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JAPÓN

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En medio de la Trilogía de Tokio, en 2018 nos llegó nuestra dosis de David Peace: Paciente X. Es, a priori, una jugada tan arriesgada como atractiva. Homenaje a uno de los grandes escritores japoneses, Ryunosuke Akutagawa, que se quitó la vida en 1927 a la edad de treinta y cinco años. A lo largo de doce capítulos, Peace ofrece los mismos relatos a partir de lo que le ha sugerido la lectura de ensayos, narraciones y cartas de Akutagawa. Esta caja de música compleja y sofisticada es también una reflexión —hasta ahora inédita en Peace— sobre qué significa escribir, cuál es el material con el que trabaja un escritor —falsos recuerdos, fantasías, obsesiones, miedos y anhelos— y su dimensión pública. La figura trágica del hombre dentro de la cápsula de lo que escribe, del mito que reinterpretarán, después de muerto, sus lectores.

Pero la trilogía japonesa de la que Tokio Redux es su cierre comenzó con la publicación de Tokio, año cero (2007; Hoja de Lata, noviembre del 2021) a la que siguió Ciudad ocupada (2009; Hoja de Lata, junio del 2022). Planteada en sus inicios como otra serie de cuatro libros que abarcara el periodo de tiempo que iba desde la posguerra a los Juegos Olímpicos de 1964, fecha en la que Japón fue aceptado de nuevo en la comunidad internacional, finalmente acabó siendo una trilogía. Cada uno de los tres libros atravesado con el cable eléctrico de un crimen real durante la ocupación después de la derrota japonesa en la segunda guerra mundial.

Obsesivo y meticuloso, David Peace aborda esos escenarios y personajes de su país de adopción con la prevención de no hacerlo con la mirada de un extraño fascinado por las peculiaridades sino de un historiador concienzudo y de un escritor que no renuncia a su respirar, en este caso, entrecortado y extraviado. No pretende entender al Otro japonés pero sí narrarlo. Para no ser un impostor, echa mano de la máscara de militares o detectives norteamericanos, su manera de comportarse o pensar le evita pisar territorio minado.

En la primera entrega, Tokio, año cero, asistimos al caso Yoshio Kodaira, un soldado japonés condecorado que, de vuelta de la guerra con China, decide seguir violando y matando hasta convertirse en un serial killer. La excusa, una vez más, sirve a Peace para destruirnos ante la monstruosidad, pero también para denunciar, una vez más, a un sistema y al derrumbe de un sistema de valores que permite que el asesino atraiga a las víctimas con un anzuelo miserable: la promesa de un trabajo y comida. Un investigador, el inspector Minami, se enzarza en la búsqueda de un asesino de prostitutas que le llevará al horror.

Dos años después publicará Ciudad ocupada. Basado en el llamado Incidente de Teigin en el que se practicó el robo de un banco con la argucia de un control sanitario en el que se hizo ingerir veneno a sus empleados como si fuera medicina contra un brote de disentería. Tres minutos después, doce empleados mueren y cuatro caen inconscientes. Estamos en Tokio. Estamos en 1948. Como ya he comentado, a través de un médium tenemos los testimonios de los muertos y de algunos de los supervivientes. Además, un periodista, un detective, un militar norteamericano y un buen número de fuentes alrededor del extraño doctor asesino. Escombros, miedo, odio hacia la ocupación, espanto y amnesia ante lo que se estaba juzgando en los famosos tribunales de crímenes de guerra y la culpa como la verdadera infección que lo impregna todo. La culpa de los vencedores y los vencidos, de los muertos y de los que sobrevivieron.

Y ahora, después de estas páginas: Tokio Redux.

CARLOS ZANÓN,

Barcelona, marzo del 2021

Tokio Redux

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