y en general acerca del conjunto de las imágenes presentadas por los medios de comunicación, es un auténtico acto educativo. Se invita al adolescente a descifrar la sociedad, a no ser ni fácil de engañar ni pasivo frente a los mensajes de todo tipo que se dirigen a él (a todos nosotros). En definitiva, se le invita a criticar la sociedad en lugar de transgredir sus prohibiciones.


♦ El cannabis, ¿en armonía con la adolescencia?

Los adolescentes entran en este tipo de contradicciones. Como son muy sensibles a la mentira, rápidamente encuentran en la hipocresía que les rodea una justificación para sus deseos de infringir las reglas.

La prohibición relativa al cannabis se ve ridiculizada con tanta frecuencia en nuestro universo cultural que el adolescente se deleita fumando con objeto de burlarse también él del mundo entero. En definitiva, el canuto le permite dinamitar una sociedad cuya hipocresía le repugna. Por consiguiente, el cannabis posee todo lo necesario para agradarle.

Fumar es transgredir, desafiar a la sociedad

Al tiempo que su cuerpo se transforma y su perímetro social se amplía, el adolescente se descubre capacidades inéditas: iniciativa, seducción, fuerza… Como es natural, intenta averiguar hasta dónde puede llegar. Un adolescente que no se atreve a doblar la esquina y que permanece en caminos trillados se adentra ya en una vía estrecha. El niño se ha conformado con el universo ofrecido por sus padres, pero el adolescente debe salir a descubrir el mundo. Cuando se les pregunta por sus motivaciones, con ocasión de diversas encuestas públicas de salud, los adolescentes responden: «Lo hago para ver de qué va» o «para tener una experiencia». Y ese deseo de ver que, en principio, atestigua una buena salud mental les lleva, como es lógico, a mirar más allá de los límites. Esta curiosidad asociada con la emoción del peligro, una sensación nueva, es uno de los principales resortes de la transgresión durante la adolescencia.

En su conquista de diversiones, ideas y sensaciones, el adolescente prueba de paso lo que está o no autorizado a hacer: alcohol, cigarrillos, hachís… Todo lo que la sociedad prohíbe a los niños y reserva a los adultos le atrae de modo particular, a él, que se sitúa entre ambas categorías.


♦ Transgresión valorada

A los jóvenes se les ofrecen diversas vías de transgresión: el absentismo escolar, el robo en el supermercado, los riesgos físicos, el sexo… Pero la mayoría de los adolescentes no son idiotas y evitan perjudicarse de modo demasiado grave.

Así, el hecho de ser expulsados del instituto, acabar en comisaría o hacerse daño no les atrae mucho. ¿Y el sexo? En realidad, hoy en día ya no es ninguna transgresión… En cambio, el cannabis – y el alcohol— les ofrece perspectivas más interesantes. Estas sustancias no son demasiado peligrosas, al menos eso creen ellos, pero resultan lo bastante inquietantes para que los adolescentes, convencidos de controlar su consumo, puedan obtener una sensación de poder.

Muchos padres satanizan el cannabis en exceso. Su discurso deja traslucir tanta ansiedad que el adolescente no resiste el deseo de dar cuerpo a sus temores.

Además, los padres que confunden cannabis y heroína indican, de forma indirecta, que son de los que pasaron del canuto, aunque tuvieron veinte años en los ochenta. Qué tentador resulta entonces probar un producto que tu propio padre nunca ha tocado y obtener así un innegable sentimiento de superioridad…


♦ ¿Y después?

Tras las primeras pruebas «para ver», la mayoría de los adolescentes se conforman con una sensación borrosa y una pequeña satisfacción personal («¡Lo he hecho»!) que les basta. Un buen número de ellos se quedan ahí y abandonan sus experiencias de fumeta en pocos meses.

De todas formas, esos pocos meses son un periodo de riesgo y los padres deben mantenerse atentos. En ese momento, todo lo que estimula la necesidad de transgresión y las ganas de fumar puede empujar al joven a aumentar poco a poco su consumo: una hipersensibilidad a los discursos ambiguos sobre el hachís, un agravamiento del malestar propio de esa edad, problemas personales… Entre estos, cabe citar las tensiones familiares, las dificultades escolares y la muerte de parientes o amigos, sin olvidar tampoco las respuestas inadecuadas de los padres cuando descubren que el adolescente ha consumido cannabis: represión excesiva o, al contrario, complicidad pasiva que le hace pensar que no se interesan por él.


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¿A qué huele en tu habitación? ¿Su hijo adolescente fuma hachís?

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