Читать книгу La vida de José - David Burt - Страница 6
GÉNESIS 37 A 50
ОглавлениеLas generaciones de Jacob (37:2)
Esta es la genealogía de Jacob: José era de diecisiete años…
La “historia de José”, hijo de Jacob, bisnieto de Abraham, primer ministro de Egipto1 y uno de los grandes héroes de la fe, se encuentra en los capítulos 37 a 50 del libro de Génesis. Es cierto que otros pasajes bíblicos hablan de él, notablemente el Salmo 105 y el discurso de Esteban en Hechos 7, pero no añaden ninguna información nueva a lo que se nos dice en los catorce últimos capítulos de Génesis. Estos capítulos suelen ser considerados como la “historia de José” y, desde luego, él es su principal protagonista. Algunos de estos capítulos (39, 40, 41, 50) son claramente suyos. Sin embargo, sería más correcto decir que estos capítulos contienen la historia de José. Antes de adentrarnos en ellos, conviene hacer algunas observaciones para matizar el protagonismo de José.
En primer lugar, debemos observar que el mismo texto de Génesis indica que esta sección del libro trata de la genealogía de Jacob (37:2).2 En realidad, estos capítulos constituyen la última división genealógica del Libro de Génesis: la de la historia de Jacob y sus hijos.3 José, por tanto, solo es uno entre muchos protagonistas. Esto se ve en que:
1 La historia de José está estrechamente vinculada a la de sus hermanos, por lo cual estos capítulos narran la historia de todos los hijos de Jacob, no solo la de José. Los hermanos son la causa del cautiverio de José en Egipto. Ellos, tanto o más que José, protagonizan el largo episodio del hambre, de los viajes a Egipto, de la revelación de José y del establecimiento de la casa de Jacob en Egipto (capítulos 42-46). Ellos son objeto de las bendiciones de Jacob (capítulo 49). Hasta tal punto es consciente el autor de estar narrando la historia de los hijos de Jacob, y no solo la de José, que puede introducir en medio un capítulo entero (el 38) dedicado a Judá, en el cual José no figura para nada. Es más exacto, pues, decir que estos capítulos cubren la historia de las generaciones de Jacob, no únicamente la historia de José.
1 Jacob actúa como patriarca y cabeza de la familia hasta su muerte, narrada en el capítulo 49. Aunque José llega a ser primer ministro de Egipto, es él quien se somete a la autoridad de Jacob, no al revés. Estos capítulos cubren la historia de la autoridad patriarcal de Jacob desde la muerte de Isaac (35:27-29). En realidad, se puede considerar este texto como el relato de cómo Jacob alcanzó finalmente la prosperidad (ver 47:27-28).4
De hecho, 37:2 introduce a Jacob como patriarca después de la muerte de Isaac de la misma manera como Génesis 25:19 había introducido a Isaac después de la muerte de Abraham. Existe un estrecho paralelismo (sin duda, intencionado) entre las dos narraciones:
1 En ambos casos, hay una breve explicación de la muerte del patriarca anterior: Abraham (25:7-10) e Isaac (35:27-29).
1 El patriarca en cuestión es enterrado por sus dos hijos: Ismael e Isaac (25:9), Esaú y Jacob (35:29).
1 Siguen las generaciones y el lugar de residencia del hijo que no era según la promesa: Ismael (25:12-18) y Esaú (36:1-43).
1 Solo a continuación viene la historia del hijo de la promesa: Isaac (25:19 en adelante) y Jacob (37:2 en adelante).
1 En ambos casos, el relato que sigue versa más sobre la historia de los hijos del patriarca que sobre el patriarca en cuestión: Jacob es más protagonista que Isaac de los episodios narrados en los capítulos 26 a 35, y José lo es más que Jacob en los capítulos 37 a 50. Sin embargo, en un sentido estricto, continúa tratándose de la historia del padre, no del hijo.
El que Jacob siga ostentando la autoridad familiar y comparta con José el protagonismo se ve con especial claridad en que él es quien bendice a los demás: a Efraín y Manasés (48:1-22); a los doce hijos (49:28); incluso al faraón (47:7, 10). En muchos de los episodios, él es quien tiene la última palabra, aun cuando José es el protagonista principal en ellos. Esto es cierto de la historia de los sueños de José (37:11) y de la venta de José a los madianitas (37:3435). Jacob es quien toma la iniciativa para que los hermanos bajen a Egipto la primera vez (42:1-2) y quien se resiste a que descienda Benjamín con ellos en la segunda ocasión (42:36-43:15). Él mismo es el protagonista de varios incidentes de la narración: el sacrificio en Beer-Seba (46:1-4); el descenso a Egipto (46:5-27); la iniciativa para ser enterrado con sus antepasados (47:29-31; 49:29-33); y la profecía sobre los doce hijos (49:1-27).
Por tanto, aunque iremos entresacando de estos capítulos episodios de “la vida de José”, debemos recordar que el texto bíblico está tratando la historia de las generaciones de Jacob.
La providencia de Dios
En cierto sentido, el principal protagonista de estos capítulos no es José ni Jacob, sino Dios mismo. Hacer de José el héroe absoluto de estos capítulos sería atentar gravemente contra la soberanía divina. José estaría de acuerdo conmigo al hacer esta afirmación y atribuiría el protagonismo a su Dios (ver 45:5-8; 50:20). Quien realmente conducía los hilos de esta historia no fue José, sino el Señor.
Dios cumple sus propósitos a pesar de (y en medio de) las injusticias y tribulaciones humanas, y los cumple siempre en beneficio de su pueblo.5 Convierte la traición y deslealtad de los hermanos de José en el medio para el traslado de este a Egipto. Utiliza la calumnia de la mujer de Potifar para colocar a José en la prisión, donde conocerá al copero a través de cuya mediación será liberado y puesto en la corte del faraón. Y se sirve del hambre que azotó Oriente Medio para la exaltación de José y su reconciliación final con sus hermanos. Y, por si acaso dejáramos de ver la mano de Dios en todo esto, allí están los sueños de José (37:5-11) para demostrar que Dios lo sabía todo desde el principio e hizo cumplir sus propósitos.
Y, sin duda, lo que es cierto de la historia de José, también lo es de nuestras historias personales. Más allá de nuestras circunstancias, de nuestros éxitos o fracasos, de nuestras caídas en desgracia o exaltaciones, está la buena mano de Dios sujetando los hilos de nuestra vida, determinando las circunstancias, dosificando las aflicciones y alegrías, y haciendo que todos estos factores nos ayuden para bien (Romanos 8:28). Hemos llegado a ser lo que somos solamente por la gracia de Dios. Esto no es negar nuestra responsabilidad humana, ni tampoco es cuestionar la sabiduría de José, su paciencia en la aflicción y su nobleza en el triunfo, pero sí es dar la gloria a quien más se la merece. La historia de José es impensable al margen de la buena providencia de Dios.
El pueblo de Dios en Canaán y en Egipto (37:1)
Pero Jacob habitaba en la tierra de Canaán, la tierra de las peregrinaciones de su padre.
Los capítulos 37 a 50 de Génesis son mucho más que una biografía ejemplar. Constituyen una explicación histórica de cómo, bajo la providencia de Dios, Israel descendió a Egipto y llegó a ser una gran nación en aquel país. Es decir, dan un paso hacia delante en el desarrollo de los propósitos divinos al formar un pueblo santo, posesión especial de Dios, que fuese depositario de su revelación, heredero de sus promesas y beneficiario de su pacto.6
Los tres patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob,7 destacan como hombres de Dios solitarios en su generación. Abraham tuvo que dejar atrás a su parentesco para seguir la voz del Señor. Ni siquiera su sobrino Lot dio la talla. De los hijos de Abraham (Ismael, Isaac, los seis hijos de Cetura [25:2]), solamente Isaac era hijo de la promesa. De los dos de Isaac, únicamente Jacob. Durante la era de los patriarcas, parecía que el propósito de Dios de formar un pueblo para sí pendía de un solo hilo. Y, aunque los tres pasaron buena parte de sus vidas en la Tierra Prometida, vivían en ella como nómadas, no como propietarios.
Sin embargo, Dios había dicho a Abraham que su descendencia sería tan numerosa como la arena en la orilla del mar (22:17), promesa repetida a Jacob (32:12), y había señalado que Canaán sería el lugar de su habitación (Génesis 13:14-17). Pero Dios había informado a Abraham también de que sus descendientes tendrían que conocer un período de esclavitud y opresión en una tierra extranjera:
Sabe por cierto que tu simiente será forastera en tierra ajena cuatrocientos años, y la esclavizarán y la maltratarán y la humillarán. Pero yo juzgaré a la nación a la cual servirán como esclavos, y después de esto saldrán con gran riqueza (15:13-14).
Cuando, hacia el final de la historia de José, Jacob hace los preparativos para descender a Egipto, Dios se encuentra con él en BeerSeba y le dice que ahora ha llegado el momento en el que se van a cumplir estas profecías: el pueblo de Israel ya no consistirá en unos pocos, sino que llegará a ser una gran nación; y esto ocurrirá no en Canaán, sino en Egipto:
Yo soy Elohim, el Elohim de tu padre. No temas bajar a Egipto, porque allí te convertiré en una gran nación (46:3).
Y así ocurrió. El “clan de Jacob” empezó a convertirse en el “pueblo de Israel” al establecerse en Gosén. Hasta ese momento, los descendientes de Abraham habían aparecido como gotas aisladas; ahora son una gran fuente:
Y habitó Israel en el país de Egipto, en tierra de Gosén, y tomaron posesión de ella, y fueron fructificados y multiplicados en gran manera (47:27).
El descenso a Egipto de la familia de Jacob, por tanto, no fue un incidente que resultó ser finalmente desafortunado, consecuencia solamente de la iniciativa humana de José, sino el cumplimiento de la intención explícita de Dios, profetizada años antes.
La ironía del caso (los herederos de la promesa viviendo solamente como forasteros en la tierra de la promesa) se ve en la afirmación inicial del capítulo 37: Jacob habitaba en la tierra de Canaán, la tierra de las peregrinaciones de su padre (37:1).8 Detengámonos un momento a considerar el significado de estas palabras. Para los lectores familiarizados con la Biblia, habría bastado con decir “habitó en la tierra”, porque, en las Escrituras, la tierra de Israel es sencillamente “la tierra”. Pero el texto añade estas dos frases más. Se trata de la tierra de las peregrinaciones de su padre (Isaac, a diferencia de Abraham, vivió allí toda su vida, pero como nómada) y de la tierra de Canaán. Estas palabras evocan no solamente reminiscencias de la historia de Abraham e Isaac, sino, sobre todo, las promesas de Dios en torno a esta tierra: que pertenecerá para siempre a la descendencia de los patriarcas.
Sin duda, este versículo (37:1) está puesto aquí en contraste con la sección anterior que narra “la genealogía de Esaú”; es decir, la historia de su traslado a la región montañosa de Seir (tierra de Edom). Humanamente hablando, Esaú prosperó, pero, desde el punto de vista de la historia de la salvación, su alejamiento de la Tierra Prometida coincide con su desaparición del escenario; sus descendientes solamente volverán a hacer acto de presencia como molestia para Israel. Las consecuencias de nuestra fe o incredulidad afectan a nuestra descendencia. En contraste, pues, con Esaú, Jacob habitó en la tierra. Jacob es contemplado aquí como la auténtica descendencia de Abraham e Isaac, y el legítimo heredero de las promesas. El que había logrado quedarse con la primogenitura y la bendición paterna entra ahora en la tierra de su herencia.
¿Y nosotros? Espiritualmente, ¿somos de la casa de Esaú o de la casa de Jacob? Si, según el apóstol Pablo, todos los creyentes en Jesucristo somos los hijos espirituales de Abraham nuestro padre (Romanos 4:16), Jacob (o Israel) también es nuestro antepasado espiritual y, juntamente con los creyentes hebreos, formamos el “Israel de Dios”. ¿Estamos bien asentados “en la tierra”, o corremos el peligro de perder nuestra bendición y herencia por ir a establecernos en el mundo?
A esto debemos añadir dos matices más: en primer lugar, la referencia a las “peregrinaciones de Isaac” nos recuerdan lo que ya hemos dicho: que él y Jacob nunca eran dueños de la tierra, sino que vivieron en ella como nómadas. Eran peregrinos y forasteros.
A la vez, la frase tiene cierta ironía: sirve como introducción y encabezamiento a los capítulos 37 a 50, pero, como estamos viendo, estos capítulos contienen la historia de cómo Israel tuvo que abandonar Canaán y descender a Egipto, y acaban describiendo cómo Jacob y su amado hijo José murieron lejos de la Tierra Prometida en un país extranjero. Sin embargo, ambos siempre aspiraban a heredar la tierra. Aun cuando llegó a ejercer como primer ministro en Egipto, José tenía su corazón en Canaán (50:24-25; Hebreos 11:22).
¡Un pueblo peregrino! Al principio de la historia de José vemos el afán de Jacob de establecerse en la Tierra Prometida, pero al final lo hallamos en Egipto, lejos de la Tierra, llevando aún su bastón en la mano, símbolo de su peregrinación,9 sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto y saludado de lejos, confesando que era extranjero y peregrino sobre la tierra (Hebreos 11:13). Jacob siempre vivió como peregrino (47:9). En esto, él sirve de modelo para todos los creyentes.
Después de la estancia de cuatrocientos años en Egipto profetizada por Dios, Israel iba a salir en el éxodo camino a la Tierra Prometida. Así se estableció un patrón repetido a lo largo de la historia de la salvación: descenso inicial a Egipto, seguido por la salida de Egipto como pueblo de Dios. “De Egipto llamé a mi hijo”, dijo el profeta Oseas (11:1) respecto al éxodo de Israel. “De Egipto llamé a mi hijo”, repite el evangelista Mateo (2:15), aplicando estas palabras a Jesús el Mesías. Y siempre es cierto que los que han de recibir la potestad de llegar a ser hijos de Dios (Juan 1:12) conocerán primero la desgracia de descender a la tierra de Egipto, tierra de esclavitud y muerte, para luego salir redimidos como pueblo escogido que va camino a la Tierra Prometida. Como bien dice el himno: Peregrino tú me hiciste; este mundo no es mi hogar. O como enseñó Jesús: No son del mundo, como yo no soy del mundo (Juan 17:14 y 16).
José y Jesús
Cambiemos de tercio:
Érase una vez un hombre recto y noble, compasivo y perdonador, el hijo amado de su padre. Este le envió a sus hermanos, pero en vez de recibirlo con aprecio, lo aborrecieron y rechazaron. A lo suyo vino, y los suyos no lo recibieron (Juan 1:11). Dijeron entre sí: Este es el heredero; ¡venid, matémoslo y poseamos su herencia! (Mateo 21:38). Así pues, al hombre recto le fueron despojados sus derechos de hijo, fue vendido por unas miserables monedas de plata (37:28; Mateo 26:15), se halló sujetado a la condición de esclavo (39:1; Filipenses 2:7) y conoció todo tipo de vejaciones y calumnias. No obstante, después de sufrir esta terrible humillación, resucitó del foso en el que se encontraba; fue exaltado hasta lo sumo; se le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que a su nombre se doblara toda rodilla; se le dieron honores supremos y él gobernó la tierra con la máxima autoridad y con plena justicia (41:41-44; Filipenses 2:911). Además, sus padecimientos no fueron en vano, porque Dios los utilizó como medio por el cual forjar la unidad de su pueblo y efectuar su reconciliación. En consecuencia, él vino a ser un auténtico salvador de su pueblo.
¿De quién estamos hablando? ¿No es cierto que podría ser tanto de José como de Jesús? En todos estos detalles (y otros que veremos sobre la marcha), la historia del uno anticipa la del otro. El asombroso paralelismo entre José y Jesús es demasiado claro como para requerir más explicación y, de hecho, ha sido reconocido por miles de creyentes a lo largo de los siglos.
Sin embargo, ¡lejos sea de mí sugerir que José sea un “tipo” de Cristo! Soy perfectamente consciente de que las reglas de la buena hermenéutica que rigen en la actualidad establecen que un personaje del Antiguo Testamento puede ser considerado un verdadero tipo de Jesucristo solamente si el Nuevo Testamento dice explícitamente que lo es; por lo cual no me atreveré a decirlo.10 Me limitaré a sugerir, en palabras de otros comentaristas, que es innegable que muchos de los rasgos [de José] y de sus experiencias prefiguran o ilustran aspectos de la persona y la obra del Salvador.11
Aunque José anticipa la vida de Jesús en muchísimos detalles, algunos de ellos pequeños y que podrían pasar desapercibidos (por ejemplo, en el capítulo 37 observamos la decisión de Jacob de enviar a José a sus hermanos [37:14], la disposición [heme aquí] del propio José de ser enviado [37:13], el despojo de su túnica [37:23] o su venta por monedas de plata [37:28]), sin embargo, los grandes rasgos de Jesús que vemos en José pueden ser resumidos en cuatro ideas:
1 Los dos fueron rechazados por los hombres, pero vindicados por Dios. Esteban, en su gran discurso antes del martirio, estableció que la historia de José (Hechos 7:9-16) forma parte de un patrón establecido a lo largo de la historia de la salvación y que llega a su culminación en el Calvario: el rechazo de los libertadores escogidos por Dios, por la envidia y la incredulidad de sus parientes y amigos; un rechazo que finalmente desempeña su propio papel en la liberación.12
1 Los dos conocieron primero la humillación y, después, la exaltación (Salmo 105:16-24; Filipenses 2:5-11).
1 Los dos son figuras que “van delante” de los demás para llevar a cabo su salvación (Salmo 105:17; Génesis 45:5, 7-8; Hebreos 2:10).
1 La gran moraleja de la historia suena igualmente bien en la boca de ambos: Aunque vosotros pensasteis mal contra mí, Elohim lo encaminó para bien, para hacer como hoy y hacer vivir a un pueblo numeroso (Génesis 50:20).
Así pues, aunque es cierto que los capítulos 37 a 50 de Génesis versan sobre “la vida de José”, también tratan muchas cosas más:
1 Constituyen la parte final de la historia de Jacob y de sus hijos.
1 Significan el cumplimiento de lo profetizado: que es la voluntad de Dios que su pueblo sea forjado en Egipto.
1 Narran la providencia de Dios en la vida de su pueblo, hasta el punto de que las injusticias, los actos violentos, las traiciones y deslealtades, todos son reconducidos por Dios y utilizados para la realización de sus propósitos.
1 Anticipan rasgos y experiencias de la vida de Jesús y establecen patrones de salvación.
Como consecuencia, al examinar estas páginas, además de la ejemplaridad de la vida del propio José sacaremos otras grandes lecciones:
1 Que nuestra vida humana es inseparable de la de nuestra familia carnal y que nuestra vida espiritual es inseparable de la de la familia de la fe. Únicamente Dios sabe cuáles son los traumas que hemos sufrido (y que quizás sigamos sufriendo) a causa de nuestros padres y hermanos. Solamente él conoce la profundidad de las heridas, los complejos y las taras que todos tenemos como consecuencia de nuestra formación. Los años formativos de José fueron terriblemente duros y, sin embargo, cayeron dentro los buenos propósitos de Dios para su vida.
1 Que la voluntad de Dios para nosotros es sacarnos de nuestro Egipto (Oseas 11:1), pero también que seamos formados como pueblo de Dios en medio de Egipto. Hace que no seamos del mundo, pero a la vez nos envía al mundo (Juan 17:14-18). Por tanto, debemos reafirmar nuestra comprensión de que “no tenemos aquí una ciudad que permanece, sino que buscamos la que está por venir” (Hebreos 13:14) y de que “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20). Debemos asumir nuestra condición de peregrinos y entender la futilidad de echar raíces en este mundo.
1 Que nuestros tiempos y nuestras circunstancias se hallan en las manos del Dios que vela siempre por el bien de sus hijos y, si permite que pasen por momentos de gran aflicción, siempre es con la finalidad de que la prueba sirva finalmente para su bien y para su mayor santificación, madurez y transformación a la imagen de Cristo (Romanos 8:28; Hebreos 12:3-11).
1 Que si la familia de Jacob disfrutó del privilegio de tener en José un salvador y protector que veló por sus intereses, nosotros tenemos el privilegio aún más alto de conocer al Salvador, Protector y Proveedor enviado por Dios. ¡He aquí, uno mayor que José en este lugar!