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El desarrollo de las terapias relacionales
ОглавлениеEn vista de los desarrollos que presentamos hasta aquí, no debería sorprendernos el crecimiento que se produjo en los últimos años de los abordajes relacionales e intersubjetivos en counseling y psicoterapia del que hemos sido testigos. Por ejemplo, sobre la base del trabajo de Martin Buber, Maurice Friedman (1985) desarrolló una “psicoterapia dialógica” que considera al encuentro entre el terapeuta y el consultante como el núcleo central de la sanación. Del mismo modo, terapeutas feministas de la línea psicodinámica, como Judith Jordan (1991b; 2000), se dedicaron al desarrollo de terapias relacionales en las cuales se considera que la empatía es la clave para el proceso de desarrollo. Recientemente, en el campo de la psicoterapia se produjo un rápido aumento de abordajes “interpersonales” (por ejemplo, Stuart y Robertson, 2003) que se enfocan en ayudar a los consultantes a reflexionar y revisar sus maneras de relacionarse con los demás.
Paralelamente, en los abordajes terapéuticos más convencionales, han empezado a surgir variaciones orientadas a lo relacional. En el campo de la terapia gestáltica, por ejemplo, Richard Hycner (1991; Hycner y Jacobs, 1995) desarrolló una modalidad dialógica, basándose en el trabajo de Martin Buber y Maurice Friedman (1985), que apunta a facilitar que los consultantes desarrollen un encuentro mutuo con su terapeuta. También surgieron enfoques relacionales dentro del análisis transaccional (Hargaden y Sills, 2002). Aun en el campo cognitivo-conductual, considerado tradicionalmente como una de las terapias menos orientadas a lo relacional, los factores interpersonales son considerados cada vez más como elementos de cambio en sí mismos y no solamente como vehículos para aplicar diferentes técnicas (Giovazolias, 2004). A este respecto, también se reconoce cada vez más que las técnicas cognitivo-conductuales solo son efectivas en la medida en que se basan en una buena alianza de trabajo entre el terapeuta y el consultante (Grant et al., 2004).
Sin embargo, los movimientos más sorprendentes hacia una terapia más relacional e intersubjetiva se produjeron en el campo de la terapia psicodinámica y psicoanalítica (ver Mitchell, 2000, para un panorama muy completo al respecto). En este ámbito, escribe Daniel Stern, el pensamiento actual “ha recorrido una gran distancia, en los últimos tiempos, desde la psicología unipersonal hasta la psicología bipersonal” (Stern, 2004: 77). Mitchell se refiere a esto como “el giro hacia lo relacional” (Mitchell, 2000: xiii). Tales son los avances en este campo que ya existe la Asociación Internacional de Psicoanálisis y Psicoterapia Relacional (International Association of Relational Psychoanalysis and Psychotherapy) y una revista sobre las perspectivas relacionales, Psychoanalytical Dialogues (Diálogos psicoanalíticos). Saliendo un poco del pensamiento psicoanalítico clásico, los psicoanalistas orientados a lo relacional, como Darlene Ehrenberg (1992), Daniel Stern (2004) y Robert Stolorow y sus colegas (1987), coinciden en que los psicoterapeutas no deben ser considerados como “pantallas en blanco” en las que el consultante proyecta su subjetividad, sino como verdaderos seres humanos que interactúan con sus clientes en sentido bidireccional. Estos avances dieron lugar a cambios con respecto a la conceptualización de la práctica terapéutica, con un mayor énfasis en la exploración de las interacciones del aquí y ahora y la creación de una relación mutua, cálida y cooperativa. La importancia de estos cambios es tal que, en algunos casos, los psicoanalistas han estado dispuestos a rechazar algunos de los principios fundamentales del psicoanálisis. Ehrenberg, por ejemplo, escribe que “para algunos pacientes, el hecho de que alguien esté dispuesto a escucharlos, que esté interesado en su experiencia, en conocerlos, que sea capaz de disfrutar el hecho de estar con ellos y deseoso de permanecer aun en los momentos difíciles puede ser mucho más significativo que cualquier interpretación” (Ehrenberg, 1992: 23).
Desde el punto de vista del enfoque centrado en la persona, es alentador ver a tantos terapeutas volcarse a este enfoque relacional (aunque la poca frecuencia con que se reconoce o se hace referencia a escritos sobre el enfoque centrado en la persona resulta frustrante; ver Bott, 2001). En gran medida, la terapia centrada en la persona puede ser considerada como la terapia relacional original: una en la que la relación terapeuta-consultante se considera la base del cambio terapéutico (Rogers, 1957). Sin embargo, como ya dijimos, al mismo tiempo hay elementos en el abordaje clásico de la terapia centrada en la persona que no son tan coherentes con la postura dialógica intersubjetiva. Las ideas de Rogers estaban inevitablemente teñidas por la mirada moderna y la cultura de su época, y muchas de sus creencias como, por ejemplo, que el desarrollo personal implicaba lograr una mayor autonomía y autodirección (Rogers, 1961), revelan un punto de partida fuertemente individualista. En el campo del enfoque centrado en la persona también hay una tendencia a centrarse en las experiencias y la comunicación del terapeuta hacia el cliente (por ejemplo, la empatía y la consideración positiva) (Rogers, 1957) más que en el encuentro mutuo, bidireccional entre el terapeuta y el consultante. Esta es una de las razones por las que muchas de las investigaciones en el campo de la psicoterapia se alejaron de la investigación de las condiciones básicas porque, en realidad, es la alianza terapéutica entre el terapeuta y el consultante la que generalmente permite predecir mejor los resultados positivos de la terapia.
En los últimos años, sin embargo, se han visto avances hacia una terapia centrada en el cliente más dialógica e intersubjetiva. A la vanguardia de estos desarrollos está el terapeuta austríaco Peter Schmid (2001a; 2001b; 2002; 2003), quien se apoya en el trabajo de Martin Buber, así como también en el del filósofo francés Emmanuel Levinas (1969), para proponer que el corazón del acercamiento centrado en la persona es un encuentro dialógico. Dave Mearns y Brian Thorne (2000) también comenzaron a alejarse del énfasis que ponían en la realización individual hacia una mayor aceptación de la necesidad de realizarse en las necesidades sociales e interpersonales. Al mismo tiempo, Mick Cooper (2005), y otros pocos terapeutas centrados en la persona y experienciales (por ejemplo, van Kessel y Lietaer, 1998) comenzaron a investigar las dinámicas interpersonales desde la mirada centrada en la persona. El trabajo de Dave Mearns sobre profundidad relacional (1997c; 2003a) es, obviamente, otro intento de desarrollar las dimensiones relacionales e intersubjetivas de la práctica centrada en la persona. Y en este libro esperamos realizar una incursión aún más seria, hacia la terapia centrada en dos personas.
En el campo de la terapia existencial sucede algo similar; en gran medida, los fundadores del movimiento de terapia existencial, como Rollo May, Medard Boss y R. D. Laing, están entre los primeros profesionales que propusieron que el encuentro genuino entre terapeuta y cliente constituye el centro de una verdadera relación sanadora (ver Cooper, 2003a). A la vez, los escritos de muchos de los terapeutas existenciales –particularmente terapeutas humanistas-existencialistas estadounidenses como Irvin Yalom (1980)– transmiten un profundo sentimiento individualista, enfatizando la “inexorable soledad” del ser humano y la necesidad de la gente de despegarse de los demás. Sin embargo, recientemente en el Reino Unido, terapeutas existenciales como Ernesto Spinelli (1997; 2001), desarrollaron una modalidad de práctica más intersubjetiva en la cual el terapeuta se atreve a entrar en el mundo de relaciones del consultante y a utilizar la relación terapéutica como medio para explorar la manera como el consultante interactúa y experiencia a los otros. Es interesante observar cómo, en los últimos tiempos, terapeutas existenciales como Irvin Yalom también parecen estar poniendo más énfasis en la interrelación humana y en el encuentro terapéutico (ver su excelente colección de “consejos” para terapeutas, Yalom, 2001), y menos en la “soledad primordial” del ser humano.