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Lecturas primeras

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DT. ¿Que se leía en tu casa?

JVA. Ahí viene una buena historia que para mí fue muy provechosa. Cuando platiqué que mi padre estudió hasta la prepa en los Estados Unidos, es fácil deducir que al menos en la preparatoria tuvo clases de literatura inglesa y estadunidense. Creo que por eso mi padre fue un buen lector, al igual que mi abuelo Miguel, siempre gustaban de estar leyendo libros. Mi padre tenía libros de Dostoievski, que ya son palabras mayores, son excelentes lecturas. Tanto mi padre como mi abuelo nos contaban historias, no sólo las historias infantiles típicas, sino que también las que se inventaban. Aparte de que inventaban historias, personajes, sucesos raros, también solían narrar hechos de los personajes de la historia. Mi padre muchas veces me contó las hazañas de los apaches. En una de ellas los apaches están en un cerro, el ejército los rodeaba. Pero las flechas de los arcos comunes no llegaban hasta donde estaban los soldados. Entonces ellos empezaron a fabricar arcos más grandes, que estiraban con las piernas usando flechas largas que podían llegar muy lejos. Esa historia bien pudo ser una de las batallas del jefe Gerónimo o de Juh, que es uno de los apaches más valientes y aguerridos, quien prácticamente era chihuahuense. Estos relatos me dejaron un interés por esa etnia valiente, heroica, que defendía a sus pueblos. Ese interés lo conservo, he escrito mucho sobre ellos. Tengo traducidas las memorias del Gerónimo. Están inéditas, las tengo traducidas a mano, no he tenido tiempo para capturar este trabajo, no sé si lo llegaré a hacer. He escrito sobre varios grupos indígenas del norte de México, y como se sabe, también de los rarámuris (tarahumaras), que sigue siendo un grupo que respeto mucho en términos de su cultura. Y al respecto tengo un libro inédito que titulé Pueblos originarios (apaches, siux, rarámuris…). Se ha dicho mucho que la mejor educación de los padres no es que digan a los hijos lo que deben hacer, sino que los niños vean lo que hacen o no hacen los padres. Mi hermano y hermanas mayores veían a nuestro padre y abuelo leyendo libros. Toda la vida fueron lectores. Siendo yo el más chico, pues también los veía a ellos leer todos los días. En la casa había un librero lleno de libros que eran los que compraban y leían Miguel y María. Fue así que el Benjamín Vicente comenzó a hacer lo que hacían los mayores. Comencé a leer, tal vez antes de los ocho años.

DT. Entonces tus hermanos leen poesía.

JVA. Han leído de todo, historia, novelas, crónicas, cuentos y poesía. A los diez años escribí un poema de amor, rimado, para una niña de la que estaba enamorado. Cualquiera duda de que un niño de diez años pudiera escribir un texto con rima, por supuesto que yo no conocía el concepto y práctica de la rima, pero de seguro lo aprendí automáticamente por haber leído a muchos poetas románticos y modernistas Al escribir ese poema me sentí desconcertado. Pensé: “Ah, es posible que haya sido un poema de los que ya había leído, de Amado Nervo o de algún poeta, que estaba ahí. A de ser que lo aprendí de memoria y sin darme cuenta lo reproduje”. Entonces me puse como tarea leer todos los libros de poesía que había en el librero de la casa. Terminé aceptando que era yo, mi otro yo, que es el yo poeta, el que había hecho ese texto. Concluí aceptándome como poeta siendo niño. Ya después empecé a escribir muchos otros textos. Otro más amoroso para la misma niña y otros patrióticos también, desde niño quiero mucho a México, aunque no lo parezca. Soy mexicano norteño.

DT. ¿Por qué la poesía fue la que te marcó y no la novela o el cuento? Ya vez que muchos escritores desde muy jóvenes fueron receptores al poema, pero luego al crecer cambian a géneros narrativos.

JVA. Tal vez por esas primeras lecturas. Leer tantos poetas como esos que se abren a tu sensibilidad, a tu modo sensible de ver, de leer el mundo. La misma idea de enamorarme. No todo el mundo se enamora por primera vez siendo niño.

DT. Claro, eso es muy importante.

JVA. Si, mi vocación poética nació de esas lecturas, seguramente me influyó primero esa sensibilidad de esos poetas. Mi adolescencia la viví trabajando por las mañanas, hasta poco más del mediodía, para luego acudir a la secundaria nocturna que era para trabajadores y después a una preparatoria semejante. Al terminar mi jornada de trabajo en autobús me dirigía a la escuela, que estaba como a una hora de distancia. Llegaba a comerme una torta fría para luego entrar a clases. También me eché la prepa de esta manera, trabajando y estudiando.

DT. ¿Consideras que la enseñanza de la literatura que te impartieron en secundaria y preparatoria te dejó algo valioso?

JVA. No. Fue pésimo. Cuando terminé la prepa mis calificaciones más altas fueron en matemáticas, química y física. Yo lo atribuyo a que en estas materias tuve buenos maestros, no que ellas constituyeran mi afición. Tuve pésimos maestros de literatura y de gramática.

DT. ¿Qué tipo de literatura enseñaban entonces en el sistema escolar?

JVA. Los típicos manuales de la secundaria y la prepa, que eran muy esquemáticos. Te explicaban por qué Cervantes era llamado el “Manco de Lepanto” pero no te contaban nada del Quijote o al menos anécdotas de la novela. Lo que estaba en el campo de la literatura yo lo aprendí por mi propio camino. En parte por las lecturas que me obsequiaron mi hermana y hermano. Más bien mi interés por la literatura empezó por esa práctica familiar de la lectura. En la escuela los maestros de literatura o de humanidades eran malos yo diría que mediocres. Además ni les gustaba la literatura, por eso la enseñaban mal. En la prepa yo me burlaba de ese tipo de maestros. Cuando me pedían algún trabajo sobre una obra en particular, consultaba y repetía lo escrito en un librejo de título 1000 libros, donde se hacía un resumen de obras clásicas y famosas. Yo copiaba mi trabajo de ese libro, lo entregaba al maestro y ni cuenta se daba. Era una manera de burlarme y de demostrar que no tenían formación en la literatura. Diría que mis maestros de la secundaria y la prepa, más que ayudar y orientar, hacían aborrecible la literatura. Gracias a mi familia fue que en mí nació el gusto por lo literario. Si no hubiera sido por ellos quizá yo no hubiera sido poeta. Estaría trabajando en algo que no sería mi vocación. Porque bueno, mi vocación nunca se identificó con las materias prácticas.

DT. Nos has contado el momento en que saliste de Villa Coronado. También nos has referido que viviste en Ciudad Juárez. ¿Por cuánto tiempo?

JVA. Como por casi dos años pasé ahí mi primera infancia en Juárez.

DT. Luego se fueron a Tijuana.

JVA. Bueno, el objetivo original de mi padre y su hermana Consuelo fue que emigráramos a los Estados Unidos, por eso nos establecimos cercanos a San Diego. Estando en Juárez, mi padre pidió permiso para cruzar el territorio de los Estados Unidos hasta San Diego, con la información de que íbamos a establecernos en Tijuana. Entonces cruzamos esa parte del sur de los Estados Unidos. Llegando a San Diego nos hospedamos en la casa de mi tía Consuelo. Pero al poco tiempo el permiso de estancia caducó y nos fuimos a Tijuana. Mientras, mi papá empezó a trabajar en San Diego. Todos los días iba y venía. Hasta que el ex-esposo de su hermana Consuelo (ya estaban divorciados) lo delató de estar trabajando ilegalmente y la migra llegó a su trabajo para deportarlo.

DT. ¿Cómo decidiste ir a estudiar a la unam?

JVA. Me había planteado el objetivo de estudiar una carrera universitaria. En ese tiempo existía una universidad en Tijuana, pero lo era sólo de nombre. En un edificio que tenían prestado, esta supuesta universidad sólo impartía las carreras de economía y comercio. Literalmente era inexistente la universidad y menos para otras carreras. Todos los jóvenes que querían estudiar una carrera universitaria tenían que emigrar. Muchos de mis compañeros de prepa se fueron a estudiar en Guadalajara. La prepa donde yo estaba se llamaba Bachillerato Único, y la especialidad de humanidades, “Derecho y Filosofía”. Es un estilo de escuela que ya desapareció. Como jóvenes inexpertos que éramos creíamos que la única carrera de humanidades que existía era derecho. Lo creyó muchísima gente en realidad. Algunos escritores de mi generación como Carlos Montemayor primero estudió derecho y después letras. Víctor Hugo Rascón Banda también estudió derecho. Durante mucho tiempo se creyó que la carrera de derecho era la carrera humanística.

DT. En muchos lugares del país, durante algún tiempo, fue la única carrera de humanidades a la que los jóvenes tenían acceso.

JVA. En el Bachillerato Único, como dije, el área de humanidades era llamada “Derecho y Filosofía”. Aquí empieza la primera confusión por la palabra “derecho” de creer que es la preparación para la carrera de leyes; y en segundo término la filosofía ni siquiera pasaba por nuestra cabeza. A mí me disgustaba el derecho. Desde aquel momento yo le llamaba a los abogados con una palabra despectiva: “abogansters”. Yo sé que también existe un derecho honesto, pero es menos del 1%. En México el derecho es una carrera que se ha prestado a los malos y corruptos políticos. Yo buscaba algo de humanidades que definitivamente no era derecho. Pero no sabía qué. Viajé a la Ciudad de México para averiguar sobre las carreras de la unam y descubrí que había muchas opciones. Yo tenía ganas de estudiar letras desde entonces, pero a la vez tenía inquietudes por los asuntos sociales. Había participado en Tijuana en las protestas contra la guerra de Vietnam. Alguna vez, junto con algunos amigos hicimos un periódico escolar. En fin, llegué a la unam y me sentí atraído por las carreras de letras y sociología.

Desde Tijuana creció en mí el interés por la historia y los asuntos sociales y políticos, con la idea de buscar la justicia. Me tocó en la adolescencia conocer el proyecto de la Teología de la Liberación, con el cual me identifiqué junto con algunas lecturas sobre el anarquismo, sobre todo el proyecto de Ricardo Flores Magón, del que en parte conocía la Baja California liberada por los magonistas en 1911, como un colofón de la Revolución Mexicana. En las lecturas de adolescencia no faltaron el Manifiesto Comunista o el Anti-Dhüring (del que no entendíamos nada) y otros libros de izquierda. En un aparato de radio de onda corta, que había hecho mi hermano Miguel, solía escuchar Radio Habana Cuba y esto me hizo simpatizar con la Revolución Cubana, ahí mismo un día escuché el discurso de Fidel Castro “La Primera Declaración de La Habana” donde dijo: “¡Esta humanidad ha dicho basta, y ha echado a andar!” El rock de la década de 1960 también fue una importante influencia, sobre todo por su ímpetu contestatario, en grupos y cantantes como los Rolling Stones, los Doors, los Beatles, Joan Baez, Janis Joplin, Bob Dylan, Donovan; así que también me identifiqué con las protestas del hippismo, de “The New Left”, el Movimiento Chicano y el Black Power. De ahí vienen además todas las luchas de liberación, que era un proyecto radical de las luchas que venían de América Latina a partir de Cuba, precisamente son Fidel y el Che los que inventan los grandes congresos de lucha de liberación mundial. Asimismo en los Estados Unidos se hace famosa la liberación de los negros, de las mujeres y los homosexuales, de los chicanos, de los indios. La liberación de los negros se congregaba alrededor del Partido Panteras Negras. Quienes hicieron alusiones a la negritud, no desde el racismo, sino desde el orgullo e hicieron famoso el cliché Black is Beautiful (Negro es Bello). También aquí en México se dan las luchas de los campesinos mexicanos. Por cierto hubo un grupo de guerrilleros chicanos en Texas encabezado por el líder campesino Reies Tijerina. Todo esto está muy vivo en ese momento en que tengo 15 años. Por cierto, es cuando sucede el asalto al cuartel de Madera, en Chihuahua, por una guerrilla compuesta por maestros rurales y estudiantes de la escuela Normal para Maestros.

Es el tiempo en que a Allen Ginsberg se le podía ver junto con Bob Dylan en un acto conjunto con música y poesía al mismo tiempo. Eso era conocido, vivido con intensidad. Yo también lo viví al asistir a tocadas de los Doors en el “Whisky A Go Go” de Los Ángeles. En ese momento yo no hacía distinciones entre lo que era el hippismo y la Nueva Izquierda, me parecían semejantes. Era una vida muy ordinaria (bromea), éramos ordinariamente contestatarios. Como cuando protestábamos por incidentes como el del Rio Colorado, tan importante para la agricultura de Mexicali, cuando fue salinizado irresponsablemente desde Estados Unidos. Eso como una demanda particular. Y al ponernos en contra de la guerra del Vietnam contemporizábamos con los jóvenes de Estados Unidos y otras partes del mundo.

Conversaciones con José Vicente Anaya

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