Читать книгу Cazador de narcos II - Derzu Kazak - Страница 5
ОглавлениеCapítulo 2
Bogotá – Colombia
Todo lo grande siempre empieza con alguna tontería y termina como Dios quiere. Apretar el gatillo lo hace cualquiera, pero frenar la bala...
El teléfono 28–56–020, habitación 208 del Hotel Bogotá Hilton International empezó a sonar...
Una hermosa joven con voz cultivada y rostro sonriente, conserje del Bogotá Hilton International, por el simple hecho de transferir una llamada, iniciaba, sin saberlo, el más explosivo operativo que jamás había intentado la DEA.
– ¿Kevin?
– El mismo. Contestó el polaco algo sorprendido por la llamada. No preciso preguntar quién me llama, tiene Ud. una voz que la reconocería debajo del agua.
– ¡No seas zalamero! Cuando un viejo cascarrabias como yo llama a cualquiera, pienso que por dentro estará diciendo que me vaya a joder a otro lado. Yo hago lo mismo con otros carcamanes. Pero en este momento te necesito. ¿Puedo invitarte a compartir mi mesa esta noche? Puedes traer a Rocío. Creo, amigo mío, que caíste en las redes de esa guapa morena.
La voz de narcotraficante sonaba con ese acento singular que empleaba para transmitir mensajes sin opciones a negativas.
– Sr. Bucci, será un placer volver a visitarlo. Contestó Kevin.
– No esperaba menos de ti. Enviaré un automóvil a buscarte.
– Gracias, no es necesario. Tengo uno rentado en la cochera del hotel. Llegaremos a las siete de la tarde.
– Perfecto. Los estaré esperando.
Como era su costumbre, mantuvo el auricular cerca de su oído, y sintió que Pedro Bucci afirmaba muy lentamente el teléfono, señal de que algo trascendental desfilaba por su mente. Era como detectar el primer paso de un felino que con movimientos ingrávidos inicia las posturas de caza.
Kevin sabía que, no obstante ellos viajaran solos en su vehículo, invariablemente tendrían la invisible compañía de un par de gorilas vestidos de negro. Eran fácilmente identificables por una axila inflada con un revólver Smith & Wesson 500 siempre cargados con inofensivos cartuchos .500 S&W Magnum.
Los gorilas vigilantes nunca le perdían paso por si, en una de esas, lo pescaban contactando algún pichón del otro bando. Eran a la vez sus inmisericordes ángeles de la guardia, cuidándolos de los gamberros que asolaban los territorios de Colombia, los cuales parecían olfatear la presencia de esas máquinas de retorcer cuellos por la forma sistemática que los rehuían.
Pedro Bucci los protegía a manera de amigos, pero tampoco deseaba sorpresas desagradables.
Retornó hacia una estupenda morena que rastreaba atentamente la conversación, en tanto que, entretenida, se arreglaba su cabello frente al espejo.
– Rocío, esta noche estamos convidados a cenar en la residencia de Pedro Bucci, parece que tiene el antojo de charlar conmigo. Si quieres, puedes acompañarme...
La sinuosa mujer se colgó de su pescuezo y, mirándolo a los ojos, le hizo un par de pucheritos con los labios recién pintados de un rojo amapola, al tiempo que le decía: – Tan sólo me separaré de ti si tú no me quieres. Hemos pasado demasiados peligros juntos para estar ahora separados; algunos me helaron la sangre. – ¿Recuerdas cuando te dije que el Dr. Ocampo mandó asesinar a Helena y Rafael, desbarrancando el coche en el camino a Medellín?
– ¡Cómo para olvidarlo! ¡Me tragué de un sorbo un cóctel de adrenalina! Y luego otro doble, cuando me dijiste que sabías que yo era un agente especial de la DEA y que el Dr. Ocampo me había descubierto. Creo que te debo la vida. Sin ti, ¡ya sería un recuerdo!
Rocío lo besó largamente. Estaba feliz en sus brazos.
– Hablando de recuerdos, continuó Kevin, en la vida podré olvidar que tus manos son invisibles para dar bofetadas. Me pegaste una en el pómulo izquierdo que sonó como un aplauso a Luciano Pavarotti. Todavía me duele cuando mastico, ¡y eso que un minuto antes decías que me amabas! Tuve un alto honor: La doncella más preciosa del mundo me declaró su amor y... ¡Lo selló con un tortazo!
Rocío le pasó suavemente sus dedos por la mejilla izquierda y la besó cariñosamente. – Fue una reacción de cariño… contestó entornando sus negrísimos ojos con picardía. Me sentí ofendida cuando dudabas de mí. Te prometo no pegarte más tortazos en toda la vida, si es eso lo que temes.
El vestido de seda atezada con lunares blancos que lucía Rocío, resaltaba su belleza latina. Sus hechiceros ojos renegridos llenos de vida se entornaban cuando miraban a Kevin con un crispamiento intenso y juguetón, arqueando sus cejas asimétricamente. La frente, suavemente curvada, estaba coronada de una mata de pelo cetrino y denso, que le caía ensortijado por la espalda, enmarcando un rostro trigueño que evocaba a España y México, con ciertos aires gitanos.
Kevin la miró profundamente a los ojos, y unas palabras se fugaron de su boca sin premeditación. Una frase que primero estalla y después se piensa.
– Rocío... ¿Te casarías conmigo?
La pregunta sorprendió más a Kevin que a la encantadora joven. Le pareció que un ventrílocuo lo había utilizado para hacerle una broma.
Rocío se quedó estática, unas gruesas lágrimas asomaron a sus ojos azabaches pese a que sus labios tenían una exquisita sonrisa de felicidad.
– Kevin, desde que te vi llegar a la mansión del Dr. Ocampo en Bogotá vistiendo la campera de cuero marrón con el águila bordada en la espalda, y te plantaste sin temor frente a él, que hacía temblequear a todo el mundo con su sola presencia, únicamente deseé oír esas palabras.
Lloró de felicidad abrazada al cuello del agente más extravagante de la DEA.
Kevin Beck, pese a que creía estar levemente consciente de lo que hacía, sentía el travieso retozo de un angelito llamado Cupido, lanzando sus flechas con algún elixir que embriagaba el cerebro de los mortales.
Recordó en ese instante los meses precedentes a su misión entre los narcos, mientras desliaba la trama de la Operación Anaconda. Allí seguramente jugueteaban otros genios tirando los naipes del destino. Comenzó con una quimérica extorsión al CEO del “Cartel de Carteles”, y terminó desarticulando la organización de Cali y Medellín.
Hoy, Pedro Bucci pagaba las consecuencias, y él entraba en el corazón de ese torbellino de piel morena y ojos imantados que tenía el carácter más elástico que había conocido en su vida.
– ¡Los hombres somos unos retrasados mentales! Ahora entiendo tus actitudes en la fiesta de Medellín y en la casa del Dr. Ocampo. Cuando se acercaba Helena, tú me tratabas como a un perro vagabundo. ¡Quién pensaría que eso era una señal de cariño! Las mujeres tienen un dialecto bastante extraño, ¿no te parece?
Rocío se acurrucó en sus brazos como una indefensa gatita, aunque Kevin presentía que era mejor compararla con una pantera nebulosa. Percibía que los movimientos de Rocío tenían una plasticidad, elasticidad y potencia propias de alguien que entrenó su cuerpo para no ser indefensa.
El Lotus Elan Intercooler S.E., un convertible de dos plazas color azul cielo, los llevó hasta la estancia de Pedro Bucci en La Dorada sin el menor contratiempo, como dos felices enamorados.
La vasta casona de planta baja estilo colonial con patio central y bellos jardines, recordaba la arquitectura mexicana, una bella mezcla de las culturas españolas, árabes y americanas, con paredes color rosa viejo, resaltando los capiteles y arcos de ventanales inmaculadamente blancos. No tenía el fasto ni el encanto de la Estancia de Medellín, devastada por los mercenarios del Cartel de Cali hacía más de cuatro meses, pero era acogedora, como todas las mansiones antiguas del campo colombiano.
Pedro Bucci y su esposa Lourdes los recibieron muy afectuosamente. Patricia, la hija de Pedro Bucci, no vivía más en Colombia. Tal como le prometiera a Kevin cuando estaba convaleciente, le permitió irse a la India con la congregación de la madre Teresa de Calcuta. Allí tenía una postal donde agradecía a sus padres y a Dios poder servir a los desheredados.
¡Eran las sorpresas de Pedro Bucci! Un diablo de siete suelas que llevaba un regio crucifijo de oro en el pecho... y arrastraba un rosario de muertos a su espalda.
Lourdes tomó del brazo a Rocío y se fueron cuchicheando por el paradisíaco parque. Mantenía esa serena belleza intemporal de la mujer de ascendencia española. Sonrisa suave y modales de alta sociedad le hacían una anfitriona ideal con los convidados de su agrado. Con los otros, mantenía la distancia que separa a las personas que deben recibirse únicamente por requisito de negocios, acatando a la perfección el protocolo social. El desconocido sabía que era bien recibido, pero no admitido como amigo.
El Sr. Pedro Bucci y Kevin Beck pasaron al salón privado, allí, donde hacía unos meses conversaron como dos ermitaños descarriados que buscaban el derrotero de sus turbulentas vidas. Para el Capo de Medellín, Kevin preludiaba llenar el lugar de Rafael, el hijo asesinado. Pero asimismo ocupaba el podio de honor en medio de los “noconfiables”. Al menos hasta que comprobara lo contrario.
Ahora comenzaba la prueba…
– Kevin, Preciso me dé una mano; dijo en tono suave, casi paternal. Tengo que solucionar un problema y quizá puedas ayudarme.
– Si está a mi alcance, de mil amores lo haré. Contestó el agente encubierto.
– Esta mañana recibí el llamado de un difunto. Il morto qui parla con un ronco acento siciliano. Para ayudarte a descubrir de quién se trata, te diré que “falleció” hace cuatro meses volado en trizas por un misil antisubmarino de la DEA. ¿Sabes quién puede ser?
A Kevin no le agradó la indagación. Recelaba si se trataba de una broma, o habían descubierto algo sobre sus tareas, pero siguiendo su hábito, no perdió la sonrisa ni habló, únicamente interrogó con la mirada y un encogimiento de hombros que respondía la pregunta negativamente.
– ¡Nada menos que Frank! ¡Frank Victorio Dordoni! Contestó haciendo aspavientos con la mano izquierda.
– ¡El Capo de la Mafia norteamericana se le escapó a la DEA como si fuera un nuevo Harry Houdini! Ese zorro viejo perdió el pelo y dejó los calzoncillos bastante malolientes tirados en alguna banquina, ¡pero en la vida perderá las mañas!
– Ahora está invernando muy bien remetido en su madriguera, pero en aprietos para proseguir su ruta de escape. ¡Si asoma la jeta lo embalsaman como trofeo de caza mayor! No puede evadirse de los Estados Unidos y me pide auxilio para traerlo a Colombia.
– Tú sabes, el que me pide ayuda se la doy, pese a que no sea un santo de mi devoción… Al fin y al cabo Frank era nuestro distinguido cliente y el distribuidor mayorista en Norteamérica… aunque a mí me dé por el centro de las pelotas que se haya metido con la trata de blancas y otras porquerías infames.
– ¿En qué puedo ayudarte? Preguntó Beck, sin manifestar demasiado interés en la explosiva noticia que acababa de oír, como si le importara un comino la supervivencia de ese tal Frank.
– Está tierra adentro y no puedo traerlo en un vuelo clandestino. Necesito que alguien lo secunde con documentación y allane los atajos de la fuga. Tú conoces los Estados Unidos y tienes agallas. Además… será un desafío personal, sobre todo si eres un espía de la DEA, posibilidad que nunca descarté. Sabes muy bien que no me importa mucho, son las reglas del juego, ¡pero es una obsesión que no se me va de la mollera!
– Estoy en Colombia más tranquilo que en Miami. Contestó Kevin sin esclarecer los recelos de su peligroso amigo. Mi relación con el piloto de Ocampo complicó mi expediente y por un pelo no estoy en prisión. No soy persona grata en Yankilandia.
Kevin trataba de ganar tiempo para deducir el efecto que produciría en la cúspide de la DEA la noticia explosiva que acababa de escuchar. ¿Qué diría el Comandante Parker en el momento que se enterase de que Frank escapó vivito y coleando? ¿Lo tomaría prisionero? En ese caso, él traicionaría a Pedro Bucci y su vida duraría escasas horas.
No le seducía la idea…
Tampoco veía la manera de rehusar la petición de ayuda del Capo de Medellín. Debía ganar tiempo para urdir alguna vía de escape.
– Nunca saqué a nadie de un territorio tan controlado. Las fronteras están muy custodiadas y no creo que los sabuesos hayan abandonado el rastro de los muchachos de la Mafia. Puede ser un operativo muy complejo y con un final impredecible. ¿Tiene Ud. algún plan?
– Francamente, ninguno. Contestó reclinándose cómodamente en su sofá de cuero. Me gusta que cada uno planifique los imponderables según su criterio y confío en que eres capaz de lograrlo. Tan sólo debes desenvolverte como lo hiciste cuando nos extorsionaste con el Águila. Si sacas a ese siciliano del fuego, te garantizo que estarás bajo su brazo toda la vida.
– Buscar protección es tener miedo. Respondió secamente. Iba a decir otras palabras, pero se frenó en el acto. Como si una ráfaga pasase en su cerebro, se dio un guantazo con ambas manos en los muslos al tiempo que exclamaba: ¡Me atrae la idea! ¡Debo estar loco! Ahora que tengo tiempo libre, algo de dinero y a Rocío, lo que podría llamarse: salud, dinero y amor, ¡me llama nuevamente la aventura!
– ¿Sabes una cosa Kevin? ¡A mí me pasó lo mismo! Estaba a los sobresaltos y desorientado como japonés con hijo rubio, y esta intervención me devolvió las ganas de vivir. Me siento más joven y vigoroso. ¡Los dos estamos chalados!
– Tendré que ir hasta mi casa en Miami, aunque desde que Charly mató al Águila no sé ni cómo estará. Desde allí buscaré la manera de imaginar lo indispensable para traerte a Frank. Pero no me digas donde está hasta que consiga todo lo necesario. Si no estoy seguro de poder hacerlo, no quiero conocer ese dato demasiado comprometedor.
– Don Pedro, sería bueno que Ud. tenga al menos un celular, es muy difícil de encontrar en caso de emergencias.
– Amigo mío… esos equipos no son teléfonos. ¡Son inventos para tenernos agarrados de las bolas! Para mí, es como llevar un espía traicionero en el bolsillo. Me consideraría un idiota si decido yo mismo cargar con ese aparato chismoso para que todos mis enemigos, que no son pocos, sepan dónde estoy y lo que hago. A mí me dejas con mis viejos cacharros con cable que ellos, si están bien protegidos, no me traicionan. Yo trabajo a la antigua y es mucho más seguro.
– Quizás tengas razón… hoy la tecnología que utilizamos sirve para muchas cosas que desconocemos…
Kevin había encontrado la forma de no traicionar a su camarada Pedro Bucci. Si el Comandante Parker se negaba a sacar del país a Frank, él tampoco podría decirle donde se encontraba, tan sólo conocería que continuaba pataleando entre los vivientes.
– Trataré de persuadir a Rocío que me aguarde aquí, es una misión excesivamente riesgosa para llevar una mujer.
La cena fue servida con los manjares más exquisitos de Colombia, una mesa donde don Pedro Bucci y su esposa Lourdes se sentían como antaño, en el tiempo que Rafael y Patricia los acompañaban. Ahora lo hacían Rocío y Kevin.
Si bien Kevin no solía tomar bebidas alcohólicas por razones obvias, aceptó un brindis final con una copa de cognac Armargnac Cles des Ducs. Era una ocasión para anunciar un par de noticias…
– Quisiera brindar por la salud de todos, y por nuestra amistad. Es la noche más trascendental en mi vida y deseo compartir con don Pedro y doña Lourdes el anuncio de nuestro compromiso matrimonial…
Tomó de la mano a Rocío y la besó.
Los renegridos ojos de la morena se humedecieron, y hubiese llorado de felicidad si don Pedro Bucci no se hubiese levantado para abrazar a Kevin como un padre que sólo poseía el brazo izquierdo. Él, sí lloraba a lágrima viva sobre su hombro, recordando a su Rafael.
Lourdes besó en ambas mejillas a Rocío, y los cuatro alzaron las copas por la felicidad y el amor.
– ¿Puedo pedirles la concesión de un deseo? Exclamó Pedro Bucci mirando alternativamente a su mujer, a Rocío y Kevin.
– Será un placer. Contestó Kevin.
– Permítanme que organice la boda; es una celebración que siempre soñé para Rafael, y que nunca podré hacer para nuestra hija Patricia si persiste de novicia en la India. Ahora ustedes son nuestros hijos… Y extendiendo su brazo en señal de ruego la remató diciendo: No tendré descendientes. Por favor...
Rocío y Kevin se miraron sin hablar, bastó una sonrisa para saber que estaban de acuerdo.
– Su generosidad no tiene límites, don Pedro… ¡Muchas gracias!
– Será una fiesta familiar que devolverá la vida y la alegría a esta casa, y como todo casamiento merece un regalo, nuestro obsequio de bodas será una heredad donde puedan vivir felices y criar muchos hijos saludables y fuertes. ¡Las ciudades son una apestosa mierda!
Lourdes hizo una leve señal a su marido al tiempo que sonreía. No podía con el genio. El lenguaje del narcotraficante era la antítesis de un caballero.
– Don Pedro, respondió Kevin abriendo sus manos estupefacto, no podemos aceptar otro regalo, con la fiesta es más que demasia...
– ¡Ni hablar! Lo interrumpió Bucci. Tengo tierras de sobra y puedo comprar las que me dé la gana. Cuando me muera se las llevará el condenado fisco y luego se las repartirán los pícaros políticos con alguna artimaña legal. ¡Es para lo único que sirven!
– Nuestro regalo será la mejor estancia que tenemos, la de Medellín, completamente restaurada y amueblada, ¡tal cómo era antes de la guerra que tuve con el hijo de perra de Cali! No tenía ganas de volver a Medellín, pero ahora tengo un motivo. ¡Y me da la gana hacerlo!
– Lourdes me ayudará como lo hizo siempre; ¡ella pone el buen gusto y yo el dinero! De las dos cosas hay de sobra. Dijo como un cumplido para su esposa, que gustaba del arte y tenía una especial sensibilidad para la música.
– ¡Los dos volveremos a vivir como Dios manda!
El Capo de Medellín tomó la mano de su esposa y la apretó con la suya. Se miró el muñón del brazo derecho con rabia. Aun no podía manejar bien su mano izquierda.
Lourdes, menos espontánea que su marido, demostraba su beneplácito con una amplia sonrisa.
– Don Pedro… No podemos aceptar la estancia de Medellín, ¡esa es su casa! Contestó Rocío.
– ¡Por eso será nuestro regalo! Es sin más “una” de mis casas y Uds. son mis hijos...
– ¿Qué podría hacer con el dinero? Patricia se fue a Calcuta, le envío algunos dólares mensuales para sus gastos personales; no quiero que pase hambre… Pero sé que los gasta para dar de comer a los ancianos del asilo, y son muchas bocas. Ella siempre dirá que todo está bien aunque no tenga un grano de arroz.
– Veré si puedo mantener a mi hija...
Kevin interpretó al Sr. Bucci. Estaba seguro que enviaba grandes donativos para la India en forma anónima, ¡para que su hija pudiese comer! Una manera elegante de ocultar su congénita generosidad, que ahora demostraba al regalarle su propia casa.
No entendía como un hombre que tenía a veces un corazón de oro, podía en instantes transformarse en un feroz asesino y traficar con la mierda de las drogas. Se sentía amigo de ese Pedro Bucci, el hombre de familia, un ser humano como todos, y buscaba destruir al otro en su misión como agente especial.
– ¡Es un tema concluido y del cual me siento feliz! Exclamó Pedro Bucci. Ahora me han vuelto las ganas de regresar a Medellín, y mañana mismo empezaremos a reconstruir la casa.
– Rocío, Kevin debe hacer un viaje de negocios a Norteamérica. Si es tu deseo puedes quedarte con nosotros hasta su regreso, estarás en tu casa. Invitó cordialmente Bucci.
Rocío miró a Kevin, lo agarró del brazo y le susurró: – Quisiera ir contigo. Te prometo no hablar, no ver, no oír y absoluta obediencia. No conozco los Estados Unidos...
Puso una carita de ángel desvalido recién caído de los cielos, que desarmó a los dos hombres e hizo iluminarse a Lourdes. Las mujeres logran más con un suspiro que con cien gritos.
Kevin interrogó con los ojos al Capo de la droga sudamericana como pidiendo su opinión sin hablar.
– ¡Es asunto tuyo!
Le contestó divertido enseñándole la palma de su mano. – A lo mejor te sea útil en esta misión, es una chica despierta, y si pone esa carita delante de un tanque de guerra, ¡seguramente lo derrite!
La cena concluyó con Lourdes tocando “Claro de luna” en su reluciente piano, un fantástico Steinway Gran Concert Model “D”, regalo de su esposo. Lourdes vivía acariciando sus teclas. No hacía falta ser un experto para apreciar la calidad de la intérprete, lo que es realmente bueno le agrada a todo el mundo. Un aplauso sincero y bien merecido premió sus cualidades como pianista.
Al día siguiente, Kevin Beck y Rocío volaban hacia el aeropuerto International de Miami.
Comenzaba otra misión desde el punto cero, una misión que pondría al descubierto para qué lado trabajaba…