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1. El trasfondo espiritual: Tres generaciones de creyentes
ОглавлениеPor supuesto, hay un sentido en que José nació en el seno de una familia altamente privilegiada. Su padre era Jacob o Israel; su abuelo era Isaac; su bisabuelo era Abraham. ¡Tres hombres de Dios, tres gigantes de la fe! José era el beneficiario de una gran herencia espiritual. Desde su infancia conocería bien las historias de cómo Dios había llamado a Abraham y establecido con él un glorioso pacto, dándole grandes promesas acerca de su descendencia, y de cómo estas promesas habían sido ratificadas por Dios a Isaac. Su padre le habría contado la historia de cómo Dios se le apareció en Bet-El (28:11-22), renovando las promesas del pacto (28:13-15). Sabría, pues, que él era uno de los herederos del pacto y de las promesas.
Pero no era solamente cuestión de lo que sus antepasados le hubieran contado. Él mismo había podido experimentar la bendición de Dios sobre la familia durante su infancia. Aunque pequeño, había conocido de primera mano la providencia de Dios manifestada en la prosperidad de su abuelo materno, Labán, durante los años en los cuales Jacob trabajaba para él, de manera que Jacob pudo decir a Labán: Tú mismo sabes lo que te he servido, y cómo ha estado tu ganado conmigo, pues poco tenías antes de mi llegada, y mucho fue aumentado, y Adonai te ha bendecido con mi presencia (30:29-30). Después, había visto la buena providencia de Dios sobre el propio Jacob cuando este se independizó de Labán: Y el hombre [Jacob] se enriqueció mucho y llegó a poseer numerosos rebaños, siervas y siervos, y camellos y asnos (30:43). Había crecido en medio de una abundancia y prosperidad fuera de lo normal, que su padre no dudaba en atribuir a la bendición de Dios.
Seguramente, también había sabido (bien porque era de edad suficiente para haberlo experimentado, bien porque se lo contaron después) acerca de la providencia divina en el regreso de la familia a Canaán: cómo Dios había intervenido para protegerlos de la ira de Labán (31:22-29); cómo los ángeles de Dios les habían salido al encuentro en Mahanaim (32:1-2); cómo su padre había clamado al Señor ante el acercamiento de Esaú (32:9-12); cómo había luchado con Dios en Peniel (32:22-32), a consecuencia de lo cual cojeaba y era llamado Israel.
¿Habrá estado presente cuando su padre levantó altar en Siquem (33:18-20)? ¿Habrá tenido edad para entender lo que estaba pasando cuando Jacob mandó destruir los ídolos y levantar otro altar a Dios en Bet-El (35:1-8)? Seguramente, había escuchado muchas veces la historia de la segunda aparición de Dios a Jacob en BetEl: Otra vez Elohim fue visto por Jacob… y Elohim lo bendijo y le dijo: Yo soy El-Shadday. Fructifica y multiplícate. Una nación y una congregación de naciones procederá de ti, y reyes saldrán de tus lomos. La tierra que di a Abraham y a Isaac te la doy a ti, y después daré la tierra a tu descendencia (35:9-15). Sí. José había recibido una privilegiada herencia espiritual.
Sin embargo, no todo había sido bendiciones. En medio de las luces, había sombras, como en casi todas las familias. José había vivido la dura experiencia de perder a su madre, Raquel, cuando todavía era jovencito (35:18-19 y 37:2). Después de la muerte de su madre, fueron todos a vivir con su abuelo Isaac en Hebrón y permanecieron allí hasta su muerte (35:27-29).
De hecho, entre sus tres grandes antepasados y José, observamos, por un lado, una gran continuidad y, por otro, un gran contraste: la continuidad consiste en una misma fe puesta en el mismo Dios; el contraste, en la radical diferencia entre la manera como Dios se reveló a los tres y como se reveló a José. Se nos dice que el Señor intervino muchas veces en la vida de los tres para hablarles directamente, pero nunca en el caso de José. Dios se apareció dos veces a Jacob en Bet-El (28:13-15; 35:9-13), le habló en Padan-Aram (31:3, 13), luchó con él en el vado del río Jaboc (32:24-30) y se le apareció por última vez en Beer-Seba (46:1-4); pero, que sepamos, nunca se presentó de esta manera ante José. Él tuvo que aprender lo que es caminar por la vida sin ver ni oír a Dios, sino confiando por fe en su providencia. Pero la historia familiar tiene que haberle servido de gran ayuda. A través de lo que le contaron su padre y su abuelo, pudo llegar a aferrarse al pacto y a las promesas, de los cuales derivó su fuerza moral y espiritual en medio de momentos de tentación y tribulación.