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Capítulo 4

La ética pentecostal

Con frecuencia se ha señalado que el rigorismo ha sido el piso sobre el que se construyó el edificio de su ética. Ese rigorismo, así se subraya, limitó la santidad a la indumentaria y a la estética de las mujeres, y el testimonio público a un conjunto de prohibiciones, castrando así la conciencia social y política de los creyentes y pulverizando todo intento de participación en la vida pública.

Puede ser cierto que en muchos casos ese rigorismo ético produjo creyentes enajenados de su entorno histórico y una suerte de «idiotas útiles» que legitimaron y sacralizaron regímenes opresivos en distintos contextos históricos. Sin embargo, puede ser cierto también que ese rigorismo ético, separando los prejuicios que pueden haber estado detrás de esa propuesta, apuntaba a delimitar claramente la frontera entre el estilo de vida mundano y el estilo de vida del reino de Dios. Y que, más allá de los prejuicios que resultaron en una separación del mundo que los convirtió en una suerte de «refugio de las masas» o en «extraños» en su propia tierra, indiferentes a los problemas sociales y políticos de su entorno de misión, fue una forma de protesta contra una permisividad mal entendida que desdecía la doctrina bíblica de la santidad y que confundía la santidad con el relajo moral.

¿Dónde se elabora o se articula la ética básica que tienen que informar, formar y transformar la conducta de los creyentes y el testimonio público de la comunidad pentecostal? Una primera explicación está en la relación cara a cara de los creyentes que mutuamente se pastorean o cuidan, se enseñan y comparten lo que Dios está haciendo en su vida. La otra explicación está en el culto, el cual es el espacio común en el que se transmiten los contenidos de la fe y se explica la relación que esos contenidos tienen con el camino de cada día.

El culto se constituye, entonces, en una suerte de espacio de aprendizaje y de laboratorio común en el cual se forja y se modela la conducta que se espera que el discípulo tenga en cada lugar en el que él camina como ser humano de carne y hueso. Y se trata de un espacio en el cual, más que enseñarle un manual de prohibiciones, se le enseña a sentir, pensar y actuar bíblicamente en todo tiempo, para que ya no sean unos despistados sociales, unos ingenuos en los asuntos políticos o una masa de maniobra que el sistema aplaude porque valida con su silencio, su pasividad, su tolerancia y su indiferencia, el engranaje del poder de los señores temporales.

Lo señalado previamente puede explicar por qué la comprensión de la ética social, una ética que se desprende de una comprensión más bíblica de la dimensión pública de la santidad, parece ser bastante diferente actualmente. Esto es así porque existen sectores del movimiento pentecostal que en situaciones sociales y políticas altamente críticas, fueron descubriendo que la defensa de la dignidad humana formaba parte de la misión de la iglesia y que constituía una forma legítima de vivir en el Espíritu. O que en realidades históricas de desmantelamiento paulatino de la legalidad democrática, comprendieron que la defensa del Estado de derecho representaba una forma de dar testimonio de su amor por la vida13.

Lo mismo se puede afirmar con respecto a la presencia cada vez más visible de mujeres pentecostales que insertadas en los movimientos sociales luchan día a día, junto con otras mujeres, contra la pobreza y la falta de oportunidades en una sociedad estamental que ha condenado a los pobres al basural de la historia. Estas experiencias indican que ya no se puede sostener que todos los pentecostales son partidarios de una «huelga social» o que estas iglesias son simplemente espacios de desmovilización social, ya que actualmente existe un número mayor de creyentes y de iglesias cuya comprensión de la ética incluye la dimensión pública de esta, no como un mero apéndice a un recetario de doctrinas asépticas, sino como un estilo de vida que se expresa en acciones concretas de servicio al prójimo, de lucha por la justicia y de defensa de la dignidad humana.

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13 Para mayor información sobre la presencia de creyentes pentecostales en los movimientos sociales, en la lucha contra la pobreza y en la defensa de la dignidad humana, ver los libros Pentecostalismo y Transformación Social (López 2000) El Nuevo Rostro del Pentecostalismo Latinoamericano (López 2002) y La Seducción del Poder (López 2004).

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