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Capítulo 1
¿De qué hablamos?
Consumo muy distinto de un adolescente a otro

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No basta con constatar que la mitad de los jóvenes fuman o lo han probado, ya que esta cifra oculta realidades muy dispares. Más allá de la etiqueta de «porrero», hay que distinguir entre el adolescente que se fuma un porro en una fiesta y el que lo hace para anestesiar su dolor moral.


♦ Consumo ocasional

Objetivamente, la mayoría de los jóvenes entran en esta categoría: fuman de vez en cuando, sobre todo el sábado, en una fiesta… La ocasión hace al ladrón. La calada de cannabis sustituye a la copa o se le añade para suscitar una suave euforia. Este consumo limitado del cannabis se denomina «recreativo» o «amistoso» y no tiene ninguna consecuencia en la salud o la escolaridad. Sólo existe un riesgo, pero es inmediato: la conducción de un vehículo de motor en estado de ebriedad cannábica.

Los padres que sospechan que hay porros y al-cohol en las fiestas deben mostrar que no les gusta demasiado, y sobre todo pedirle al adolescente que no coja la moto y estudiar con él una forma de transporte para el regreso: ¿habrá un amigo fiable? Dicho de otro modo, un joven que se comprometa a permanecer sobrio por completo para asegurar el regreso de sus compañeros; si no, habrá que ir a buscarlo…


♦ Pequeño» consumo regular

El «pequeño» consumidor se limita a 5, 10 o 15 g al mes, a veces con excesos el fin de semana. Recurre al cannabis en solitario para calmar sus tensiones internas y lo dice sencillamente: «Con esto, me siento mejor, estoy guay». El impacto escolar y social de su consumo depende de su capacidad para controlarlo. El «pequeño» consumo regular puede corresponder a un momento difícil de su vida y en ese caso sólo dura unos meses. Pero también puede arrastrarle de forma progresiva a la categoría siguiente. Los padres que se aperciben de este hábito deben intervenir para evitar su agravamiento, aunque con tacto, como veremos más adelante.


♦ Consumo autoterapéutico

La situación es seria. El joven que recurre al cannabis con fines «autoterapéuticos» puede fumar de 20 a 60 g al mes, solo o en grupo. Este adolescente va en busca de un efecto antidepresivo, ansiolítico o hipnótico.

Los trastornos que sufre como consecuencia de ello resultan inevitables: disminución de la concentración y la memorización, dificultades escolares, aislamiento, pérdida de referencias y de toda motivación al margen del deseo de fumar, miedo de no controlar nada…

Los adolescentes que llegan a este punto son vulnerables y a menudo tienen problemas afectivos y de relación, sobre todo con sus padres. Estos jóvenes fumadores, más numerosos de lo que se cree y que en realidad luchan contra auténticas depresiones, necesitan psicoterapia y un tratamiento antidepresivo. La reacción de los padres, tan pronto como toman conciencia de la situación, debe ser rápida y firme.


♦ Farmacodependencia o toxicomanía

El joven fuma más de 60 g al mes, y hasta 150 o 200 g. No se trata de heroína ni de cocaína, pero no deja de ser una toxicomanía. El chico que recurre a este uso anestésico del cannabis sufre a menudo trastornos graves de la personalidad, e incluso una auténtica patología psiquiátrica (esquizofrenia, trastornos bipolares graves). En poco tiempo se excluye del sistema escolar y se margina. Debe ser enviado a un centro de tratamiento especializado para toxicómanos. Estos adolescentes en apuros tienen que ser reconocidos como tales y ayudados, pero no son representativos de la masa de jóvenes que fuma cannabis hoy en día. Resulta urgente la intervención de los padres o de un adulto responsable.

¿A qué huele en tu habitación? ¿Su hijo adolescente fuma hachís?

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