Читать книгу La vida de José - David Burt - Страница 17
1. El informe de José (37:2)
ОглавлениеJosé era de diecisiete años y apacentaba las ovejas con sus hermanos. El joven estaba con los hijos de Bilha y Zilpa, mujeres de su padre, y José informaba a su padre la mala fama de ellos (37:2).
En los once primeros versículos del capítulo 37 de Génesis, se nos explican las razones que llevaron a los hermanos de José a tenerle envidia. Se mencionan tres: los informes negativos que José dio a Jacob acerca de los hijos de Bilha y de Zilpa (37:2), el claro favoritismo de Jacob (37:3-4) y los sueños de José (37:5-11). Cada una de estas razones se presta a una lectura que deja en mal lugar a José. Es posible ver en él a un joven chivato (a causa de sus informes), mimado (debido a la predilección de Jacob) y arrogante (por su relato de los sueños). Sin duda, los hermanos, para justificar su antagonismo, hablaron de él en estos términos.
Sin embargo, esta lectura negativa nunca llega a ser explícita en el texto bíblico. Al contrario, las Escrituras suelen contemplar a José como un miembro especialmente escogido de su familia,13 esperan que nos solidaricemos con él en su lealtad a su padre y a la herencia familiar, y que consideremos su narración de los sueños como un acto de fidelidad a la revelación de Dios (ver Salmo 105:19). Por eso, haremos bien en concentrar nuestra atención en la clara culpabilidad de los demás hermanos y los injustos padecimientos de José, no en la posible inmadurez de este.
Los hermanos, José incluido, habían seguido en el oficio de su padre: ellos, como Jacob, eran pastores. Viviendo como nómadas, no se dedicaban a la agricultura, sino que, a cambio de sus productos ganaderos, comprarían a los vecinos de la tierra el grano, las hortalizas y los demás productos agrícolas. En aquel entonces, los cananeos habitaban las ciudades mencionadas en estos relatos (Siquem, Dotán, etc.), pero había escasa población en la campiña, lo cual hizo posible que los pastores trashumantes errasen sin impedimento por las colinas centrales de Palestina.2
A estas alturas, podemos suponer que el rebaño familiar era muy grande. Ya lo había sido cuando Jacob salió de casa de Labán, pues 30:43 dice que tuvo grandes rebaños (cf. 31:18; 32:4-5). De hecho, eran suficientes como para dividirlos en dos campamentos (32:7). Según 32:13-15, el regalo que le hizo a Esaú incluía 200 cabras, 20 machos cabríos, 200 ovejas y 20 carneros. Desde entonces, la familia había conocido más años de prosperidad. Además, es posible que, cuando Isaac murió (35:27-29), una parte de sus rebaños se incorporaran a los de Jacob y es seguro que la familia se apropió los de Siquem (34:28). Todo hace pensar que, para manejar bien estos rebaños tan grandes y para encontrarles adecuados pastos, tenían que colaborar todos los hermanos (37:12). Solían dividir los rebaños entre ellos y se encontraban todos juntos solamente en momentos determinados (por ejemplo, 37:12-17). Jacob, por supuesto, se quedaba en casa (es decir, en Hebrón; cf. 35:27, 37:1 y 37:14), tanto a causa de su vejez como de su cojera. En esta ocasión, José se encontraba con aquella parte del rebaño que estaba bajo el cuidado de los hijos de Bilha y Zilpa; es decir, se encontraba con Dan y Neftalí, y con Gad y Aser. Estos eran los hijos de menor rango dentro de la jerarquía familiar, a los que hemos llamado hermanos “de tercera y cuarta categoría”. Habían sido expuestos a mayor peligro en el encuentro con Esaú (33:2), tratados como si a Jacob le diera igual que fueran matados o secuestrados. Nos imaginamos que eran hombres con un gran complejo de inferioridad, llenos de resentimiento contra su padre y, probablemente, contra el mimado de su padre. También es posible que este resentimiento los impulsara a llevar a cabo sus tareas de manera mediocre y con desgana.
De todo esto, José informó puntualmente a su padre. Cuando el texto dice: José informaba a su padre la mala fama de ellos, no debemos apresurarnos a entender esta frase como si fuera la denuncia de un chismoso. Sería un error juzgar esta historia conforme a los criterios del siglo XXI, que conceden más importancia a la solidaridad del grupo que a la lealtad a los padres. Nuestra generación se caracteriza por su poco respeto a la autoridad, ya sea la de los gobernantes en la sociedad, de los padres en la familia o de los pastores en la iglesia. Para nosotros, el joven dispuesto a sufrir perjuicios antes de delatar a un compañero es quien muestra un comportamiento ejemplar y loable. En cambio, para el pensamiento judío, era reprensible callar cuando uno tenía la obligación de hablar. Sirva como botón de muestra de ello el veredicto de Levítico 5:1: Si alguien es llamado a testificar de algo que vio o supo, y no lo denuncia, comete pecado y cargará con la culpa.14 Las Escrituras nunca nos animan a practicar la calumnia gratuita, pero, como mínimo, esperan que sopesemos bien los méritos respectivos y las consecuencias negativas de callarnos y de hablar. Y, cuando nuestro silencio es perjudicial para terceras personas, esperan que hablemos. En tales casos, no hablar es compartir el pecado que no hemos querido delatar.
Ahora bien, la mala actitud de los hermanastros perjudicaba al patrimonio familiar. Al denunciarlos, José cumplía con su obligación como hijo. Además, debemos entender que, más que reflejar una mala actitud hacia sus hermanos, las palabras de José revelan los poderosos vínculos de compenetración y afecto que existían entre él y su padre. Durante la niñez y juventud de sus otros hijos, Jacob había estado constantemente fuera de casa atendiendo a los rebaños. Pero durante la niñez de José, es probable que hubiera guardado la casa, impedido por la cojera. Padre e hijo habían buscado consuelo el uno en el otro después de la muerte de Raquel y ahora disfrutaban de una unidad entrañable. Para ellos, el uno era el padre venerado, y el otro, el hijo amado. En cambio, para los demás hermanos, y especialmente para los hijos de las concubinas, Jacob era una persona algo distante, apenas más que un jefe. Los mandaba a trabajar, pero no les mostraba el afecto de un padre; los reprendía y se quejaba de ellos, pero no les decía palabras tiernas de aprobación. Ellos, por su parte, respondían con actitudes rebeldes y desleales.