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PREFACIO

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Mick: Una noche, cuando tenía 9 o 10 años, mis padres me obligaron a ir a cenar a la casa de unos amigos. No me gustaban mucho los amigos y mucho menos verme privado de mis horarios de televisión, pero cuando llegué enseguida me atrapó uno de los juegos que los dueños de casa habían sacado para que mi hermana y yo nos entretuviéramos. Era un tablero de plástico con ranuras y el juego consistía en insertar unas piezas en ellas para que formaran un engranaje: si una pieza giraba, todas lo hacían. Todavía recuerdo esa sensación de las ruedas girando juntas –ese sentido de compromiso y conexión– y cómo contrastaba con la soledad de una rueda girando sola. Cuando comencé a ejercer el counseling, recordé lo sucedido esa noche por el sentimiento puro de conexión que experienciaba con algunos de mis consultantes. No ocurría todo el tiempo, pero por momentos sentía que estaba profundamente conectado con mi consultante; comprometidos, entrelazados, engranados. Era como si cuando yo “giraba”, eso afectara a mis consultantes y cuando ellos “giraban”, me afectaran a mí; y aunque en esos momentos el ritmo del trabajo terapéutico era mucho más lento, percibía una profunda sensación de contacto humano genuino. Por lo general, después de esos encuentros salía muy feliz de la sesión, en parte aliviado porque realmente parecía estar disfrutando mi nueva carrera, pero también por la percepción de que en esos momentos de encuentro parecía estar ayudando a mis clientes de una manera muy profunda. Muchos años más tarde, después de muy diversas excursiones teóricas y empíricas, soy consciente de que este deseo de conectarme con mis consultantes sigue siendo el corazón de mi trabajo terapéutico: me parece que nada tiene mayor potencial de sanación.

Dave: “¡Diablos, deja ya de quererme!” gritó Peter, con una voz no lo suficientemente fuerte como para que alguien lo escuchara aunque, esa mañana de sábado, la escuela “Lista D”1 estaba vacía, con excepción de algunos miembros del personal doméstico, Peter –que ese día cumplía 14 años–, y yo.

Yo sabía que era su cumpleaños y que él lo iba a “celebrar” solo, excepto por mi saludo y la caja de caramelos que le había llevado. Los otros 94 chicos habían salido con permiso de fin de semana –el 75% para ir a la casa de sus padres y los otros con parientes o amigos. Algunos de los muchachos no tenían a dónde ir, pero se iban con compañeros. Peter solía recibir invitaciones, pero como siempre se había negado, dejaron de invitarlo. “No me gustan las familias; al diablo con sus familias”, decía. Su opinión sobre las familias era esperable: su padre estaba condenado a cadena perpetua por matar a su madre.

Traer los caramelos había sido un error de juicio, y a la vez no lo había sido. Peter lo había experienciado como “una muestra de amor” hacia él, cosa que no quería, o al menos una parte suya no lo deseaba. Otra parte suya comenzó a devorarse los caramelos y me ofreció uno.

Ése fue el comienzo de lo que para ambos fue “el día de Peter”. Le dije que estábamos obligados a estar juntos todo el día porque yo era el único miembro del personal que estaba de guardia y él era el único muchacho. Le pregunté qué quería hacer, sabiendo que iba responderme el habitual: “ni idea”; cualquier otra cosa habría sido dar demasiado. “No, en serio”, le dije, “vamos a hacer cualquier cosa que quieras, siempre que sea posible y legal”. Tenía sentido agregar “legal” ya que, a pesar de su corta edad, Peter tenía 27 condenas previas, que solo registraban sus “fracasos”.

Me miró directamente a los ojos; en verdad yo le agradaba mucho y él a mí. Pero el secreto era no mostrarlo abiertamente, por lo cual los caramelos le habían molestado un poco. “¿Cualquier cosa?”, repitió. “Cualquier cosa”, confirmé. “Ok”, dijo, “primero iremos a tu Unión de Estudiantes y jugaremos billar y luego al mediodía iremos al bar”. De sus labios asomó una sonrisa presuntuosa. “Ok, al café”, dijo. “Luego iremos al partido”. Por un momento me pregunté si estaba preparado para aceptar la idea de ver jugar a mi equipo de fútbol, pero fue una falsa esperanza; tenían que ser los Glasgow Rangers, por supuesto. Había con ello un pequeño problema porque el partido era contra los Celtics y seguramente las entradas estarían agotadas. “Después del partido, podemos cenar en un restaurante elegante y luego ir al casino… ¡Bueno, me conformo con cenar fish supper2 y volver al colegio!”. Una de las cosas que Peter y yo disfrutábamos juntos era nuestro sentido del humor.

El día fue estupendo. Algunos de los estudiantes de la Unión miraron despectivamente a este escandaloso chico de 14 años, pero al mismo tiempo seguían observando nuestra mesa y admirando su habilidad para el juego. Me ganó siete a uno; “te regalé uno”, dijo, “me diste lástima”. “Lo gané con todas las de la ley”, retruqué, “en esa jugada estuve brillante”. La comida en el café estuvo deliciosa, especialmente nuestra competencia para ver quién podía comer más copas de helado –nuevamente ganó Peter– pero esta vez solo cuatro a tres y medio.

En el partido de fútbol me superé a mí mismo y obtuve la admiración de todos, incluyendo a Peter. Avanzamos dejando atrás los molinetes comunes y nos dirigimos hacia los que decían “entradas de cortesía” donde retiramos dos entradas a mi nombre. Temprano esa mañana había llamado a un amigo que jugaba para mi equipo favorito para pedirle dos entradas, pero no para su partido; él llamó a otro amigo, etc. Los tickets eran para las gradas centrales, justo al lado del palco de los directivos. Apenas entramos, Peter se quedó con la boca abierta y la mantuvo así durante la mayor parte de la tarde mientras señalaba a sus héroes lesionados a pocos metros de distancia en el palco de los directivos.

Su equipo ganó 4-2 y comimos nuestros chips de pescado y papas fritas en el camino de vuelta a la escuela, comiendo directamente de la envoltura de papel de diario, como corresponde. Cuando regresamos a la escuela, lo llevé a la sala del personal y tomamos juntos el té; para los muchachos era especial estar allí.

Al final del día estuve junto a su cama como había hecho al comienzo. “Buenas noches, Peter”, dije. “Gracias, Dave”, dijo Peter y me sonrió. Le devolví la sonrisa y me fui rápido antes de que el nudo en la garganta llegara a mis ojos.

Personas como Peter me enseñaron mucho sobre psicoterapia aún mucho antes de convertirme en terapeuta. No importa cuán “dañadas” estén, siempre hay una parte de ellos, a veces una muy pequeña, que quiere relacionarse y hasta quiere ser amada. El secreto es encontrarse con ellas en sus propios términos.

A lo largo del tiempo y del espacio y bajo distintas apariencias, filósofos (por ejemplo, Buber, 1947), psicoterapeutas (como Laing, 1965; Schmid, 2002) y muchos otros pensadores (como Bohm, 1996) intentaron describir un modo de relacionarse en profundidad en el cual dos individuos experiencian una gran sensación de conexión entre ellos. Martin Buber, el filósofo existencial judío, por ejemplo, escribió sobre momentos de “diálogo genuino” en los cuales “cada uno de los participantes realmente tiene en la mente al otro o a los otros en su ser presente y particular y se dirige a ellos con la intención de establecer una relación viva y mutua” (Buber, 1947: 37). Judith Jordan, psicoterapeuta feminista, también escribió sobre momentos de “mutua intersubjetividad” en los cuales:

Uno está afectando al otro y a la vez siendo afectado por él; uno se extiende para alcanzar al otro y también recibe el impacto del otro. Hay una apertura a la influencia, disponibilidad emocional y un patrón de respuesta y de afectar al estado del otro siempre cambiante. Hay tanto receptividad como iniciativa activa hacia la otra persona (Jordan, 1991a: 82).

El presente libro habla sobre este contacto tal como se manifiesta en el counseling y la psicoterapia. Trata de aquellas experiencias de compromiso y conexión reales que, como sugieren nuestros relatos autobiográficos, ambos llegamos a considerar –como muchos otros terapeutas contemporáneos (por ejemplo, Ehrenberg, 1992; Friedman, 1985; Hycner, 1991; Jordan, 1991a; Schmid, 2002; Stern, 2004)– el corazón de una relación sanadora.

Puede ser muy difícil poner en palabras dichas experiencias de compromiso. ¿Cómo describir, por ejemplo, los momentos de conexión e intimidad con un consultante durante los cuales las palabras de cada persona parecen fluir del otro y se pierde toda reticencia? Un encuentro de esta naturaleza trasciende el lenguaje, y explicar ese momento puede sentirse como banalizar la intensidad y profundidad de la experiencia. Sin embargo, dejar de hablar de tales experiencias por ser indefinibles sería similar a la actitud del borracho que busca las llaves debajo del farol porque allí hay luz, aun cuando las perdió en otra parte. Sin duda es más fácil operacionalizar y hablar de aspectos de la terapia como “cumplimiento de la tarea”, “niveles de alianza terapéutica”, hasta de “frecuencia de auto revelaciones”, pero nos parece que ninguno de estos componentes capta la verdadera esencia de la terapia. Para nosotros la terapia se trata de un encuentro y una conexión verdaderos con otro ser humano, y aunque tales experiencias son difíciles de poner en palabras, ciertamente vale la pena hacer el intento.

La expresión que usaremos en este libro para describir estas conexiones profundas con otros es “profundidad relacional”. Dave Mearns desarrolló este concepto en textos anteriores (Mearns, 1997c; 2003a). En una conferencia reciente dio a conocer algunos antecedentes de esta expresión:

En 1989, Windy Dryden y yo publicamos un libro titulado Experiencias de counseling en acción, en el que examinamos las vivencias tanto de counselors como de consultantes. Durante la investigación para este libro me sorprendió comprobar que en gran medida la experiencia de ambas partes se mantenía oculta al otro, aun en los casos en que los dos consideraban que el trabajo era “bueno”. Cuando empecé a observar el material de esta “relación no hablada” (Mearns, 1994; 2003a), encontré que allí estaba la mayor parte de lo que era realmente importante para el consultante. El paso siguiente fue explorar las circunstancias en las cuales el cliente podía expresarlo. Encontré una sola respuesta a este interrogante: el consultante solo exponía material realmente importante cuando experienciaba “profundidad relacional” con su counselor o terapeuta. Aunque es una búsqueda emocionante –explorar y desarrollar la profundidad relacional– el corolario de este descubrimiento no es muy tranquilizador: gran parte de lo que “normalmente” sucede durante el counseling y la terapia apenas roza la superficie (Mearns, 2004c).

A los fines de este libro, usaremos la siguiente definición de profundidad relacional:

Un estado de profundo contacto y compromiso entre dos personas, en el cual cada una es profundamente real con el Otro y es capaz de comprender y valorar en muy alto nivel las experiencias del Otro.

Al usar el término “profundidad” en este contexto no queremos implicar un modelo objetal del “sí mismo” en el cual se considera que la persona tiene un “núcleo interno” profundo. En realidad, desde el punto de vista fenomenológico e intersubjetivo (ver capítulo 1), la idea de que las experiencias se encuentran “dentro” de la persona es muy problemática (ver Boss, 1963; Cooper, 2003a: 37-9). En cambio, con “más profundo” nos referimos a aquellas cosas que son, desde el punto de vista fenomenológico, “más verdaderas” y “más reales” para alguien: que coinciden más plenamente con la realidad de sus experiencias vividas. También deberíamos señalar que no queremos asignar juicio de valor alguno a la palabra “profundidad”; no la consideramos superior a las maneras de ser o relacionarse más “formales”. Por supuesto, ambas ocupan un lugar importante en las vidas humanas. Lo que sostendremos, sin embargo, es que cierta profundidad en las relaciones es esencial para el funcionamiento humano óptimo, como también suele ser clave para el proceso terapéutico.

En este libro usaremos la expresión “profundidad relacional” para referirnos tanto a momentos específicos de encuentro como a la cualidad particular de una relación. En otras palabras, así como podemos utilizar el término “intimidad” para referirnos tanto a una experiencia específica (por ejemplo, “Anoche sentí gran intimidad con John”) como a un tipo particular de relación (por ejemplo, “Mi relación con John ha sido siempre muy íntima”), también usaremos “profundidad relacional” en ambos sentidos. En el primer sentido generalmente usaremos palabras como “momentos”, “ocasiones”, “experiencias” de profundidad relacional. Al respecto, lo que entendemos por momentos de profundidad relacional es similar a lo que Stern (2004) denomina “momentos de encuentro” y también tiene mucha similitud con la noción de Buber (1947; 1958) de “diálogo” y de actitud “Yo-Tú”. En el segundo sentido, sin embargo, profundidad relacional describe no solo un momento específico de encuentro, sino una sensación perdurable de contacto e interconexión entre dos personas. Habrá muchos momentos de profundidad relacional, pero también es probable que haya instancias de contacto menos intenso. Además, cuando entre dos personas existe profundidad relacional, hay una conexión entre ellas que se da independientemente de los momentos específicos de proximidad física. Entonces, por ejemplo, si existe profundidad relacional entre mi hermana y yo, puedo tenerla en mente como una presencia positiva y valiosa; incluso, podría sentir su calidez y comprensión aun cuando ella no está presente.

Dada nuestra definición de profundidad relacional, es importante destacar que la consideramos un fenómeno relevante para todo el espectro de encuentros humanos y no nos limitamos a la relación terapeuta-consultante. Por lo tanto, aunque este libro se enfoca principalmente en la profundidad relacional en el contexto terapéutico, lo consideramos solo uno de los ámbitos dentro de los cuales pueden producirse dichos encuentros profundos.

El propósito de este libro es explorar la naturaleza de la profundidad relacional y delinear una práctica profesional entre cuyas principales características se encuentre esta forma de relación. Aunque, como autores, provenimos del campo de la terapia centrada en la persona y el enfoque existencial, consideramos fundamental el concepto de “profundidad relacional” para el trabajo de terapeutas de diversos enfoques y escribimos este libro teniendo presente dicha diversidad. Resulta fascinante ver la creciente cantidad de profesionales psicodinámicos y cognitivos moviéndose en esta misma dirección (ver capítulo 1).

Desde el punto de vista del enfoque centrado en la persona, nuestra meta es esbozar y desarrollar una concepción dialógica particular a la terapia centrada en la persona. Esta es una “terapia centrada en dos personas”, o lo que Godfrey Barrett-Lennard (2005), el distinguido autor e investigador de este enfoque, ha llamado recientemente “una psicoterapia relacional centrada en la persona”. Es una perspectiva en la cual el eje básico del trabajo no consiste en mantener una actitud no directiva (ver “terapia clásica centrada en la persona”, Grant, 2004; Merry, 2003) ni en facilitar el cambio emocional per se (ver “terapia experiencial de procesos” y “terapia centrada en la emoción”, Elliot et al., 2004; Greenberg et al., 1993), sino en encontrarse profundamente con la persona y sostener dicha profundidad en la relación.

Aunque esta manera de trabajar puede ya estar implícita en los objetivos profesionales de muchos terapeutas centrados en la persona –quizás particularmente en el Reino Unido– creemos que es hora de hacer más explícita esa postura, como lo están haciendo terapeutas de esta corriente como Peter Schmid (2001a) y Godfrey Barrett-Lennard (2005). Por último, al desarrollar dicha perspectiva dialógica en la terapia centrada en la persona, creemos que se pueden incorporar al mundo del Enfoque Centrado en la Persona algunos de los desarrollos contemporáneos más interesantes en filosofía, psicología y psicoanálisis, así como crear valiosos puentes con otros enfoques relacionales y posmodernos del counseling y la psicoterapia.

El libro está dividido en nueve capítulos. En el capítulo 1 presentaremos una selección de conclusiones contemporáneas del campo de investigación en psicoterapia, así como desarrollos recientes en los campos de la filosofía, la psicología evolutiva y la psicoterapia misma, que sugieren que, para la mayoría de los consultantes, la calidad de la relación terapéutica es probablemente un factor clave en el éxito de la terapia. En el capítulo 2 analizaremos un punto de vista similar pero desde la perspectiva de la “psicopatología”. Creemos que muchas formas de angustia psicológica provienen de –o están compuestas por– una carencia de compromiso interpersonal íntimo, por lo cual un profundo encuentro relacional en terapia puede ser un elemento esencial para el éxito del tratamiento. En el capítulo 3 revisaremos cómo pueden ser esos momentos de profundo contacto entre cliente y counselor; y en el capítulo 4 dedicaremos nuestra atención a la clase de relación terapéutica que se caracteriza por una perdurable sensación de profundidad relacional. En los capítulos 5 y 6 presentaremos ejemplos de trabajo terapéutico al nivel de profundidad relacional a través del estudio de dos casos; en el capítulo 7 veremos cómo los terapeutas pueden facilitar encuentros de esta naturaleza. En el capítulo 8 ampliaremos esa mirada para aplicarla a la agenda de desarrollo personal del profesional, y en el capítulo 9 concluiremos analizando algunas de las implicaciones de nuestro análisis.

Como autores, nuestras relativas fortalezas, intereses y experiencias facilitaron que cada uno participara más activamente en diferentes aspectos del libro. Dave Mearns, con su amplia experiencia como terapeuta centrado en la persona, docente, supervisor y escritor, trabajó en los capítulos más prácticos (5, 6 y 7) y el análisis final (capítulo 9). Mick Cooper, por su parte, con su formación en terapia existencial y su interés en la investigación del diálogo, la intersubjetividad y la psicoterapia, se ocupó de los capítulos más teóricos y empíricos (1, 2 y 3), así como del capítulo 7. Cabe destacar que el borrador del capítulo 4, que sugiere que la profundidad relacional puede ayudar a los consultantes a explorar sus problemas y preocupaciones existenciales, fue escrito primero por Dave Mearns. Cada uno de los capítulos fue revisado varias veces por ambos autores, por lo que el producto final es por completo un esfuerzo conjunto.

Como parte de la preparación para este libro realizamos entrevistas cualitativas en profundidad (Kvale, 1996) a ocho experimentados terapeutas y docentes centrados en la persona. Les preguntamos sobre sus experiencias de encontrarse con sus consultantes a nivel de profundidad relacional y también acerca, por ejemplo, de su manera de experienciar a sus consultantes en esos momentos y lo que consideraban el valor terapéutico de esos encuentros. La información surgida de este estudio se presenta principalmente en el capítulo 3, aunque las respuestas de nuestros entrevistados forman parte de diversos aspectos de este libro.

Para asegurar un total anonimato, cambiamos todas las características que pudieran identificar a los consultantes presentados en este libro y, en algunos casos, los “consultantes” son en realidad una amalgama de diferentes historias de casos. Cuando se usa extensamente el “relato” de una persona, en todos los casos, excepto en uno, consultamos con ella y le propusimos elegir otro nombre. Enfatizamos el hecho de que cambiamos todos los nombres para evitar que alguien crea, erróneamente, reconocerse.

No distinguimos entre los términos “counseling” y “psicoterapia” porque todo lo dicho se puede aplicar a cualquiera de ambas actividades en la mayoría de sus enfoques. En cuanto a nosotros, podemos decir que nos hace igualmente felices ser conocidos como “counselors” o como “psicoterapeutas”, reconociendo que los diferentes rótulos tienden a referirse a la diversidad de contextos más que a prácticas diferenciadas.

Estamos muy agradecidos a Helen Cruthers, Suzanne Keys y Gill Wyatt por sus feedbacks sobre el primer borrador, y a Tessa Mearns, Rachel Owen, Heather Robertson y Norma Craig por el extraordinario apoyo logístico brindado durante la escritura de este libro. Del mismo modo, agradecemos muchísimo el tiempo y esfuerzo que nuestros entrevistados nos concedieron para la investigación. Nos gustaría agradecer también a nuestros supervisados, estudiantes y consultantes a lo largo de los años, ya que han desempeñado un importante rol al ayudarnos a desarrollar las ideas y las prácticas que aquí presentamos. Finalmente queremos expresar nuestra gratitud a Alison Poyner, Louise Wise, Joyce Lynch y otros miembros del equipo de SAGE Publications quienes, como siempre, nos brindaron el indispensable nivel de apoyo, aliento y profesionalismo mientras escribimos este libro.

Dave Mearns y Mick Cooper

Febrero de 2005

1 En Inglaterra, una escuela “Lista D” es una especie de reformatorio para jóvenes delincuentes. (N. de T.)

2 Los chips de pescado (fish suppers o fish chips) son una popular comida rápida británica consistente en pescado frito con papas fritas; se venden envueltos en papel de diario. (N. de T.)

Trabajando en profundidad relacional

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