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ÍNTIMAS CONTRADICCIONES

Ella tiene dos hijos a los que ama más que a nada en el mundo, pero por momentos se encuentra a sí misma deseando tomarse unas vacaciones de ellos. Siente que no puede vivir sin sus hijos, pero a veces desearía que desaparecieran. Se siente muy culpable por esta idea.

FERNANDA

Una antiquísima historia zen cuenta que, una vez, una serpiente reptaba por la jungla cuando oyó una voz que la llamaba:

—¡Eh, tú!

La serpiente volvió su cabeza para mirar en la dirección de la que provenía la voz pero no vio a nadie allí.

—¡Tú, cabezota, aquí! —volvió a escuchar.

Y al volverse vio con sorpresa que era su propia cola la que, irguiéndose de forma amenazante, la increpaba:

—Dime una cosa... ¿puede saberse por qué vas siempre tú delante?

La cabeza se sintió indignada ante tal cuestionamiento y respondió con vehemencia:

—¡Pues porque soy la cabeza! Tengo los ojos para ver por dónde vamos, tengo el olfato para perseguir nuestra presa y los dientes para morderla. ¿Tú qué tienes? Eres solo un apéndice inservible. ¡Es gracias a mí que avanzamos y que sobrevivimos!

—Ah, ¿sí? —dijo desafiante la cola y, acto seguido, se enrolló en torno a la base de un árbol cercano—. A ver si puedes avanzar ahora.

La cabeza de la serpiente hizo fuerza, intentando llevar el cuerpo hacia delante, pero le fue imposible. Lo intentó aún con más fuerza pero no consiguió avanzar ni un centímetro.

—De acuerdo —dijo entonces—, tú ganas. Desenróllate y sigamos adelante.

—Solo si me dejas ir a mí primero —dijo la cola dispuesta a hacerle pagar la impertinencia.

A la cabeza no le gustó nada aquella idea, pero sabía que si seguía allí detenida por mucho tiempo más, sin duda moriría de hambre. De modo que aceptó a regañadientes. Así, la serpiente anduvo un tiempo por la jungla con la cola adelante y la cabeza detrás, hasta que la cabeza vio pasar un conejo.

—¡Por allí, comida! —gritó.

La cola llevó el cuerpo hacia donde creyó que la cabeza indicaba pero, por supuesto, dado que no tenía olfato, se equivocó y enfiló hacia un estanque de agua.

—¡No! ¡Hacia el otro lado, imbécil! —gritó la cabeza.

La cola cambió el rumbo pero volvió a equivocarse, con tal mala fortuna que esta vez se dirigió directo hacia un barranco. Y, no pudiendo ver hacia dónde iba, la serpiente calló por el barranco y murió.

Al igual que la serpiente de la historia, también cada uno de nosotros tiene dentro de sí distintas «partes», distintos aspectos. Con mucha frecuencia estos aspectos entran en conflicto, es decir: piensan, sienten o quieren cosas diferentes. De hecho, esto nos sucede todos los días y en general no nos causa problemas; es lo que se manifiesta como nuestro diálogo interno.

En determinadas oportunidades, sin embargo, las posiciones de dos o más «partes» son tan diferentes que pueden llegar a ser opuestas. El diálogo interno se vuelve entonces un enfrentamiento (como el de la cabeza y la cola de la serpiente) y esto se experimenta como una contradicción. Por ejemplo, me digo a mí mismo: «Debo seguir adelante, el que no arriesga no gana»; y al rato me contradigo: «Debo retroceder, soldado que huye sirve para otra guerra».

La solución que en forma habitual intentamos dar a este conflicto es, desgraciadamente, la misma de la serpiente: determinar cuál de las dos posturas es la correcta. Queremos saber quién tiene razón. Este acercamiento no resuelve el conflicto porque siempre (siempre) ambas partes «tienen razón»; quiero decir: cada una tiene sus razones. Por opuestas o contradictorias que sean dos ideas, sentimientos o deseos, si aparecen con fuerza en nosotros es porque tienen algún sentido; de lo contrario, ni siquiera se nos ocurrirían.

Esto —que dos cosas contradictorias puedan ser ambas correctas— nos resulta difícil de aceptar. Estamos demasiado acostumbrados a manejarnos con una regla proveniente de la lógica formal: algo es o no es. Es correcto o es incorrecto. No puede ser y no ser al mismo tiempo. Pero este axioma, que es indudable para la lógica y para las matemáticas, es perfectamente cuestionable en el campo de la conducta, de los deseos y de los sentimientos humanos. Solemos querer y no querer algo al mismo tiempo, pensar que aquello es erróneo y acertado a la vez, sentir repulsión y atracción hacia la misma persona.

Zanjar nuestros conflictos o contradicciones en términos de «o» no resuelve gran cosa. En el mejor de los casos, el diálogo interno se eterniza saltando alternativamente de una postura a otra sin que podamos nunca determinar cuál es la correcta (porque, como ya dijimos, ambas lo son) y, en consecuencia, somos incapaces de tomar una decisión. La otra salida con que nos deja la «o» es aún peor, pues consiste en la anulación total de una de las posturas y, por ende, la negación de una parte de nosotros mismos. Es el camino que toma la serpiente del cuento. Intenta prescindir de la cola: se queda inmóvil a la espera de que el hambre la mate; intenta prescindir de la cabeza: termina cayendo por un barranco.

Para que la salida de una contradicción sea tal que nos conduzca hacia el crecimiento y el aprendizaje, debe incluir algo de cada una de las posturas, debe reunir ambas perspectivas.

La solución por la que optamos con mayor frecuencia es llegar al famoso (y para mi gusto, elogiado por demás) punto medio. Es cierto que, en algunas ocasiones, encontrar un punto medio puede resolver la cuestión de manera satisfactoria; pero la mayoría de las veces el punto medio es más un modo de que ambas «partes» pierdan por igual que una solución con la que gane nuestro ser como un todo. ¡Imagínate a la serpiente decidiendo que la cola y la cabeza irán cada una la mitad del tiempo adelante o que adelante irá la vértebra que se encuentra en la mitad de su cuerpo! No. Una salida posible no surge de una negociación sino de una integración (es decir de una «y»).

¿Cómo podemos realizar esa integración? Creo que la mejor manera de hacerlo es atender a aquellas «razones» que sustentan cada uno de nuestros argumentos internos. Preguntarnos a qué necesidad, a qué deseo responde cada postura. Para ilustrar esto retomemos la historia de la serpiente. ¿Cuál es la necesidad de la cola? Quizá necesita saberse importante, saber que ella también tiene su función, que no da lo mismo que esté o no esté. ¿Cuál es la necesidad de la cabeza? Ver el camino para evitar obstáculos y poder perseguir una presa. Frente a estas perspectivas, una solución posible sería que la cabeza le reconociese a la cola su importancia: es necesaria para crear el movimiento ondulante que la hace avanzar. Pero no solo esto, sino que podría invitarla a ayudarla con sus propias funciones, podría por ejemplo decirle algo como:

Tengo una idea. Con tu ayuda podríamos subir a un árbol y desde ese lugar ver más lejos para trazar nuestro camino. También podríamos esperar allí y cuando una presa se acerque, yo te avisaré y tú descenderás sigilosamente, la atraparás y la subirás para que la comamos. ¿Qué te parece?

Si aprendemos a utilizar «y» en lugar de «o», no solo evitaremos las discusiones internas que no acaban nunca y las soluciones que nos empobrecen o nos ponen en riesgo, sino que desarrollaremos nuevas habilidades. En lugar de recortarnos, sumaremos las diversas capacidades de todos los aspectos de nuestra personalidad y eso redundará, seguramente, en el descubrimiento de nuevas alternativas y en un crecimiento como personas.

Para terminar, me gustaría contarte algo de la historia de Gavilán, el protagonista de la serie de novelas fantásticas El ciclo de Terramar, de Ursula K. Le Guin. Gavilán es, en el comienzo de la saga, un mago joven, talentoso pero imprudente, cuyo verdadero nombre es Ged. Este nombre es secreto, pues en el mundo de Terramar conocer el nombre verdadero de otro brinda la posibilidad de usar la magia contra esa persona y hechizarla. Cuando descubren el talento de Gavilán, lo envían a la escuela mágica de Roke, pero Gavilán es un campesino y se siente sobrepasado por la situación. En una especie de competencia, intenta realizar un hechizo demasiado poderoso para su habilidad. Como resultado, libera una sombra maligna, una criatura sin rostro y con garras de bestia, que a partir de allí lo perseguirá a donde vaya. Para liberarse de esta amenaza, Ged debe descubrir el nombre verdadero de esta sombra. Lo intenta de diversos modos pero fracasa. Un viejo mago le dice que su empresa es fútil, pues la sombra no tiene nombre. Gavilán decide entonces dejar de huir y enfrentarse con la criatura aunque esto signifique su destrucción. Finalmente, en medio de un lago, se encuentra cara a cara con la sombra. Y allí, indefenso, Ged de repente comprende que la criatura sí tiene nombre y cuál es ese nombre. Lo dice en voz alta: «Ged».

Entonces, Ged y la que, ahora entiende, es su sombra, se funden en un abrazo y los dos se vuelven uno. No solo la persecución ha acabado, sino que, a raíz de este suceso, Gavilán se vuelve más sabio y más poderoso, tanto que llegará a convertirse en archimago de toda Terramar.

Aceptar nuestras contradicciones nos conducirá al crecimiento, aun cuando (o quizá especialmente cuando, como sostenía Carl G. Jung) alguna de las «partes» en conflicto nos parezca aborrecible y oscura. Debemos entender que estos aspectos devienen malignos cuando los rechazamos y negamos; nada hay intrínsecamente malo en ellos. Si en lugar de sentirnos amenazados y huir de ellos los abrazamos como parte de nosotros mismos, si les damos un lugar y escuchamos sus razones, nos volveremos más sabios y poderosos. Descubriremos en esos aspectos una fuerza que no sabíamos que poseíamos.

NOTAS Y FUENTES

El cuento que he dado en llamar «El dilema de la serpiente» es un cuento tradicional zen. Está reescrito por mí a partir de la historieta de Tsai Chih Chung que figura en El zen habla, Sudamericana.

Un mago de Terramar es el primero de los cinco libros que conforman la saga épica del Ciclo de Terramar, cuya autora es Ursula K. Le Guin. Terramar es un gran archipiélago en el que la magia permite controlar los vientos, crear ilusiones e invocar oscuros poderes. El primer libro cuenta el viaje iniciático del joven Gavilán, que comienza siendo un arrogante pastor en la lejana tierra de Gont para llegar a convertirse en un verdadero mago al conquistar su propia sombra. Los restantes volúmenes de la saga narran otros momentos de la vida de Gavilán: sus aventuras como archimago de Terramar, su viaje al reino de los muertos y, finalmente, su retorno a las tranquilas colinas de Gont en las que, incluso siendo el más poderoso de los hechiceros, decide vivir como el pastor que alguna vez había sido.

Carl Gustav Jung, médico psiquiatra y psicoanalista, nació en Suiza en 1875 y murió allí mismo en 1961. Fue durante mucho tiempo el discípulo preferido de Sigmund Freud y estaba llamado a ser su sucesor dentro del movimiento psicoanalítico. Sin embargo, en 1913, una ruptura entre ellos, que era tanto personal como académica, llevó a Jung por caminos algo diferentes. Jung investigó la relación entre los sueños de sus pacientes y la mitología universal y encontró contenidos similares en ambos. A partir de allí postuló la existencia de diversos arquetipos presentes tanto a nivel individual como de toda la sociedad. Al explorar las diversas facetas de la psique humana, Jung arribó al concepto de sombra: una personalidad oculta en cada uno de nosotros compuesta por todos aquellos aspectos que conscientemente rechazamos. Experimentar la propia sombra era uno de los pilares de la psicología profunda de Jung.

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