Читать книгу Mirar de nuevo - Demián Bucay - Страница 10

Оглавление

OLVIDAR O RECORDAR

Ella no puede olvidar a su expareja. Cada hombre que se le acerca empalidece frente a la comparación con su viejo amor. Ninguno le llega ni a los talones, dice entre orgullosa y entristecida. Ella querría olvidarlo de una vez por todas, pero no lo consigue.

ROMINA

Muchos autores (incluido yo mismo en alguna oportunidad) hemos hablado sobre la importancia de aprender a dejar ir el pasado, de no quedarnos estancados pensando en lo que fue, en lo que no fue, en cómo podría haber sido o por qué sucedió lo que sucedió.

Hemos hecho hincapié sobre los peligros de avanzar en la vida mirando hacia atrás. De cómo eso nos hace más vulnerables a tropezar en el camino y de cómo, con esta actitud, nos perdemos el presente, que es, a fin de cuentas, el único momento que existe verdaderamente y el único tiempo en el que se juega nuestro bien o mal estar.

Es indudable que si nos quedamos aferrados a nuestro pasado, no podremos continuar creciendo y, dado que nada podemos hacer para modificar lo que ocurrió, no cosecharemos más que frustración e impotencia.

Sin embargo, cabe aclarar que no se trata de soltar el pasado al pie de la letra. No se trata de borrar todo lo que nos sucede en cuanto deja de ser presente. Si no comprendemos esto, acabaremos creyendo que deberíamos ser como aquellas personas que han sufrido algún tipo de lesión en el hipocampo (una parte del cerebro muy relacionada con la memoria y especialmente con la memoria emocional) y que, por lo tanto, han perdido la capacidad de fijar nuevos recuerdos. Estos pacientes recuerdan su vida anterior solo hasta el momento en que tuvieron la lesión neurológica, pero todo lo que les ocurre posteriormente les dura en la memoria muy poco tiempo. Su vida, de algún modo, es puro presente. No sufren demasiado cuando les sucede algo desagradable, puesto que lo olvidan en un tiempo relativamente corto, pero pagan por ello un precio muy alto: no pueden aprender (retienen, sí, el aprendizaje implícito, que es aquel que se produce sin que tomemos conciencia de él, pero no pueden aprender de la experiencia).

El cine ha tomado a menudo esta condición para crear situaciones y personajes singulares, como Lucy, la protagonista de 50 primeras citas, quien a causa de un accidente automovilístico olvida todo en veinticuatro horas; o como el protagonista de la película Memento, cuya memoria se «resetea» cada quince minutos. Son personajes cuya vida está detenida, se ha vuelto repetitiva, monótona e intrascendente.

No debemos confundir «dejar ir» el pasado con olvidarlo, rechazarlo o negarlo, como si dijésemos «lo pasado pisado» y ya. Si lo hacemos, nos ocurrirá lo mismo que a estas personas: perderemos la capacidad de aprender. Repetiremos una y otra vez las mismas acciones y nuestra vida se volverá aburrida y vana.

Las consecuencias de intentar, sin más, borrar el pasado pueden ser devastadoras. La incapacidad de aprender no es el único problema. Nuestro pasado, nuestra historia, es un gran componente de nuestra identidad. El lugar en el que nacimos, quiénes fueron nuestros padres, cómo y dónde crecimos, las cosas que nos han dicho, lo que nos ha ocurrido y los caminos que hemos elegido... todas esas cosas configuran lo que somos. Si por doloroso, por reprochable o por bochornoso nos deshacemos de este pasado, perderemos también, en gran parte, todo aquello que nos hace ser quienes somos. La sensación será la de encontrarnos perdidos, sin rumbo, desorientados.

De hecho, para darle a su vida algún sentido, los dos personajes de los que te hablé antes necesitan estar recordándose continuamente su pasado: Lucy ve todos los días un video que el hombre que la ama ha grabado para ella y en el que le cuenta todo lo que le ha sucedido; por su parte, el protagonista de Memento se hace un tatuaje tras otro, grabándose en la piel las cosas que no desea olvidar. Ellos, como los pacientes neurológicos en quienes están inspirados, no pueden evocar a voluntad los sucesos previos para darle sentido a los actuales. Nosotros sí.

Nuestra historia, bien utilizada, puede tener, precisamente, la función de orientarnos. Es como un mapa sobre el que vamos escribiendo el camino recorrido y donde anotamos los peligros con los que nos hemos encontrado en cada lugar: «Si voy por aquí me encontraré un lodazal...», «Debo tomar este sendero lentamente porque es muy resbaloso...», «El de más allá nunca lo he explorado, pues me daba temor perderme...». ¡Qué desperdicio sería desprenderme de este mapa, de toda esa información tan valiosa adquirida en cada experiencia! Es cierto que no debemos dejar que lo sucedido en el pasado sea la única variable a tener en cuenta a la hora de tomar una decisión sobre el hoy, pero no por eso este mapa deja de servirnos de guía. El pasado debería ser eso: una guía que nos ayude a orientarnos en el presente.

Esa es la diferencia entre Lucy y el detective de Memento. Cuando Lucy ha terminado de ver el video y de llorar por lo que, descubre en ese momento, ha perdido, sale de su cuarto y continúa su vida a partir de lo que ha visto. En cambio, en Memento su protagonista utiliza la información que ha tatuado en su cuerpo para intentar dar con el asesino de su mujer. Va en la dirección contraria que Lucy, va hacia el pasado, hacia atrás. Intenta enmendar lo que no tiene arreglo y así se queda detenido, mientras que Lucy consigue, aunque no sin dificultades, seguir avanzando.

Aferrarse al pasado nos impide crecer; intentar borrarlo también. Ninguno de estos dos enfoques nos permite seguir adelante. Lo único que puede hacerse con el pasado es aceptarlo. No pelearse con él. No gastar energía en desear que hubiese sido diferente de lo que fue. No preguntarme cómo sería mi presente si hubiera sucedido tal o cual cosa. No recriminarme lo elegido o lo hecho. La única verdad es que ocurrió lo que ocurrió y yo hice con eso lo que pude, supe y quise en aquel momento. Aceptar el pasado implica también entender cómo actué entonces y para qué lo hice. Implica preguntarme si hoy haría algo diferente.

Si consigo aceptar el pasado de este modo, sin retenerlo ni deshacerme de él, sin enterrarlo ni conservarlo embalsamado, entonces sucederá algo maravilloso. Porque entonces podré abrazar ese pasado como parte de mí. Entonces comprenderé que eso, para bien o para mal, forma parte de lo que soy ahora. Y eso redundará, siempre, en que yo crezca.

NOTAS Y FUENTES

50 primeras citas es una comedia romántica dirigida por Peter Segal y protagonizada por Adam Sandler y Drew Barrymore. Más de una vez algún amigo se ha burlado alegremente de mi gusto por esta película un tanto naïve. Aun así, sostengo que tiene al menos dos puntos interesantes: uno es el que resalto en este capítulo sobre la relación con el pasado. El otro es que, en el esfuerzo del personaje de Sandler por enamorar una y otra vez a una mujer que se olvida por completo de él al día siguiente, podemos ver el reflejo de un verdadero amor. Un amor que se genera día a día, un amor que se reelige a cada momento, que respeta y tiene en cuenta las limitaciones del otro e intenta hacer de eso algo bello.

Memento, de Christopher Nolan, es una gran película. Cuenta la historia de un hombre que padece de amnesia anterógrada y que busca venganza por la muerte de su esposa. Más allá de un retrato bastante real de esta rara condición neurológica y de una trama atrapante, lo más interesante de la película es la forma en que está estructurada. La historia se cuenta a través de flashes de algunos minutos de duración, que van de atrás hacia delante. Esto hace que, mientras seguimos la historia, nosotros mismos nos sintamos como su protagonista: confusos y desorientados, como si nuestra memoria se borrara cada quince minutos y tratásemos de hacer encajar todas las piezas del rompecabezas teniendo siempre solo una parte de la información. Cuando, sobre el final, logremos hacerlo, nos encontraremos con una sorpresa.

Mirar de nuevo

Подняться наверх