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CAPÍTULO 1


¿Arriba se está solo?


El aprendiz permanente

Muchos profesionales tienen el objetivo de crecer en la compañía hasta ocupar el puesto número uno del área o de la empresa. Llegan por su capacidad técnica, por su experiencia. De todas maneras, uno nunca se encuentra del todo preparado, hasta que se está en la situación de liderar a otros. Y además, una cosa es llegar a la meta y otra es permanecer en ella. En este capítulo vamos a hablar de una particularidad que encuentro como tema en común en todos los coachees que ocupan el lugar del número uno: el desafío de enfrentar la soledad.

Es asombrosa la cantidad de ejecutivos que ocupan lugares soñados por miles de personas y a los que les cuesta poder vivir el día a día en sus puestos con mayor disfrute y tranquilidad. Para mostrarte la autoexigencia a la que se someten, quiero contarte un ejercicio que realizo sobre liderazgo en los programas de desarrollo profesional con gerentes y directores.

Les doy tres consignas:

 Primera consigna: hagamos una lista de líderes. Las respuestas suelen ser nombres de famosos como Steve Jobs, Mahatma Gandhi, John F. Kennedy, la Madre Teresa, Bill Clinton, Angela Merkel, Nelson Mandela, Serena Williams, Emanuel Ginóbili, Bill Gates…

  Segunda consigna: hagamos una lista de los atributos de estos líderes. Los adjetivos y descripciones que pueden aparecer son: carismáticos, visionarios, emprendedores, genios, únicos, revolucionarios, distintos, brillantes, creativos, tenaces, perseverantes, motivadores, excelentes oradores, etcétera.

  Tercera consigna: ¿cuántos de ustedes, que son líderes de sus organizaciones, consideran que tienen al menos un 30% de los atributos de la lista que acaban de armar?

Aquí viene lo interesante: sólo dos o tres participantes, sobre veinte, levantan la mano, e incluso a veces ninguno.

Por algún motivo, el lugar del número uno está asociado a ser como Superman o algún tipo de superhéroe. El problema es que Superman… no existe.

Esta manera de pensar el liderazgo deja a los número uno en un lugar de autoexigencia no muy fácil de soportar, o al menos no sin consecuencias para la salud. La imagen del líder está sostenida a una creencia que no les permite mostrarse como son: personas normales con aciertos, desaciertos, temores, búsquedas, inseguridades, preguntas. Igual que vos, igual que yo.

El mostrarse como si fueran infalibles, que todo lo pueden, les implica un esfuerzo enorme y una mala utilización de su energía. Hay una tendencia a mostrarse “ganador”. Por ejemplo, si estuvieras mal, angustiado o preocupado, en lugar de sobreadaptarte para mostrarte como supuestamente los demás esperan que estés, que seas “el-que-todo-lo-puede”, sería mejor poder conectarte con tus propios sentimientos, preguntarte qué te pasa, elaborarlo, ver si necesitás pedir ayuda, en lugar de tapar tu estado con un maquillaje superficial. Las cosas son como son, nunca desperdicies tu energía: aceptate tal como estés.

Lamentablemente, hemos crecido y hemos sido educados en una sociedad en la que no está bien visto decir “no sé”, “necesito ayuda” o “solo no puedo”. Parece increíble que dividamos las etapas de la vida y dejemos relegado el aprendizaje a la infancia, a la gente joven o los empleados más juniors.

El mundo evoluciona a una velocidad asombrosa y nadie puede darse el lujo de tener una actitud arrogante de “sabelotodo”, de creer que no tiene nada que aprender. En contraposición, quien tiene la actitud de aprendiz permanente, quien mantiene vivo a su niño interior, con su curiosidad, sus ganas de seguir descubriendo, experimentando, tiene una ventaja competitiva enorme.

Un mensaje muy poderoso tiene lugar cuando el número uno transmite que él también tiene cosas que aprender, que hay permiso para crear y, por ende, para equivocarse dentro de términos razonables. Esto no sólo le quita autoexigencia sino que además invita al desarrollo, al crecimiento de las personas de la compañía y de la organización.

Boxes

Si comparamos el liderazgo con los equipos de Fórmula Uno, podemos decir que los autos son sometidos a grandes exigencias, ya que desarrollan velocidades superiores a 300 kilómetros por hora, pero no pueden hacerlo ilimitadamente. De tanto en tanto, deben parar y entrar a boxes. ¿Para qué? Para alinear, calibrar, consultar con sus ingenieros, reaprovisionarse de combustible y salir otra vez a la pista en mejores condiciones y con más chances de llegar a la meta.

En mi opinión, los líderes no tienen que estar ni correr solos. Vas a tener que parar de tanto en tanto y entrar a boxes. Y antes de que me digas “no tengo tiempo”, te respondo: el día tiene 24 horas para todos. El tema es cómo y a qué vas a asignar tu tiempo. ¿A qué le vas a dar prioridad? Es una cuestión de estar más consciente para elegir cómo querés organizarte, trabajar y, en definitiva, vivir. El costo de no parar suele ser más alto que el de tomarse unos minutos para ordenarse.

¿Cómo podés entrar a boxes? Cada uno tiene que encontrar su manera de alinearse y de estar conectado con sus valores esenciales. Comparto con vos dos posibilidades. Una opción es el coaching individual. La otra es participar en un grupo de pares junto con otros líderes. En el coaching, en muchos casos trabajamos la autoconfianza, el no pretender mostrarnos perfectos, sabios ni imbatibles. Propiciamos encontrar y desarrollar el propio modelo de liderazgo y no uno construido como producto de idealizaciones de la sociedad. Creamos y gestionamos un estilo en el que, basados en la seguridad interna, no temas mostrarte vulnerable o desconociendo algo, en el que puedas operar con la actitud de un aprendiz, en el que la humildad pueda ser vista como un valor y no como algo frágil.

Para quienes prefieren el espacio compartido entre pares, hay múltiples formatos. Te cuento uno del que formo parte: Vistage, una organización estadounidense con sesenta años de historia en diferentes países. Su metodología consiste en armar grupos de números uno de empresas no competidoras entre sí. El grupo se reúne una vez al mes en una jornada de trabajo donde cada miembro plantea casos desafiantes que esté enfrentando, y solicita ayuda, apoyo y recomendaciones para su tratamiento o solución.

El método es magnífico, ya que el miembro que plantea su caso tiene a más de doce número uno con experiencias complementarias, formaciones diversas, no involucrados afectivamente como él en la situación, pensando y analizando juntos el problema, y ofreciéndole perspectivas que para él no sólo eran impensadas, sino que a su vez pueden ser la semilla de la solución. Tengo el enorme placer de coordinar un grupo como este desde hace cinco años y te puedo asegurar que allí nadie está solo.

A estas alturas, creo que bien podríamos cambiar el nombre del capítulo por:

¡arriba no hace falta estar solo!

Ahora me toca a mí

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