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Capítulo cuatro




Naomi

17 de mayo de 2013

Quiero fingir que no he visto a mi jefa con su mano en la entrepierna del nuevo asistente. De verdad, como que deseo lavar mis ojos con cloro, o algo así de fuerte. A veces tengo la teoría de que ella es un monstruo maniático sexual, de otra forma no me explico por qué desea acostarse con cada portador de pene que trabaje para esta galería.

Puesto que Claudia está ocupada masturbando a su nuevo asistente, me decido por dejarle el informe de los avances a su cachorrito detestable: Robert.

Lo encuentro en su oficina con el ceño fruncido frente a su computadora. Aclaro mi garganta llamando su atención.

No puedo quejarme de Robert porque la primera vez que llegué si bien se insinuó, luego captó que no me interesaba y todo ha sido profesional, sin embargo, no sucedió lo mismo con Hilary, y se ha liado con otras trabajadoras.

—Hola, Robert. Acá tengo un informe que es para Claudia.

—¿Y por qué no se lo das a ella? —Se mantiene con la vista en la computadora pareciendo preocupado.

—Porque está ocupada.

—Bueno, tiene un asistente.

—También está ocupado.

Deja de ver la computadora para observarme, le sonrío. Al juguete no le gusta que su dueña juegue con otros. Él hace las sumas y rápido entiendo por qué esos dos están ocupados.

—Ocupados —dice frunciendo mucho el ceño—. Dame lo que sea que tengas que darle.

—Aquí. —Le entrego el informe.

—¿Terminaste de acomodar el pezón de Afrodita? No necesito recordarte que la exhibición griega ya se acerca.

—Nunca un pezón se ha visto más bonito.

Mi respuesta lo desconcierta antes de que sacuda la cabeza. Contengo las ganas de reír. He estado trabajando en retocar solo un poco los pechos del cuadro de Afrodita, pero... ¡Vamos! Esa Diosa merece respeto, mi amigo.

—Puedes irte, Naomi.

Me doy la vuelta, pero me llama por lo que le doy mi atención una vez más.

—¿Qué ha sido de tu amiga?

—¿Qué amiga?

Sé a qué amiga se refiere, pero puedo jugar a la chica tonta porque él fue un dolor en el trasero para Hilary.

—No tengo ganas de jugar, Naomi. Estoy muy estresado y te estoy haciendo una pregunta directa y sencilla.

—Bueno, mi amiga está bien, feliz y haciendo su familia. —Le regalo una gran sonrisa—. Su novio es un amor y está para comérselo. Feliz, enamorada, viviendo su vida de ensueño…

—Entendí.

—Qué bueno. Ten una bonita tarde, Robert.

Salgo de su oficina y rio. Cuando soy así de espontánea, recuerdo cómo era antes de ser una mujer casada con un monstruo. Camino hasta el baño para una rápida necesidad de liberar mi vejiga. Una vez he orinado, lavo mis manos y acomodo mi cabello frente al espejo.

—Hola, Naomi.

Alzo la vista y le devuelvo el saludo a otra de las pocas mujeres que trabajan en la galería.

»¿Te animas a ir por un almuerzo en un nuevo restaurante a unas pocas cuadras?

Traje almuerzo, pero parece una buena oportunidad para socializar un poco y quizá hacer alguna amiga en el trabajo puesto que a menudo estoy en una habitación haciendo mi trabajo y la única amiga que he hecho es Hilary Jefferson.

—Claro, solo déjame ir por mi bolso.

—Te esperamos en la entrada, Chris y Laura también vendrán.

Camino rápido hasta mi lugar de trabajo, tomo mi bolso y reviso mi celular mientras camino a paso apresurado. Hay unos mensajes de Jeremy.

Jeremy: Que tengas un buen almuerzo. Hoy tiene pinta de ser un buen día.

Jeremy: Sí, acabo de mandarte un mensaje solo para desearte un buen provecho. ¿Y qué? ¿Me despedirás?

Me detengo en medio del pasillo y rio. Él es divertido, no voy a negar eso, no hay manera en la que no esté riendo a su alrededor o cuando envía mensajes como estos. Si bien no es la actitud corriente y común de un abogado con su cliente, creo que me hace sentir más en confianza.

Naomi: No te despediré. Que tengas un buen almuerzo.

Jeremy: Seca. ¿Qué haremos para ablandarte?

Jeremy: Lo digo en un buen sentido.

Jeremy: Es decir, nada sexual.

Jeremy: Bueno, ahora esto se volvió raro.

Naomi: Okey.

Jeremy: Eh… ten buen provecho.

Rio una vez más antes de alcanzar a mis compañeros en la entrada. Caminamos y me doy cuenta de que de verdad he estado algo oculta durante el tiempo que llevo trabajando en la galería, de lo contrario me hubiese dado cuenta de que son agradables y divertidos. Ellos parecen muy amigos, con la suficiente confianza para hacer bromas picantes entre ellos y para pasar de un tema a otro, me cuesta un poco integrarme, pero eso no impide que me sienta cómoda.

Llegamos al nuevo local de comida italiana y hago una mueca, no soy muy devota de la comida italiana. Muchos me llamarán rara, pero no es algo por lo que me derrita, de hecho, trato de evitarla e ir por la clase de comidas que si me gustan. Sin embargo, admito que apenas ponemos un pie adentro el olor es divino y tener tanta hambre ayuda a que en este momento la comida italiana sea mi favorita.

El hambre le da mejor perspectiva a cualquier comida.

Laura va hablando mientras Chris la interrumpe para agregar su versión de lo que dicen, creo que se gustan. Soy la más joven de este pequeño grupo, Chantel sería la que me pasa por menos años y la diferencia es de ocho años. Los sigo, escuchándolos bromear.

—Oh, no bromeo. Es en serio, muy en serio. De verdad, en serio. Mírame ser serio. Serio, serio.

Volteo ante el sonido de esa voz mientras una mujer ríe. Abro mis ojos con incredulidad reconociendo el cabello de mi abogado, la mujer frente a él, pelinegra, ríe mientras sacude su cabeza.

Y es… raro. Es decir, ellos no son raros, pero se siente extraño lo que experimento al verlos.

Me quedo ahí de pie viendo a la mujer palmear la mano de él sobre la mesa y verlo con adoración. Los hombros de él tiemblan mientras se ríe.

—¡Naomi! Comeremos sentados, no de pie —grita Laura ya ubicada en dos mesas más allá de Jeremy.

De inmediato, Jeremy voltea, como si yo fuera la única Naomi del mundo, cosa que es imposible. Entrecierra sus ojos verdes y sonríe. Su sonrisa, a veces, parece algo más.

¡Jesús! Luzco como una idiota de pie, debo caminar. Cuando llego cerca de su mesa, sonrío y asiento, pero su mano sostiene mi muñeca deteniendo mi caminata.

—Hola, mi favorita.

—Hola, Jeremy. ¿Tu favorita?

—Nuevo apodo para ti. Así que puedo desearte un feliz almuerzo en persona, genial. ¿Me estás acosando?

—Lamento decepcionarte, pero no soy del tipo acosadora. Vine a comer.

—No te gusta la comida italiana.

—¿Qué?

—Sí, en nuestros almuerzos siempre frunces el ceño cuando lo mencionan en la especialidad de la casa.

—Hemos almorzado juntos pocas veces.

—Soy observador.

Es algo más…

—Sí que lo eres —dice su acompañante y ambos volteamos a verla.

Es pelinegra y bastante atractiva. Sus labios son regordetes y seductores, lleva consigo un aura de seguridad que cualquiera admiraría. Me intimida solo un poco, pero intento no demostrarlo.

—Oh, Naomi, ella es Amanda. Amanda, ella es Naomi.

—Un gusto conocerte, Naomi, no había escuchado de ti.

—Ni yo de ti. —No puedo evitar decir cuando estrechamos nuestras manos. Mierda, eso sonó rudo—. Bueno es que normalmente no estamos hablando de mujeres que él conozca y… Nada.

—Encantadora. —Se ríe Jeremy—. Naomi es muy amiga de la novia de mi hermano, y ahora estamos muy unidos; y Amanda es mi amiga de la universidad.

—Muy amiga. Una amiga feliz de poder recordar viejos tiempos con Jeremy, mi McQueen favorito.

—Qué bueno. —Es todo lo que soy capaz de responder—. Bueno, mi hora de almuerzo no es eterna. Que sigan pasándola bien.

Sonrío y vuelvo con mis compañeros. Trato de unirme a la conversación que mantienen mientras observo el menú sin saber muy bien qué puedo pedir. Pero en mi interior estoy luchando por no darle otro vistazo a Jeremy y su acompañante.

Por la manera en la que Amanda me miró y se dirigió a mí, es evidente que está interesada en algo más que una amistad con Jeremy. ¿Tendrá él las mismas intenciones? No es que sea asunto mío.

Mi celular suena anunciando un mensaje.

Jeremy: No te gusta la comida italiana. No te tortures.

Jeremy: Te recomiendo la opción segura: pizza ;)

Alzo la vista y Jeremy gesticula muy bien la palabra pizza. Rio y cuando la mesera pide mi orden, tomo en cuenta su sugerencia.

Naomi: Gracias por el consejo. Pizza pedida.

Jeremy: Siempre que me necesites.

Esas palabras en cierta manera llegan a una parte de mí, las leo al menos cuatro veces antes de guardar mi celular. Mientras espero a que traigan mi pizza pequeña, no puedo evitar observar a Jeremy y Amanda. Ella de nuevo toca su mano mientras él parece estar explicándole algo.

Sí, esto sigue sintiéndose raro.

En algún momento cuando termino de comer decido ir al baño a lavar mis manos. Como siempre, dedico unos pocos segundos a ver mi reflejo en el espejo y repetirme que todo estará bien, que soy una luchadora y que algún día, viviré sin miedo de volver al pasado y salir lastimada de la mano de Ronald.

Saco de mi bolso un brillo labial y me aplico un poco. Vuelvo a mi mesa y nos disponemos a macharnos luego de realizar el pago. Soy la primera en pagar y salgo del local para contestar la llamada de mi hermano Alan.

Es agradable hablar con él. Si bien no somos cercanos, siempre me alegra saber que está bien y conversar con él es natural. Me siento agradecida de tener una buena relación con él. La llamada no dura más que unos pocos minutos y acabo con una sonrisa en mi rostro.

—Ah, lo bonito de esa sonrisa.

Me giro y me encuentro con Jeremy una vez más, podría ser que mi sonrisa crece un poco más.

—Pensé que te habías ido.

—Ya casi. —Asiente hacia su auto, recargada de este veo a Amanda hablar por teléfono—. Espero a Amanda.

—Ya veo… —Es todo lo que consigo decir.

—¿Fue buena mi recomendación?

—Fue una buena pizza, pero ya parece que sabes que no soy amante de la comida italiana.

—¿Y de qué sí eres amante, Kanet? —Se cruza de brazos a la altura de su pecho.

De inmediato mi mirada nota la manera en la que sus brazos se abultan y trago.

Asusta que luego de más de dos años, mi cuerpo por primera vez en lugar de sentir rechazo, despierta con una ola de lo que según mis recuerdos, se siente como una fuerte atracción.

Y alarma más de que dicha atracción sea hacia mi abogado.

—Eres mi abogado —nos recuerdo.

En respuesta, alza la vista al cielo y alza sus manos como si le implorara a alguien por paciencia, es un poco de divertido de ver.

—Le importas a tu abogado —dice, baja su mirada y sostiene la mía. Lamo mis labios y su mirada baja al gesto.

—Jeremy, ya estoy lista para irme —llama nuestra atención Amanda y solo entonces me doy cuenta de que estábamos envueltos en una intensa sesión de miradas.

Aclaro mi garganta y veo hacia un lado. Él le dice que le dé un minuto y luego siento su proximidad. Me toma por sorpresa cuando siento su mano en mi cintura y su respiración contra mi oreja.

—Espero que hayas disfrutado tu almuerzo —susurra y luego siento sus labios en mi mejilla en un suave beso de despedida.

Se aleja con una sonrisa aniñada y traviesa hacia su auto, le devuelvo el gesto y luego observo a Amanda, que no luce muy feliz. Veo el auto irse y de manera tonta llevo una mano a mi mejilla como si aún sintiera su gesto tan inocente.

—¿Quién era ese?

La pregunta de Chantel me saca de mis pensamientos, le sonrío mientras todos comenzamos a caminar hacia la galería. Tardo en responder.

—Ese era un hombre que trae consigo muchas emociones —murmuro.

◌◌◌◌

31 de mayo de 2013

La exhibición griega marcha muy bien. Todos parecen contentos. Amo mi trabajo y cuando tengo esta oportunidad de observar arte y rodearme de personas que lo aprecian tanto como yo, se siente bien.

También admito que este tipo de eventos me hace sentir hermosa. Hay algo bastante particular sobre vestirte elegante y sentirte bien. Ya sabes, te pones bragas de encaje y te sientes poderosa, sexy. Usas un vestido de seda realzando tus curvas y te sientes femenina y a gusto, como si no quisieras quitarte el vestido nunca.

No es el caso de los zapatos de tacón. Los domino bien, pero no son mis favoritos.

Tomo otro canapé mientras observo a las personas alrededor conversar, todos parecen a gusto. Laura y Chantel hicieron un buen trabajo. Claudia se encuentra con Robert a su lado mientras conversa con el dueño de la galería, y padre de Claudia, el señor Renette.

Tomo una copa cuando pasa uno de los chicos encargados del servicio. Quizá en poco tiempo debería irme, me apetece relajarme y ver alguna película en la comodidad de mi cama.

—Hola.

Me sobresalto y un poco de bebida cae al suelo.

—Lo siento, no pretendía asustarte.

—Llegar de espaldas a alguien y susurrar «hola» es el ingrediente perfecto para asustar.

—Lo siento. —Se ríe—. Solo quería hablarte.

Alzo la vista encontrándome con unos ojos marrones y un rostro muy masculino. Lo reconozco, es uno de los arqueólogos importantes del lugar y no precisamente el más joven. Quizás unos cuarenta años si las sutiles canas en su cabello no me engañan.

—Vale.

—Soy Lysander Beckers.

—Un gusto, Naomi Kanet.

No estrecha mi mano, se inclina y la besa. Con sutileza recupero mi mano porque no me gusta un contacto tan directo e íntimo cuando apenas estoy conociendo a una persona, eso me pone de los nervios.

—¿Cuál es tu función en la galería?

—Estoy en el departamento de restauración.

—Por supuesto. Manos finas para un trabajo tan importante y delicado.

—Muchos aquí están delirando sobre usted, he leído uno de sus trabajos de investigación y visto muchas de las piezas que ha encontrado.

—Eso me alegra. Me apasiona.

Ah, ya, un hombre apasionado. Qué bien.

En un principio estoy tensa porque por muy conocido que sea en su área, para mí resulta un desconocido, es un hombre más grande que yo y una parte de mí me advierte que así como está siendo un caballero podría transformarse en cuestión de segundos. Como Ronald. Pero pasados los minutos, estoy muy cautivada por sus historias y explicaciones, es como nutrirse de conocimientos. Hago preguntas que él responde y me hace reír en unas pocas ocasiones.

Sin darme cuenta los minutos pasan y se convierten en al menos una hora. Él comienza a coquetear de forma leve, como si intentara no asustarme y no lo hace, pero estoy confusa sobre si me interesa recibir sus halagos.

Cuando alguien llama su atención y me dice que regresa en breve, lo espero unos quince minutos, pero luego llego a la conclusión de que quiero irme a casa y me marcho.

No es fácil conseguir un taxi y cuando lo hago no puedo evitar quitarme los zapatos de tacón. Pago y bajo descalza tarareando una canción. Entro a mi edificio, subo en el ascensor y siento alivio cuando abro la puerta de mi apartamento.

Cierro la puerta y apenas doy dos pasos siento un papel debajo de mi pie descalzo. Me agacho y tomo la hoja:

No me gusta lo que estás haciendo, Omi.

Nivel de molestia: 5.8.

No más.

No me hagas llegar a 10.

Son letras impresas, pero me tiembla el cuerpo. Porque lo sé, una parte de mí lo sabe.

De repente, empiezo a jadear y a sudar y observo toda mi casa recargando la espalda en la puerta.

¿Él está aquí? ¿Saldrá de algún lugar y me matará?

—¡Vete! ¡Vete! —grito a la nada mientras mi cuerpo se estremece—. Por favor, déjame. Vete.

Comienzo a llorar mientras me deslizo hasta el suelo. Me abrazo las piernas sintiendo la seda del vestido bajo mis manos. El vestido que hasta hace poco me hacía sentir hermosa, ahora me hace sentir insegura, como si le diera fácil acceso para atacarme.

No quiero estar sola.

Estoy asustada.

Va a venir por mí.

Él vendrá.

Con la mano temblorosa, saco del bolso mi celular y toco el marcado rápido. Tiemblo mientras espero a que conteste. Derramo lágrimas, pero no hay sollozo. Él podría escucharme.

—¿Hola?

—No quiero estar sola. —Mi voz tiembla—. ¡Está molesto! Vendrá por mí.

—¿Naomi? ¿Qué sucede?

—Ronald vendrá por mí. Está enojado. Nivel cinco, si llega a diez va a matarme. ¡Me lo dijo! ¡Me lo dijo antes!

—Bonita, respira, no llores. —Ahora suena preocupado—. ¿Dónde estás?

—En mi apartamento, estuvo aquí. ¿Y si está oculto? ¿Y si vuelve? Va a matarme. Está enojado.

—No está en tu apartamento. No está. Repítelo.

—No… No está en el apartamento.

—Cierra bien la puerta, pasa la llave. No abras a nadie. Cuando toque preguntarás quién es y solo abre cuando te diga que soy yo. Estoy bajando… Estaré pronto en el auto y entonces iré. Iré contigo.

—No quiero estar sola.

—No estás sola. Me mantendré al teléfono. Estoy saliendo ya del edificio.

—No cuelgues.

—No, no, bonita. Me mantendré aquí contigo. Ahora, pasa la llave.

Me pongo de pie y mi mano temblorosa tras el segundo intento logra insertar la llave para pasarla.

—Ya… Ya lo hice.

—Bien. Ya estoy en camino. Estoy rompiendo el límite de velocidad, pero será nuestro secreto.

—No le diré a nadie.

—Bien, bonita. Nuestro secreto.

—¿Y si vuelve?

—Yo llegaré primero a ti, lo prometo.

No puedo evitar llorar de impotencia y terror. Aun puede hacerme daño. Él aun me hace daño. Tomo la nota en mi mano libre y cierro mis dedos alrededor de ella.

»Por favor, no llores, por favor.

—Lo odio. Lo odio. Lo odio tanto.

Comienza a contarme sobre la primera vez que condujo bicicleta, está distrayéndome. Casi quiero reír cuando dice que por pocos centímetros no golpeó a Doug con la bicicleta mientras aprendía, pero que igual Doug lloró y se arrojó al suelo diciendo que estaba herido. Reiría, pero tengo tanto miedo.

—Estoy estacionándome.

Me pongo de pie y recargo mi frente de la puerta. Escucho su respiración agitada, pasa al menos un minuto.

—Naomi, estoy aquí. Puedes abrir la puerta.

Abro la puerta desesperada y dejo caer mi celular para arrojarme a sus brazos. Me abraza y con una de sus manos presiona mi cabeza en su pecho. Lloro.

—Estoy aquí. Te dije que llegaría primero a ti.

Me niego a soltarlo mientras lo abrazo con fuerzas buscando seguridad. Llegó a mí primero, llegó primero que él.

»No va a hacerte daño, no lo dejaré. Estoy aquí —repite.

Mantiene un brazo a mi alrededor y con el otro cierra la puerta. Nos guía hacia el sofá y cuando intenta sentarme a su lado, subo a su regazo. No quiero que me suelte.

—¿Qué estás sosteniendo, Naomi?

Noto en ese momento que una de mis manos se encuentra hecha un puño. Con delicadeza me hace abrirla. Toma la nota. La lee en voz baja.

»¿Es él? —pregunta.

—Es Ronald… Cuando… cuando me golpeaba me decía su nivel de molestia, así sabría diferenciar que tan fuerte estaba de recibir su enojo.

—Maldito enfermo. Vamos a guardar esto como evidencia.

La pone sobre la pequeña mesa frente al sofá y luego sus dedos limpian mi mejilla. Comienzo a tranquilizarme, vuelvo a sentirme tranquila.

—Maquillaje a prueba de agua, ¿eh?

—¿Ah?

—No, creo que solo eres tú que incluso llorando sigues siendo preciosa.

Bajo la vista a mi vestido, es como si la gala hubiese sido en un día muy pasado y no hace tan solo unas horas. Luego lo observo a él, está llevando pijama. Un pantalón holgado y una camiseta.

—Estabas durmiendo. Lo siento, solo enloquecí.

—No te disculpes, puedes llamarme siempre que lo necesites.

—Estoy sentada sobre tu regazo. El regazo de mi abogado.

—Será nuestro secreto.

—Otro secreto.

—Podemos tener muchos secretos.

—Había sido una noche estupenda, la gala, la conversación con Lysander, el arte y esto lo arruinó.

—No. No permitas que te arruine lo que fue una gran noche para ti. Te divertiste, te ves hermosa y ahora estás sentada en el regazo de tu atractivo abogado.

Rio mientras que él sonríe, luego ladea su cabeza hacia un lado y pregunta acerca de quién es Lysander.

—Un arqueólogo que estaba en la exhibición, es un hombre muy sabio.

—Ah, qué bueno.

—Pero creo que lo he dejado plantado.

—Buenísimo.

No puedo evitar recargar mi frente de su hombro mientras tomo respiraciones profundas.

—Gracias por venir, Jeremy.

—Eres mi favorita, siempre que me necesites vendré.

—Incluso en pijama.

—Incluso desnudo —declara haciéndome reír. Sus dedos acarician mi espalda y suspiro relajándome.

No decimos más nada y creo que mi agotamiento me hace cerrar mis ojos. Recargo mi mejilla de su hombro y lucho contra el cansancio y ganas de querer dormir.

—Duerme, bonita. Estás a salvo —susurra.

—A salvo —repito dejando de luchar contra el sueño.

Conquistando a Jeremy

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