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UNA PRISIÓN PARA LA MENTE

Hace meses que él está enfadado con su jefe. Este lo obliga a hacer horas extras y a realizar tareas que no le corresponden. Se siente atrapado, sin salida, pues no puede prescindir de su trabajo pero tampoco puede tolerar más esta situación.

HERNÁN

¿Has visto la trilogía de The Matrix? Si no es así, te la recomiendo: tiene varios aspectos interesantes, especialmente la primera película de la saga (las otras dos son menos provocativas... ¡aunque un gran entretenimiento de todos modos!). En esta cinta, una raza de máquinas inteligentes ha esclavizado a la humanidad con el propósito de abastecerse de su energía corporal. Para mantenerlos bajo control, han creado una realidad virtual en la que las personas creen vivir: la Matrix. A lo largo de la historia, el personaje que se hace llamar Morfeo parece comportarse como una especie de «guía espiritual» del futuro. Como tal, despierta al joven Neo de aquella ilusión en que ha estado viviendo. Neo está destinado a liberar a la raza humana, pero para ello deberá comprender que, como Morfeo le dice: «Has sido criado en una prisión que no puedes ver, ni oler, ni tocar. Una prisión para tu mente».

A veces pienso que a muchos de nosotros nos ocurre algo similar. Vivimos limitados por una prisión para la mente. No sufrimos cadenas ni barrotes que nos retengan, y, sin embargo, con frecuencia nos sentimos atrapados, acorralados dentro de esa cárcel que hemos dejado construir a nuestro alrededor.

Pero... ¿en qué consiste esta prisión? ¿De qué espejismo debemos despertar para poder alcanzar nuestra libertad como personas? La principal ilusión que debemos desvanecer es, precisamente, la de que no somos libres. Hemos crecido oyendo siempre el mismo mensaje: «No eres libre y nunca lo serás, eres un esclavo, eres insignificante»; hemos escuchado esto tanto, que hemos acabado por creerlo.

Quienes sostienen con vigor esta visión esgrimen como argumentos todas aquellas cosas que nos limitan. «Mira —dicen—, mira las fuerzas poderosas con las que te enfrentas: los gobiernos, el sistema económico, el azar, el destino... ¿Qué libertad pretendes tener en medio de todo esto?». Estos argumentos son tentadores, pues nos dan una salida fácil para culpar a otros o al mundo de las dificultades de nuestra vida. Pero no debemos engañarnos: el entorno (lo que ocurre a nuestro alrededor y lo que nos ocurre a nosotros mismos) nos limita, es cierto, pero estar limitados no nos convierte en esclavos.

Por otro lado, ser libre no implica «poder hacer lo que me plazca» sino, como enseña Octavio Paz, poder elegir entre decir «sí» y decir «no». Nadie es capaz de controlar las voluntades de los otros ni de trazar las situaciones en las que se encontrará. Nuestra libertad radica en que podamos decidir cómo nos enfrentaremos con todo ello.

Cuando confundimos limitaciones, dificultades o imposibilidades con falta de libertad caemos en uno de dos lugares opuestos, pero igualmente peligrosos. El primero consiste en llegar a la conclusión de que, dado que es imposible hacer todo lo que quiero, entonces no tengo poder de decisión alguno; por lo tanto, me resignaré a lo que la vida me depare, abandonaré cualquier búsqueda de autonomía y me someteré a los designios de todo aquello que considere más grande que yo.

El segundo peligro está en creer que ser libre es «hacer lo que me plazca», y en aras de esa supuesta libertad caer en una rebeldía indiscriminada. «Quiero ser libre y entonces no aceptaré ningún condicionamiento, ningún límite, ninguna regla. Ni el gobierno, ni la sociedad, ni nadie, me dirá lo que puedo y lo que no puedo hacer. ¡Soy libre y hago lo que se me antoja!». Quien razona así acaba convirtiéndose en alguien que desestima todo acuerdo social y se desentiende de las consecuencias de sus actos, lo que, por supuesto, conduce a sentirse aislado. Pero además, se termina siendo tan esclavo como en el caso anterior, solo que se es un esclavo en espejo: obligado siempre a llevar la contraria, a oponerse a todo (o casi todo).

Resumiendo: hay hasta aquí dos maneras de perder nuestra libertad como personas: resignarse a decir siempre SÍ a lo que nos depara la vida o forzarse a decirle siempre NO. Y como te decía antes, la libertad consiste justamente en poder elegir cuándo optar por uno u otro camino.

Desde luego que al elegir abrimos algunas puertas, pero irremediablemente cerramos otras. Siempre que hacemos uso de nuestra libertad, nos pronunciamos en algún sentido, tomamos posición, y eso hace que quedemos frente a algunos caminos posibles y renunciemos a otros. No es posible elegir y al mismo tiempo seguir teniendo disponibles todas las opciones; decidirse por algo implica renunciar a muchas otras cosas.

En distintos momentos, nuestras elecciones pueden no ser del agrado de alguien a quien queremos o respetamos particularmente, o pueden ir en contra de lo que en general es aceptado por la mayoría. Pero eso no limita nuestra libertad para elegir; podemos hacerlo si estamos dispuestos a pagar el precio. En el entorno social, a veces las consecuencias de ciertas decisiones son difíciles de sobrellevar: sostener con convicción una opinión impopular; mostrar abiertamente ciertas preferencias o criticar a quienes utilizan el poder para sus intereses mezquinos son actos que requieren coraje.

El verdadero uso de la libertad necesita siempre de una dosis mayor o menor de valentía porque implica aceptar las consecuencias de nuestras acciones. La idea de que sería posible decidir sin que haya consecuencias (o solo las que me agradan) es otra ilusión de la que habría que despertar. Si no estamos dispuestos a aceptar lo que nuestros actos conllevan, siempre nos quedaremos dentro de la prisión lamentándonos: «¡Cómo me gustaría...!».

Salir de la prisión y enfrentarse con la libertad puede producir temor. Uno puede sentirse abrumado ante la idea de cargar con la responsabilidad de la propia vida. Pero quizá sea este un peso saludable, un peso que nos hace mantener los pies sobre la tierra y que impide que la vida se vuelva demasiado liviana. Sin responsabilidad podríamos ser llevados (como un globo por el viento) por la liviandad de que «todo da lo mismo». Si te encuentras frente a un dilema y acabas pidiéndole consejo a una de esas personas que piensan así, quizá te conteste (o por lo menos piense): «¿Qué más da?, si moriremos de todos modos, ¿qué diferencia puede haber?». Creen que equiparar todo los libera, pero pasan de estar encerrados a estar perdidos en medio de un páramo desolado. Se equivocan, ¡no todo da lo mismo! Justamente porque las elecciones que hacemos tienen consecuencias, la libertad es tan importante.

Si comprendemos que, más allá de las presiones y dificultades que el mundo nos impone, en nosotros reside la capacidad de decidir, podremos salir de aquella «prisión para la mente» y ampliar nuestros horizontes. Si reconocemos que no todo da igual, aceptamos las consecuencias de nuestras decisiones y conseguimos el coraje para actuar de acuerdo con lo que creemos, comprenderemos que en el ejercicio de la libertad nos va la vida (nos va la vida que queremos vivir), porque al hacerlo iremos moldeando el mundo que nos rodea de una manera única. Pero también con esas elecciones que hagamos nos estaremos inventando a nosotros mismos, construyendo quién queremos ser a medida que avanzamos.

NOTAS Y FUENTES

The Matrix fue ideada y dirigida por los hermanos Larry y Andy Wachowski. El fragmento que comento aquí se desprende del tema central de la película: la dificultad para distinguir lo real de lo virtual. Esta disyuntiva reedita, por supuesto, la vieja simetría entre sueño y realidad, pero el advenimiento de la tecnología virtual le ha dado a la cuestión una relevancia práctica de la que antes carecía. The Matrix nos habla de lo influenciables y engañosos que pueden ser nuestros sentidos, de la imposibilidad de definir una realidad que sea válida para todos y del peligro de suponer que nuestras percepciones son un reflejo exacto del mundo que las genera. Pero más importante aún: nos habla de cómo, si nos atrevemos a pensar que ello es posible, podemos modificar nuestro entorno. The Matrix nos enseña que, dado que no existe otra realidad que nuestra percepción, al cambiar el modo en que entendemos las cosas estaremos modificando las cosas mismas. Estaremos, como Neo, rehaciendo el mundo a medida que nos encontramos con él.

En agosto de 1990 se realizó en México D.F. un encuentro de pensadores y artistas que se unieron bajo el lema «El siglo XX: la experiencia de la libertad». El encuentro se llevó a cabo en el contexto de la reciente caída del régimen comunista en los países de Europa del Este y del afianzamiento de la democracia en los países de América Latina. «¿Qué hacer con esta recién ganada libertad?» era la pregunta que de algún modo guiaba las presentaciones de los exponentes. En su discurso de apertura, Octavio Paz dijo: «La libertad, más que idea filosófica o concepto teológico, es una experiencia que todos vivimos, sentimos y pensamos cada vez que pronunciamos dos monosílabos: sí o no».

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